El siguiente texto procede del libro de Antonie Lavoisier, Traité élémentaire de chimie, Paris, Cuchet, 1789, 2 vols.
 
 
 
 

Capítulo III: Análisis del aire de la atmósfera.
 
 
 
 

"La química presenta en general dos medios para determinar la naturaleza de las partes constituyentes de un cuerpo, la composición y la descomposición. Cuando, por ejemplo, se combina el agua y el espíritu de vino o alcohol, y a través de esta mezcla, se obtiene el licor que lleva en el comercio por nombre "aguardiente" (eau-de-vie), se debe concluir que el aguardiente está compuesto de alcohol y de agua. Se puede llegar a la misma conclusión mediante la descomposición y, en general, no se alcanza plena satisfacción en química mientras no se ha podido reunir estos dos tipos de pruebas.

Se dispone de esta ventaja en e l caso del análisis del aire atmosférico: se le puede descomponer y recomponer. Me limitaré aquí a describir las experiencias más concluyentes que han sido hechas a este respecto. Apenas se puede citar alguna que no me sea propia, bien porque la hice el primero, bien porque la he repetido desde un punto de vista nuevo, el del análisis del aire de la atmósfera.

Tomé (fig. 2) un matraz A de 36 pulgadas cúbicas aproximadamente de capacidad cuyo cuello BCDE era muy largo y tenía de seis a siete líneas de grosor interior. Lo curvé, tal y como aparece en la figura, de modo que pudo ser colocado en un horno MMNN y su extremidad E de su cuello se unió a al campana FG, colocada en un baño de mercurio RRSS.
Introduje en este matraz cuatro onzas de mercurio muy puro. Más tarde, succionando con un sifón que introduje en la campana FG, elevé el mercurio hasta LL. Marqué cuidadosamente esta altura con una banda de papel y observé exactamente el barómetro y el termómetro.
Estando así dispuestas las cosas, encendí el fuego del horno MMNN y lo mantuve casi continuamente durante doce días, de modo que el mercurio fue calentado hasta el grado necesario para hacerlo hervir.

Nada destacable pasó durante el primer día. El mercurio, aunque no hervía, estaba en un estado de evaporación continua. Tapizaba el interior de los recipientes con pequeñas gotas, al principio muy finas, que fueron progresivamente aumentando de tamaño. Cuando estas gotas alcanzaban un cierto volumen, caían al fondo del vaso y se reunían con el resto del mercurio. El segundo día, comencé a ver nadar sobre la superficie del mercurio unas pequeñas laminillas rojas que, durante cuatro o cinco días, aumentaron en número y volumen. Pasado ese tiempo, dejaron de aumentar y permanecieron exactamente en el mismo estado. Al cabo de doce días, viendo que la calcinación del mercurio no hacía ningún progreso, apagué el fuego y dejé enfriar los recipientes. El volumen del aire contenido tanto en el matraz como en su cuello y en la parte vacía de la campana, reducido a una presión de 28 pulgadas y a 10 grados del termómetro, era antes de la operación de 50 pulgadas cúbicas aproximadamente. Cuando la operación acabó, este mismo volumen a igual presión y temperatura, no era más que 42 o 43 pulgadas. Se produjo, por lo tanto, una disminución de una sexta parte del volumen aproximadamente. Por otra parte, tras recoger con cuidado todas las laminillas rojas formadas y separarlas en la medida de lo posible del mercurio líquido en el que se encontraban sumergidas, su peso ascendía a 45 granos. Repetí varias veces esta calcinación del mercurio en un recipiente vacío, porque es difícil en una sola y misma experiencia conservar el aire con el que se ha operado y las moléculas rojas o cal de mercurio que se forman. A menudo, confundiré, por ello, el resultado de dos o tres experiencias del mismo género.
    El aire que quedó tras esta operación y que había sido reducido a 5/6 de su volumen, por la calcinación del mercurio, no era adecuado ni para la respiración ni para la combustión: los animales que se introdujeron en él murieron en pocos instantes y las llamas se extinguieron rápidamente, como si se las hubiera introducido en agua. Por otra parte, tomé los 45 granos de materia roja que se había formado durante la operación, la introduje en una muy pequeña retorta de vidrio a la que había adaptado un aparato preparado para recibir los productos líquidos y aeriformes que pudieran separarse. Tras encender el fuego del horno, observé que, a medida que la materia roja era calentada, su color aumentaba de intensidad. Cuando se llevaba la retorta próxima a la incandescencia, la materia roja comenzaba a perder poco a poco su volumen y, en algunos minutos, desaparecía totalmente. Al mismo tiempo, se condensó en este pequeño recipiente 41 granos y medio de mercurio líquido y pasaron a la campana de 7 a 8 pulgadas de un fluido elástico mucho más adecuado que el aire atmosférico para mantener la combustión y la respiración de los animales.
    Tras pasar una parte de este aire a un tubo de vidrio de una pulgada de diámetro e introducir en él una vela, ésta ofreció un brillo deslumbrante. El carbón en lugar de consumirse lentamente como en el aire ordinario ardía con llama y fuerte decrepitación, a la manera del fósforo, y con una vivacidad de luz que los ojos apenas podían soportarlo. Este aire que descubrimos casi al mismo tiempo, M. Priestley, M. Schéele y yo, fue nombrado, por el primero, "aire desflogisticado" y, por el segundo, "aire empireal". Yo le di primero el nombre de "aire eminentemente respirable" y, más tarde, este nombre fue substituido por el de "aire vital". Veremos más adelante qué es lo que se debe pensar acerca de estas denominaciones.
    Reflexionando sobre las circunstancias de esta experiencia, se ve que el mercurio al calcinarse absorbe la parte salubre y respirable del aire o, hablando de modo más riguroso, la base de esta parte respirable; que la porción del aire que queda es una especie de mofeta, incapaz de mantener la combustión y la respiración. El aire de la atmósfera está, por lo tanto, compuesto de dos fluidos elásticos de naturaleza diferente y, por decirlo de algún modo, opuesta.
    Una prueba de esta importante verdad es que, al recombinar los dos fluidos elásticos que se obtuvieron de modo separado, es decir, las 42 pulgadas cúbicas de mofeta, o de aire no respirable, y las 8 pulgadas cúbicas de aire respirable, se vuelve a formar aire, idéntico en todo al que existe en la atmósfera y que es adecuado, en la misma medida, a la combustión, a la calcinación de los metales y a la respiración de los animales".



NOTA: Unidades de medida empleadas por Lavoisier y equivalencias con el S.I.:

Peso: 1 libra = 16 onzas = 16 x 8 x 72 granos = 489 g. 1 grano = 0,053 g.
Longitud: 1 pulgada = 12 líneas = 27 mm.



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