UN JOVEN OCTOGENARIO

 

Felizmente nos volvemos a encontrar otra vez con Günter Wand (Elberfeld, 1912), este joven maestro que cumplió 85 años el pasado 7 de enero y que, por lo que podemos colegir de esta serie de grabaciones hechas en vivo en Hamburgo entre 1989 y 1995 (es decir, entre los 77 y los 83 años), mantiene en óptimo estado sus facultades anímicas e intelectuales, dando la impresión de que todas las obras están dirigidas por un maestro en plena madurez pero con unas condiciones físicas y artísticas envidiables. Este músico, uno de los verdaderamente grandes de hoy que no solamente es el mejor bruckneriano vivo y un extraordinario recreador de Beethoven, Schubert y Brahms, sino un óptimo traductor de obras de Ligeti, Varèse o Zimmermann (hecho que muy pocos conocen), era hasta hace poco un perfecto desconocido para el aficionado español, a pesar de que hubiese dirigido nuestra Orquesta Nacional en alguna que otra ocasión a principio de los 50 y de que sus conciertos europeos fuesen retransmitidos sistemáticamente por RNE en otras épocas más imaginativas, inquietas y activas de la hoy letárgica radio pública. Gracias a RCA, este desconocimiento ha ido disminuyendo en nuestro país y hoy podemos disfrutar de una abundante discografía de Wand en esta firma, con sobresalientes ciclos dedicados a Beethoven, Schubert, Bruckner o Brahms, además de un sinnúmero de grabaciones en vivo con la orquesta de la NDR, algunas de las cuales forman el álbum de 17 compactos que ahora nos envía BMG y que es el protagonista de esta reseña.

Bruckner
Lo mejor, diríamos que lo que no admite salvo alguna que otra objeción sin importancia, son las siete Sinfonías de Bruckner (que, lamentablemente, parece que no van a formar un nuevo ciclo, pues Wand no está dispuesto a grabar las dos primeras otra vez --aunque bien podría, especialmente si elegía para ello la versión Linz de la Primera y desechaba la revisión de la edición Haas de la Segunda, aunque él mismo declarase en alguna ocasión que esta versión era la mejor de su ciclo con la Radio de Colonia--). De estas que ahora comentamos, Tercera, Quinta, Sexta, Octava y Novena son realmente esplendorosas, donde se nos muestra un Bruckner objetivo, sobrio, clarísimo de texturas, de tempi muy ligeros que curiosamente en ningún momento dan sensación ni de superficialidad ni de apresuramiento, siempre orgánico, coherente y más refinado que el anterior ciclo ya citado con la Sinfónica de la Radio de Colonia. Ningún otro director en activo es capaz de conjugar ese sentido de la arquitectura y flujo musical que se percibe en sus interpretaciones, y salvo algunos casos esporádicos a igual nivel, nunca superiores y bajo otros criterios interpretativos (Giulini en la Novena --DG--, Colin Davis en la Séptima --Orfeo-- y, honradamente, no se nos ocurre ningún otro, quizá Haitink II en la Quinta --Philips-- o Sanderling en caso de que grabase alguna sinfonía aparte de su notable Séptima para Unicorn --hablamos siempre de directores vivos--). Wand se erige hoy por hoy en la cima bruckneriana más alta. Los pequeños inconvenientes de que hablábamos podrían ser una excesiva sobriedad en su discurso de la Cuarta y la supresión de triángulo y platillos en el clímax del Adagio de la Séptima, dos nimiedades si tenemos en cuenta este poderoso y fulgurante ciclo bruckneriano incompleto, muy bien grabado y con el aliciente de ser concierto en vivo.

Chaikovski, Schubert, Schumann
Otra de las sorpresas del álbum son las dos sinfonías de Chaikovski, Quinta y Sexta, interpretadas con absoluto respeto a todo lo escrito y con unos matices expresivos que nunca alcanzan ese excesivo pathos chaikovskiano difícilmente asimilable hoy por una parte de los aficionados. Hay, además, refinamiento orquestal, riqueza tímbrica, naturalidad de exposición, sabiduría constructiva y, en ocasiones (Adagio de la Quinta, movimiento final de la Patética), una noble expresividad y una elocuencia que elevan ambas lecturas al lado de las más conseguidas (léase Mravinski --DG--, Szell --Sony-- e incluso Celibidache --Exclusive--). El Schubert de Wand siempre ha sido considerado como más cerebral y analítico que el del resto de directores, sobre todo comparado con la maravillosa efusividad de un Bruno Walter (Sony), con el humor y la luminosidad de un Beecham (EMI) o con el torbellino emocional de un Furtwängler (DG, EMI y Tahra); las tres sinfonías que aquí nos encontramos, Tercera, Octava y Novena, están traducidas con la claridad, vitalidad y convicción que son la habitual marca de la casa, y además y al igual que en el caso de Bruckner, con un refinamiento orquestal, una articulación maestra y una fluidez y vigor muy atractivos. Schumann, sin embargo, no logra en manos de Wand las excelencias del resto de los compositores citados; la Renana, especialmente, algo desabrida, angulosa y un tanto agresiva, no da la medida del extraordinario arte directorial de Wand. En la Cuarta, más conseguida (por supuesto, hay que olvidarse de Furtwängler --DG--), hace gala de intenso dramatismo y experta y unitaria construcción, con una modélica y brillante respuesta orquestal.

Mozart, Beethoven
Mozart y Beethoven son los otros dos grandes compositores muy beneficiados con el modus operandi de Günter Wand: del primero hay que destacar la claridad de texturas, la justeza y el equilibrio, todo ello acompañado por una ligereza de tempi, una naturalidad y una planificación sonora realmente extraordinaria; la fluidez conseguida en la 39, el aliento trágico de la 40 o la imponente construcción de la Júpiter (sensacional último movimiento), serán siempre considerados como modelos en la historia de la interpretación mozartiana. En cuanto a las tres sinfonías de Beethoven (Heroica, Quinta y Pastoral), más la magnífica obertura de Leonora 3, hay que decir que de nuevo Wand supera a las por otra parte excelentes versiones de su ciclo anterior, lo mismo que en los casos de Beethoven y Schubert; aquí encontramos las mismas unidad, vibración e intensidad, y la orquesta es la misma, pero en estas se aprecian más espontaneidad y brillantez, producto evidente de la grabación en vivo, y además las tomas sonoras son más claras y espaciosas que las anteriores hechas en estudio.

Los modernos
El último disco, finalmente, está compuesto por varias obras del siglo XX que formaban parte habitual de los conciertos de abono de Günter Wand. Recordemos que ya en 1946, al ser nombrado director general de música de Colonia, Wand dirigía en todos sus programas composiciones de Messiaen, Varèse, Bartók o Fortner al lado del repertorio clásico y romántico. La ópera del último de los citados, Bodas de sangre, fue estrenada por Wand el 8 de junio de 1957 para la reapertura de la reconstruida Opera de Colonia. Tal y como nos cuentan los anónimos comentarios del libreto, a pesar de las diferencias estilísticas de las cuatro obras de este disco, --ver ficha-- de su carácter contrastante y de los 44 años que separan la obra más antigua de la más actual, las composiciones tienen algo en común: la búsqueda de una solución particular al dilema de la pérdida de la tonalidad. Igual que si se tratase de una sinfonía de Bruckner, Wand profundiza y desmenuza cada detalle y cada matiz en unas interpretaciones que denotan un profundo conocimiento de su estilo, con una habilidad extraordinaria para la descomposición y análisis de cada espectro sonoro. Un alarde de flexibilidad y lucidez como raramente se puede observar en la interpretación de estas obras.

En suma, álbum extraordinario protagonizado por uno de los maestros indiscutibles de la actualidad. Su Bruckner es de conocimiento obligado, y el resto es convincente a carta cabal. Únicamente el precio del álbum --aunque sea a precio medio, 17 CDs es un número muy elevado de discos-- puede echar para atrás al comprador mas bienintencionado; les sugerimos aprovechar las rebajas. Por otra parte, y antes de terminar, demos de nuevo la monserga: ¿es que nadie va a invitar a Günter Wand a dirigir en España?, ¿sucederá lo inevitable antes de que le veamos hacer música por estos lares?

© Enrique Pérez Adrián
Scherzo, núm. 112 (març 1997), 62-63