Las afganas no estamos consideradas seres humanos
CLARA R. FORNER
A algunas mujeres les han pegado por llevar los agujeritos de la burka demasiado grandes 
Vive en un país gobernado por un régimen loco que ha quitado a las mujeres todos los derechos y las obliga a vivir ocultas por la odiada burka. Sabira Matten ha venido a Alicante para explicarnos la tortura a la que está sometido el pueblo afgano. 
Sabira Matten ha venido invitada por el Centro de Estudios sobre la Mujer de la Universidad de Alicante. Y lo ha hecho jugándose la vida. Si los taliban llegaran a averiguar su verdadera identidad la matarían, como ya hicieron con la líder de RAWA, Asociación Revolucionaria de Mujeres de Afganistán, cuyos miembros trabajan dentro y fuera de su país para aliviar el sufrimiento de la población afgana y dar a conocer locura de un Estado dirigido por un grupo de fundamentalistas misóginos, que ha convertido a las mujeres en las principales mártires.
Con voz frágil y mirada triste, poco más podemos decir de esta mujer por el riesgo de que puedan identificarla. Sabira explica que «la gente en general sigue desconociendo cuál es la situación en Afganistán porque muchos creen que sólo estamos obligadas a llevar la burka, pero es mucho peor, es una tragedia porque no estamos consideradas seres humanos».
La burka es el símbolo de las mujeres afganas. Es una prenda de vestir que las convierte en una especie de fantasmas. Deben llevarla obligadamente al salir a la calle y cubrir con ella todo su cuerpo, incluidas las manos. Además, Sabira relata que el tejido que cubre sus ojos debe ser suficientemente tupido pues «a algunas mujeres les han pegado por llevar los agujeritos demasiado grandes».
Pero este régimen loco de los taliban no se conforma con quitar la identidad a las mujeres con esta prenda. Además les prohíbe desde reir en público, a pisar fuerte, pues consideran que es una forma de llamar la atención de los hombres, o salir a la calle sin la compañía de un familiar masculino directo. Si descubren que debajo de la burka llevan las uñas pintadas, el castigo consiste en cortarles los dedos.
Antes de que los taliban asumieran el poder en 1997, algunas mujeres rurales llevaban la burka, una prenda que sólo se utiliza en Afganistán y en Pakistán, con otra variante. Sabira señala que para el resto de las mujeres, la obligación de llevarla «ha sido un trauma, porque es humillante, dificulta todos los movimientos y también ver, sobre todo las que necesitan gafas».
Con esta situación, no es extraño que la representante de RAWA relate que la mayoría de las mujeres «tienen problemas psicológicos y sociológicos porque los fundamentalistas están mentalmente enfermos».
Antes de que los taliban impusieran su régimen, las mujeres trabajaban en Afganistán y también estudiaban carreras universitarias. «Ahora están desesperadas porque no sólo han perdido su trabajo, sino también a sus familias, pues sus maridos o hijos han sido asesinados y muchas de ellas se ven abocadas a la prostitución».
Tampoco pueden estudiar ni tienen derecho a la salud. Además de que apenas hay medios sanitarios, durante unos años se prohibió que las médicas pudieran ejercer y a las mujeres no las puede reconocer un doctor, un hombre. Últimamente se ha permitido algunas médicas vuelvan a trabajar, pero aún son muy pocas las que lo hacen.
Sabira Matten explica que solamente en Kabul hay 25.000 viudas. Teniendo en cuenta que las familias tienen una media de diez miembros y que la mujer no puede trabajar, lo único que pueden hacer las madres es vender las pertenencias que les queden y mandar a sus hijos a buscar entre la basura. «Es la vida diaria de todas las mujeres: la falta de esperanza para el futuro. Ellas suelen estar en casa, siempre angustiadas por el futuro de sus hijos e incluso dentro de casa se sienten inseguras. Si muchas de ellas no se suicidan es por los niños».
Una afgana, añade, no tiene alternativas al matrimonio porque «sólo los hombres pueden trabajar e, incluso, a una mujer que no tuviera problemas económicos la mirarían mal».
No es de extrañar, pues, el elevado número de suicidios entre la población afgana. Los hombres no escapan de esta tendencia porque casi nadie se salva de la pobreza y a ellos también se les prohíben las pequeñas alegrías como la música o cualquier tipo de entretenimiento. Como obligación, tienen que ir cinco veces al día a rezar a la mezquita.
Por falta de medios sanitarios, la esperanza de vida es corta, pero los hombres que llegan a la vejez sufren castigos corporales cuando sus hormonas les fallan y la barba deja de crecer: los taliban obligan a llevarla muy poblada y no cumplir este precepto es signo de poca hombría. «Quieren eliminar cualquier tipo de esperanza; cualquier motivo de alegría y por eso han prohibido hasta la celebración del año nuevo».
«Es difícil entender que los taliban regenten prostíbulos o hagan trata de blancas, pero así es», explica la representante de RAWA, quien explica que muchos padres no tienen más remedio que vender sus hijas a los taliban «porque así están más protegidas y ellos tienen centros oficiales donde las recogen y entregan como esclavas».
Para los afganos, manifiesta, los matrimonios concertados por los padres «es algo de todos los días». Gracias a la burka, el futuro marido no conocerá el rostro de su esposa hasta que se casen.
Muchos afganos han escapado de este infierno yendo a los campos de refugiados de Pakistán. Pero su compatriota explica que «la vida allí no es mucho mejor porque los fundamentalistas ejercen el control sobre ellos y tampoco hay educación, ni cuidados médicos, ni libertades». Por eso, al cabo de un tiempo muchos de los emigrados han vuelto a Afganistán, donde al menos tendrán algún trabajo.
¿Por qué sus compatriotas soporta estos sufrimientos, especialmente cuando, según Sabira, el 99% de la población está en contra del régimen? La razón, opina la mujer, «es el cansancio». «Los afganos somos como todo el mundo, queremos seguridad, no queremos crueldad, ni muerte, ni las enfermedades que provocan los fundamentalistas, pero una de las razones por las que no hay una resistencia fuerte es porque la población está cansada después de más de 20 años de guerras». Además, indica, «los taliban tienen todo el poder en sus manos: pueden matar y torturar y la situación económica es tan precaria que la gente no piensa en unirse».
Con todo en contra, y pese a que los taliban infiltran a sus mujeres como espías, Sabira explica que entre la población «hay otro tipo de resistencia: por ejemplo, las familias que pueden permitírselo intentan tener una televisión o escuchar música, a pesar de que está prohibido y de que se han destruido hasta los cines».
«También hay un cierto contacto entre vecinos y parientes y entre ellos comentan sus miedos y problemas», señala la mujer, que asegura que «hay mucha solidaridad y unos se avisan a otros de la llegada de los talibanes».
Pese a la prohibición de salir solas y de hablar con los dependientes, muchas mujeres contravienen la ley. «Saben que pueden ser apaleadas, pero no tienen otra opción si quieren dar de comer a sus hijos». A veces, incluso, «salen a tomar helados y, si se acercan los taliban, sus hijos las avisan. Ellas salen corriendo, dejando los helados e incluso hasta los zapatos».
Aparte de estos pequeños signos de rebeldía, la principal resistencia la ejerce RAWA. La asociación a la que pertenece Sabira trabaja de forma sumergida en Afganistán y en Pakistán. Los dos principios que defiende esta agrupación de mujeres, en la que también colaboran hombres, son la elección libre de credo y la separación entre religión y Estado.
Sus miembros organizan clases de alfabetización para mujeres, niñas y niños, puesto que las escuelas prácticamente han desaparecido. También procuran facilitar equipos sanitarios gratuitos a las mujeres de Afganistán y Pakistán.
Además, algunas de sus socias, como Sabira Matten, viajan por todo el mundo para dar a conocer la situación de su pueblo a las gentes de otros países, como España, donde lamentablemente ha habido mucho más eco por la destrucción de los dos budas que por la tortura diaria que padecen 25 millones de personas.
Lo que Sabira Matten pide a los países occidentales no es una intervención militar, sino que se envíen las fuerzas de paz de la ONU y que se corte el suministro de armas que, según denuncia RAWA, los taliban compran, en parte, con el dinero que obtienen del tráfico de drogas. Afganistán se encuentra en la ruta que utilizan las redes que trabajan entre Europa y el centro de Asia y, tal como denuncia la citada asociación, los fundamentalistas se habrían especializado tanto en distribuir los estupefacientes como en producirlos.
RAWA posee la dirección de internet www.rawa.org y se le puede enviar ayuda en efectivo o mediante cheque nominativo, preferiblemente de un banco norteamericano, a nombre de Support Afghan Women, en la dirección postal PMB 226, 915 W. Arrow Hwy., San Dimas, CA 91773, Estados Unidos.

 
 

La otra cara de la moneda

Anna Tortajada "Afganistán, el grito silenciado" (Grijalbo-Mondadori),
 

El hospital, más vacío que de costumbre, impregnaba en ti esa extraña sensación de soledad. Era como un inmenso laberinto de luz del que no podías escapar, como un delicado envoltorio que no te dejaba mostrar como realmente eres.

Me gusta mi trabajo. Creo que ser periodista es mi verdadera vocación. Desde pequeñito que he querido ayudar a las personas, hacerles compañía, escuchar sus problemas y conseguir que se encuentren a gusto explicando y descubriendo una verdad posiblemente inexistente.

Mi nombre es Óscar, vivo en Kabul, Afganistán. Bueno, en realidad no es mi auténtica residencia, estoy trabajando para una revista que quiere un especial de las mujeres de aquí, de lo que pueden llegar a sentir en esta ciudad donde nadie está seguro.

En estos momentos me encuentro en el hospital, hay cientos de mujeres heridas por culpa de los Talibanes que piden agonizantemente morir. Ni tan siquiera en estos momentos pueden quitarse la "burka", ese espantoso manto que las cubre de pies a cabeza.

Es un lugar que te produce una impotente rabia descontrolada, pero también es uno de los lugares que más información de la realidad cotidiana pueden darte. Supongo que ya sabéis que a las mujeres no les es permitido trabajar, excepto a unas pocas privilegiadas, y éstas se encuentran aquí. Son lo que siempre hemos conocido como comadronas. Intenté hace unos días hablar con una de ellas, pero se negó en rotundo. Tiene miedo de ser descubierta. Si los Talibanes tienen conocimiento de esta charla pueden hacer que desaparezca para matarla entre un espantoso silencio. Ella no aceptó pero Huma sí. Evidentemente este no es su nombre real, pero sí que intentaremos conocer su historia verdadera. Dice que no le importa lo que le pueda ocurrir, los Talibanes le cortaron las piernas y la abandonaron en medio de la nieve cuando se dirigía como había hecho durante tanto tiempo, a la escuela, a trabajar. Sí, Huma, profesora de letras tuvo que dejarlo todo para poder mantener unos segundos más a su hijo de nueve años en vida.

Su final llegó con la noticia de que su marido había muerto en la guerra, pero aún así se mantuvo con el alma fuerte por su hijo. Podía llegar a tener ilusiones.

El 28 de setiembre del 96, cuando encendió la radio y se dio cuenta de la llegada de los Talibanes, se preocupó poco a poco por pequeñeces como encontrar comida o simple pan para alimentar a Bashir, su hijo. "Tuve que venderlo todo en bazares y tiendas de segunda mano para poder llevarnos algo de comer a la boca".

Huma y su hijo, sin dinero, tuvieron que instalarse en una pequeña habitación en casa del padre de ésta. Sólo quería que todo volviera a ser como antes. Llevar, como en nuestra cultura occidental, pantalones vaqueros y preciosos vestidos. Ropas que un día llegaron a cubrir su cuerpo. Trabajar en lo que más le gustaba, maquillarse y ponerse bonita. Hasta un rostro trabajado en colores era motivo de temor en el cuerpo de las mujeres. Aunque tuvieran la cara tapada por la "burka", me contó Huma, que los Talibanes, si lo descubrían, podían llegar a cortarte los labios.

Recuerdo todos y cada uno de los días que fui a hablar con ella. Recuerdo su frialdad en los ojos al hablar de la muerte que la esperaba, pero recuerdo con un cariño especial cuando me habló de la muerte de Bashir. "No pude evitar que muriera de hambre. Salí a la fría calle dejando que el cuerpo de mi hijo se cubriera de nieve. Cuando su corazón dejó de latir, y sus ojos se oscurecieron para cerrarse, comprendí que con él yo también moría. El dolor pudo conmigo y sin "burka" e incumpliendo alguna de las estúpidas normas talibanas, me dirigí hacia la escuela, era el único lugar donde podía mostrarme tal y como deseaba. Los nuevos ocupantes de Kabul me vieron por la calle y empezaron a seguirme, yo corrí todo lo que pude hasta caer. Me habían cortado las piernas. Ahora estoy aquí, no me queda nadie, no hay nada por qué luchar. Me estoy muriendo y mis esperanzas mueren conmigo. Ya ves, no hay razón alguna que me impida hablar contigo".

No puedo evitar emocionarme cuando pienso en sus palabras. Me preocupé por ella. Su alma estaba destrozada, pero parecía que físicamente iba mejorando. No sería como antes pero viviría, quizá algún día las esperanzas volverían a darle ganas de amar.

Mi trabajo ha terminado, vuelvo a casa. Estoy en el hospital para decirle adiós. Para darle las gracias por lo mucho que se ha arriesgado. Ella le ha puesto en una semana más significado a la vida, que la que jamás tuvo. Espero que la lección que ella nos ha enseñado no la olvidemos. Sólo hay que abrir un poco el corazón. No es tan difícil ¿verdad?

Ahora, Huma ya no está con nosotros, simplemente ha desaparecido.

Carolina Arqued Fernández (jesus.carol@teleline.es)