MUJERES LIBRES

¿Quién dijo que estaban vencidas?
70 años después, ya octagenarias, las supervivientes, se baten el cobre para sacar este sencillo proyecto. Y ese objetivo se hace una vez más saltar continentes para conseguir dinero, para recuperar documentos, fotos, textos, para dejar testimonio escrito de lo vivido.
Otra vez su convicción resulta ser su fuerza principal.
QUE SE CONOZCA, QUE NO SE OLVIDE. Que las nuevas generaciones tengan mujeres en las que buscar su propia imagen. Gracias. Gracias por vuestro esfuerzo.
A las mayores y también a las jóvenes generaciones de libertarias que han sabido mirar hacia atrás y las han ayudado en su empeño.
Pero quiero pensar que éste es sólo una muestra más de una recuperación que ya tienen en sus manos historiadoras y estudiosas como Antonina Rodrigo, Mary Nash y otras, dentro y fuera de nuestro país, empeñadas desde hace años en dejar constancia del esfuerzo de esta singular generación.
Que se conozca, que no se olvide.
Al leer sus páginas, pequeños artículos que pretenden resumir brevemente su experiencia, una se queda con las ganas de saber más. Se queda con las ganas de conseguir los trece ejemplares de Mujeres Libres y releerlos, sin tener que meterse en una hemeroteca. Dan ganas de conocer a fondo sus biografías, saber, saber, saber. Tal vez por el deseo de dejar de lado la historia amarga que las coloca como periodistas. Porque no lo fueron, porque no lo son. Porque estaban cargadas de razones. Y su vida, y la de cada una de nosotras lo demuestra. Tenían razón. Ese era el camino de la emancipación. Ese era el comienzo.
«¿Por qué debía ser la niña la sirvienta de su hermano?», se preguntaba la joven Conchita Liaño, entonces, en el 36, una de las más jóvenes fundadoras de Mujeres Libres en Barcelona.
Y esa pregunta, a ella como a tantas otras mujeres, la condujo a la lucha.
Ellas que abanderaron la creación de una organización sin parangón en la España convulsa de aquellos años, tuvieron la lucidez. La fortuna y la tragedia de rebelarse contra tantas y tantas injusticias y manos a la obra, demostrar que una sociedad más justa era posible.
Este libro se editó en 1999. Pero nació mucho antes. Antes incluso que una de las fundadoras de Mujeres Libres, la propia Mercedes Comaposada se esforzara por escribir y reunir, antes de su muerte, los testimonios de todas las supervivientas repartidas por el mundo.
Me viene a la cabeza el camino del exilio de Concha Liaño. Recuerdo como describe su equipaje: cargada de los números de Mujeres Libres y de su máquina de escribir. Hay que salvar nuestra historia, debemos proteger el recuerdo de nuestro trabajo, se decía, bajo el frío de aquel enero infame del 39, saliendo a pie de Barcelona, y bajo las bombas enemigas que no tenían bastante con el éxodo.
¿Quién discutiría hoy que aquello fuera una trágica derrota? Pero a mí me gustaría rescatar y disfrutar de la inmensa luz que el esfuerzo de Mujeres Libres desplegó. Para eso he venido aquí. Para disfrutar con vosotros de este momento. Para celebrarlo. Y para reivindicar y recuperar para el presente y para el futuro aquel instante estelar de nuestra historia. Y a pesar de la amargura de buena parte de cada una de sus vidas, condenadas al silencio, al olvido, al exilio exterior o interior, hoy tenemos la suerte de contar con alguna de ellas entre nosotras para agradecerle a todas tantos afanes.
No es un consuelo de tontas. Su audacia, su perspicacia tuvo el más elevado de los precios. No cabe duda. Pagaron con la muerte, con la cárcel y el silencio su atrevimiento.
Pero la tragedia más rotunda se gestó del lado de las mujeres que salieron a la calle a aplaudir y defender al dictador. Y ese precio lo pagamos todas. La adversidad más cruel fue para aquellas que creyeron en la esencia de ellas mismas como seres dependientes, menores de edad permanentes. Para aquellas que defendieron la tutela como norma, la iglesia más reaccionaria como guía y único consuelo. La tragedia incruenta fue para aquellas que han sido unos espejos rotos para las generaciones que hemos nacido durante cuarenta años de franquismo. Su desdicha ha sido comprobar que su aplauso al nacional catolicismo las colocaba delante justo de un enorme muro de piedra construido con su entusiasmo.
Son mujeres que han vivido a la sombra de una cárcel invisible que ellas mismas habían defendido como propia. Son las líderes de Acción Católica y de la Sección Femenina. Mujeres silenciadas por su propia mordaza.
Quienes crecimos a su amparo nos revelamos contra ellas. Contra su absurdo, contra su ley. Y ni su rosario, ni su libro de economía doméstica pudo con nosotras. Porque, en el silencio, buscábamos sin saberlo a las Mujeres Libres que ellas habían combatido y habían deseado eliminar para que no quedara rastro.
Ellas son las derrotadas.
La historia gira sobre sí misma. Fue Antonio Machado el que escribió: «Para los estrategas, los políticos, los historiadores todo está claro: hemos perdido la guerra. Humanamente hablando yo no estoy tan seguro. Quizá la hemos ganado».
Aquellas Mujeres Libres, que tuvieron la osadía de adoptar tal nombre, -unir ni más ni menos que la palabra mujer y la palabra libre, se atrevieron a meterse en los territorios vedados desde siglos. Hablemos de las tres fundadoras de la revista:
Amparo Poch y Gascón abanderó la maternidad consciente, defendió la educación sexual, abogó por desterrar la vergüenza y la ignorancia entorno a la sexualidad.
Lucía Sánchez Saornil se atrevió a escribir en la prensa anarquista, sobre finales del 27: que la problemática de la mujer proletaria requería soluciones específicas al margen de las resoluciones del conflicto de clases.
Y tiene la temeridad de amar a otra mujer, América Barroso, que será -como cuenta Antonina- la compañera de su vida. Y sufrió la amargura de vivir convertida en topo en la ciudad de Valencia. Ella, dinámica, valiente, cargada de fuerza y de ideas renovadoras, metida bajo tierra durante años. Huyendo de las sombras.
¿Cómo no enloquecer?
Fue ella quien con más nitidez se atrevió a señalar que la ignorancia y la esclavitud de las mujeres las igualaba como sexo. Afirmando con el feminismo moderno que la exclusión de las mujeres había que combatirla con armas diferentes de la emancipación obrera.
Cuando a principios de los setenta comienzan a surgir grupos feministas por toda la geografía española a quienes nos esforzamos en aquella tarea nos resultaba imposible encontrar referencias en la experiencia de nuestra historia. Al menos, no acertamos a hacerlo. Las feministas americanas, las francesas, las británicas. Alejandra Kolontai entre las bolcheviques y Emma Goldman entre las anarquistas. Que por cierto de ella rescato estas palabras:
«Pero, en general, el hombre, dispuesto siempre a luchar heroicamente por su emancipación, está muy lejos de pensar lo mismo respecto al sexo opuesto».
Silencio sobre la experiencia de las mujeres anarquistas españolas.'
Silencio sobre sus ideas, sobre sus revistas, sobre sus puntos de vista.
Cuando elaboramos nuestros programas sobre sexualidad, sobre derecho al aborto, sobre educación, sobre las leyes laborales o civiles pensábamos que lo hacíamos abriendo nuevas sendas.
¡Qué pena, que terrible pena no haber contado con vosotras en nuestras filas! No haber tenido a tiempo la biografía de cada una. Vuestros esfuerzos, vuestros escritos. ¡Qué pena para nosotras no haberos conocido antes! No haber contado con vuestro calor, con vuestra compañía, con vuestra experiencia cuando buscábamos otras en quienes reconocernos. Y pensábamos que estábamos solas.
Salvando las distancias históricas, el camino que retomó el movimiento feminista en los años setenta lo habíais abierto vosotras. Yo quiero rendiros a todas y a cada una el más cariñoso homenaje de una fascinada compañera, llegada al mundo cuando aún ni vosotras ni nosotras nos sobreponíamos de las heridas de la guerra y de la derrota.
A lo largo de los meses en los que investigué para el documental sobre las mujeres en la guerra civil -Mujeres del 36 se llamó- conocí a infinidad de mujeres.
Una de ellas, se llama Plácida Armengol, y no aparece en la película. Tiene casi noventa años y escribe como dicen que lo hace Dios: Recto con líneas torcidas. Tal vez porque también Dios es viejo.
Si todas me emocionaron con sus relatos, Plácida lo hizo doblemente. Vive en Mas de las Matas, un pueblo del Maestrazgo aragonés, cerquita de Alcañiz, la pequeña Rusia la llamaron en algún momento de aquella revolución fulminante que tantas cosas creó y tantas destruyó, como es norma de revoluciones.
Voy a contaros su historia:
Hija de artesano, era la mayor de cuatro hermanas. Fue a servir a Barcelona donde conoció que el mundo tenía más caminos que los que ella hubiera imaginado. La guerra le pilló de vuelta en su pueblo, Aguaviva. Y allí se sumó a la colectividad. Leyó todo lo que cayó en sus manos. Casi casi aprendió esperanto y se carteaba con un búlgaro. Creyó que los dueños habían perdido y que a las mujeres les esperaba una vida diferente. Se subió a aquel tren con todas sus consecuencias y puso en aquel esfuerzo todo lo que tenía: las ganas inmensas de aprender y sus manos como costurera en la colectividad. Si más hubiera habido, más hubiera aprendido. Pero no era mucha la gente ilustrada que llegaba por allí.
En su pueblo y tantos otros no quedaron vivos ni uno sólo de sus compañeros. Ella volvió. La raptaron, la pasearon.
Ha vivido sin salida. Sin nadie a su lado en quien confiarse. Sabiendo que no había ni siquiera un compañero para ella porque a sus hombres los habían eliminado.
Plácida ha vivido en el silencio. Sin contarle a nadie los mejores momentos de su vida. Porque tenía miedo. Sí. Pero también porque nadie los ha querido oír. Porque hemos crecido en un silencio que ha intentado borrar la propia historia. Pero, por fin, hemos puesto nuestros oídos en funcionamiento. Y hemos comenzado a escuchar. Por eso, es esencial esta lección de vida de Mujeres Libres. Para llegar al corazón de las nuevas generaciones y para que podamos ver más allá de nuestras propias narices.
Por eso queremos conoceros con nombres y apellidos para que las más jóvenes tengan referencias en las que aprender a defenderse. Que sepan que no están solas y que merece la pena rebelarse.
Gracias a todas, muchas gracias.
«Este es el único libro escrito por las supervivientes de esta organización, después de la pérdida del manuscrito. Es un libro financiado por ellas y de necesaria divulgación.»

Llum Quiñonero
Extret de SolidaritadObrera Setembre ‘99