EN EL PERÚ.

NARRACIONES HISTÓRICAS.



 
 

Por Clorinda Matto de Turner
                                      No fué e1 valor en la gigante lidia
                                      Lo que faltó al Perú. Con ardimiento
                                      Generoso, creciente, inextinguible
                                      Cáceres luchó. La negra Envidia
                                      Y la Traición en tenebrosa alianza
                                      A islaron al guerrero en su pujanza
                                      ¡Y lo dejaron solo en la contienda!
                                      Caiga sobre ellos maldición tremenda
                                      Y en medio a los escombros calcinados
                                      Que la borrasca amontonó, espantosa,
                                       Levantemos la enseña victoriosa
                                       Y a su sagrada sombra, transformados
                                       Los hijos del Perú, con noble ejemplo,
                                       Reconstruyamos a la faz del mundo
                                      ¡De nuestra Patria el magestuoso templo!

                                                        Canto épico a Huamachuco
                                                                      A. MORALES TOLEDO

     Plegada la enseña que el invasor dejó flameando en el palacio de Pizarro; derrocado el gobierno impuesto por el enemigo: retirado al hogar el general don Miguel Iglesias: debió, pues, vibrar en todos los ámbitos nacionales el canto del poeta soldado y por doquiera levantarse « la enseña del trabajo fecundo ».

     Por mal de la Patria, entre los elementos maléficos que fermentan en el seno de los escombros, quedaban los gérmenes de la ambición desmedida y la vanidad infecunda.

     ¡Paz! pax multa, era el supremo reactivo para la madre nuestra agonizante y a ella se entregaron los pueblos después del 3 de Junio de 1886, fecha en la que ascendió al mando supremo de la República el general don Andrés A. Cáceres, llamado el héroe de la resistencia y fundador de ese partido Constitucional que tomó por distintivo el rojo, rojo como la sangre derramada el defensa de 1a bandera nacional.

      Cuatro años de labor, tal vez, sólo significaban la desmontación de los escombros dejados por el incendio, la tala y el saqueo.

      Surgió la época de la trasmisión de mando que, desgraciadamente, vino a recaer en una,

     personalidad mediocre, casi pobre a de aptitudes de estadista; pero el país apreciaba la paz como la prenda segura de reacción y a la paz sacrificó conveniencias de otro género y simpatías personales.

     Otros cuatro años de paz y de trabajo ya le señalaban nuevos rumbos a la República; en la espectativa de las naciones americanas, el Perú merecía las simpatías de todas menos una; sólo una se inquietaba por la existencia vigorosa de la paz y de la unión, salvadoras de las naciones; y los gérmenes de la ambición desmedida y de la vanidad infecunda fermentaban en el seno de la República.

     [12] Paz! pax multa, era el supremo reactivo para la madre nuestra agonizante y a ella se entregaron los pueblos después del 3 de Junio de 1886, fecha en la que ascendió al mando supremo de la República el general don Andrés A. Cáceres, llamado el héroe de la resistencia y fundador de ese partido Constitucional que tomó por distintivo el rojo, rojo como la sangré derramada en defensa, de la bandera nacional.

     Surgió la época de la trasmisión de mando que, desgraciadamente, vino a recaer en una personalidad mediocre, casi pobre de aptitudes de estadista, pero el país apreciaba la paz como la prenda segura de reacción y a la paz sacrificó conveniencias de otro género y simpatías personales.

     Otros cuatro años de paz y de trabajo ya le señalaban nuevos rumbos a la República; en la espectativa de las naciones americanas, el Perú merecía las simpatías de todas menos una; sólo una se inquietaba por, la existencia vigorosa de la paz y de la unión, salvadoras de las naciones; y los gérmenes de la ambición desmedida y de la vanidad infecunda fermentaban en el seno de la República.

     [13] Chile, que al lanzarse a la guerra de con quista lo hizo con plan meditado y programa definido, necesitaba asesinar esa Paz y buscaba el brazo para entregarle el corvo, y lo halló en el mismo que en San Juan y Miraflores le abandonó las puertas de la suntuosa capital desertando a carrera abierta hácia las criptas solitarias del interior.

     La noble sangre peruana que non sustenta parece que se agolpara en borbotones al corazón, tiñendo los puntos de nuestra pluma, cuando queremos recordar algo de aquella guerra cruenta del Pacífico, en la cual el Perú ha pagado con la sangre de sus venas, por sus hijos, con el oro de sus vetas, con el salitre de sus sabanas; con girones de su propio corazón, mutilado en Tarapacá, y con los grillos del cautiverio, remachados sobre Arica y Tacna; ha pagado, decimos, su leal proceder para con la hermana República de Bolivia; y oleajes desconocidos vienen de los misterios del pasado para avivar la ira, santa de nuestra alma y fundirla luego en el crisol de la propia impotencia.

     Los que cantaron sobre los muros de Babilonia han lanzado los ayes más profundamente doloridos.

     Las que hemos llorado sobre las ruinas del Perú; después de la tala chilena, hemos llorado

     lágrimas de fuego y hemos mirado como a semidioses a los mortales que supieron pelear sin huirse como mercenarios.

     La palabra REVOLUCIÓN, que en las repúblicas latino americanas tiene vibración tan sugestiva, estaba amortiguada en el Perú con ocho años de paz, de 1886 a 1894.

     Chile buscaba al hombre para su corvo.

     Chile lo halló en el señor don Nicolás de Piérola, y sólo restaba encontrar el pretexto.

     Aliados, con opción a los beneficios, entraron el señor don Guillermo Billinghurst y el señor Delegado Apostólico residente en Lima.

     Se fué a buscar elementos para la descomposición social en la morada de los chacales que venenarían las fuentes de salad nacional, como la prensa, el púlpito y la cátedra universitaria.

      El momento de exhibir el pretexto no se dejó esperar, pues éste vino en la forma en que se produjo la herencia de la banda presidencial a la muerte del general don Remigio Morales Bermúdez, acaecida el 1° de Abril de 1894, asistido por los médicos Lino Alarco, Leonardo Villar, Celso Bambaren, Belisario Sosa, Julio Becerra, J. C. Castillo, C. J. Carvallo, Manuel A. Muñiz y Wenceslao Salazar.

     El señor Morales Bermúdez había sido elegido primer mandatario; siendo acompañado por el doctor don Pedro A. del Solar como primer vicepresidente y como segundo el coronel Borgoño.

     [15] El doctor Solar nació en la ciudad de Lima el 26 de Noviembre de 1829 é hizo carrera brillante como periodista, más aún que como abogado, porque a esta profesión no le consagró el afecto ni el entusiasmo que al diarismo, ascua fuego que purifica, que retempla, que consume según el que maneje el fuelle y el cómo lo maneje.

     La conducta del doctor Solar en la guerra con Chile fué digna y su actuación al lado del dictador Piérola, disculpable, porque un error de concepto le guiaba. Para lanzar esta afirmación nos apoyamos en la siguiente confesión.

     Una tarde del mes de Junio de 1883 conversábamos con el doctor Solar, en una glorieta de la hacienda Chiñicara, propiedad de don José Astete, en el Cuzco; teníamos nuestras tazas de café Marcapata sobre la mesilla rústica y rememorábamos sucesos políticos en los cuales nuestro ilustre amigo lanzó opiniones respecto del señor Piérola, acusándolo de vanidoso y ambicioso vulgar.

     --Y cómo usted ha sido su segundo, casi su brazo derecho?--le interrogamos.

     - Es que creí servir a un carácter y me encontré con una beata calculista, --nos respondió.

     -Entonces, si usted llegase al Poder sería inflexible, y sanguinario, una especie de don Pedro el Cruel? volvimos a interrogar. Don Pedro levantó su taza dió un sorbo de café y nos miró con su mirada penetrante, mirada que en aquellos tiempos era como de filos y que, alguna vez hubiese querido cortar los cuellos de los enemigos que le salieron al camino, más por Piérola que por causa propia. Hoy ocupa nuevamente su sillón en la Corte Suprema de Justicia del Perú.

     El hoy general don Justiniano Borgoño, hijo de otro general, don Pedro Antonio Borgoño, veterano de la Independencia, es natural de Trujillo la docta, en donde nació el 5 de Septiembre [17] de 1836. Desde los 16 años reveló ser todo un carácter en la administración de los valiosos intereses que su padre poseía en el valle de Chicama con el nombre de Tulape. En 1856 ingresó al ejército.

     Su actuación durante la campaña contra Chile fué brillante, dándole fama de serenidad y valor á toda prueba, especialmente en San Pablo y en la gloriosa batalla de Huamachuco en donde fué herido, y así acompañó hasta Conchocos a su jefe al general Cáceres.

     La foja de servicios del general Borgoño es una foja digna para cualquier soldado que basa sus ambiciones en el honor militar.

     Fuera de esos servicios, ha desempeñado el general Borgoño diputaciones y senadorías a varios Congresos, y ha sido ministro de Estado en diferentes ocasiones, siendo reputado en el país como uno de los hombres más honrados y patriotas. En la época a que nos referimos, el general Borgoño no tenía enemigos políticos, y sí el doctor Solar, como que es difícil pasar por alturas sin sembrar descontentos y mucho más en épocas anormales como las que tuvo sostener el doctor Solar como Jefe Superior de la zona de Arequipa, segundo del dictador señor Piérola.

     Tales eran, en síntesis, los personajes que se encontraban frente a frente, junto al ataúd del [18] general Morales Bermúdez, para recoger la herencia del mando supremo de la nación.

     Desde las primeras horas en que se acentuó la gravedad del enfermo Presidente, se celebraban conferencias entre los hombres más conspicuos de la política militante, y partiendo del principio de que la paz interna era la base del afianzamiento del edificio nacional en reconstrucción, previa aceptación y deliberación del doctor Solar, llamado por la ley, quien, al renunciar el encargarse del mando en su nota de 1° de Abril de 1894, dirigida al Presidente del Consejo de Ministros doctor don José Mariano Jiménez, dice: «Iría al sacrificio al que han querido impelerme, si él en manera alguna fuese fructuoso para la República. En tal virtud cúmpleme expresar a V. S. que el Gabinete puede hacer su dimisión ante el 2° vicepresidente de la República», etc.

     Previa aceptación del ejército y los poderes públicos, tomó posesión del mando el general Borgoño, convocando inmediatamente a elecciones generales.

     La paz de que disfrutaba el Perú, mortificaba grandemente a Chile, como ya hemos dicho.

     Negros nubarrones se iban amontonando en el horizonte nacional, siendo el eterno conspirador señor Piérola, quien agitaba las corrientes tempestuosas. El caso de la muerte del general Morales Bermúdez y la forma en que se realizó la transmisión del mando en la persona del 2° vicepresidente, era un pretexto de revuelta encontrado como de molde por Piérola, que ambicionaba el mando, y por Chile, cuyos planes de conseguir el total aniquilamiento del Perú, mediante la anarquía, se veían cruzados por la conservación de la paz interna. Los verdaderos patriotas que existen en el Perú, bien comprenden este juego de anarquización y de revuelta en que se empeñan los eternos enemigos, y por eso es que en más de una ocasión han hecho a la Patria la ofrenda de sus convicciones y de sus intereses personales en el rol de la política interna. Exento de tales sentimientos estuvo don Nicolás de Piérola. Para que esta afirmación no se tache, tal vez, de apasionada, baste recordar cómo se aprovechó en beneficio personal, el litigio Dreyffus en el cual el Perú era acreedor por 8.000.000 de soles, y después de recibir el señor Piérola el Talismán y ajustarse la querella, resulta más bien deudor el Perú, [20] baste recordar cómo al frente mismo del chileno que iba a despojar los tesoros de la madre Patria utilizó en provecho personal el batallón que como a peruano le confiaron para que defendiera a su Patria. Se declaró Dictador, se hizo director de la guerra sin conocer nada de milicia y salió huyendo en la hora en que todos caían envueltos en el sudario de la honra nacional.

     Esta vez también acudió Chile y tocó al señor Piérola la triste misión de aceptar el arma fratricida y el dinero corruptor; y en una conferencia celebrada en Santiago de Chile, entre varios personajes políticos, presente el señor [21] Internuncio Pontificio José Macchi, quedaron sancionados los acuerdos. Aquí la razón por la que el Delegado Apostólico a su regreso al Perú fuese abierto y franco propagandista de las excelencias del señor Piérola, como «el único llamado a gobernar a los peruanos » .

     El doctor Solar, que en los primeros momentos aceptó, como conveniencia nacional exigida por la paz interna, la eliminación de su persona, días después, sugestionado tal vez por exigencias de los suyos, más que por el brillo de las alturas cuya falsedad había constatado ya en otras ocasiones, se prestó a anular su renuncia y a ser pendón de revuelta en la cual el señor Piérola tenía que ser el favorecido, y burlado el señor Solar.

     Aparecieron montonerasen diferentes villorios del territorio; sin embargo, estas no alteraron el orden del sufragio en las elecciones que se realizaban en la República, dando por resultado la designación del general Cáceres para Presidente, del general don César Canevaro para primer vice y segundo el doctor don Cesáreo Chacaltana, cuyos merecimientos como jurisconsulto, como diplomático y hombre juicioso, han salvado los linderos de la patria, haciendo de él una gloria nacional.

     La trasmisión del poder se hizo en circunstancias tales, que el país tenía derecho a esperar [22] una nueva era de paz, porque la necesidad de la paz estaba en la conciencia de los hombres patriotas. Pero no fué así: la misión del señor Piérola tenía que llenarse, porque los momentos eran preciosos para dilatar la solución del plebiscito estipulado en Ancón, porque entra en el plan de la diplomacia chilena la idea de las dilaciones como recurso inofensivo, según la frase de uno de sus escritores, y de trascendental importancia si se atiende a que ganar tiempo es ganar la batalla. Quién con dinero y armamento no corona la victoria en países como el nuestro, esencialmente revolucionarios, irreflexivos é inquietos?

     Ya hemos dicho que el señor Piérola recibió sus elementos. Ellos se derramaron en diferentes provincias. Por el norte, donde el desorden era problemático, la voz de un solo hombre joven y honrado, que pudo servir de excepción en la regla general y que extravió su criterio pero no 1o contaminó con la ambición personal, fué de efecto mágico. El doctor don Augusto Durand preparó el triunfo de la revolución, aportando a ella el prestigio de su nombre sin mancilla y el poder de su arrojo casi temerario. La bola de nieve se convertía en ascuas.

     En la capital vivíamos abrasados por una atmósfera calcinada, respirando un aire mefítico por el desborde de las pasiones y el tole tole que se produjo entre milicianos y paisanos, entre los amigos del orden y los partidarios de la revolución.

     Nosotros pertenecíamos al número de los del orden. Servíamos al Partido Constitucional, por la convicción de sus honrosas tradiciones, porqué él nació bajo la bandera de la defensa del Perú contra el invasor, porque de su seno salieron los que sin cobardías desertoras ni apostasías calculadas, fueron siempre con el lema de la Patria. Nuestra lealtad para con el señor general don Andrés A. Cáceres era otro vínculo más para seguir al glorioso pabellón por él sostenido, y, si cometimos el pecado de mezclarnos en política, fué por el derecho que existe de pensar y de expresar el pensamiento. Las páginas que en 1883 consagramos al general Cáceres pusieron de manifiesto la idea que desde ahora diez y ocho años teníamos formada del ínclito defensor de la honra nacional, del que fué llevado más tarde a regir los destinos de esa patria por él defendida con tesón, con su sangre y sus amarguras. Defendimos en la prensa, en nuestro semanario Los Andes, la política del partido constitucional, glorificamos el nombre del esclarecido ciudadano que descolló en nuestra patria, y fué llevado por segunda vez a regir los destinos del país; lo hicimos por patriotismo sincero, con desinterés manifiesto, [24] y las consecuencias de nuestra imniscuición las hemos arrostrado con serenidad, presenciando la destrucción de nuestro hogar, primero, después, la de nuestro taller de trabajo y por último aceptando el camino del extranjero para buscar el pan que no podíamos hallar en aquel suelo cargado de venganzas, de atropellos y de cuánto innoble puede producir la comandita del clericalismo con el pierolismo.