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DISCURSO DE ANGOSTURA
(Discurso pronunciado por el Libertador ante el Congreso de Angostura el 15 de febrero de 1819, día de su instalación)
Señor. ¡dichoso el
ciudadano que bajo el escudo de las armas de su mando ha convocado la Soberanía
Nacional para que ejerza su voluntad
absoluta! Yo, pues, me cuento
entre los seres más favorecidos de la Divina Providencia, ya que
he tenido el honor de reunir a los
representantes del pueblo de Venezuela
en este augusto Congreso, fuente de la autoridad legítima, depósito
de la voluntad soberana y árbitro
del destino de la Nación.
Al transmitir a los representantes
del pueblo el Poder Supremo que se me había confiado, colmo los
votos de mi corazón, los de mis
conciudadanos y los de nuestras
futuras generaciones, que todo lo esperan de vuestra sabiduría,
rectitud y prudencia. Cuando cumplo con este
dulce deber, me liberto de la
inmensa autoridad que me agobia, como de la responsabilidad ilimitada que
pesaba sobre mis débiles fuerzas.
Solamente una necesidad forzosa,
unida a la voluntad imperiosa del pueblo, me habría sometido al
terrible y peligroso cargo de Dictador Jefe
Supremo de la República.
¡Pero ya respiro devolviéndoos esta autoridad, que con tanto
riesgo, dificultad y pena he logrado mantener en
medio de las tribulaciones más
horrorosas que pueden afligir a un cuerpo social! No ha sido la época
de la República, que he presidido, una
nueva tempestad política,
ni una guerra sangrienta, ni una anarquía popular, ha sido, sí,
el desarrollo de todos los elementos desorganizadores:
ha sido la inundación de
un torrente infernal que ha sumergido la tierra de Venezuela. Un hombre
¡y un hombre como yo! ¿qué diques podría
oponer al ímpetu de estas
devastaciones? En medio de este piélago de angustias no he sido
más que un vil juguete del huracán revolucionario
que me arrebataba como una débil
paja. Yo no he podido hacer ni bien ni mal; fuerzas irresistibles han dirigido
la marcha de nuestros
sucesos; atribuirmelos no sería
justo, y sería darme una importancia que no merezco. ¿Queréis
conocer los autores de los acontecimientos
pasados y del orden actual? Consultad
los anales de España, de América, de Venezuela; examinad
las leyes de Indias, el régimen de los
antiguos mandatarios, la influencia
de la religión y del dominio extranjero; observad los primeros actos
del gobierno republicano la ferocidad
de nuestros enemigos y el carácter
nacional. No me preguntéis sobre los efectos de estos trastornos
para siempre lamentables; apenas se me
puede suponer simple instrumento
de los grandes móviles que han obrado sobre Venezuela; sin embargo,
mi vida, mi conducta, todas mis
acciones públicas y privadas
están sujetas a la censura del pueblo. ¡Representantes! vosotros
debéis juzgarlas. Yo someto la historia de mi
mando a vuestra imparcial decisión;
nada añadiré para excusarla; ya he dicho cuanto puede hacer
mi apología. Si merezco vuestra aprobación,
habré alcanzado el sublime
título de buen ciudadano, preferible para mí al de Libertador
que me dio Venezuela, al de Pacíficador que me dio
Cundinamarca, y a los que el mundo
entero puede dar.
¡Legisladores! Yo deposito
en vuestras manos el mando supremo de Venezuela. Vuestro es ahora el augusto
deber de consagraros a la
felicidad de la República:
en vuestras manos está la balanza de nuestros destinos, la medida
de nuestra gloria; ellas sellarán los decretos que
fijen nuestra Libertad. En este
momento el Jefe Supremo de la República no es más que un
simple ciudadano; y tal quiere quedar hasta la
muerte. Serviré sin embargo
en la carrera de las armas mientras haya enemigos en Venezuela. Multitud
de beneméritos hijos tiene la patria,
capaces de dirigirla, talentos,
virtudes, experiencia y cuanto se requiere para mandar a hombres libres,
son el patrimonio de muchos de los que
aquí representan el pueblo;
y fuera de este soberano cuerpo se encuentran ciudadanos que en todas épocas
han demostrado valor para
arrostrar los peligros, prudencia
para evitarlos y el arte, en fin, de gobernarse y de gobernar a otros.
Estos ilustres varones merecerán sin duda
los sufragios del Congreso y a
ellos se encargará del gobierno, que tan cordial y sinceramente
acabo de renunciar para siempre.
La continuación de la autoridad
en un mismo individuo frecuentemente ha sido el término de los gobiernos
democráticos. Las repetidas
elecciones son esenciales en los
sistemas populares, porque nada es tan peligroso como dejar permanecer
largo tiempo en un mismo
ciudadano el poder. El pueblo
se acostumbra a obedecerle y él se acostumbra a mandarlo; de donde
se origina la usurpación y la tiranía. Un
justo celo es la garantía
de la libertad republicana, y nuestros ciudadanos deben temer con sobrada
justicia que el mismo magistrado, que los
ha mandado mucho tiempo, los mande
perpetuamente.
Ya, pues, que por este acto de
mi adhesión a la libertad de Venezuela puedo aspirar a la gloria
de ser contado entre sus más fieles amantes;
permitidme, Señor, que
exponga con la franqueza de un verdadero republicano mi respetuoso dictamen
en este Proyecto de Constitución que
me tomo la libertad de ofreceros
en testimonio de la sinceridad y del candor de mis sentimientos. Como se
trata de la salud de todos, me
atrevo a creer que tengo derecho
para ser oído por los representantes del pueblo. Yo sé muy
bien que vuestra sabiduría no ha menester de
consejos, y sé también
que mi Proyecto, acaso, os parecerá erróneo, impracticable.
Pero Señor, aceptad con benignidad este trabajo, que más
bien es el tributo de mi sincera
sumisión al Congreso que el efecto de una levedad presuntuosa. Por
otra parte, siendo vuestras funciones la
creación de un cuerpo político
y aun se podría decir la creación de una sociedad entera,
rodeada de todos los inconvenientes que presenta una
situación, la más
singular y difícil, quizá el grito de un ciudadano pueda
advertir la presencia de un peligro encubierto de desconocido.
Echando una ojeada sobre lo pasado, veremos cuál es la base de la República de Venezuela.
A1 desprenderse la América
de la Monarquía Española, se ha encontrado semejante al Imperio
Romano, cuando aquella enorme masa cayó
dispersa en medio del antiguo
mundo. Cada desmembración formó entonces una nación
independiente conforme a su situación o a sus
intereses; pero con la diferencia
de que aquellos miembros volvían a restablecer sus primeras asociaciones.
Nosotros ni aún conservamos los
vestigios de lo que fue en otro
tiempo; no somos europeos, no somos indios, sino una especie media entre
los aborígenes y los españoles.
Americanos por nacimiento y europeos
por derechos, nos hallamos en el conflicto de disputar a los naturales
los títulos de posesión y de
mantenernos en el país
que nos vio nacer, contra la oposición de los invasores; así
nuestro caso es el más extraordinario y complicado.
Todavía hay más;
nuestra suerte ha sido siempre puramente pasiva, nuestra existencia política
ha sido siempre nula y nos hallamos en tanta
más dificultad para alcanzar
la Libertad, cuanto que estábamos colocados en un grado inferior
al de la servidumbre; porque no solamente se
nos había robado la Libertad,
sino también la tiranía activa y doméstica. Permítaseme
explicar esta paradoja. En el régimen absoluto, el poder
autorizado no admite límites.
La voluntad del déspota es la Ley Suprema, ejecutada arbitrariamente
por los subalternos que participan de la
opresión organizada en
razón de la autoridad de que gozan. Ellos están encargados
de las funciones civiles, políticas, militares y religiosas;
pero al fin son persas los sátrapas
de Persia, son turcos los bajaes del gran señor, son tártaros
los sultanes de la Tartaria. La China no envía a
buscar mandarines a la cuna de
Gengis Kan, que la conquistó. Por el contrario, la América
todo lo recibía de España que realmente la había
privado del goce y ejercicio de
la tiranía activa, no permitiéndose sus funciones en nuestros
asuntos domésticos y administración interior. Esta
abnegación nos había
puesto en la imposibilidad de conocer el curso de los negocios públicos;
tampoco gozábamos de la consideración
personal que inspira el brillo
del poder a los ojos de la multitud, y que es de tanta importancia en las
grandes revoluciones. Lo diré de una vez,
estábamos abstraídos,
ausentes del universo en cuanto era relativo a la ciencia del Gobierno.
Uncido el pueblo americano al triple
yugo de la ignorancia, de la tiranía y del vicio, no hemos podido
adquirir ni saber, ni poder, ni virtud.
Discípulos de tan perniciosos
maestros, las lecciones que hemos recibido y los ejemplos que hemos estudiado,
son los más destructores. Por
el engaño se nos ha dominado
más que por la fuerza; y por el vicio se nos ha degradado más
bien que por la superstición. La esclavitud es la
hija de las tinieblas; un pueblo
ignorante es un instrumento ciego de su propia destrucción; la ambición,
la intriga, abusan de la credulidad y
de la inexperiencia de hombres
ajenos de todo conocimiento político, económico o civil;
adoptan como realidades las que son puras ilusiones;
toman la licencia por la libertad,
la traición por el patriotismo, la venganza por la justicia. Semejante
a un robusto ciego que, instigado por el
sentimiento de su fuerza, marcha
con la seguridad del hombre más perspicaz, y dando en todos los
escollos no puede rectificar sus pasos. Un
pueblo pervertido si alcanza su
libertad, muy pronto vuelve a perderla; porque en vano se esforzarán
en mostrarle que la felicidad consiste en
la práctica de la virtud;
que el imperio de las leyes es más poderoso que el de los tiranos,
porque son más inflexibles, y todo debe someterse a
su benéfico rigor; que
las buenas costumbres, y no la fuerza, son las columnas de las leyes que
el ejercicio de la justicia es el ejercicio de la
libertad. Así, legisladores,
vuestra empresa es tanto más ímproba cuanto que tenéis
que constituir a hombres pervertidos por las ilusiones del
error y por incentivos nocivos.
La libertad, dice Rousseau, es un alimento suculento pero de difícil
digestión. Nuestros débiles conciudadanos
tendrán que enrobustecer
su espíritu mucho antes que logren digerir el saludable nutritivo
de la libertad. Entumidos sus miembros por las
cadenas, debilitada su vista en
las sombras de las mazmorras, y aniquilados por las pestilencias serviles,
¿serán capaces de marchar con pasos
firmes hacia el augusto Templo
de la Libertad? ¿Serán capaces de admirar de cerca sus espléndidos
rayos y respirar sin opresión el éter puro
que allí reina?
Meditad bien vuestra elección,
legisladores. No olvidéis que vais a echar los fundamentos a un
pueblo naciente que podrá elevarse a la
grandeza que la naturaleza le
ha señalado, si vosotros proporcionáis su base al eminente
rango que le espera. Si vuestra elección no está
presidida por el genio tutelar
de Venezuela, que debe inspiraros el acierto al escoger la naturaleza y
la forma de gobierno que vais a adoptar
para la felicidad del pueblo;
si no acertáis, repito, la esclavitud será el término
de nuestra transformación.
Los anales de los tiempos pasados
os presentarán millares de gobiernos. Traed a la imaginación
las naciones que han brillado sobre la tierra,
y contemplaréis afligidos
que casi toda la tierra ha sido, y aún es, víctima de sus
gobiernos. Observaréis muchos sistemas de manejar
hombres, mas todos para oprimirlos;
y si la costumbre de mirar al género humano conducido por pastores
de pueblos, no disminuyese el
horror de tan chocante espectáculo,
nos pasmaríamos al ver nuestra dócil especie pacer sobre
la superficie del globo como viles rebaños
destinados a alimentar a sus crueles
conductores. La naturaleza a la verdad nos dota, al nacer, del incentivo
de la libertad; mas sea pereza, sea
propensión inherente a
la humanidad, lo cierto es que ella reposa tranquila aunque ligada con
las trabas que le imponen. Al contemplarla en
este estado de prostitución,
parece que tenemos razón para persuadimos que los más de
los hombres tienen por verdadera aquella humillante
máxima, que más
cuesta mantener el equilibrio de la libertad que soportar el peso de la
tiranía. ¡Ojalá que esta máxima contraria a
la moral de
la naturaleza fuese falsa! ¡Ojalá
que esta máxima no estuviese sancionada por la indolencia de los
hombres con respecto a sus derechos más
sagrados!
Muchas naciones antiguas y modernas
han sacudido la opresión; pero son rarísimas las que han
sabido gozar algunos preciosos momentos
de libertad; muy luego han recaído
en sus antiguos vicios políticos; porque son los pueblos más
bien que los gobiernos los que arrastran tras
sí la tiranía. El
hábito de la dominación los hace insensibles a los encantos
del honor y de la prosperidad nacional; y miran con indolencia la
gloria de vivir en el movimiento
de la libertad, bajo la tutela de leyes dictadas por su propia voluntad.
Los fastos del universo proclaman esta
espantosa verdad.
Sólo la democracia, en mi
concepto, es susceptible de una absoluta libertad; pero, ¿cuál
es el gobierno democrático que ha reunido a un
tiempo, poder, prosperidad, y
permanencia? ¿Y no se ha visto por el contrario la aristocracia,
la monarquía cimentar grandes y poderosos
imperios por siglos y siglos?
¿Qué gobierno más antiguo que el de China? ¿Qué
república ha excedido en duración a la de Esparta, a la de
Venecia? ¿E1 Imperio Romano
no conquistó la tierra? ¿No tiene la Francia catorce siglos
de monarquía? ¿Quién es más grande que la
Inglaterra? Estas naciones, sin
embargo, han sido o son aristocracias y monarquías.
A pesar de tan crueles reflexiones,
yo me siento arrebatado de gozo por los grandes pasos que ha dado nuestra
República al entrar en su
noble carrera. Amando lo más
útil, animada de lo más justo, y aspirando a lo más
perfecto al separarse Venezuela de la nación española, ha
recobrado su independencia, su
libertad, su igualdad, su soberanía nacional. Constituyéndose
en una República Democrática, proscribió la
monarquía, las distinciones,
la nobleza, los fueros, los privilegios: declaró los derechos del
hombre, la libertad de obrar, de pensar, de hablar y
de escribir. Estos actos eminentemente
liberales jamás serán demasiado admirados por la pureza que
los ha dictado. E1 primer Congreso de
Venezuela ha estampado en los
anales de nuestra legislación, con caracteres indelebles, la majestad
del pueblo dignamente expresada, al sellar
el acto social más capaz
de formar la dicha de una nación. Necesito de recoger todas mis
fuerzas para sentir con toda la vehemencia de que
soy susceptible, el supremo bien
que encierra en sí este Código inmortal de nuestros derechos
y de nuestras leyes. ¡Pero cómo osaré decirlo!
¿Me atreveré yo
a profanar con mi censura las tablas sagradas de nuestras leyes. . .? Hay
sentimientos que no se pueden contener en el pecho
de un amante de la patria; ellos
rebosan agitados por su propia violencia, y a pesar del mismo que los abriga,
una fuerza imperiosa los
comunica. Estoy penetrado de la
idea de que el Gobierno de Venezuela debe reformarse; y que aunque muchos
ilustres ciudadanos piensen
como yo, no todos tienen el arrojo
necesario para profesar públicamente la adopción de nuevos
principios. Esta consideración me insta a
tomar la iniciativa en un asunto
de la mayor gravedad, y en que hay sobrada audacia en dar avisos a los
consejeros del pueblo.
Cuanto más admiro la excelencia
de la Constitución Federal de Venezuela, tanto más me persuado
de la imposibilidad de su aplicación a
nuestro estado. Y según
mi modo de ver, es un prodigio que su modelo en el Norte de América
subsista tan prósperamente y no se trastorne
al aspecto del primer embarazo
o peligro. A pesar de que aquel pueblo es un modelo singular de virtudes
políticas y de ilustración moral; no
obstante que la libertad ha sido
su cuna, se ha criado en la libertad y se alimenta de pura libertad; lo
diré todo, aunque bajo de muchos
respectos, este pueblo es único
en la historia del género humano, es un prodigio, repito, que un
sistema tan débil y complicado como el federal
haya podido regirlo en circunstancias
tan difíciles y delicadas como las pasadas. Pero sea lo que fuere
de este Gobierno con respecto a la
Nación Americanas, debo
decir que ni remotamente ha entrado en mi idea asimilar la situación
y naturaleza de los estados tan distintos como
el Inglés Americano y el
Americano Español. ¿No sería muy difícil aplicar
a España el código de libertad política, civil y religiosa
de la
Inglaterra? Pues aún es
más difícil adaptar en Venezuela las leyes del Norte de América.
¿No dice El Espíritu de las Leyes que éstas deben
ser propias para el pueblo que
se hacen? ¿que es una gran casualidad que las de una nación
puedan convenir a otra? ¿que las leyes deben ser
relativas a lo físico del
país, al clima, a la calidad del terreno, a su situación,
a su extensión, al género de vida de los pueblos; referirse
al grado
de libertad que la Constitución
puede sufrir, a la religión de los habitantes, a sus inclinaciones,
a sus riquezas, a su número, a su comercio, a
sus costumbres, a sus modales?
¡He aquí el Código que debíamos consultar, y
no el de Washington!
La Constitución Venezolana
sin embargo de haber tomado sus bases de la más perfecta, si se
atiende a la corrección de los principios y a los
efectos benéficos de su
administración, difirió esencialmente de la Americana en
un punto cardinal, y sin duda el más importante. El Congreso
de Venezuela como el Americano
participa de algunas de las atribuciones del Poder Ejecutivo. Nosotros,
además, subdividimos este Poder
habiéndolo cometido a un
cuerpo colectivo sujeto por consiguiente a los inconvenientes de hacer
periódica la existencia del Gobierno, de
suspenderla y disolverla siempre
que se separan sus miembros. Nuestro triunvirato carece, por decirlo así,
de unidad, de continuación y de
responsabilidad individual; está
privado de acción momentánea, de vida continua, de uniformidad
real, de responsabilidad inmediata, y un
gobierno que no posee cuanto constituye
su moralidad, debe llamarse nulo.
Aunque las facultades del Presidente
de los Estados Unidos están limitadas con restricciones excesivas,
ejerce por sí solo todas las funciones
gubernativas que la Constitución
le atribuye, y es indubitable que su administración debe ser más
uniforme, constante y verdaderamente
propia que la de un poder diseminado
entre varios individuos cuyo compuesto no puede ser menos que monstruoso.
El Poder Judiciario en Venezuela
es semejante al Americano, indefinido en duración, temporal y no
vitalicio; goza de toda la independencia
que le corresponde.
El primer Congreso en su Constitución
Federal más consultó el espíritu de las provincias,
que la idea sólida de formar una República
indivisible y central. Aquí
cedieron nuestros legisladores al empeño inconsiderado de aquellos
provinciales seducidos por el deslumbrante
brillo de la felicidad del Pueblo
Americano, pensando que las bendiciones de que goza son debidas exclusivamente
a la forma de gobierno y
no al carácter y costumbres
de los ciudadanos. Y en efecto, el ejemplo de los Estados Unidos por su
peregrina prosperidad era demasiado
lisonjero para que no fuese seguido.
¿Quién puede resistir al amor que inspira un gobierno inteligente
que liga a un mismo tiempo los
derechos particulares a los derechos
generales; que forma de la voluntad común la Ley Suprema de la voluntad
individual? ¿Quién puede
resistir al imperio de un gobierno
bienhechor que con una mano hábil, activa y poderosa dirige siempre,
y en todas partes, todos sus resortes
hacia la perfección social,
que es el fin único de las instituciones humanas?
Mas por halagüeño que
parezca y sea en efecto este magnifico sistema federativo, no era dado
a los venezolanos gozarlo repentinamente a
salir de las cadenas. No estábamos
preparados para tanto bien; el bien, como el mal, da la muerte cuando es
súbito y excesivo. Nuestra
Constitución Moral no tenía
todavía la consistencia necesaria para recibir el beneficio de un
gobierno completamente representativo, y tan
sublime cuanto que podía
ser adaptado a una República de Santos.
¡Representantes del Pueblo!
Vosotros estáis llamados para consagrar o suprimir cuanto os parezca
digno de ser conservado, reformado o
desechado en nuestro pacto social.
A vosotros pertenece el corregir la obra de nuestros primeros Legisladores;
yo querría decir que a vosotros
toca cubrir una parte de la belleza
que contiene nuestro Código Político; porque no todos los
corazones están formados para amar a todas las
beldades; ni todos los ojos son
capaces de soportar la luz celestial de la perfección. E1 libro
de los Apóstoles, la moral de Jesús, la obra divina
que nos ha enviado la Providencia
para mejorar a los hombres, tan sublime, tan santa, es un diluvio de fuego
en Constantinopla, y el Asia
entera ardería en vivas
llamas, si este libro de paz se le impusiese repentinamente por Código
de religión, de leyes y de costumbres.
Séame permitido llamar la
atención del Congreso sobre una materia que puede ser de una importancia
vital. Tengamos presente que nuestro
pueblo no es el europeo, ni el
americano del Norte, que más bien es un compuesto de Africa y de
América, que una emanación de la Europa;
pues que hasta la España
misma deja de ser europea por su sangre africana, por sus instituciones
y por su carácter. Es imposible asignar con
propiedad a qué familia
humana pertenecemos. La mayor parte del indígena se ha aniquilado,
el europeo se ha mezclado con el americano y
con el africano, y éste
se ha mezclado con el indio y con el europeo. Nacidos todos del seno de
una misma madre, nuestros padres, diferentes
en origen y en sangre, son extranjeros,
y todos difieren visiblemente en la epidermis; esta desemejanza trae un
reato de la mayor
trascendencia.
Los ciudadanos de Venezuela gozan
todos por la Constitución, intérprete de la naturaleza, de
una perfecta igualdad política. Cuando esta
igualdad no hubiese sido un dogma
en Atenas, en Francia y en América, deberíamos nosotros consagrarlo
para corregir la diferencia que
aparentemente existe. Mi opinión
es, legisladores, que el principio fundamental de nuestro sistema depende
inmediata y exclusivamente de la
igualdad establecida y practicada
en Venezuela. Que los hombres nacen todos con derechos iguales a los bienes
de la sociedad, está
sancionado por la pluralidad de
los sabios; como también lo está que no todos los hombres
nacen igualmente aptos a la obtención de todos
los rangos; pues todos deben practicar
la virtud y no todos lo practican; todos deben ser valerosos y todos no
lo son; todos deben poseer
talentos y todos no los poseen.
De aquí viene la distinción efectiva que se observa entre
los individuos de la sociedad más liberalmente
establecida. Si el principio de
la igualdad política es generalmente reconocido, no lo es menos
el de la desigualdad física y moral. La naturaleza
hace a los hombres desiguales,
en genio, temperamento, fuerzas y caracteres. Las leyes corrigen esta diferencia
porque colocan al individuo en
la sociedad para que la educación,
la industria, las artes, los servicios, las virtudes, le den una igualdad
ficticia, propiamente llamada política y
social. Es una inspiración
eminentemente benéfica la reunión de todas las clases en
un estado, en que la diversidad se multiplicaba en razón de
la propagación de la especie.
Por este solo paso se ha arrancado de raíz la cruel discordia. ¡Cuántos
celos, rivalidades y odios se han evitado!
Habiendo ya cumplido con la justicia,
con la humanidad, cumplamos ahora con la política, con la sociedad,
allanando las dificultades que
opone un sistema tan sencillo
y natural, mas tan débil que el menor tropiezo lo trastorna, lo
arruina. La diversidad de origen requiere un pulso
infinitamente firme, un tacto
infinitamente delicado para manejar esta sociedad heterogénea cuyo
complicado artificio se disloca, se divide, se
disuelve con la más ligera
alteración.
E1 sistema de gobierno más
perfecto es aquel que produce mayor suma de felicidad posible, mayor suma
de seguridad social y mayor suma
de estabilidad política.
Por las leyes que dictó el primer Congreso tenemos derecho de esperar
que la dicha sea el dote de Venezuela; y por las
vuestras, debemos lisonjearnos
que la seguridad y la estabilidad eternizarán esta dicha. A vosotros
toca resolver el problema. ¿Cómo, después
de haber roto todas las trabas
de nuestra antigua opresión, podemos hacer la obra maravillosa de
evitar que los restos de nuestros duros
hierros no se cambien en armas
liberticidas? Las reliquias de la dominación española permanecerán
largo tiempo antes que lleguemos a
anonadarlas; el contagio de despotismo
ha impregnado nuestra atmósfera, y ni el fuego de la guerra, ni
el especifico de nuestras saludables
Leyes han purificado el aire que
respiramos. Nuestras manos ya están libres, y todavía nuestros
corazones padecen de las dolencias de la
servidumbre. El hombre, al perder
la libertad, decía Homero, pierde la mitad de su espíritu.
Un gobierno republicano ha sido,
es y debe ser el de Venezuela; sus bases deben ser la soberanía
del pueblo: la división de los poderes, la
libertad civil, la proscripción
de la esclavitud, la abolición de la monarquía y de los privilegios.
Necesitamos de la igualdad para refundir,
digámoslo así, en
un todo, la especie de los hombres, las opiniones políticas y las
costumbres públicas. Luego extendiendo la vista sobre el
vasto campo que nos falta por
recorrer, fijamos la atención sobre los privilegios que debemos
evitar. Que la historia nos sirva de guía en esta
carrera. Atenas la primera nos
da el ejemplo más brillante de una democracia absoluta, y al instante,
la misma Atenas nos ofrece el ejemplo
más melancólico
de la extrema debilidad de esta especie de gobierno. E1 más sabio
legislador de Grecia no vio conservar su República diez
años, y sufrió la
humillación de reconocer la insuficiencia de la democracia absoluta,
para regir ninguna especie de sociedad, ni aun la más
culta, morígera y limitada,
porque sólo brilla con relámpagos de libertad. Reconozcamos,
pues, que Solón ha desengañado al mundo y le ha
enseñado cuán difícil
es dirigir por simples leyes a los hombres.
La República de Esparta
que parecía una invención quimérica, produjo más
efectos reales que la obra ingeniosa de Solón. Gloria, virtud,
moral, y por consiguiente la felicidad
nacional, fue el resultado de la Legislación de Licurgo. Aunque
dos reyes en un Estado son dos
monstruos para devorarlo, Esparta
poco tuvo que sentir en su doble trono; en tanto que Atenas se prometia
la suerte más espléndida, con una
soberanía absoluta, libre
elección de magistrados, frecuentemente renovados, Leyes suaves,
sabias y políticas. Pisistrato, usurpador y tirano,
fue más saludable a Atenas
que sus leyes; y Pericles, aunque también usurpador, fue el más
útil ciudadano. La República de Tebas no tuvo
más vida que la de Pelópidas
y Epaminondas, porque a veces son los hombres, no los principios, los que
forman los gobiernos. Los códigos,
los sistemas, los estatutos por
sabios que sean son obras muertas que poco influyen sobre las sociedades:
¡hombres virtuosos, hombres
patriotas, hombres ilustrados
constituyen las repúblicas!
La Constitución Romana es
la que mayor poder y fortuna ha producido a ningún pueblo del mundo;
allí no había una exacta distribución de
los poderes. Los cónsules,
el senado, el pueblo, ya eran legisladores, ya magistrados, ya jueces;
todos participaban de todos los poderes. El
Ejecutivo, compuesto de dos cónsules,
padecía del mismo inconveniente que el de Esparta. A pesar de su
deformidad no sufrió la República la
desastrosa discordancia que toda
previsión habría supuesto inseparable, de una magistratura
compuesta de dos individuos, igualmente
autorizados con las facultades
de un monarca. Un gobierno cuya única inclinación era la
conquista, no parecía destinado a cimentar la
felicidad de su nación.
Un gobierno monstruoso y puramente guerrero elevó a Roma al más
alto esplendor de virtud y de gloria; y formó de la
tierra un dominio romano para
mostrar a los hombres de cuanto son capaces las virtudes políticas
y cuán indiferentes suelen ser las
instituciones.
Y pasando de los tiempos antiguos
a los modernos encontraremos la Inglaterra y la Francia, llamando la atención
de todas las naciones y
dándoles lecciones elocuentes
de todas especies en materias de gobierno. La Revolución de estos
dos grandes pueblos, como un radiante
meteoro, ha inundado al mundo
con tal profusión de luces políticas, que ya todos los seres
que piensan han aprendido cuáles son los derechos
del hombre y cuáles sus
deberes; en qué consiste la excelencia de los gobiernos y en qué
consisten sus vicios. Todos saben apreciar el valor
intrínseco de las teorías
especulativas de los filósofos y legisladores modernos. En fin,
este astro, en su luminosa carrera, aun ha encendido los
pechos de los apáticos
españoles, que también se han lanzado en el torbellino político;
han hecho sus efímeras pruebas de libertad, han
reconocido su incapacidad para
vivir bajo el dulce dominio de las leyes y han vuelto a sepultarse en sus
prisiones y hogueras inmemoriales.
Aquí es el lugar de repetiros,
legisladores, lo que os dice el elocuente Volney en la Dedicatoria de sus
Ruinas de palmira: "A los pueblos
nacientes de las Indias Castellanas,
a los Jefes generosos que lo guían a la libertad: que los errores
e infortunios del mundo antiguo enseñen la
sabiduría y la felicidad
al mundo nuevo". Que no se pierdan, pues, las lecciones de la experiencia;
y que las escuelas de Grecia, de Roma, de
Francia, de Inglaterra y de América
nos instruyan en la difícil ciencia de crear y conservar las naciones
con leyes propias, justas, legítimas y
sobre todo útiles. No olvidando
jamás que la excelencia de un gobierno no consiste en su teoría,
en su forma, ni en su mecanismo, sino en ser
apropiado a la naturaleza y al
carácter de la nación para quien se instituye.
Roma y la Gran Bretaña son
las naciones que más han sobresalido entre las antiguas y modernas;
ambas nacieron para mandar y ser libres;
pero ambas se constituyeron no
con brillantes formas de libertad, sino con establecimientos sólidos.
Así, pues, os recomiendo, Representantes,
el estudio de la constitución
Británica que es la que parece destinada a operar el mayor bien
posible a los pueblos que la adoptan; pero por
perfecta que sea, estoy muy lejos
de proponeros su imitación servil. Cuando hablo de Gobierno Británico
sólo me refiero a lo que tiene de
republicanismo, y a la verdad
¿puede llamarse pura monarquía un sistema en el cual se reconoce
la soberanía popular, la división y el
equilibrio de los poderes, la
libertad civil, de conciencia, de imprenta, y cuanto es sublime en la política?
¿Puede haber más libertad en ninguna
especie de república? ¿Y
puede pretenderse a más en el orden social? Yo os recomiendo esta
Constitución como la más digna de servir de
modelo a cuantos aspiran al goce
de los derechos del hombre y a toda la felicidad política que es
compatible con nuestra frágil naturaleza.
En nada alteraríamos nuestras
leyes fundamentales, si adoptásemos un Poder Legislativo semejante
al Parlamento Británico. Hemos dividido
como los americanos la Representación
Nacional en dos Cámaras: la de Representantes y el Senado. La primera
está compuesta muy
sabiamente, goza de todas las
atribuciones que le corresponden y no es susceptible de una reforma esencial,
porque la Constitución le ha dado
el origen, la forma y las facultades
que requiere la voluntad del pueblo para ser legitima y competentemente
representada. Si el Senado en
lugar de ser efectivo fuese hereditario,
sería en mi concepto la base, el lazo, el alma de nuestra República.
Este Cuerpo en las tempestades
políticas pararía
los rayos del gobierno y rechazaría las olas populares. Adicto al
gobierno por el justo interés de su propia conservación,
se
opondría siempre a las
invasiones que el pueblo intenta contra la jurisdicción y la autoridad
de sus magistrados. Debemos confesarlo: los más
de los hombres desconocen sus
verdaderos intereses, y constantemente procuran asaltarlos en las manos
de sus depositarios: el individuo
pugna contra la masa, y la masa
contra la autoridad. Por tanto, es preciso que en todos los gobiernos exista
un cuerpo neutro que se ponga
siempre de parte del ofendido
y desarme al ofensor. Este cuerpo neutro, para que pueda ser tal, no ha
de deber su origen a la elección del
gobierno, ni a la del pueblo;
de modo que goce de una plenitud de independencia que ni tema, ni espere
nada de estas dos fuentes de
autoridad. El Senado hereditario
como parte del pueblo, participa de sus intereses, de sus sentimientos
y de su espíritu. Por esa causa no debe
presumir que un Senado hereditario
se desprenda de los intereses populares, ni olvide sus deberes legislativos.
Los Senadores en Roma, y los
Lores en Londres han sido las
columnas más firmes sobre las que se ha fundado el edificio de la
libertad política y civil.
Estos Senadores serán elegidos
la primera vez por el Congreso. Los sucesores al Senado llaman la primera
atención del gobierno, que debería
educarlos en un Colegio especialmente
destinado para instruir aquellos tutores, legisladores futuros de la patria.
Aprenderían las artes, las
ciencias y las letras que adornan
el espíritu de un hombre público; desde su infancia ellos
sabrían a qué carrera la providencia los destinaba, y
desde muy tiernos elevarían
su alma a la dignidad que los espera.
De ningún modo sería
una violación de la igualdad política la creación
de un Senado hereditario; no es una nobleza la que pretendo establecer
porque, como ha dicho un célebre
republicano, sería destruir a la vez la igualdad y la libertad.
Es un oficio para el cual se deben preparar los
candidatos, y es un oficio que
exige mucho saber, y los medios proporcionados para adquirir su instrucción.
Todo no se debe dejar al acaso y
a la ventura de las elecciones:
el pueblo se engaña más fácilmente que la naturaleza
perfeccionada por el arte; y aunque es verdad que estos
senadores no saldrían del
seno de las virtudes, también es verdad que saldrían del
seno de una educación ilustrada. Por otra parte, los
libertadores de Venezuela son
acreedores a ocupar siempre un alto rango en la República que les
debe su existencia. Creo que la posteridad
vería con sentimiento anonadado
los nombres ilustres de sus primeros bienhechores: digo más, es
del interés público, es de la gratitud de
Venezuela, es del honor nacional,
conservar con gloria, hasta la última posteridad, una raza de hombres
virtuosos, prudentes y esforzados que
superando todos los obstáculos,
han fundado la República a costa de los más heróicos
sacrificios. Y si el pueblo de Venezuela no aplaude la
elevación de sus bienhechores,
es indigno de ser libre y no lo será jamás.
Un Senado hereditario, repito,
será la base fundamental del Poder Legislativo, y por consiguiente
será la base de todo gobierno. Igualmente
servirá de contrapeso para
el gobierno y para el pueblo: será una potestad intermedia que embote
los tiros que recíprocamente se lanzan estos
eternos rivales. En todas las
luchas la calma de un tercero viene a ser el órgano de la reconciliación,
así el Senado de Venezuela será la traba de
este edificio delicado y harto
susceptible de impresiones violentas; será el iris que calmará
las tempestades y mantendrá la armonía entre los
miembros y la cabeza de este cuerpo
político.
Ningún estimulo podrá
adulterar un Cuerpo Legislativo investido de los primeros honores, dependiente
de sí mismo sin temer nada del
pueblo, ni esperar nada del Gobierno;
que no tiene otro objeto que el de reprimir todo principio de mal, y propagar
todo principio de bien; y
que está altamente interesado
en la existencia de una sociedad en la cual participa de sus efectos funestos
o favorables. Se ha dicho con
demasiada razón que la
Cámara alta de Inglaterra es preciosa para la nación porque
ofrece un baluarte a la libertad; y yo añado que el Senado
de Venezuela, no sólo sería
un baluarte de libertad, sino un apoyo para eternizar la República.
El Poder Ejecutivo Británico
está revestido de toda la autoridad soberana que le pertenece; pero
también está circunvalado de una triple línea
de diques, barreras y estacadas.
Es Jefe del Gobierno, pero sus Ministros y subalternos dependen más
de las leyes que de su autoridad,
porque son personalmente responsables,
y ni aun las mismas órdenes de la autoridad Real los eximen de esa
responsabilidad. Es
Generalísimo del Ejército
y de la Marina; hace la paz y declara la guerra; pero el Parlamento es
el que decreta anualmente las sumas con que
deben pagarse estas fuerzas militares.
Si los tribunales y jueces dependen de él, las leyes emanan del
Parlamento que las ha consagrado. Con
el objeto de neutralizar su poder,
es inviolable y sagrada la persona del Rey; y al mismo tiempo que le dejan
libre la cabeza le ligan las manos
con que debe obrar. El Soberano
de la Inglaterra tiene tres formidables rivales, su Gabinete que debe responder
al pueblo y al Parlamento; el
Senado que defiende los intereses
del pueblo como representante de la nobleza de que se compone; y la Cámara
de los Comunes que sirve de
órgano y de tribuna al
pueblo británico. Además, como los jueces son responsables
del cumplimiento de las leyes, no se separan de ellas, y
los Administradores del Erario,
siendo perseguidos no solamente por sus propias infracciones, sino aun
por las que hace el mismo Gobierno,
se guardan bien de malversar los
fondos públicos. Por más que se examine la naturaleza del
Poder Ejecutivo en Inglaterra, no se puede hallar
nada que no incline a juzgar que
es el más perfecto modelo, sea para un reino, sea para una aristocracia,
sea para una democracia. Aplíquese a
Venezuela este Poder Ejecutivo
en la persona de un Presidente, nombrado por el pueblo o por sus representantes,
y habremos dado un gran
paso hacia la felicidad nacional.
Cualquiera que sea el ciudadano
que llene estas funciones, se encontrará auxiliado por la Constitución:
autorizado para hacer bien, no podrá
hacer mal, porque siempre que
se someta a las leyes, sus Ministros cooperarán con él; si
por el contrario pretende infringirlas, sus propios
Ministros lo dejarán aislado
en medio de la República, y aún lo acusarán delante
del Senado. Siendo los Ministros los responsables de las
transgresiones que se cometan,
ellos son los que gobiernan, porque ellos son los que las pagan. No es
la menor ventaja de este sistema la
obligación en que pone
a los funcionarios inmediatos al Poder Ejecutivo de tomar la parte más
interesada y activa en las deliberaciones del
gobierno, y a mirar como propio
este Departamento. Puede suceder que no sea el Presidente un hombre de
grandes talentos, ni de grandes
virtudes, y no obstante la carencia
de estas cualidades esenciales, el Presidente desempeñará
sus deberes de un modo satisfactorio, pues en
tales casos el Ministro, haciendo
todo por sí mismo, lleva la carga del Estado.
Por exorbitante que parezca la
autoridad del Poder Ejecutivo de Inglaterra, quizás no es excesiva
en la República de Venezuela. Aquí el
Congreso ha ligado las manos y
hasta la cabeza a los Magistrados. Este cuerpo deliberadamente ha asumido
una parte de las funciones
ejecutivas contra la máxima
de Montesquieu que dice que un Cuerpo Representante no debe tomar ninguna
resolución activa; debe hacer
leyes, y ver si se ejecutan las
que hace. Nada es tan contrario a la armonía entre los poderes,
como su mezcla. Nada es tan peligroso con
respecto al pueblo como la debilidad
del Ejecutivo, y si en un reino se ha juzgado necesario concederle tantas
facultades, en una república son
éstas infinitamente más
indispensables.
Fijemos nuestra atención
sobre esa diferencia y hallaremos que el equilibrio de los poderes debe
distribuirse de dos modos. En las repúblicas
el Ejecutivo debe ser el más
fuerte, porque todo conspira contra él; en tanto que en las monarquías
el más fuerte debe ser el Legislativo, porque
todo conspira en favor del monarca.
La veneración que profesan los pueblos a la Magistratura Real es
un prestigio, que influye
poderosamente a aumentar el respeto
supersticioso que se tributa a esta autoridad.
E1 esplendor del Trono, de la Corona,
de la Púrpura; el apoyo formidable que le presta la nobleza; las
inmensas riquezas que generaciones
enteras acumulan en una misma
dinastía; la protección fraternal que recíprocamente
reciben todos los reyes, son ventajas muy considerables
que militan en favor de la Autoridad
Real y la hacen casi ilimitada. Estas mismas ventajas son, por consiguiente,
las que deben confirmar la
necesidad de atribuir a un Magistrado
Republicano, una suma mayor de autoridad que la que posee un Príncipe
Constitucional.
Un Magistrado Republicano es un
individuo aislado en medio de una sociedad; encargado de contener el ímpetu
del pueblo hacia la licencia,
la propensión de los jueces
y administradores hacia el abuso de las leyes. Está sujeto inmediatamente
al Cuerpo Legislativo, al Senado, al
pueblo: es un hombre solo resistiendo
el ataque combinado de las opiniones, de los intereses y de las pasiones
del Estado social, que como
dice Carnot, no hace más
que luchar continuamente entre el deseo de dominar y el deseo de substraerse
a la dominación. Es en fin un atleta
lanzado contra otra multitud de
atletas.
Sólo puede servir de correctivo
a esta debilidad, el vigor bien cimentado y más bien proporcionado
a la resistencia que necesariamente le
oponen al Poder Ejecutivo el Legislativo,
el Judiciario y el pueblo de una República. Si no se ponen al alcance
del Ejecutivo todos los medios
que una justa atribución
le señala, cae inevitablemente en la nulidad o en su propio abuso;
quiero decir, en la muerte del gobierno, cuyos
herederos son la anarquía,
la usurpación y la tiranía. Se quiere contener la autoridad
ejecutiva con restricciones y trabas; nada es más justo;
pero que se advierta que los lazos
que se pretenden conservar se fortifican, sí, mas no se estrechan.
Que se fortifique, pues, todo el
sistema del gobierno, y que el equilibrio se establezca de modo que no
se pierda, y de modo que no sea su
propia delicadeza una causa de
decadencia. Por lo mismo que ninguna forma de gobierno es tan débil
como la democrática, su estructura debe
ser de la mayor solidez; y sus
instituciones consultarse para la estabilidad. Si no es así, contemos
con que se establece un ensayo de gobierno,
y no un sistema permanente; contemos
con una sociedad díscola, tumultuaria y anárquica y no con
un establecimiento social, donde tengan su
imperio la felicidad, la paz y
la justicia.
No seamos presuntuosos, Legisladores;
seamos moderados en nuestras pretensiones. No es probable conseguir lo
que no ha logrado el
género humano; lo que no
han alcanzado las más grandes y sabias naciones. La libertad indefinida,
la democracia absoluta, son los escollos a
donde han ido a estrellarse todas
las esperanzas republicanas. Echad una mirada sobre las repúblicas
antiguas, sobre las repúblicas modernas,
sobre las repúblicas nacientes;
casi todas han pretendido establecerse absolutamente democráticas
y a casi todas se les han frustrado sus
justas aspiraciones. Son laudables
ciertamente hombres que anhelan por instituciones legitimas y por una perfección
social; pero ¿quién ha
dicho a los hombres que ya poseen
toda la sabiduría, que ya practican toda la virtud, que exigen imperiosamente
la liga del poder con la
justicia? ¡Angeles, no hombres
pueden únicamente existir libres, tranquilos y dichosos, ejerciendo
todos la Potestad Soberana!
Ya disfruta el pueblo de Venezuela
de los derechos que legítima y fácilmente puede gozar; moderemos
ahora el ímpetu de las pretensiones
excesivas que quizás le
suscitaría la forma de un gobierno incompetente para él.
Abandonemos las formas federales que no nos convienen;
abandonemos el triunvirato del
Poder Ejecutivo; y concentrándolo en un Presidente, confiémosle
la autoridad suficiente para que logre
mantenerse luchando contra los
inconvenientes anexos a nuestra reciente situación, al estado de
guerra que sufrimos, y a la especie de los
enemigos externos y domésticos,
contra quienes tendremos largo tiempo que combatir. Que el Poder Legislativo
se desprenda de las
atribuciones que corresponden
al Ejecutivo; y adquiera no obstante nueva consistencia, nueva influencia
en el equilibrio de las autoridades.
Que los tribunales sean reforzados
por la estabilidad y la independencia de los jueces; por el establecimiento
de Jurados; de Códigos civiles y
criminales que no sean dictados
por la antigüedad ni por reyes conquistadores, sino por la voz de
la naturaleza, por el grito de la justicia, y por
el genio de la sabiduría.
Mi deseo es que todas las partes
del gobierno y administración adquieran el grado de vigor que únicamente
puede mantener el equilibrio, no
sólo entre los miembros
que componen el Gobierno, sino entre las diferentes fracciones de que se
compone nuestra sociedad. Nada
importaría que los resortes
de un sistema político se relajasen por su debilidad, si esta relajación
no arrastrase consigo la disolución del cuerpo
social y la ruina de los asociados.
Los gritos del género humano en los campos de batalla, o en los
campos tumultuarios claman al cielo contra
los inconsiderados y ciegos legisladores,
que han pensado que se pueden hacer impunemente ensayos de quiméricas
instituciones. Todos los
pueblos del mundo han pretendido
la libertad; los unos por las armas, los otros por las leyes, pasando alternativamente
de la anarquía al
despotismo o del despotismo a
la anarquía; muy pocos son los que se han contentado con pretensiones
moderadas, constituyéndose de un
modo conforme a sus medios, a
su espíritu y a sus circunstancias.
No aspiremos a lo imposible, no
sea que por elevarnos sobre la región de la libertad, descendamos
a la región de la tiranía. De la libertad
absoluta se desciende siempre
al poder absoluto, y el medio entre estos dos términos es la suprema
libertad social. Teorías abstractas son las
que producen la perniciosa idea
de una libertad ilimitada. Hagamos que la fuerza pública se contenga
en los límites que la razón y el interés
prescriben; que la voluntad nacional
se contenga en los limites que un justo poder le señala: que una
legislación civil y criminal, análoga a
nuestra actual Constitución
domine imperiosamente sobre el Poder Judiciario, y entonces habrá
un equilibrio, y no habrá el choque que
embaraza la marcha del Estado,
y no habrá esa complicación que traba, en vez de ligar, la
sociedad.
Para formar un gobierno estable
se requiere la base de un espíritu nacional, que tenga por objeto
una inclinación uniforme hacia dos puntos
capitales: moderar la voluntad
general y limitar la autoridad pública. Los términos que
fijan teóricamente estos dos puntos son de una difícil
asignación; pero se puede
concebir que la regla que debe dirigirlos es la restricción, y la
concentración reciproca a fin de que haya la menos
frotación posible entre
la voluntad y el poder legítimo. Esta ciencia se adquiere insensiblemente
por la práctica y por el estudio. E1 progreso
de la luces es el que ensancha
el progreso de la práctica, y la rectitud del espíritu es
la que ensancha el progreso de las luces.
El amor a la patria, el amor a
las leyes, el amor a los magistrados, son las nobles pasiones que deben
absorber exclusivamente el alma de un
republicano. Los venezolanos aman
la patria, pero no aman sus leyes; porque éstas han sido nocivas
y eran la fuente del mal. Tampoco han
podido amar a sus magistrados,
porque eran inicuos, y los nuevos apenas son conocidos en la carrera en
que han entrado. Si no hay un
respeto sagrado por la patria,
por las leyes y por las autoridades, la sociedad es una confusión,
un abismo; es un conflicto singular de hombre
a hombre, de cuerpo a cuerpo.
Para sacar de este caos nuestra
naciente República, todas nuestras facultades morales no serán
bastantes si no fundimos la masa del pueblo en
un todo; la composición
del gobierno en un todo; la legislación en un todo, y el espíritu
nacional en un todo. Unidad, unidad, unidad, debe ser
nuestra divisa. La sangre de nuestros
ciudadanos es diferente, mezclémosla para unirla; nuestra Constitución
ha dividido los poderes,
enlacémoslos para unirlos;
nuestras leyes son funestas reliquias de todos los despotismos antiguos
y modernos, que este edificio monstruoso
se derribe, caiga y apartando
hasta sus ruinas, elevemos un templo a la justicia; y bajo los auspicios
de su santa inspiración, dictemos un
Código de Leyes Venezolanas.
Si queremos consultar monumentos y modelos de Legislación, la Gran
Bretaña, la Francia, la América
Septentrional los ofrecen admirables.
La educación popular debe
ser el cuidado primogénito del amor paternal del Congreso. Moral
y luces son los polos de una República, moral
y luces son nuestras primeras
necesidades. Tomemos de Atenas su Areópago, y los guardianes de
las costumbres y de las leyes; tomemos de
Roma sus censores y sus tribunales
domésticos; y haciendo una santa alianza de estas instituciones
morales, renovemos en el mundo la idea
de un pueblo que no se contenta
con ser libre y fuerte, sino que quiere ser virtuoso. Tomemos de Esparta
sus austeros establecimientos, y
formando de estos tres manantiales
una fuente de virtud, demos a nuestra República una cuarta potestad
cuyo dominio sea la infancia y el
corazón de los hombres,
el espíritu público, las buenas costumbres y la moral republicana.
Constituyamos este Areópago para que vele sobre
la educación de los niños,
sobre la instrucción nacional; para que purifique lo que se haya
corrompido en la República; que acuse la ingratitud,
el egoísmo, la frialdad
del amor a la patria, el ocio, la negligencia de los ciudadanos; que juzgue
de los principios de corrupción, de los
ejemplos perniciosos; debiendo
corregir las costumbres con penas morales, como las leyes castigan los
delitos con penas aflictivas, y no
solamente lo que choca contra
ellas, sino lo que las burla; no solamente lo que las ataca, sino lo que
las debilita; no solamente lo que viola la
constitución, sino lo que
viola el respeto público. La jurisdicción de este tribunal
verdaderamente santo, deberá ser efectiva con respecto a la
educación y a la instrucción,
y de opinión solamente en las penas y castigos. Pero sus anales,
o registros donde se consignen sus actas y
deliberaciones, los principios
morales y las acciones de los ciudadanos, serán los libros de la
virtud y del vicio. Libros que consultará el
pueblo para sus elecciones, los
magistrados para sus resoluciones y los jueces para sus juicios. Una institución
semejante, por más que
parezca quimérica, es infinitamente
más realizable que otras que algunos legisladores antiguos y modernos
han establecido con menos
utilidad del género humano.
¡Legisladores! Por el proyecto
de Constitución que reverentemente someto a vuestra sabiduría,
observaréis el espíritu que lo ha dictado. Al
proponeros la división
de los ciudadanos en activos y pasivos, he pretendido excitar la prosperidad
nacional por las dos más grandes palancas
de la industria: el trabajo y
el saber. Estimulando estos dos poderosos resortes de la sociedad, se alcanza
lo más difícil entre los hombres:
hacerlos honrados y felices. Poniendo
restricciones justas y prudentes en las asambleas primarias y electorales,
ponemos el primer dique a la
licencia popular, evitando la
concurrencia tumultuaria y ciega que en todos tiempos ha imprimido el desacierto
en las elecciones y ha ligado
por consiguiente, el desacierto
a los Magistrados y a la marcha del Gobierno; pues este acto primordial
es el acto generativo de la libertad o de
la esclavitud de un pueblo.
Aumentando en la balanza de los
poderes el peso del Congreso por el número de los legisladores y
por la naturaleza del Senado, he
procurado darle una base fija
a este primer cuerpo de la nación, y revestirlo de una consideración
importantísima para el éxito de sus
funciones soberanas.
Separando con limites bien señalados
la Jurisdicción Ejecutiva de la Jurisdicción Legislativa,
no me he propuesto dividir sino enlazar con los
vínculos de la armonía
que nace de la independencia estas potestades supremas, cuyo choque prolongado
jamás ha dejado de aterrar a uno de
los contendientes. Cuando deseo
atribuir al Ejecutivo una suma de facultades superior a la que antes gozaba,
no he deseado autorizar un
déspota para que tiranice
la República, sino impedir que el despotismo deliberante no sea
la causa inmediata de un circulo de vicisitudes
despóticas en que alternativamente
la anarquía sea reemplazada por la oligarquía y por la monocracia.
Al pedir la estabilidad de los jueces, la
creación de jurados y un
nuevo Código, he podido al Congreso la garantía de la libertad
civil, la más preciosa, la más justa, la más necesaria;
en una palabra, la única
libertad, pues que sin ella las demás son nulas. He pedido la corrección
de los más lamentables abusos que sufre
nuestra Judicatura, por su origen
vicioso de ese piélago de legislación española que
semejante al tiempo recoge de todas las edades y de todos
los hombres, así las obras
de la demencia como las del talento, así las producciones sensatas
como las extravagantes, así los monumentos del
ingenio como los del capricho.
Esta Enciclopedia Judiciaria, monstruo de diez mil cabezas, que hasta ahora
ha sido el azote de los pueblos
españoles, es el suplicio
más refinado que la cólera del cielo ha permitido descargar
sobre este desdichado Imperio.
Meditando sobre el modo efectivo
de regenerar el carácter y las costumbres que la tiranía
y la guerra nos han dado, he sentido la audacia de
inventar un Poder Moral, sacado
del fondo de la oscura antigüedad, y de aquellas olvidadas leyes que
mantuvieron, algún tiempo, la virtud
entre los griegos y romanos. Bien
puede ser tenido por un cándido delirio, mas no es imposible, y
yo me lisonjeo que no desdeñaréis
enteramente un pensamiento que
mejorado por la experiencia y las luces, puede llegar a ser muy eficaz.
Horrorizado de la divergencia que
ha reinado y debe reinar entre nosotros por el espíritu sutil que
caracteriza al Gobierno Federativo, he sido
arrastrado a rogaros para que
adoptéis el centralismo y la reunión de todos los Estados
de Venezuela en una República sola e indivisible. Esta
medida, en mi opinión,
urgente, vital, redentora, es de tal naturaleza que sin ella el fruto de
nuestra regeneración será la muerte.
Mi deber es, legisladores, presentaros
un cuadro prolijo y fiel de mi administración política, civil
y militar, mas sería cansar demasiado vuestra
importante atención, y
privaros en este momento de un tiempo tan precioso como urgente. En consecuencia,
los Secretarios de Estado darán
cuenta al Congreso de sus diferentes
departamentos exhibiendo al mismo tiempo los documentos y archivos que
servirán de ilustración para
tomar un exacto conocimiento del
estado real y positivo de la República.
Yo no os hablaría de los
actos más notables de mi mando, si éstos no incumbiesen a
la mayoría de los Venezolanos. Se trata, Señor, de las
resoluciones más importantes
de este último periodo.
La atroz e impía esclavitud
cubría con su negro manto la tierra de Venezuela, y nuestro cielo
se hallaba recargado de tempestuosas nubes, que
amenazaban un diluvio de fuego.
Yo imploré la protección del Dios de la humanidad, y luego
la redención disipó las tempestades. La
esclavitud rompió sus grillos,
y Venezuela se ha visto rodeada de nuevos hijos, de hijos agradecidos que
han convertido los instrumentos de
su cautiverio en armas de libertad.
Si, los que antes eran esclavos ya son libres; los que antes eran enemigos
de una madrastra, ya son
defensores de una patria. Encareceros
la justicia, la necesidad y la beneficencia de esta medida es superfluo
cuando vosotros sabéis la historia
de los Helotas, de Espartaco y
de Haiti; cuando vosotros sabéis que no se puede ser libre y esclavo
a la vez, sino violando a la vez las leyes
naturales, las leyes políticas
y las leyes civiles. Yo abandono a vuestra soberana decisión la
reforma o la revocación de todos mis Estatutos y
Decretos; pero yo imploro la confirmación
de la libertad absoluta de los esclavos, como imploraría mi vida
y la vida de la República.
Representaros la historia militar
de Venezuela sería recordaros la historia del heroísmo republicano
entre los antiguos; sería deciros que
Venezuela ha entrado en el gran
cuadro de los sacrificios hechos sobre el altar de la libertad. Nada ha
podido llenar los nobles pechos de
nuestros generosos guerreros,
sino los honores sublimes que se tributan a los bienhechores del género
humano. No combatiendo por el
poder, ni por la fortuna, ni aun
por la gloria, sino tan sólo por la libertad, títulos de
Libertadores de la República, son sus dignos galardones.
Yo, pues, fundando una sociedad
sagrada con estos ínclitos varones, he instituido el orden de los
Libertadores de Venezuela. ¡Legisladores! a
vosotros pertenecen las facultades
de conceder honores y condecoraciones, vuestro es el deber de ejercer este
acto augusto de gratitud
nacional.
Hombres que se han desprendido
de todos los goces, de todos los bienes que antes poseían, como
el producto de su virtud y talentos,
hombres que han experimentado
cuanto es cruel en una guerra horrorosa, padeciendo las privaciones más
dolorosas y los tormentos más
acerbos; hombres tan beneméritos
de la patria, han debido llamar la atención del Gobierno. En consecuencia
he mandado recompensarlos con
los bienes de la nación.
Si he contraído para con el pueblo alguna especie de mérito,
pido a sus representantes oigan mi súplica como el
premio de mis débiles servicios.
Que el Congreso ordene la distribución de los bienes nacionales,
conforme a la Ley que a nombre de la
República he decretado
a beneficio de los militares venezolanos.
Ya que por infinitos triunfos hemos
logrado anonadar las huestes españolas, desesperada la Corte de
Madrid ha pretendido sorprender
vanamete la conciencia de los
magnánimos soberanos que acaban de extirpar la usurpación
y la tiranía en Europa, y deben ser los protectores
de la legitimidad y de la justicia
de la causa americana. Incapaz de alcanzar con sus armas nuestra sumisión,
recurre la España a su política
insidiosa: no pudiendo vencernos,
ha querido emplear sus artes suspicaces. Fernando se ha humillado hasta
confesar que ha menester de la
protección extranjera para
retornarnos a su ignominioso yugo ¡a un yugo que todo poder es nulo
para imponerlo! Convencida Venezuela de
poseer las fuerzas suficientes
para repeler a sus opresores, ha pronunciado por el órgano del Gobierno,
su última voluntad de combatir hasta
expirar, por defender su vida
política, no sólo contra la España, sino contra todos
los hombres, si todos los hombres se hubiesen degradado
tanto que abrazasen la defensa
de un gobierno devorador, cuyos únicos móviles son una espada
exterminadora y las llamas de la Inquisición.
Un gobierno que ya no quiere dominios,
sino desiertos; ciudades, sino ruinas; vasallos, sino tumbas. La declaración
de la República de
Venezuela es el Acta más
gloriosa, más heroica, más digna de un pueblo libre; es la
que con mayor satisfacción tengo el honor de ofrecer al
Congreso ya sancionada por la
expresión unánime del pueblo de Venezuela.
Desde la segunda época de
la República nuestro Ejército carecía de elementos
militares: siempre ha estado desarmado; siempre le han faltado
municiones; siempre ha estado
mal equipado. Ahora lo soldados defensores de la Independencia no solamente
están armados de la justicia,
sino también de la fuerza.
Nuestras tropas pueden medirse con las más selectas de Europa, ya
que no hay desigualdad en los medios
destructores. Tan grandes ventajas
las debemos a la liberalidad sin limites de algunos generosos extranjeros
que han visto gemir la humanidad
y sucumbir la causa de la razón,
y no la han visto tranquilos espectadores, sino que han volado con sus
protectores auxilios y han prestado a
la República cuanto ella
necesitaba para hacer triunfar sus principios filantrópicos. Estos
amigos de la humanidad son los genios custodios de
la América, y a ellos somos
deudores de un eterno reconocimiento, como igualmente de un cumplimiento
religioso a las sagradas obligaciones
que con ellos hemos contraído.
La deuda nacional, Legisladores, es el depósito de la fe, del honor
y de la gratitud de Venezuela. Respetadla
como la Arca Santa, que encierra
no tanto los derechos de nuestros bienhechores, cuanto la gloria de nuestra
fidelidad. Perezcamos primero
que quebrantar un empeño
que ha salvado la patria y la vida de sus hijos.
La reunión de la Nueva Granada
y Venezuela en un grande Estado ha sido el voto uniforme de los pueblos
y gobiernos de estas Repúblicas.
La suerte de la guerra ha verificado
este enlace tan anhelado por todos los Colombianos; de hecho estamos incorporados.
Estos pueblos
hermanos ya os han confiado sus
intereses, sus derechos, sus destinos. Al contemplar la reunión
de esta inmensa comarca, mi alma se
remonta a la eminencia que exige
la perspectiva colosal que ofrece un cuadro tan asombroso. Volando por
entre las próximas edades, mi
imaginación se fija en
los siglos futuros, y observando desde allá, con admiración
y pasmo, la prosperidad, el esplendor, la vida que ha
recibido esta vasta región,
me siento arrebatado y me parece que ya la veo en el corazón del
universo, extendiéndose sobre sus dilatadas
costas, entre esos océanos
que la naturaleza había separado, y que nuestra Patria reúne
con prolongados y anchurosos canales. Ya la veo servir
de lazo, de centro, de emporio
a la familia humana; ya la veo enviando a todos los recintos de la tierra
los tesoros que abrigan sus montañas de
plata y de oro; ya la veo distribuyendo
por sus divinas plantas la salud y la vida a los hombres dolientes del
antiguo universo; ya la veo
comunicando sus preciosos secretos
a los sabios que ignoran cuán superior es la suma de las luces a
la suma de las riquezas que le ha
prodigado la naturaleza. Ya la
veo sentada sobre el trono de la libertad, empuñando el cetro de
la justicia, coronada por la gloria, mostrar al
mundo antiguo la majestad del
mundo moderno.
Dignaos, Legisladores, acoger con
indulgencia la profesión de mi conciencia política, los últimos
votos de mi corazón y los ruegos fervorosos
que a nombre del pueblo me atrevo
a dirigiros. Dignaos conceder a Venezuela un gobierno eminentemente popular,
eminentemente justo,
eminentemente moral, que encadene
la opresión, la anarquía y la culpa. Un gobierno que haga
reinar la inocencia, la humanidad y la paz. Un
gobierno que haga triunfar, bajo
el imperio de leyes inexorables, la igualdad y la libertad.
Señor, empezad vuestras
funciones: yo he terminado las mías.
Ideas en torno de Latinoamérica. Edición de Leopoldo Zea. México: UNAM, 1986.
© José Luis Gómez-Martínez
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