LOS LÍMITES
DE LA REPRESENTACIÓN
LA NOVELA CHILENA DEL GOLPE
RENÉ JARA

FUNDACION INSTITUTO SHAKESPEARE
INSTITUTO DE CINE Y RADIO-TELEVISIÓN
1985




1. La historiografía de la narración chilena da cuenta de su paso lento y mesurado. Vicente Huidobro y María Luisa Bombal tuvieron una aparición sorpresiva en los años de 1920 y 1930, pero no lograron descabalar la línea realista surgida en Alberto Blest Gana y Luis Orrego Luco. Manuel Rojas, Juan Godoy, Fernando Alegría y José Donoso fueron, no una reacción sino, una renovación saludable presidida por el acriollado contagio de los aires europeos y americanos. Nos había faltado, quizás, una catástrofe histórica de gran envergadura con toda su capacidad de destrozo y la consiguiente energía de la revisión y la reconstrucción, no sólo del lenguaje sino del mundo en su totalidad, de los mismos circuitos del sentido.

Los acontecimientos ocurridos entre 1970 y 1973 vinieron a darnos el dolor que nos faltaba, o nos hicieron recordar aquel que ya teníamos. En esos tres años se vivió la secuela trágica que se inició con un triunfo de características dionisíacas y culminaría con una derrota apocalíptica con todo lo que el apocalipsis tiene de revelación y terror cósmico, de mutación brutal en el orden de los fenómenos naturales y culturales, de paso repentino del orden al caos, por muy injusto que aquel orden haya sido.

Los narradores tardaron en reaccionar. Fuera de Tejas Verdes (1974) de Hernán Valdés, El Paso de los Gansos (1975) de Fernando Alegría, y Quizás Soñé que la nieve ardía (1975) de Antonio Skarmeta hay poco más dc valor que considerar en el género novelesco hasta 1978. Hay por cierto una muy rica producción testimonial que no es del caso examinar en la presente discusión. Con la publicación dc Cosa de Campo (1978) de José Donoso se inicia lo que propongo denominar la novela chilena del ciclo del golpe.

En su conjunto las novelas que, por ahora, considero rcpresentativas dc este ciclo se caracterizan por la voluntad de poner de manifiesto las formaciones discusivas que dieron lugar a la racionalización y la preparación de una catástrofe que interrumpiría por un tiempo indeterminado los circuitos semánticos del entendimiento, la socialización y la comunicación. Teorizando el golpe como un problema discursivo, estas novelas buscan plantearse como un contradiscurso que desplaza la coherencia aparente del discurso oficial, cuestionan los limites retóricos de ese discurso, y se proponen como una representación deliberada de los límites de la representación histórica tradicional y oficial. Ello les permite el enjuiciamiento de las formas del discurso burgués, y aún del discurso populista en sus conexiones can una retórica de rasgos marcadamente patriarcales; y, a la vez, les abre el camino para proyectar en esos discursos el hallazgo de fisuras cuya percepción obliga a releer con mirada fresca y desprejuiciada la trayectoria de la culpa en la historia chilena reciente.
Coral de Guerra (1979) y Una Especie de Memoria (1983) de Fernando Alegría desafían tanto la clausura épica del lenguaje autoritario como la debilidad intrínseca del discurso populista que llevó a Salvador Allende al sillón presidencial en 1970. Casa de Campo (1978) y El Jardin de al Lado (1981) de José Donoso deconstruyen los semantemas de la familia patriarcal burguesa y del exilio territorial e interno. La Visita del Presidente (1983) de Juan Villegas pone en términos de narración el vaciamiento y el fracaso histórico del populismo como aparataje discursivo. Isabel Allende en La Casa de los Espíritus (1982) presenta una síntesis dcl acontecer patriarcal de la sociedad chilena desde los años 1920 hasta mas acá del golpe en un texto que tiene, asimismo, el mérito de desbancar los valores de la burguesía tradicional y subrayar la inhumanidad del golpe desde el ángulo de una visión feminista de la historia. Pocas veces en la historiografía literaria chilena se ha podido registrar un conjunto de obras de semejante valor y proyección en tan breve período de tiempo. No se hallan identificadas por un modo común de ver la realidad: no es el suyo un discurso épico fácilmente predecible como el del criollismo de los años veinte, ni el socialismo ingenuo de los neorrealistas, ni el existencialismo exógeno del grupo de 1950. Las unifica y les da carácter el afán revisionista: el análisis despiadado de la crisis de las significaciones una vez compartidas, y de la significación de esa crisis que ahora, sin duda, se comparte.

Puesto que mi intención es crear una lagosfera en que los límites de los textos se difuminen en beneficio de la coherencia de una figura del mundo que dé razón tanto de los textos que la incorporan como de la dimensión histórica que los constituye -he decidido enfrentar mi lectura en la forma de un diálogo a varias bandas. Los textos son puestos a dialogar unos con otros, y en sus respuestas a mis dudas y preguntas la lectura del fenómeno chileno se vuelve, me parece, más productiva. Esas preguntas me han obligado a abrir las puertas de mi texto a otros discursos, muy especialmente al discurso del Jefe del Estado, y en consecuencia me han forzado a abandonar las nociones de la identidad y la clausura textuales. Son preguntas que, sin embargo, me han sido sugeridas por la lectura.

Sucede que estos textos -como la mayoría de las mujeres que los habitan no creen en la noción burguesa de la virginidad del cuerpo dc acuerdo a cuya economía todo intento de traspasar las fronteras entre el adentro y el afuera equivale a la idea de violar una propiedad, de lo que se deduce que todo deseo de penetrar se convierte en estupro. Los textos, no obstante, son cuerpos; también la historia tiene ademanes de cuerpo vivo; los textos y la historia hablan, la historia habla a través de los textos. Se me acurre que siempre que hay palabras, siempre que hay cuerpos hay un deseo de diálogo, de relación, de intercambio; la identidad, el sujeto, la totalidad virginal, entonces, se desvanecen. De allí surge la esfera del diálogo, la logosfera.



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Última actualización :15/03/2000
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