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ACTO 1V, ESCENA 2.ª
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Nunca, señor.
OTHELLO.
¿Nunca te pidieron que los dejaras solos?
EMILIA.
Nunca.
OTHELLO.
¿Ni para buscar su abanico, su antifaz, sus guantes o algo
así?
EMILIA.
Nunca, señor.
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OTHELLO.
Extraño.
EMILIA.
Me atrevería a jurar, señor, que es honesta.
Apostaría mi alma. Si de otro modo pensáis,
desechad tal pensamiento, pues engaña vuestro corazón.
Si algún villano llenó de infundios vuestra cabeza,
caiga sobre él la maldición de la serpiente,
pues si ella no es honesta, fiel y sincera,
¿qué otro marido podría llamarse
feliz? La más pura de las
mujeres
sería entonces, como la calumnia, despreciable.
OTHELLO.
Pedidie que
venga.
Sale Emilia.
Muy bien ha hablado, como corresponde a tan vulgar
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celestina: no es más que una astuta ramera;
una caja cerrada con llave, llena de infames secretos;
una que hasta se arrodillaría para rezar como la he visto [hacerlo.

Entran Desdémona y Emilia.

DESDÉMONA.
¿Me llamabais, señor?
Niña mía, acercaos.
DESDÉMONA.
¿Qué deseáis?
OTHELLO.
Deja que vea tus ojos.
Miradme a la cara.
DESDÉMONA.
¿Qué extraño capricho es éste?
OTHELLO. [A Emilia.] A vuestros asuntos, señora.

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