Un lector me ha escrito planteándome un par de
"demostraciones" de la existencia de Dios. Como supongo que
puede haber muchas más personas que consideren
válidos sus argumentos, he pensado que sería
conveniente rebatirlos aquí, por si a alguien más
le interesa mi punto de vista. Ahora bien, en el mundo hay
muchas clases de creyentes, y entre ellos hay quienes pueden
considerar angustioso, desagradable o incluso ofensivo que
alguien hable sobre Dios sin dar por hecho (o, al menos, sin
llegar a concluir) su existencia. Esta página no
está escrita para inquietar, ni mucho menos para ofender
a nadie. Si estás leyendo esto y crees que no te va a
gustar lo que un ateo pueda decir sobre Dios, te invito a que no
sigas leyendo, pues esto no está escrito para ti.
Iré intercalando fragmentos del mensaje con mis
réplicas. No he suprimido nada más que los
comentarios iniciales y finales del mensaje, que son de
carácter personal.
Primera
parte:
Carlos y Pablo no existen.
Tú me considerarías un loco si yo dijera alguna de
las tres cosas que siguen:
¿Estoy loco o soy idiota?
Pues no te apresures a juzgar tan rápido. Si tú
admites que el Universo no tiene una causa (no necesita de un
creador), yo puedo admitir que tu web tampoco.
Hombre, si comparamos
“complejidades”, el Universo es muchísimo más
complejo que la programación de una web. Hasta el
“simplísimo” genoma humano es más complejo que una
web. Con lo cual, si admitimos que tamañas complejidades
son fruto de... la nada, el caos, o una “ley matemática
ciega”, podemos afirmar que una web, cuya complejidad es
mínima, es factible de existir sin una inteligencia y
voluntad creadoras.
No soy temerario al decir que una simple web tan prolija no
necesita de una causa. Al fin y al cabo, millones de ateos
afirman tranquilamente que el universo no necesita de una, y
nadie se escandaliza.
Lo mismo con Picasso. ¿Te cuento mi teoría?
Picasso no existió. ¿Por qué? Yo no lo vi
jamás. Veo cuadros, veo fotos de un señor pelado,
biografías y existen millones de personas crédulas
que dicen que cierta cantidad de cuadros los pintó un tal
Pablo Picasso. Pero en mi opinión, esos “creyentes de
Picasso” son irracionales. Tener fe en la existencia de Picasso
es irracional, no es científico. La fe no es un
método científico para conocer. No se puede creer,
hay que demostrar. Por lo tanto, los millones de ilusos que
creen que Picasso existió lo hacen en base a... la
confianza. Qué horror. Y no me vengan con que existen
fotos, videos, etc. de un tal Picasso. Tampoco demuestran nada,
pueden ser engaños, un fraude universal.
¿Ah, cómo? ¿Existen cuadros? Pues bueno, se
hicieron solos. No tienen una causa. ¿Cómo que es
imposible? Para nada: de alguna forma —sin intervención
de una voluntad y una inteligencia creadoras— se juntaron
átomos que formaron lienzos, maderas, pigmentos,
óleos y “formaron” equis cantidad de cuadros con un
estilo particular.
¿Ah, cómo? ¿Existen testigos?
¿Alguna persona contemporánea de Picasso jura que
lo vio pintando un cuadro? Pues bueno, por mi parte, es
irracional creerle a un testigo; no es científico. Un
testigo puede ser a) mentiroso b) estar equivocado c) ver
visiones d) inventar algo por un secreto interés. No es
fiable. Solamente voy a creer que esos cuadros los pintó
Picasso si con mis ojos lo veo pintándolos; caso
contrario para mí, no tendrá evidencia
científica de la causa —efecto y podré afirmar que
esos cuadros existen por sí mismos o los pintó
cualquiera.
Otra vez ¿estoy loco? ¡¡No!! Pues si
admitimos que el Universo —que es enorme y complejísimo—
existe sin necesidad de una causa, entonces un cuadro —que no
deja de ser un poco de lienzo, pigmentos y maderas—
tranquilamente también. Si a lo complejísimo y
vasto le quitamos la causa, a lo sencillo y acotado,
también deberíamos quitársela ¿no?
Nada necesitaría de una causa, si admitimos que el
universo no necesita de una. Y sin embargo, esto choca con el
elemental sentido común y la elemental
observación.
En primer lugar, es necesario aclarar un malentendido que flota
en todo el argumento anterior en frases como: no es científico... No se
puede creer, hay que demostrar o no tengo conocimiento
científico de la existencia de Carlos. No lo vi, no lo
toqué.
Es absurdo identificar las afirmaciones científicas con
las que pueden constatarse viendo y tocando, o demostrando. No
se pueden ver los electrones (al menos, si entendemos que ver un
rastro de burbujas generado en un acelerador de
partículas no es ver un electrón, sino ver un
rastro de burbujas), ni se puede demostrar la teoría de
la relatividad. Recíprocamente, sería absurdo
decir que Dios no existe porque no se puede ver ni tocar. La
ciencia es la descripción del mundo a la que se llega
cuando se usa honestamente la razón, donde "honestamente"
quiere decir buscando una descripción que encaje con los
hechos y no tratando de hacer encajar los hechos en una
descripción preconcebida. Si alguien intenta reducir lo
que admite como cierto a lo que puede ver, tocar y demostrar, se
ve abocado inevitablemente al escepticismo, pero sucede que el
escepticismo es sostenible en teoría (no se puede
convencer para que use la razón a quien niega a priori la
posibilidad de usar la razón) pero insostenible en la
práctica.
Me preguntas si eres idiota por creer que mi página web
es fruto del azar y no ha sido creada por un ser humano (por
mí, concretamente). Te respondo: si creyeras eso —que no
puedes creer— serías escéptico, no idiota.
Serías idiota si, aun creyendo eso, me hubieras escrito
un mensaje esperando respuesta. Ése es el quid de la cuestión:
para ti, decidir si consideras que mi página web es fruto
del azar o si ha ha creado un ser humano no es un dilema sobre
el que puedas decantarte en uno u otro sentido sin que importe
en cuál. Se trata de dos teorías
científicas que predicen sucesos futuros diferentes: si
mi página web es fruto del azar y me escribes, nadie te
responderá, mientras que si la he escrito yo y me
escribes... podría pasar que, pese a todo, hubiera
decidido no responderte, pero, dado que lo he hecho, tienes una
confirmación experimental de que la segunda opción
describe el mundo que te rodea mejor que la primera. No es una
demostración de que yo existo, pero es una evidencia
empírica más que suficiente para que, a falta de
otros hechos que pudieran llevarte a reconsiderar tu
teoría al respecto, aceptes como un hecho
científicamente constatado que yo existo. Similarmente,
si yo fuera a Buenos Aires y te enseñara mi pasaporte, y
constataras que mi aspecto es el de la foto que aparece en mi
página, etc., tendrías nuevas evidencias
empíricas que confirmarían la racionalidad de la
teoría que postula mi existencia como autor de mi
página web. Si razonas así, estás siendo
racional, estás haciendo ciencia (a un nivel modesto),
pues es exactamente por esta clase de razonamientos (no mediante
demostraciones, ni viendo, ni tocando) como los
científicos han establecido lo que llamamos Ciencia. (Los
físicos demuestran que ciertos principios tienen ciertas
consecuencias dentro de ciertas teorías, pero ninguna de
estas demostraciones demuestra que la teoría misma en
cuyo seno tienen sentido es correcta. Una teoría se
acepta o se descarta en función de si sus predicciones
empíricamente constatables concuerdan o no con los
hechos.) Por el contrario, si te obstinas en negar validez a las
evidencias empíricas que fundamentan la teoría
física que postula mi existencia, entonces estás
rechazando una buena teoría simplemente porque no te
gusta o porque, irracionalmente, te apetece rechazarla. Eso es
la antítesis del método científico.
Fíjate ahora que nada de esto puede aplicarse
legítimamente para concluir la existencia de Dios como
parte de una teoría racional, es decir,
científica, sobre el mundo. ¿Qué
pensarías de un libro de medicina en el que leyeras algo
así?:
El tiempo que un paciente que ha sufrido un infarto de miocardio puede sobrevivir sin asistencia médica es aproximadamente de tantos minutos, a no ser que él, su padre o su abuelo hubiera ofendido a Dios, ya que en el Éxodo leemos que Dios castiga a los que le ofenden hasta la tercera generación. En este caso, el tiempo de supervivencia del paciente podría reducirse a la cuarta parte, debido al castigo divino por sus pecados, o los de su padre, o los de su abuelo.
¿Qué opinarías de un libro de
física en el que se leyera algo así?:
Según la teoría general de la relatividad, las ecuaciones que describen el campo gravitatorio generado por una distribución de masa de tales características son las siguientes, donde el parámetro D depende del humor de Dios ese día: si Dios está de buen humor, entonces D = 0, pero algunos fenómenos ocasionados por la ira divina (tales como maremotos, erupciones volcánicas, etc.) pueden explicarse si asignamos a D un valor positivo suficientemente grande.
¿Crees que el concepto "Dios" tiene cabida, así o
de cualquier otra forma, en un libro de física, de
medicina, de meteorología, o de cualquier intento serio
de describir el mundo que nos rodea? Si me admites —espero— que
no, entonces, ¿dónde metemos a Dios?, ¿en
los rezos de un beato que trata desesperadamente de que su hijo
enfermo se cure? Si Dios no cabe en los libros de medicina,
¿cómo va a caber en una teoría seria sobre
el poder terapéutico de la oración? Si Dios no
cabe en un tratado de meteorología, ¿cómo
va a caber en una teoría seria sobre la utilidad de sacar
un santo en procesión para hacer que llueva?
Tal vez me digas que Dios no tiene cabida en los libros de
ciencia, pero sí en sus lagunas, pero entonces conviertes
a la religión en lo más mezquino en que puedes
convertirla, citando a Spinoza, la conviertes en el asilo de la ignorancia:
toma a cualquiera y seguro que no tendrá respuestas para
todo. Empieza a preguntarle hasta que encuentres algo a lo que
no sabe responder (por qué un cierto enfermo se ha
curado, por qué un hambriento ha encontrado alimento por
azar, etc.) en cuanto encuentres algo así (y seguro que
lo encontrarás tarde o temprano) sólo tienes que
decirle: ¿ves? eso que tú no sabes explicar, yo
sí que puedo explicarlo: ha sucedido por obra de Dios.
Dios es hijo de la ignorancia, lo cual no significa que quienes
creen en él lo hagan necesariamente por ignorancia, ya
que una cosa es el origen de Dios y otra los mecanismos
psicológicos que conservan su existencia (como una mera
idea en la mente de los creyentes).
Dios no se ve y los electrones no se ven, pero el concepto de
electrón es imprescindible para formular una
teoría sobre la electrónica y, más en
general, sobre la estructura de la materia, avalada, no porque
nadie haya visto o tocado un electrón, ni porque nadie
haya demostrado la existencia de los electrones, sino por la
existencia de bombillas y televisores que funcionan. En cambio,
ese Dios que nadie ha visto ni tocado, y cuya existencia nadie
ha demostrado, no es racionalmente descartable por eso
precisamente, sino porque, aunque puedas decir que Dios explica
la existencia del mundo, esa explicación es una parodia
de explicación, ya que no aporta nada. Si dices no creer
en los electrones eres escéptico, si dices no creer en
ellos, pero cuando estás a oscuras y quieres luz pulsas
el interruptor, eres idiota o hipócrita, pero si dices
creer o no creer en Dios, da igual, porque eso no cambia nada
sobre lo que puedes esperar del mundo, salvo que tu creencia en
Dios te lleve a esperar cosas como que un enfermo se cure a
golpe de oración, en cuyo caso eres descaradamente
irracional, sin que nadie te niegue el derecho a serlo y a ser
respetado como creyente: es muy importante que entiendas que
"irracional" no es aquí un insulto, equipable a "animal"
o "bruto", sino una mera clasificación lógica: es
irracional quien prefiere explicaciones alternativas a la que
proporciona la razón honestamente empleada, sin menoscabo
alguno de la dignidad del que opta por tal vía.
Aclarado este punto, pasemos a analizar el argumento concreto
que planteas. Su estructura es en esencia la de un silogismo
cuya "premisa mayor" podría resumirse así:
La existencia de algo suficientemente complejo o sofisticado no puede atribuirse razonablemente al azar ni a ningún proceso ciego, sino que debe llevarnos a aceptar la existencia de una inteligencia que lo haya creado.
Niego la mayor, pero antes de discutirla, me gustaría
formular la conclusión de tu argumento, y aquí me
encuentro con una duda: tus palabras parecen sugerir una premisa
menor, pero los ejemplos que has escogido parecen apuntar hacia
otra. Mi sospecha es que confundes una y otra. Las dos
posibilidades son las siguientes:
Conclusión 1: En el mundo existen cosas suficientemente complejas y sofisticadas que, evidentemente, no son obra del hombre, empezando por el hombre mismo y muchas otras "maravillas" naturales. Por lo tanto, tiene que haber un ser inteligente que haya creado esas cosas.
Conclusión 2: El mundo mismo es algo muy complejo y sofisticado que, evidentemente, no es obra del hombre. Por lo tanto, tiene que haber un ser inteligente que haya creado el mundo.
Los ejemplos que pones en apoyo de tu premisa mayor son
razonamientos cotidianos: vemos una página web y damos
por hecho que la ha creado una persona inteligente, vemos un
cuadro y damos por hecho que lo ha pintado una persona
inteligente, etc. Indudablemente, esas inferencias son
legítimas y acordes con la razón, pero no se basan
exclusivamente en tu premisa mayor, es decir, en la complejidad
o sofisticación del objeto en cuestión, sino que
se apoyan también en el conocimiento que tenemos del
mundo, que nos permite juzgar sobre lo que puede producirse o no
de forma natural. Así, por ejemplo, no puedes afirmar,
como pretendes, que La web de
Carlos existió desde siempre, pues tu
conocimiento del mundo (ése que tienes, no por ver y
tocar, sino por el uso eficiente de la razón, que va
mucho más allá del ver y tocar) te dice que hace
50 años no existía internet, luego no podía
existir mi página web. Así pues, todo ser racional
con voluntad de usar la razón admitirá que mi
página web no ha existido desde siempre, pero no porque
sea compleja, sino porque hace 50 años no había
páginas web. Así pues, tiene sentido preguntarse
qué proceso ha llevado a la existencia de mi
página web. Nuevamente, has de acudir a tu conocimiento
racional del mundo (no a la complejidad de mi página web)
para darte cuenta de que tienes una teoría muy simple que
explica la existencia de mi página: sabes que el mundo
está lleno de personas que crean páginas web,
luego es razonable suponer que mi página sea una de
tantas páginas creadas por seres humanos.
Ahora bien, nunca está de más plantearse si hay
otras alternativas, para que, entre todas las alternativas que
se nos ocurran, podamos optar honestamente por la que
consideremos más razonable (donde, insisto,
"honestamente" significa que no vale descartar ninguna por el
mero hecho de que no nos guste). Nos planteamos entonces si
existe alguna clase de proceso aleatorio que podría haber
generado mi página web. Ciertamente, el servidor que
alberga mi página podría haberse reconfigurado
aleatoriamente de modo que, por azar, una parte de su memoria se
hubiera dispuesto de la forma precisa para que quien entre en mi
dirección web se encuentre con lo que se ve ahora. Pero
—y aquí apelamos por primera vez a la complejidad de mi
página— la probabilidad de que una página
coherente surja por puro azar es infinitesimal. No obstante,
esto no basta para concluir racionalmente que mi página
no haya podido surgir por puro azar, como pretende tu premisa.
Todavía hace falta una consideración más
que no tienes en cuenta: mi página podría ser
plausiblemente obra del azar si existiera en el mundo alguna
clase de proceso físico que generara aleatoriamente
páginas web, una detrás de otra, de modo que mi
página fuera una de tantas surgidas al azar. Si
así fuera, la red estaría repleta de
páginas caóticas, entre las cuales habría
surgido alguna, como la mía, que casualmente
tendría sentido. La razón por la cual podemos
descartar esta opción es que, como unos cálculos grosso modo
mostrarían sin dificultad, el tiempo esperado para que un
proceso aleatorio —que generara páginas a una velocidad
físicamente posible— llegara a producir una página
de la sofisticación de la mía, sería mucho
mayor que la amplia cota de 50 años que hemos puesto a la
existencia de internet. En mi página sobre La metafísica hago algunas cuentas
sobre el tiempo necesario para que un soneto sea compuesto al
azar.
En resumen, cuando vemos una página web, o un televisor,
o cualquier objeto al que le atribuimos un autor humano
(inteligente), el argumento completo es:
Este objeto es demasiado complejo para que un proceso natural sin una guía inteligente haya podido crearlo en un tiempo razonable.
Lo esencial es que el argumento se apoya en la complejidad del
objeto, pero también en dos cosas más: en nuestro
conocimiento sobre lo que puede suceder y lo que no en el mundo
de forma natural, y en un intervalo de tiempo dado. Así
pues, sólo es legítimo postular una causa
inteligente cuando la alternativa, no sólo es improbable,
sino que requeriría demasiado tiempo. El tiempo es
crucial. Si veo que un hombre apuesta una gran suma de dinero al
1 en la ruleta y sale el 1, luego apuesta al 2 y sale el 2 y
luego apuesta al 3 y sale el 3, deduciré que la ruleta
está trucada, no porque no puedan salir consecutivamente
el 1, el 2 y el 3, sino porque la probabilidad de que así
suceda al primer intento es mínima. Por el contrario, si
alguien pretende apostar conmigo a que, si lanzamos la bola en
la ruleta un millón de veces, en algún momento
aparecerán consecutivamente el 1, el 2 y el 3, no
aceptaré la apuesta, pues eso no tendría nada de
extraño. No sólo importa la probabilidad, sino
también el tiempo.
Por consiguiente, al corregir de este modo tu premisa mayor
incorporando las características del mundo como marco de
referencia y el tiempo como parámetro esencial, nos
encontramos con que los argumentos con los que cotidianamente
inferimos autores inteligentes de páginas web y cuadros
son razonables, pero no así tu pretendida
conclusión sobre la existencia de Dios, al menos si tu
premisa menor es la de la conclusión 2, es decir, si
pretendes apoyarte en la existencia de objetos sofisticados en
el mundo.
En efecto, al preguntarnos por el proceso que ha llevado a la
formación, por ejemplo, de los seres humanos, podemos
afirmar igualmente que algún proceso ha debido crearlos,
pues nuestro conocimiento del mundo nos dice que hace unos 4.600
millones de años la Tierra era un trocito de Sol, luego
no había seres humanos, pero a partir de aquí la
situación es la opuesta: mientras que tenemos constancia
de que el mundo está lleno de creadores inteligentes de
páginas web y sabemos también que no hay procesos
naturales que puedan generar páginas web sofisticadas sin
el concurso de una inteligencia en el plazo máximo de 50
años, resulta que no tenemos constancia de que en el
mundo haya inteligencia alguna que haya podido diseñar a
los seres humanos y, por el contrario, sí que podemos
describir un proceso natural capaz de generar seres humanos y
todo lo que hay sobre la Tierra en el plazo máximo de
4.600 millones de años. Sin entrar aquí en
detalles, fíjate que no se trata de un proceso puramente
aleatorio, sino dirigido, ya que la teoría de la
evolución postula una cadena de eslabones de seres vivos,
cada uno de los cuales no surge al azar, sino como una
pequeña variante de sus progenitores, de modo que el
grado de sofisticación es acumulativo, cosa que no sucede
en un proceso aleatorio genuino. Esto disminuye sensiblemente el
tiempo necesario.
Espero que nadie tenga el mal gusto de tratar de apretar los
tornillos al argumento preguntando por detalles concretos. Es
evidente que no conocemos todos los detalles de un proceso que
se desarrolló principalmente cuando ningún ser
humano poblaba la Tierra, pero lo cierto es que tenemos una
teoría al respecto lo suficientemente explícita
como para que, independientemente de si los detalles del proceso
son éstos o aquéllos, podamos afirmar que no hay
razón para dudar de que los mecanismos naturales se
bastan para generar todo lo que vemos sobre la Tierra, y que si
todo parece la obra de un ser inteligente es debido meramente a
que mucha gente sabe lo que puede hacer un ser inteligente en
relativamente poco tiempo, pero no es capaz de valorar
qué puede hacer la naturaleza si se le deja mucho tiempo.
En resumen: en el caso de las páginas web o de los
cuadros sabemos que el mundo está lleno de creadores de
páginas y de pintores, y no podemos concebir cómo
las páginas o los cuadros podrían haberse generado
de otro modo que por la intervención de un ser humano
(bueno, según qué cuadros), y en el caso de los
seres vivos y demás "prodigios" de la naturaleza no
tenemos constancia de ningún creador inteligente y
sí que sabemos describir un proceso natural que ha podido
generarlos. Por eso lo racional al ver una página web es
inferir que la ha creado un ser humano y no alguna clase de
proceso extraño desconocido, y lo racional al ver los
seres vivos etc. es inferir que han sido creados por un proceso
natural y no por un creador extraño desconocido. Inventar
por capricho un proceso extraño no inteligente de
creación de páginas web sería tan
arbitrario y dogmático como inventar por capricho un
creador extraño inteligente de los seres vivos etc.
Sólo puede hacer tal cosa alguien que no está
interesado en describir lo que ve, sino en adaptar lo que ve a
sus propios gustos sobre lo que debería ser el mundo.
Sin embargo, nada de lo dicho es relevante si tu argumento no
termina con lo que he llamado Conclusión 2, sino que en
realidad tú querías llegar a la Conclusión
1. Si éste es el caso, no sólo sobra todo cuanto
he dicho, sino que igualmente sobran todos tus ejemplos. Si lo
que pretendes es argumentar que la sofisticación del
mundo en sí nos obliga a aceptar la existencia de un ser
inteligente que lo haya creado, ahora ya no puedo decirte que a
tu premisa mayor no es válida porque le faltan algunas
precisiones esenciales, sino más bien que tu premisa
mayor es totalmente arbitraria e injustificada. (Por eso me he
planteado la posibilidad de que tu argumento fuera el segundo,
como única forma de que tu premisa pudiera tener alguna
base.)
Para empezar, si nos planteamos si el mundo necesita de una
causa, de un creador, por lo pronto ya no podemos descartar como
antes la posibilidad de que el mundo haya existido siempre.
Parte de la justificación de buscar una causa a mi
página web era que podíamos afirmar que hace 50
años no existía, pero ¿tiene siquiera
sentido decir que hubo un tiempo en que el mundo no
existía? No necesariamente. Ante todo, tal y como trato
de explicar en mi página titulada ¿Por
qué
hay algo en vez de nada?, ésta es la pregunta
pertinente, y no ¿cómo se ha creado lo que hay? Si
por "tiempo" entendemos lo que la física nos
enseña que debemos pensar que es el tiempo físico,
no tiene sentido decir que hubo un tiempo en que no había
nada y, en un momento dado, pasó a haber algo. El tiempo,
como el espacio, es parte de lo que existe. Cito un pasaje
que tú mismo me citas más abajo:
Todo
esto
nos lleva a reflexionar sobre el hecho de que muchas veces te
dirán que no se puede demostrar que Dios existe, porque
el universo puede ser eterno. Pero, como vimos, eso no hace al
fondo de la cuestión. Por supuesto que el universo
puede ser eterno. La fe religiosa nos puede decir que ha sido
creado en el tiempo (más correcto sería decir
“con el tiempo”), pero racionalmente es posible que el
universo haya siempre existido.
Si tú me aceptas, de acuerdo con tu propia cita, que el
fondo de la cuestión no es si el universo tiene un primer
instante, puesto que, aunque no lo tuviera, ello no
impediría preguntarse si alguien ha creado ese universo
infinito en el tiempo (infinito hacia el pasado) y, aunque lo
tuviera, ello no significaría que existiera un instante
previo a ese primer instante en el que empezó a existir
el mundo y que, por consiguiente, obligara a plantearse
qué pasó en ese instante, si me aceptas esto,
digo, yo te acepto que eso no hace al fondo de la
cuestión. La cuestión es: si entendemos el mundo
como la totalidad del los hechos, no de las cosas, es decir,
como la totalidad de lo que existe en el espacio y en el tiempo,
si nos planteamos la posibilidad de inferir que esta realidad
—que incluye al espacio y al tiempo como parte de sí— a
causa de su sofisticación, sólo puede entenderse
como el producto de una mente inteligente, ¿en qué
podemos basarnos para llegar a esa conclusión?
No puedes basarte en el ejemplo de mi página web. Es
totalmente distinto. Como hemos visto, en el caso de mi
página web puedes inferir un autor inteligente porque
conoces el mundo en el que ha aparecido esa página web, y
sabes que en ese mundo no surgen páginas web por
casualidad, pero, ¿qué sabes tú sobre lo
que hay "fuera del mundo", si es que hay algo, para pronunciarte
sobre si el hecho de que exista el mundo es fruto del azar, de
la necesidad ciega o de una voluntad inteligente?
Ciertamente, puestos a dar palos de ciego, la posibilidad de un
dios que haya creado al mundo es eso, una posibilidad, pero se
me ocurren más alternativas:
Supón que existe un mundo que no es el nuestro, un mundo
con una física que puede ser totalmente distinta a la
nuestra, un mundo habitado por seres inteligentes que pueden
controlar su mundo en un grado mucho mayor al grado en que
nosotros controlamos el nuestro. (Me refiero a que nosotros
podemos, por ejemplo, hacer transplantes de corazón, pero
no de cerebro, o podemos construir ordenadores que hagan ciertas
operaciones sofisticadas, pero con ciertas limitaciones, que
podemos viajar a la Luna, pero no a las estrellas, etc.) En la
última página que he citado te planteo el caso de
un mundo así en el que un niño llamado Zeus ha
creado nuestro mundo como trabajo escolar. ¿No es una
posibilidad?
Supón ahora otro mundo en el que no me importa si hay o
no seres inteligentes, pero igual que la física de
nuestro mundo da lugar a procesos naturales que generan seres
vivos en un tiempo viable, en este mundo podría haber
procesos naturales (no inteligentes) que generen mundos como el
nuestro. ¿Cómo sabes tú que nuestro mundo
no es fruto de un proceso aleatorio enmarcado en otro universo
con otras leyes físicas sobre las que no sabemos nada y
nada podemos decir?
Fíjate que ni siquiera puedes argumentar que estas
alternativas sean forzadas y retorcidas en comparación
con la simple hipótesis de que un dios haya creado
nuestro mundo. Basándonos en nuestro conocimiento sobre
nuestro mundo, podemos juzgar si una presunta explicación
de un fenómeno es plausible o si, por el contrario,
resulta forzada y retorcida; pero no podemos juzgar si postular
que nuestro mundo es obra de un dios omnipotente es más
natural o menos natural que postular que es el producto de un
escolar o de un proceso natural enmarcado en otra naturaleza.
También podría ser una realidad virtual, tipo Matrix. Si hay muchos que
creen en la existencia de un dios y nadie cree en la posibilidad
de que nuestro mundo sea un trabajo escolar no es porque lo
primero sea más plausible que lo segundo, sino porque
algunos creen que creer en Dios los dignifica y cualquiera
consideraría humillante que este mundo, que es todo lo
que tenemos, fuera un trabajo escolar.
Tal vez arguyas que, en cualquiera de estos casos, estoy
admitiendo la existencia de una causa para el mundo, aunque
cuestione su naturaleza. Bien, vayamos ahora hacia el extremo
opuesto:
Tal vez fuera de nuestro mundo no haya nada. Esto no significa
que nuestro mundo sea producto del azar o de un proceso ciego,
sino que no está causado por nada. No es lo mismo. Estoy
planteando la posibilidad de que el mundo exista sencillamente
porque no podría no existir. ¿En qué te
basas para descartar esta posibilidad? No puedes basarte en
nada, por la sencilla razón de que no sabes nada (ni
tú ni nadie) sobre qué puede haber o dejar de
haber fuera de nuestro mundo. Lo que sí puedo decirte es
que tus conclusiones:
Pues si admitimos que el Universo —que es enorme y complejísimo— existe sin necesidad de una causa, entonces un cuadro —que no deja de ser un poco de lienzo, pigmentos y maderas— tranquilamente también. Si a lo complejísimo y vasto le quitamos la causa, a lo sencillo y acotado, también deberíamos quitársela ¿no? Nada necesitaría de una causa, si admitimos que el universo no necesita de una. Y sin embargo, esto choca con el elemental sentido común y la elemental observación.
están totalmente fuera de lugar: un cuadro ha de tener causa porque conocemos el mundo y sabemos que los cuadros no aparecen en él sin causa. Para inferir esto sobre el Universo tendríamos que saber algo sobre un hipotético "marco físico" en el que se encuadrara el Universo (en el sentido más amplio posible de la expresión, donde el "marco físico" en cuestión podría reducirse a la mera mente de Dios) para poder juzgar sobre si el Universo necesita o no una causa y qué clase de causa. En respuesta a tu ¿no?, te digo: ¡no! No le estamos quitando la causa a lo complejísimo y vasto por oposición a lo sencillo y acotado, sino que le quitamos la causa a aquello que sólo podría tener una causa si postulamos ex profeso un entorno metafísico (sea Dios, otro universo o Matrix) en el cual tuviera sentido plantearse si tiene una causa. Por el contrario, le buscamos una causa a todo fenómeno enmarcado en nuestro universo y siempre en los términos en que nuestro conocimiento del universo nos permite afirmar que necesita una causa.
Por último tu conclusión ya es descaradamente
absurda: ¿Llamas "sentido común" a tomar un
principio válido dentro de nuestro universo (la
búsqueda de causas externas al fenómeno cuya causa
buscas, pero internas al universo mismo) y tratar de aplicarlo
al universo mismo, con lo que pasas a buscar algo externo al
mismo universo, es decir, no una causa física, sino una
causa metafísica? ¿Contra qué
observación elemental choca que el universo pueda no
tener una causa?, ¿contra la observación de que mi
página web sí que tiene una causa?
Te lo plantearé de una forma más
explícita: ¿crees que los números
naturales: 0, 1, 2, 3, ... necesitan una causa, un dios que los
haya creado?, ¿crees que el hecho de que entre los diez
primeros números naturales haya exactamente cuatro primos
es fruto del azar o es un hecho necesario? ¿podría
Dios haber hecho que hubiera cinco primos en vez de cuatro?
¿Podrían no existir los números naturales?
Obviamente, dentro de nuestro universo, la existencia
física de un objeto es algo distinto de la existencia
puramente matemática de un número, pero,
¿puedes asegurar que, desde un punto de vista
trascendente, la naturaleza de la existencia física, es
decir, de la existencia del mundo en sí, es diferente de
la naturaleza de la existencia de los números? Dicho
así, en frío, alguien podría pensar que,
evidentemente, sí, pero en mi página titulada El idealismo absoluto (apoyándome
fuertemente en las anteriores) trato de mostrar que no es tan
descabellado como podría parecer a primera vista. Ello no
significa que proponga esta alternativa como preferible a la
existencia de Dios, sino que únicamente defiendo la posibilidad de esa posibilidad,
es decir, no trato de argumentar que ése sea el caso, lo
cual sería tan pretencioso como tratar de razonar la
existencia de Dios, sino tan sólo que esa posibilidad no
es ni más ni menos plausible que cualquier otra
alternativa metafísica, por la sencilla razón de
que, hablando de metafísica, no tenemos ningún
marco al que aferrarnos, ninguna referencia que nos permita
concluir si algo es posible, imposible, probable, improbable,
etc. Y el mero hecho de que el idealismo absoluto sea una
posibilidad implica que cualquier intento de argumentar que el
mundo ha de tener una causa es necesariamente falaz, pues ello
implicaría que el idealismo absoluto no es realmente una
posiblidad.
En resumen: cuando postulas a Dios como causa necesaria para el
mundo, no sólo estás postulando al mismo Dios, que
ya es mucho postular, sino que, implícitamente,
estás postulando que ha de existir un marco
metafísico en el cual tenga sentido argumentar que el
mundo necesita una causa, para luego llenar con Dios ese
"agujero metafísico" que acabas de crear. Así, no
sólo necesitas inventarte a Dios, sino que también
necesitas previamente inventarte un "espacio conceptual" (en el
sentido más abstracto del término) en el que quepa
ese Dios que te has propuesto inventarte.
Pero bueno, en fin, pasemos a la
segunda parte.
Segunda
parte:
Carlos es un hombre de muchísima fe.
Confieso que de matemática sé poco y nada. Pero te
pondré un ejemplo matemático para darte este
baldazo de agua fría: querido Carlos, tú eres una
persona de profunda fe. No, no te rías tanto.
¡¡Eres un hombre de fe!!
No me río por tu afirmación sobre mi fe, que se
ve a cien leguas dónde irá a parar, sino por tu
candor al creer que con ella me estás dando un baldazo de
agua fría.
¿Creer, tener fe, es
irracional o antinatural? Digamos que en una primer lectura
parece que sí, que es anticientífico. Pero te
invito a seguirme en el razonamiento.
Tu no necesitas de la fe para afirmar que 2+2=4. Lo puedes
calcular tú solito. Es un conocimiento científico.
Humilde, pero científico al fin, demostrado. Pero si te
pusieran una operación matemática que tuviera
—exagero— 300 millones de números que sumar, restar,
multiplicar, etc y —exagero— no alcanzara la vida
biológica de un ser humano para calcularla a mano…
tendrías que recurrir a la fe...
¿Eh? Sí, a la fe en un ordenador. Meterías
todos los números en el ordenador y si éste te
dijera que el resultado es 257… y tú lo creyeras,
sería un acto de fe… en el ordenador.
Decir que el resultado es 257 ¡sería un
conocimiento por la fe! ¡Sería un conocimiento
revelado, no alcanzado por tus medios! Sabrías el
resultado pero no por haberlo alcanzado por tus limitados
medios, sino por creerle al ordenador. ¿Irracional?
¿Ilógico? ¿Infantil? No. Estarías
asumiendo que la operación matemática es tan
gigante que, para ti, el resultado es un misterio (no en el
sentido de que sea irresolvible, sino que a ti te supera) y
tendrías que depositar tu confianza —y creer y afirmar
como si tú mismo hubieras hecho la suma— en el ordenador.
¿Contrapuesto? No. Si tuvieras el tiempo biológico
para calcular todo a mano, llegarías al mismo resultado:
257. Hubieras llegado al mismo resultado mediante un
método científico. Oh casualidad, la fe y la
ciencia no se contrapusieron. Sólo que habrías
tenido que recurrir a la fe —en el ordenador — porque a ti, el
problema te superaba.
Por lo tanto, querido Carlos, si usas un ordenador para hacer
operaciones matemáticas, eres un hombre de fe. En los
ordenadores, pero de fe al fin. Y esa fe se llama fe natural.
Como verás, tener fe (natural, en este caso) no es
renunciar a conocer: es tratar de llegar al máximo con
nuestra inteligencia y conocimiento, pero llegado el
límite de ambos, de ahí en adelante, creerle a
alguien (un astrónomo que dice que la luna existe, aunque
tú no la hayas pisado) o a algo (el ordenador), aceptando
lo que afirman.
Ya hemos hablado de esto antes. En mi página titulada La razón trato de explicar cómo
la racionalidad es el punto intermedio entre dos extremos: el
escepticismo y el dogmatismo. Tu postura es dogmática, y
pretendes argumentar que la alternativa al dogmatismo es el
escepticismo, pero precisamente tu error es no distinguir entre
dogmatismo y racionalidad:
Tú abres los ojos y te encuentras con el mundo, y tienes
la necesidad de entenderlo hasta cierto punto. Te encuentras con
libros que dicen cosas, con personas que dicen cosas, con
objetos que puedes manipular, etc. Obviamente, no puedes creer
todo lo que dicen todas las personas ni todo lo que dicen todos
los libros, principalmente porque fácilmente
encontrarás personas y libros que se contradicen entre
sí. Ahora bien, tampoco puedes no creerte nada. Si no te
crees nada, no podrás estar seguro de si el trozo de
queso que acabas de comprar es realmente alimento y no veneno.
¿Cómo lo sabes? ¿Y si el que te lo ha
vendido el queso lo ha envenenado? ¿Sabes que no es
así porque él te ha asegurado que es comestible?
¿Y si miente?
Si te planteas de este modo tu forma de enfrentarte al mundo,
eres un escéptico, y lo malo es que el escepticismo
radical mata. Por ejemplo, te morirás de hambre ante la
duda de si lo que te ofrecen como alimento es en realidad
veneno. No tienes más remedio que tomar partido y decidir
qué crees y qué no crees. Puedes hacerlo de forma
arbitraria o adoptar un criterio. Si el criterio que adoptas es
la racionalidad, serás racional, si decides inventarte
otro que te guste más, serás dogmático. Lo
más probable es que, salvo que tengas vocación de
racionalidad, te mostrarás racional en algunas facetas de
tu relación con el mundo (las importantes, aquellas en
las que te juegas algo serio) y dogmático en otras (las
frívolas, aquellas en las que da igual lo que digas,
porque no pasará nada si te decantas por una u otra
opción). ¿Y qué es la racionalidad? Ser
racional es adoptar en cada momento la mejor teoría que
explique los hechos de que tienes constancia y, lo más
importante, no sentir ninguna clase de apego sentimental hacia
ninguna teoría, de modo que estés dispuesto a
cambiar de teoría (en lugar de adaptarla y parchearla
hasta la indignidad) cada vez que los hechos hagan aconsejable
sustituirla por otra más eficiente.
Aceptar lo que dicen los médicos o los astrónomos
no es tener fe en ellos. Tener fe en ellos sería aceptar
lo que dicen en caso de tener indicios de que podrían
estar equivocados. Ahora bien, ¿qué puede hacerme
sospechar, por ejemplo, que el dato según el cual algunas
pinturas rupestres —obra de la mano del hombre— datan de hace
30.000 años, podría estar equivocado (aceptando un
margen de error razonable en la medición)? Obviamente, yo
no estaba allí para ver cómo las pintaban, ni he
realizado por mí mismo las pruebas de datación
para llegar a esa cifra, pero todo eso es irrelevante. La
cuestión es: dado que existen técnicas de
datación fundamentadas en procesos físicos
perfectamente comprendidos por la ciencia, dado que es posible
datar las pinturas rupestres y que se ha hecho,
¿qué razón podría haber para que las
mediciones sean erróneas o para que quienes las han
realizado mintieran o falsearan los datos? Si alguien aportara
alguna razón para sospechar que el dato pudiera ser
incorrecto, habría que revisarlo (cosa que no
haría yo personalmente, pero si me llegara un informe
bien razonado según el cual la cifra debería
rebajarse, digamos, a 20.000 años o aumentarse a 50.000,
aceptaría el cambio, y no se me ocurriría decir:
"no, yo tenía entendido que eran 30.000 años y no
estoy dispuesto a cambiar de cifra. Antes de eso lanzaré
una andanada de objeciones escépticas a la nueva
teoría para negarme a aceptarla, independientemente de
cuál sea su base, diga lo que diga, yo diré que no
me lo creo". Esto sería tener fe en el dato, no el hecho
de aceptarlo cuando nada apunta a que pueda estar equivocado.
Durante mucho tiempo, los cristianos estuvieron convencidos de
que la Tierra tenía unos seis mil años, cifra
deducida del estudio de la Biblia, y aún hoy hay quienes
creen en este dato. A falta de mediciones precisas, ese dato era
una teoría racional tan digna como otra cualquiera, pero,
cuando se desarrollaron las diversas técnicas que
permitieron datar fósiles, estratos geológicos,
etc. y éstas arrojaron de forma totalmente consistente
cifras muy superiores a esos seis mil años, quienes se
obstinaron en creer a un libro viejo antes que a mediciones
precisas estaban mostrando fe, los que medían estaban
usando la razón, y el que ni unos ni otros estuvieran
vivos hace 30.000 años para ver si por esa época
había ya hombres o no, es irrelevante. Ser racional no
tiene nada que ver con ser santo Tomás (ni el
apóstol, por esceptico, ni el de Aquino, por
dogmático).
Pero pasemos al ejemplo matemático que me planteas. Si
me lo permites, abordaré primero un ejemplo más
sencillo y, por tanto, más manejable. Pongamos que
necesito calcular la raíz cúbica de 3. Si tomo
cualquier calculadora, obtengo el resultado 1,442249570307.
Podría comprobar por mí mismo que el resultado es
correcto. Para ello tendría que multiplicar este
número por sí mismo y luego multiplicar por
él de nuevo el resultado y comprobar que el resultado es
menor que 3, a continuación tendría que hacer lo
mismo con el número 1,442249570308 y comprobar que el
resultado es mayor que 3. No sé cuánto tiempo
necesitaría para ello, pero es mucho más del que
estaría dispuesto a emplear. Más aún, si lo
intentara, es prácticamente seguro que cometería
algún error, de modo que si no obtuviera el resultado
esperado no deduciría de ahí que la calculadora me
ha engañado, sino que antes concluiría que ella me
ha dado el resultado correcto y yo me he equivocado. Ves, pues,
que —en estas cuestiones— confío más en una
calculadora que en mí mismo, pero es capcioso
interpretarlo como que tengo fe en las calculadoras.
¿Por qué confío más en la capacidad
de cálculo de una calculadora que en la mía
propia? En primer lugar, me he equivocado calculando muchas
veces, lo que me asegura que no soy infalible. En cambio, una
calculadora, al menos si hablamos de cálculos elementales
como pulsar el 3 seguido de la tecla de la raíz
cúbica, sí que es infalible. En el fondo, es el
mismo caso que cuando necesito luz y pulso el interruptor, o
cuando necesito agua y abro el grifo. No es que tenga fe en que
al abrir el grifo saldrá agua. Es que sé lo que es
un grifo, sé que está conectado a una
cañería y sé, en suma, que lo mejor que
puede hacer un ser racional que necesite agua y tenga un grifo a
mano es abrir el grifo. Del mismo modo, sé que lo mejor
que puede hacer un ser racional que necesite saber cuánto
vale la raíz cúbica de 3 y tenga una calculadora a
mano es pulsar en ella las teclas oportunas.
Tener fe en que el grifo da agua sería abrir un grifo y
que, por cualquier motivo, no saliera agua (por ejemplo, porque
unas reparaciones han provocado un corte temporal del
suministro) y yo dijera: yo tengo fe en que el grifo me ha de
dar agua, aunque me parece que no sale agua, debo de estar
equivocado. La realidad es que sale agua. Eso es la fe: que los
hechos no cuadren con la teoría y, en lugar de cambiar de
teoría, trates de negar los hechos.
Tener fe en la calculadora sería que si pulso las teclas
correspondientes al cálculo de la raíz
cúbica de 3 y obtengo como resultado 0.5, me dijera a
mí mismo: "Mis conocimientos de matemáticas me
dicen que la raíz cúbica de 3 ha de tener
infinitos decimales, pero la calculadora me dice que es 0.5,
luego debo de estar equivocado y la calculadora tendrá
razón." Por el contrario, lo cierto es que, si la
calculadora me diera ese resultado, concluiría que la
calculadora está estropeada y no aceptaría el
cálculo.
Ahora bien, sucede que una calculadora es una máquina
sencilla que es muy improbable que falle de forma tan sutil como
para dar un resultado en vez de otro: si una calculadora se
estropea, deja de funcionar, o muestra en la pantalla signos
incoherentes, pero no se equivoca al operar. Por ello, no
consideraré probable que una calculadora me dé un
resultado erróneo igual que no me plantearé si el
vendedor de queso está tratando de venderme un queso
envenenado. En ambos casos la situación es la misma:
¿por qué debería sospechar tal cosa?
Pasemos ahora al ejemplo que tú proponías, es
decir, no un cálculo estándar que puedes confiar a
una calculadora sin recelos razonables, sino un cálculo
sofisticado que requiera programar un ordenador de forma
específica para que lo lleve a cabo. No debes estar muy
familiarizado con los ordenadores (o con quienes los usan para
hacer cálculos) si crees que es tan simple como "yo le
digo que calcule y me creo lo que sale". En realidad, todo
programador sabe lo fácil que es cometer errores al
programar un ordenador, de modo que lo que el ordenador acaba
haciendo no es lo que uno pretendía que hiciera.
Te pondré un ejemplo real: hace algunos años hice
un programa de cálculo en curvas elípticas. No
importa lo que es eso. Basta saber que requería efectuar
operaciones exactas (sin perder decimales por el camino) con
números muy grandes, de veinte o treinta cifras.
Inevitablemente, durante la programación cometí
errores (siempre pasa), y los errores se van detectando mediante
pruebas: uno mete unos datos y, si sale algo incoherente,
entonces se pone a rastrear paso a paso lo que hace el ordenador
hasta que detecta el punto en el que el ordenador no hace lo que
se quería que hiciera, luego se vuelve a probar, y
así sucesivamente hasta que ya "parece" funcionar bien.
Entonces se prueba introduciendo cálculos cuyo resultado
ya se conoce de antemano (no porque se puedan hacer de cabeza,
sino, por ejemplo, porque están sacados de libros, y han
sido calculados con otros ordenadores). Si al probar mi programa
con estos cálculos el resultado coincide con el que
sabía a priori que tenía que dar, entonces, tras
varias pruebas con éxito sin ningún fracaso,
tendré garantías suficentes para confiar en que
los cálculos que haga con mi programa serán
correctos, ahora bien, en cuanto detectara la más
mínima incoherencia, no se me ocurriría decir "si
mi programa dice que da eso, es que da eso, y no lo discuto",
sino que volvería de nuevo a rastrear el funcionamiento
del programa a ver dónde se produce la incoherencia, y,
una vez corregida, revisaría los cálculos
previos que había aceptado como válidos.
Ahora deberías tener claro que nadie tiene fe en los
ordenadores: no es lo mismo la fe que la confianza. La confianza
se puede ganar y se puede perder, porque está sometida al
juicio de la razón. La fe se puede ganar o perder
sólo por capricho, pero en general es inmutable porque no
está sometida a juicio alguno.
Una afirmación de fe no es irracional. Es supra-racional. Como el caso del ordenador y la cuenta fenomenal.
Las dos primeras frases son aceptables (yo diría "metafísica" en lugar de supra-racional, pero con el mismo significado) siempre y cuando apeles a la fe únicamente para fundamentar afirmaciones no refutables por la razón. El mero hecho de decir que existe un Dios no es incompatible con la razón, pero si crees que rezando a Dios puedes curar a un enfermo, o hacer que llueva, entonces ya estás siendo descaradamente irracional, porque en tal caso, "Oh necesidad, la fe y la ciencia se contraponen." La comparación con el ordenador es totalmente improcedente. Espero que la diferencia quede totalmente aclarada un poco más abajo, al hablar de la autoridad.
¿Y la fe sobrenatural? Es lo mismo, pero multiplicado al infinito.
Aquí es cuando se confirma lo primero que has dicho: Confieso que de matemática sé poco y nada.
Tanto la fe natural como la sobrenatural, se basan en lo que se llama autoridad. En la fe natural, en la autoridad del ordenador que te dice 257. En la sobrenatural, en la autoridad de Dios que revela verdades de fe, que superan nuestra inteligencia.
Lo que llamas pomposamente fe natural se llama razón, y
lo que llamas fe sobrenatural se llama técnicamente
dogmatismo y, más comúnmente, lo-que-no-sé-me-lo-invento.
Creo que estamos hablando de lo mismo, pero los nombres que yo
le doy son más claros y se prestan a menos
equívocos. Me gusta tu planteamiento en términos
del concepto de autoridad, porque creo que me va a permitir
explicar claramente la diferencia entre fe y razón:
Podemos decir que Albert Einstein era una autoridad en
física teórica. Esto significa que si Einstein
decía algo sobre física, había serios
motivos para sospechar que debía de estar en lo cierto.
Ahora bien, esa autoridad no era indiscutible:
En primer lugar, tuvo que ganársela. Cuando Einstein
publicó su teoría de la relatividad, nadie dijo:
Amén, palabra de Einstein. Al contrario, hubo muchos
escépticos y, finalmente, su teoría fue aceptada,
no porque fuera Einstein quien la proponía, sino porque
sus argumentos fueron juzgados convincentes desde un punto de
vista racional. Así pues, es la razón quien le
concede la autoridad a Einstein.
En segundo lugar, esa autoridad no es para siempre. Cuando
Einstein se enfrentó a Bohr con respecto a la
mecánica cuántica (Einstein pensaba que era
incorrecta), nadie en sus cabales dijo: si Einstein piensa que
la mecánica cuántica es incorrecta, tendrá
razón, aunque yo no sepa por qué. Al contrario, la
autoridad que Einstein se había ganado no le
sirvió de nada, porque los argumentos de Bohr eran
mejores. Einstein murió sin creerse la mecánica
cuántica (es un poco más sutil, pero no voy a
entrar aquí en ello) y los físicos lo dejaron
morir convencidos de que estaba equivocado y Bohr tenía
razón.
Lo mismo sucede con la autoridad de un ordenador: un ordenador
carece de autoridad mientras no dé evidencias suficientes
de que calcula correctamente y, aunque las dé, nada
más se le detecte una incoherencia perderá toda la
autoridad que se había ganado. Nadie dirá: bueno,
ha cometido un pequeño fallo, pero vamos a olvidarlo,
¿vale?
En general: la autoridad que reconoce la razón no es
absoluta, sino que está supeditada a la misma
razón. Es la razón quien la concede y es la
razón quien la niega en cuanto el depositario de dicha
autoridad deja de ser merecedor de ella. La razón no
admite nada por encima de ella misma, la autoridad racional
está por debajo, y no por encima, de la razón.
Pasemos ahora a lo que llamas autoridad de Dios. Te
decía antes que tú, como todo ser con uso de
razón, te ves en la necesidad ineludible de decidir
qué crees y qué no crees. Y Dios no puede ayudarte
en ello, porque, para contar con la ayuda de Dios, primero
necesitas decidir cuál es tu dios favorito. Más
abajo mencionas la Trinidad como revelación que crees
bajo la autoridad de Dios. Esto indica que eres cristiano, y no
judío o musulmán. Si eres católico (que no
lo sé) reconocerás al Papa como transmisor de la
autoridad de Dios, pero, si eres protestante, no. Si fueras
budista, tu concepto de religión sería
completamente distinto. Así pues, nos encontramos con que
no puedes apelar a la autoridad de Dios para decidir a
qué Dios quieres. Tu elección es necesariamente
caprichosa, y ese carácter caprichoso se extiende
inevitablemente a todas las consecuencias que extraes de tu fe
una vez has decidido cuál es.
Si me preguntas qué tendría que decir una
autoridad en física para perder dicha autoridad, ya te he
contestado: bastaría con que dijera que no se cree la
mecánica cuántica sin aportar ningún
argumento convincente, que es lo que hizo Einstein. Si me
preguntas qué tendría que hacer un ordenador para
perder la autoridad que puedo haberle concedido, ya te he
contestado: bastaría con que proporcionara un resultado
que no me parezca creíble. Ahora te pregunto yo:
¿qué tendría que decir la Biblia para que
dejaras de reconocerla como autoridad legítima?
¿No basta con que, en la Biblia, Dios diga que un padre
tiene derecho a vender a su hija como esclava? Tú no
estarás de acuerdo con eso, pero, en lugar de rechazar la
Biblia por contradecir tus principios éticos,
echarás tierra al asunto explicando que eso era la
Antigua Alianza, pero que está superada por la Nueva
Alianza, etc. Es como si yo pusiera a prueba a un ordenador con
un cálculo que sé que tiene que dar 25, el
ordenador me dijera 24 y yo, en lugar de reprogramarlo, me
dijera: bueno, ha dicho 24, pero en realidad quiere decir 25, y
lo dejara todo tal cual.
Si te parece un golpe bajo aludir al Antiguo Testamento,
pasemos al Nuevo Testamento. En él Jesús dice: ¿Por qué
decís que soy bueno?, sólo Dios es bueno.
Cualquiera se da cuenta de que ahí Jesús
está confesando que él no es Dios o que, si lo es,
no es consciente de ello. Pero tú seguirás
creyendo que Jesús es Dios, y me dirás que para
entender ese pasaje hay que estudiar teología. Tú
dices 25, el ordenador te dice 24, pero tú te excusas
explicando que los que saben mucha informática comprenden
que, a veces, cuando un ordenador dice 24, a causa de ciertos cofurcios coaxiales
megabíticos, lo que quiere decir es 25. No hay
problema.
También dice Jesús que él sólo ha
venido para salvar a las ovejas perdidas de la casa de Israel,
es decir, a los judíos, y en ese mismo pasaje se refiere
a los no judíos como perros, que era la forma usual en
que los judíos se referían despectivamente a los
gentiles. Tu Biblia afirma que Jesús era un judío
racista, y que sólo le preocupaban los judíos,
pero tú seguirás creyendo que Jesús vino a
salvar a la humanidad entera y que se entregó a la muerte
por ello. Eso lo dijo también por culpa de los cofurcios coaxiales
megabíticos esos, siempre tan molestos. Da igual
lo que diga la Biblia, tú seguirás creyendo lo que
quieras creer y la parchearás lo necesario para
jamás negarle un ápice de su autoridad, porque
tú no te consideras legitimado a juzgar la Biblia.
Ésa es la diferencia fundamental entre la fe y la
razón. Yo juzgo a los ordenadores, tú no juzgas a
Dios. Puedes creer lo que quieras, pero, por favor, llama al
pan, pan y al vino, vino. La fe es la fe y la razón es la
razón. Entre ambas hay un abismo.
Y menos mal que las superan, porque si cupieran en nuestra mente de mosquito, qué Dios de pacotilla sería.
Pues no debe ser muy grande cuando, para magnificarlo, tienes
que empequeñecer al hombre de esa manera. Los mosquitos
tienen mente de mosquito. Los hombres no. ¿No les gusta
argumentar a los teólogos que la causa de algo ha de ser
algo más perfecto aún? Pues la mente del hombre no
debe ser tan despreciable cuando ha creado algo tan grande como
Dios.
¿Pero lo más curioso de todo? Si uno le cree a un ordenador que “revela” un resultado, nadie se ríe. Al contrario, nos consideran personas racionales. Pero si uno le cree a Dios que revela verdades sobrenaturales —Misterios— ya nos parece absurdo, risible e irracional.
No veo qué tiene de curioso. El ordenador que "revela"
un resultado ha sido debidamente controlado para que el
resultado sea digno de crédito. Obviamente, quien acepta
un resultado obtenido por medios racionales (en particular por
un ordenador sometido al control de la razón) es
racional. Quien acepta al pie de la letra lo que dice un libro
acabado de escribir hace casi dos mil años sin atreverse
a cuestionarlo (en todo caso, dispuesto a maquillarlo con una
interpretación conveniente, a menudo fraudulenta hasta el
cinismo) parece irracional principalmente porque es irracional.
El punto más irracional de todos es el acto de elegir
precisamente ese libro y no otro: ¿Por qué creer
precisamente en la Biblia y no en el Corán, o en las Metamorfosis de Ovidio?
Simplemente, porque sí.
Si no podemos “meter” o sintetizar algo en nuestra mente pequeña, si no lo podemos entender, optamos por decir que no existe, que no es cierto, que no es lógico, o que es ridículo. Simplemente porque no somos capaces de entenderlo. Y como no lo entiendo, no lo creo. Si un ordenador me “revela” un resultado que con nuestra mente limitada sería imposible de alcanzar, lo acato como un corderito. Si Dios me revela una verdad altísima, que para nuestra mente limitada es incomprensible o hasta parece ilógica (como la Trinidad, digamos), la cuestiono y opto por decir que no es así.
¿Qué te hace pensar que no comprendo la Trinidad?
La entiendo perfectamente. Resumo: Un judío
carismático trata de eliminar las rencillas entre sus
compatriotas que debilitan a su pueblo y permiten que
esté sometido a una potencia extranjera, para ello,
siguiendo la doctrina aprendida de su maestro, el Bautista,
predica una doctrina de amor y fraternidad radical entre
judíos, pero, contra todo pronóstico, los romanos
lo prenden y, tras ciertos incidentes que no hacen al caso, lo
crucifican. Sus discípulos huyen despavoridos y quedan
desconcertados. Surge el rumor de que alguien, probablemente la
que había sido su amante, lo ha visto vivo (probablemente
por una confusión motivada por la angustia habitual tras
una muerte dramática), se extiende el rumor (nada raro en
una sociedad cuya cultura religiosa hace creíbles los
milagros), preguntan a Pedro y éste les dice que
están locos, que no digan tonterías, que
cómo va a haber resucitado, pero, ante la insistencia de
los que habían seguido a Jesús, que quieren saber
si es verdad eso de que ha resucitado, los discípulos
deciden reunirse y, finalmente, deciden afirmar que, en efecto,
han visto a Jesús resucitado.
¿Por qué iban a hacer eso?—me preguntarás.
Desde luego, no puedo responderte a ciencia cierta, pero
sí puedo proponerte una posibilidad. No importa si
acierto o no. Si no fue exactamente como sugiero aquí,
bien podría haber sido de otra forma más o menos
parecida, pero, en cualquier caso, comprensible y nada
misteriosa: Parece razonable suponer que Jesús no se
creía el Mesías. Sólo en el evangelio
según san Juan (el más tardío) se declara
abiertamente como tal. Tal vez llegó a preguntarse en
más de una ocasión si acaso no sería el
elegido por Dios, pero no debía de estar muy seguro. En
cualquier caso, nunca dijo a sus discípulos que él
fuera el Mesías. Lo que predicaba era la próxima
llegada del Reino de los
Cielos, que era una forma prudente de anunciar al
Mesías sin dar pie a los romanos a acusarlo de traidor a
Roma. Cuando Jesús murió, los discípulos
comprendieron definitivamente que no era el Mesías, pero
también comprendieron que eso no invalidaba su doctrina.
Ahora bien, su muerte sí podría hacer que todo lo
que había sembrado se perdiera ante la decepción
de sus seguidores. Para evitarlo, podían confirmar el
rumor de su resurrección, y anunciar que Jesús
había prometido regresar en breve como un mesías
poderoso, en concordancia con la tradición
mesiánica. Ellos "sabían" que el Mesías que
tenía que llegar no era Jesús, porque había
muerto, sino el Mesías que anunciaba Jesús, pero,
cuando llegara, el detalle de que fuera o no Jesús
resultaría insignificante, y lo que importaba era que no
se perdiera la esperanza que Jesús había
infundido.
Ahora bien, para que esta "versión oficial" resultara
creíble, había que pulir algunos detalles:
¿por qué Jesús, siendo el Mesías
(eso debía de creer la gente), había sido
crucificado tan ignominiosamente? Los discípulos no
sabían qué responder a esto (no eran
teólogos). Lo único que supieron hacer fue
eliminar el aspecto humillante de la crucifixión:
Jesús no había sido capturado por sorpresa,
traicionado por uno de los suyos, sino que se había
entregado voluntariamente a la pasión: él
había predicho su muerte y su resurrección,
así como la traición de Judas, así como la
negación de Pedro. De este modo, todo había
sucedido según la voluntad inescrutable de Dios.
Así, al menos, la dignidad de Jesús, y la de
Pedro, quedaban limpias de torpeza en el primer caso, de
cobardía en el segundo, y el proyecto de Jesús
podía seguir adelante. Segundo detalle: si Jesús
había resucitado, ¿dónde estaba ahora?,
¿por qué no podían verlo? Eso tampoco era
fácil de explicar. El caso era que Jesús
había subido al Cielo, hasta que fuera la hora de su
(inminente) segunda venida, pero había dejado en la
Tierra el Espíritu Santo, que tenía la ventaja de
ser invisible, con lo que resultaba impertinente preguntar
dónde estaba.
Los cristianos empezaron a venerar a Jesús de una forma
un tanto incoherente, y los discípulos insistían,
como justificación de su doctrina, que había que
venerar al Espíritu Santo, que, de momento, era lo que
tenían más a mano. Paso por alto la
intervención de san Pablo, el creador de la doctrina
sobre el sacrificio de Jesús como cordero de Dios para
redimir a la humanidad, el inventor de la Eucaristía,
etc. Las sectas cristianas se multiplicaron y diversificaron.
Cuando el emperador Constantino, necesitado del apoyo de un
cristianismo cohesionado, convocó el concilio de Nicea,
se encontró con todo un zoo de sectas cristianas, entre
las que destacaban los que creían que Jesús y el
Espíritu Santo eran Dios (los que, tras el concilio,
serían llamados católicos) y los arrianos, que
consideraban a Jesús como un profeta, pero no como dios.
El concilio sancionó la primera doctrina, y así
surgió el "misterio" de la Trinidad: Teóricamente,
Dios era Dios, pero en la práctica, los cristianos
adoraban a Jesús, y el Espíritu Santo, en
principio un artificio improvisado para salir del paso ante la
repentina muerte de Jesús, se había ganado un
puesto en la teología cristiana. La Trinidad reflejaba la
predilección de los "creyentes de base", que, de hecho,
reverenciaban a Jesús como a un dios sin que la
ecuación 3 = 1 les molestara lo más mínimo;
por el contrario, muchos teólogos se decantaban por el
arrianismo, sin duda la opción más sensata.
Eso es la Trinidad: una solución de compromiso para
conciliar el hecho de que los cristianos se consideraban en
teoría creyentes en el dios de los judíos con el
hecho de que en la práctica adoraban a Jesús como
dios y con el Espíritu Santo que los discípulos
habían introducido cuando no sabían muy bien
qué decir para sostener la resurrección. No tiene
nada de misterioso: es una simple huida hacia adelante.
¿Por qué dices que no entiendo lo que es la
Trinidad? Si no creo en la Trinidad no es porque no la entienda,
sino por el único motivo por el que un ser racional puede
descartar una teoría: porque tiene otra mejor (en este
caso la que te acabo de esbozar). Estamos como en el caso del
creador de mi página web: ¿Por qué iba a
suponer alguien que mi página web ha sido creada
(milagrosamente) por azar cuando el mundo está lleno de
creadores de páginas web? Igualmente, ¿por
qué iba a suponer que un hombre resucitó
(milagrosamente) y luego resultó (contradictoriamente)
ser un dios uno y trino cuando el mundo antiguo estaba lleno de
mecanismos para generar mitos, cuando sabes que el hombre ha
creado miles de fábulas en las que ha creído y que
tú mismo reconoces como tales, cuando a menudo ha
mezclado elementos históricos y mitológicos (p.ej.
en la Ilíada)?
La teoría que te acabo de esbozar es mejor: cuadra con la
psicología humana (eso tal vez no se vea bien en el
resumen que te he hecho), no requiere suponer milagros, etc.
¿Qué es lo que no entiendo? Al margen de que, como
ya te he dicho, no pretendo presentar la propuesta que acabo de
sugerir como lo que realmente sucedió, sino como una de
las muchas posibilidades (racionales) que pudieron suceder, creo
que se puede decir que entiendo perfectamente lo que
sucedió: ¿Soy yo el que no cree porque no
entiende, o tú el que no entiendes porque crees? Como
crees en Dios (en la versión cristiana) tienes que creer
que Jesús es Dios, y eso te impide entender cabalmente un
pasaje histórico. Fíjate que hay judíos y
musulmanes tan devotos como tú y que, pese a ello, no
creen en la Trinidad, y entienden lo sucedido más o menos
como yo, luego no hace falta ser muy escéptico para tener
por absurdo lo que otros tienen por "verdad altísima",
basta con que no cuadre con las creencias que uno ha decidido
reconocer arbitrariamente como "autoridad".
Yo ya te he explicado por qué no creo en la Trinidad (y
no es porque no entiendo, sino porque tengo una teoría
racional alternativa), y ahora te voy a explicar por qué
crees tú: Tras el concilio de Nicea, Constantino
cambió de opinión y protegió a los
arrianos, que terminaron haciéndose los amos del
cristianismo en el Imperio. Si nada hubiera cambiado, Europa
habría terminado siendo arriana, pero Juliano el
Apóstata proclamó la libertad de culto y ello
permitió a muchos católicos exiliados retornar y
tomar posiciones. El arrianismo todavía tuvo una
oportunidad con las invasiones bárbaras, pues los
bárbaros eran arrianos, pero Clodoveo realizó una
jugada política convirtiéndose al catolicismo y
eso sentenció la disputa. Si los acontecimientos
históricos hubieran sido ligeramente distintos, la
mecánica cuántica seguiría siendo hoy la
misma mecánica cuántica que es, pero la
religión de Europa (y, subsiguientemente, de
América) podría haber sido el arrianismo en lugar
del catolicismo (del que luego se desgajaron sectas
protestantes, que hubieran sido igualmente arrianas), la
Trinidad sería hoy vista como una excentricidad de los
cristianos antiguos, como hoy se considera al gnosticismo o al
monofisismo y a otras muchas herejías, y hoy tú no
creerías en la Trinidad. Tu creencia en la Trinidad, dado
que no puede ampararse en ningún criterio racional,
sólo puede explicarse en términos de sucesos
socio-políticos acaecidos en la historia, porque se basa
en lo que tú consideras autoridad de Dios, y la autoridad
de Dios (el hecho de que la autoridad de Dios mayoritariamente
reconocida sea ésta o aquélla) es —no puede ser
más que— un fenómeno socio-político.
Sin duda, pero más de lo que ya hemos avanzado.
Tercera
parte:
¿Cómo va a existir un dios?
Admito el plagio. Este apartado lo estoy tomando —con
autorización de su autor— de un libro de un amigo
mío (Gabriel Zanotti) llamado “Filosofía
para no filósofos”. Si quieres que te
mande el libro por mail, me avisas y te lo mando. Es cortito y
afilado como una navaja; pero a la vez, una golosina para leer.
Por la muestra que me das, mi impresión es que es
bastante romo e inofensivo. Y no es bueno consumir golosinas
caducadas hace más de trescientos años. Pueden
perjudicar al estómago.
No te asustes, vamos a probar por la
razón que tiene que haber una causa, pero no son los
famosos 5 caminos de Santo Tomás para probar la
existencia de Dios.
En realidad es una mezcla confusa de los caminos tomistas con
una variante del argumento ontológico de san Anselmo. En
mi página sobre La metafísica
despaché éste en pocas líneas pensando que
nadie le daría crédito hoy en día y que
sería una pérdida de tiempo detenerse en
él. Como no dudo de que tú me lo presentas porque
sinceramente lo crees concluyente, reconozco mi error y
procederé a demolerlo con paciencia. Huelga decir que no
me asusto: es tarea fácil, aunque me temo —para mi pesar—
que será muy laboriosa.
Bueno, acá vamos con el
plagio:
(...) Si la filosofía se ocupa de las cuestiones
más importantes de la existencia humana, no es raro que
nos ocupemos entonces de Dios. Pero no puedo comenzar sin antes
decirte que hay algo que me frena en este momento. Comenzar a
hablar de Dios, presentado así, como un capítulo
de un pequeño libro, me parece casi una irreverencia.
Algunos opinan que, ante el tema de Dios, la actitud más
justa sería el silencio total; lo cual, como veremos
después, tiene su sentido. Pero, si la razón
humana es obra de Dios, no creo que sea injusto utilizarla para
ver qué nos puede decir sobre El.
No sé si el silencio sería la actitud más
justa, pero, sin duda, sería la más prudente.
Dios
y la vida humana
Ante todo, advirtamos que el problema de Dios no es algo que
surge siempre, en todos los problemas de nuestra vida, sino que
surge en momentos especiales. Habrás tenido quizás
experiencia de esto. Discúlpame si te parezco un poco
fúnebre, pero la muerte es un hecho que nos plantea el
tema de nuestro destino final, en relación a lo cual se
plantea Dios. ¿Qué sentido tiene todo? ¿Por
qué estamos en este mundo? Los filósofos
“existencialistas” dicen que estamos “arrojados a la
existencia”, lo cual significa que aquí estamos,
existiendo, pero nadie nos preguntó si queríamos
nacer. Y tienen razón. Al parecer, hemos sido “arrojados
a la vida”, y a una vida que, además, sabemos que va a
terminar alguna vez. Y nos preguntamos: ¿por qué?
¿Tiene todo esto algún sentido, o es todo una
enorme casualidad? Es natural para el hombre hacerse estas
preguntas, pues es natural al hombre buscar la
explicación última de su vida; el sentido de su
existencia. Una vez recibí una carta donde se me
decía textualmente: “...
Es terrible no encontrarle un sentido a esta vida. No
encontrarle sentido al sufrimiento, a las angustias. Vos
tenés tus explicaciones en la religión. Yo no
las encuentro en ningún lado”. He allí,
magníficamente expresado, el problema más
importante de la vida del hombre. Y la filosofía
inquiere: ¿seguro que no hay respuestas? ¿Seguro
que no se las puede encontrar en ningún lado? Y para todo
esto, te imaginarás que el tema de la existencia de un
Primer Principio que sea a la vez nuestro destino final es
básico. Dios o no Dios: he allí la opción
fundamental de la vida humana y del filosofar. Si existe Dios,
todo adquiere su sentido; si no existe, todo es un absurdo. Te
diré lo que dijo un filósofo sobre el hombre, una
vez que había llegado a la conclusión de que Dios
no existía: el hombre es “una chispa entre dos nadas”.
¡Fíjate qué bien expresado! Si no hay Dios,
no hay principio, no hay final, sino sólo algo en el
medio, tan fugaz como un chispazo, que no sabe ni de
dónde vino ni tampoco si terminará en algún
lado.
¿Y Dios da sentido al sufrimiento, a las angustias?
¿No será más bien la ausencia de Dios lo
que les da sentido? Si me preguntas si creo posible que exista
un dios todopoderoso, te diré que sí, que es
posible, no me parece una teoría más digna de
crédito que la existencia de los fantasmas o de los
gnomos, pero, posible, lo que se dice posible, es posible. Si me
preguntas si existe un dios bueno que nos ama, te
responderé lo mismo, pero si me preguntas si creo posible
que exista un dios todopoderoso y bueno, que nos ama, te
diré que eso me parece imposible. Reitero que no es mi
intención ofender a nadie, pero si hemos de tratar
fríamente este asunto, si hemos de analizar la
religión desde todos sus puntos de vista —y éste
es uno de ellos, y no he sido yo quien lo ha sacado— no puedo
dejar de expresar mi opinión al respecto: si el mundo que
conocemos lo ha creado un dios, ha de ser un dios con un poder
más bien limitado o bien un dios sádico. La
omnipotencia y la bondad son cualidades contradictorias en Dios.
Admitamos que Dios es omnipotente, que tiene el poder de hacer
lo que quiera en el mundo. Entonces, cualquier tribunal de
derechos humanos condenaría a Dios por crímenes
contra la humanidad, porque en la humanidad hay sufrimiento,
Dios puede evitarlo y no lo evita. Eso se llama negación
de auxilio, y es uno de los mayores crímenes imaginables.
No sé qué tendrás tú que objetar a
esto, pero, ante la duda, rebatiré las objeciones
más frecuentes:
Comprendo que alguien que se enfrenta a una vida llena de problemas angustiosos pueda encontrar consuelo pensando que hay un Dios que le ama. Sospecho que es una reacción psicológica relacionada con la mentalidad de la mujer maltratada por su marido que piensa que éste, en el fondo, la ama, o que le pega porque ella es tonta y él sabe lo que le conviene, que lo hace por su bien, pero que la ama, y se complace en pensar así porque piensa que, sin su marido, estaría sola y desamparada en el mundo, sin saber qué hacer. Y no se da cuenta de que, en casos así, mejor sólo que mal acompañado. Pero alguien que sea dueño de su vida, que no tenga más problemas graves que los que él mismo se cree con sus angustias psicológicas, ¿para qué necesita un dios?, ¿para qué necesita otra vida después? Si no sabe valorar ésta, si no sabe qué hacer con ella, ¿qué espera de la otra? ¿Una felicidad prefabricada? ¿Ser feliz sin necesidad de plantearse cómo? Esta "chispa entre dos nadas", es una "chispa entre dos nadas" llena de oportunidades, ¿a qué viene tanto desprecio hacia ella? Insisto en que lo entendería en el caso de alguien desfavorecido por la vida, pero ¿y todos los creyentes que no están en ese caso, que no son pocos?
Yo no creo en Dios y no considero mi vida un absurdo: vivo para
vivir. Está bien eso de vivir. Despreciar la vida porque
se acabará es como no ir al cine a ver una
película porque se acabará. ¿Y qué
si se acaba?, el caso es que has visto la película.
Tal vez te encuentres alguna vez con
alguien que te diga que todo eso no le importa. Que no le
importa ni su propia muerte ni la de los demás. Debo
decirte al respecto que considero dudoso que haya alguien a
quien verdaderamente eso no le importe. Pero es cierto que a
veces es manifestada expresamente esa falta de
preocupación por la cuestión. Alguien me dijo una
vez (no es un ejemplo, es en serio): “yo sé cuál
es mi destino final: que me coman los gusanos”.
Eso hay que matizarlo mucho. Yo puedo decir que no me importa
mi propia muerte, pero no en el sentido de que no aprecie la
vida. Si me das a elegir entre seguir vivo mañana o no,
elegiré sin dudar la primera opción, pero si
alguien me diera pruebas de que esta noche me acostaré,
me dormiré como cualquier otra noche, pero ya no
despertaré jamás, y que no hay nada que pueda
hacer para impedirlo, creo poder decir que no me
angustiaría, por la sencilla razón de que los
muertos no lamentan estar muertos. Otra cosa es que, por
ejemplo, a unos padres les angustie la posibilidad de una muerte
repentina porque dejaría huérfanos y sin apoyo
alguno a unos hijos pequeños (que no es mi caso).
Ése sí es un motivo para tener a la muerte como un
inconveniente serio, pero, en general, las únicas
desgracias que conlleva la muerte son las que afectan al entorno
del muerto, o incluso al país del muerto, o a la
humanidad, si es alguien notorio, pero no a él mismo.
Bueno, yo siempre he intentado investigar racionalmente si hay otra perspectiva de la cuestión. ¿Lo hacemos juntos? Tratemos pues de ver qué es lo que nuestra razón puede decimos sobre el origen último de todas las cosas. Tratemos de ver qué podemos decir de Dios.
Allá vamos.
El
planteo racional del tema
Tal vez estás pensando que ahora plantearemos el tema
exponiendo una serie de “pruebas de la existencia de Dios”. No,
no procederemos de ese modo, y no porque yo no considere
razonables a las pruebas de la existencia de Dios, sino porque
ese modo de plantear las cosas produce rechazo en quien
esté convencido de que no puede demostrarse racionalmente
que Dios existe. Y no es mi intención discutir, sino
filosofar juntos. El planteo es: si el tema de Dios es
importante, veamos qué nos puede decir nuestra
razón.
Esto es capcioso y de mal gusto para con el lector: el autor
sí que pretende demostrar la existencia de Dios, y lo
pretende hacer con un argumento típico (luego
tópico). No hay razón para tratar de despistar al
lector de esta manera tan tonta.
Hay cosas que no necesitan demostrarse. Demostrar es distinto a mostrar. Aquellas cosas que no necesitan demostrarse son llamadas habitualmente “evidentes por sí mismas”, y lo que podemos hacer racionalmente sobre ellas es mostrarlas. Los filósofos discuten sobre qué cosas son evidentes por sí mismas. Hay filósofos que dicen que nada es evidente, y, podríamos preguntarles si es evidente que nada es evidente. En fin, para no entrar ahora en esta discusión, te mostraré uno de los ejemplos de “evidencia” más generalmente aceptados. Se trata del principio de no contradicción. Supongamos que alguien dice que a nadie hace bien fumar, pero luego dice que a él sí le hace bien. Probablemente le diríamos: “ ¡Usted se está contradiciendo! ¿No dice usted que fumar a nadie hace bien? ¿Por qué entonces a usted sí le hace bien?” En este caso hemos aplicado el principio de no contradicción: nada puede ser y no ser al mismo tiempo y en el mismo sentido. Por ejemplo, un auto no puede ser rojo y no rojo a la vez: o es rojo, o no lo es. Pero puede ser rojo por fuera y no-rojo por dentro, y por eso hemos agregado “en el mismo sentido”. Ahora bien: hay pocas cosas que sean evidentes por sí mismas. Y, justamente, las cosas que más nos importan no lo son. La existencia de un Principio Supremo, por ejemplo. Yo no creo que sea evidente por sí mismo, como lo es el principio de no-contradicción. Espero que concuerdes conmigo.
Concuerdo.
El
punto de partida
En este momento nos encontramos como si tuviéramos que
llegar a un primer piso y no contásemos ni con una
escalera ni con un ascensor. Pero entonces, si
necesitáramos imperiosamente llegar a ese primer piso,
buscaríamos a nuestro alrededor algo o varias cosas que
pudiéramos apilar de algún modo para utilizarlas
como escalera. Bueno, tal vez mi solución es algo torpe,
pero al menos estarás de acuerdo conmigo, en que el
espíritu de la solución que propongo es partir de
lo que ya tenemos para llegar a lo que todavía no
tenemos.
Y en este caso, ¿qué es lo que ya tenemos? Tal vez
mi respuesta te resulte extraña: las cosas.
¿Qué cosas? ¡Pues las cosas, simplemente!
Las cosas que están ahí, delante de nosotros. Las
páginas de este libro, la silla donde estás
sentado (no leas este libro caminando o te darás un
golpe); los árboles, las plantas, los animales. . . Todo.
Incluso algo muy importante: tú mismo. Porque, al menos,
estás seguro de que existes, ¿o no? No lo dudes ni
por un momento, porque no podrías siquiera dudar si no
existieras. Aquí tenemos algo que es evidente por
sí mismo: tu propia existencia, y, además, la
existencia de las cosas que te rodean.
Ahora tratemos de buscar en las cosas algo en común.
Vamos a suponer tres cosas: este libro existe; esta silla
existe; tú existes. ¿Tienen algo en común?
Sí: las tres “existen”. Pero: ¿existen las tres
del mismo modo? Quiero decir: ¿son lo mismo? No. Una
existe como libro, la otra como silla, y la otra (tú)
como persona. Lo cual significa que las tres tienen modos de ser
distintos. Mira qué interesante: estamos aquí en
un típico modo de enfocar las cosas que la
filosofía llama metafísica (¿recuerdas?).
Hemos descubierto que en todas las cosas que existen hay un ser,
es decir, aquello por lo cual las cosas existen, y un modo de
ser, esto es, un modo de existir distinto en cada cosa. En este
contexto estamos utilizando el término “ser” como
“existir”: decir que “esta cosa es” significa “esta cosa
existe”.
Imagina que abres un libro de zoología y te encuentras
con la afirmación siguiente:
Los
animales
se dividen esencialmente en dos grandes categorías:
animales con rabo y animales sin rabo.
Éste sería un buen punto para dejar de leer ese
libro y buscar otro mejor. Nadie discute el derecho de
clasificar a los animales con el criterio que cada cual
considere oportuno, pero otra cosa es que la
clasificación sea racional o sea un mero capricho del
clasificador. Las clasificaciones que emplean los
zoólogos serios están basadas en rasgos
estructurales objetivos de los animales, rasgos que hacen
razonable estudiar conjuntamente los animales comprendidos
dentro de la misma categoría. Juntar en una misma
categoría al hombre y a la rana (que no tienen rabo) y en
otra a los monos y los cocodrilos, es un disparate,
lógicamente legítimo, pero científicamente
disparatado.
De igual modo, si lees un libro en el que te dicen que las
cosas que existen tienen en común el ser, y que el ser es
aquello por lo cual las cosas existen, harías bien en
dejar de leer ya mismo. Y no se trata de censurar el libro, de
ningún modo, sino que mi consejo obedece a que la vida es
breve y hay que aprovecharla y, en un libro así, la
probabilidad de extraer algo de provecho es mínima.
Decir que las cosas existen porque tienen "ser" es como decir
que los mamíferos son mamíferos porque tienen
"mamiferidad". El concepto de existencia no es aplicable
directamente a las cosas, sino a los conceptos de las cosas:
cuando digo que la mesa de mi despacho existe, no estoy diciendo
nada en absoluto de la mesa de mi despacho, estoy diciendo algo
del concepto "mesa de mi despacho", y estoy diciendo que es
pertinente aplicar ese concepto a la hora de describir
racionalmente (una determinada faceta de) el mundo. Del mismo
modo, cuando digo que los fantasmas no existen, estoy diciendo
que una descripción racional de cualquier aspecto del
mundo no puede involucrar el concepto de fantasma. Es muy
distinto cuando digo que "la mesa de mi despacho es de madera",
porque entonces no estoy diciendo nada del concepto "mesa de mi
despacho" (básicamente porque el concepto "mesa de mi
despacho" no es de madera). Aquí estoy haciendo una
afirmación sobre la cosa (yo diría
fenómeno) que llamo mesa de mi despacho.
Toma en tus manos un folio de papel. El folio existe. Eso
significa que haces bien en decir que tienes un folio en tus
manos. El concepto genérico "folio" se aplica, en este
contexto particular, a un folio concreto, a una cosa que tienes
en tus manos. Ahora rómpelo por la mitad. El folio ha
dejado de existir. Tienes dos pedazos de papel. Si lo has
cortado con esmero, tendrás dos cuartillas, pero el folio
ya no existe. Describir esto diciendo que le has quitado al
folio su "ser" es un juego de palabras retorcido del que no
puede salir nada bueno. No hay nada que le hayas quitado al
folio. Simplemente lo has partido por la mitad. No se ha perdido
ningún "ser". Cuando decimos que el folio ha dejado de
existir estamos diciendo que sólo estás legitimado
racionalmente a usar el concepto "el folio que tuve entre mis
manos" para describir eventos sobre el mundo sucedidos desde que
el folio fue fabricado (aunque en ese momento no estuviera en
tus manos) hasta el momento en que lo rompiste. Y en todo esto
no hay ningún concepto de "ser" que venga al caso.
Esta falacia consistente en tomar casi como "cosas" conceptos
meramente lógicos como "ser" podía ser admirada en
Platón (porque en sus días era original),
podía ser tolerada en santo Tomás de Aquino
(porque vivió en la edad Media y, en la edad Media, que
alguien pensara ya era algo admirable de por sí, y
sería excesivo pedir además que pensara cosas
serias), ya olía a rancio cuando Descartes, Spinoza y
Leibniz flirtearon con ella, y no tiene disculpa después
de Kant. Pero sigamos:
Hemos encontrado también una caracterización común para lo que queremos decir cuando decimos “cosa”: una cosa es aquello que existe. Algunos filósofos usan una palabra más precisa, pero no tan usual: “ente”. O sea que es ente todo aquello que “está existiendo”.
El concepto de "cosa" es mucho más sutil que esta
simpleza. Sobre mi punto de vista al respecto, véase mi
página El entendimiento y la
razón.
No dejemos de destacar, nuevamente que las cosas que están a nuestro alrededor, existiendo, tienen un existencia “contraída”, pues, como vimos, existen en una forma o en otra (no es lo mismo existir siendo silla que existir siendo persona). Podríamos decir que la “existencia” (el ser) es como el agua, y las cosas que existen, como las botellas que tienen agua: todas tienen agua, pero algunas tienen más y otras menos, y de una forma y de otra, según el tamaño y forma de la botella. De igual modo, todas las cosas que existen “tienen” existencia (ser), pero de una forma o de otra, o en grados diversos, según lo que la cosa sea (según que sea un gato, un perro, una persona, etc.).
Esto ya es surrealista: ¿He de entender que un gato
existe menos que un hombre? ¿Porque es más
pequeño o porque es más tonto? Todo esto es
absurdo por la razón que ya he explicado: la existencia
no puede predicarse sobre las cosas, sino sobre los conceptos.
Es absurdo decir que la diferencia entre Sean Connery y James
Bond el que el primero tiene existencia y el segundo no. Podemos
decirlo así siempre que entendamos que estamos comparando
los conceptos de Sean Connery y de James Bond, para afirmar que
uno es aplicable directamente en la descripción del
mundo, mientras que el segundo sólo puede usarse
indirectamente, al hablar de películas de James Bond,
novelas de James Bond, etc. En suma, la diferencia que
establecemos no es la diferencia entre dos cosas que tienen o no
tienen algo, sino entre el modo legítimo de usar uno y
otro concepto a la hora de describir el mundo. Lo del grado de
existencia sí que no tiene ningún sentido, como
quiera que trate de interpretarse.
El
“existir” en las cosas
Ahora viene algo un poquito más complicado. Como ves,
estamos tratando de filosofar juntos sobre la base de lo que se
nos presenta a nuestro alrededor y ahora tenemos que pensar un
poco más sobre todo esto. Hemos visto que las cosas que
existen tienen dos elementos, íntimamente unidos, pero
distintos: su existencia y su modo de existencia, (su ser y su
modo de ser).
Hemos visto el modo paulatino en que vamos forzando el lenguaje
cada vez más: Primero nos inventamos un concepto de "ser"
al que tratamos como una propiedad física de las cosas en
lugar de una propiedad lógica de los conceptos, ahora lo
convertimos en un "elemento" constitutivo de las cosas, que
resulta estar unido a otro elemento: el "modo de ser". Si un
ingeniero diseña los planos de un coche y luego unos
técnicos fabrican un prototipo, es absurdo conceptualizar
el proceso como que los técnicos han unido el "modo de
ser" dado por los planos al "ser" de los materiales que han
empleado para construir el coche. No puedo negar que, si alguien
quiere hablar así, puede hacerlo, igual que puede
clasificar a los animales por el rabo, pero de aquí no
puede salir nada serio.
Ahora bien: fijémonos en el detalle de que del “modo de ser” de una cosa podemos afirmar determinadas características que no pueden no estar en la cosa. Supongamos que vamos a un arroyo y vemos un pato. Una cosa que existe, cuyo modo de existir (modo de ser) es existir siendo pato. Y lo interesante es que del “ser pato” (o existir como pato) se desprenden varias cosas; por ejemplo, que es un vertebrado, o, más específicamente, nadar y hacer “cuá - cuá”. Podemos decir esas cosas del pato por el solo hecho de ser pato. O sea, cada cosa tiene un conjunto de características que, en cierto modo, la definen. Mediante esas características distinguimos a una cosa de otra. Es todo aquello que caracterice y/o se desprenda del “modo de ser” de algo. Necesariamente, si algo es pato, no puede no tener las características que tienen todos los patos. Pero entonces volvamos a nuestro pato del arroyo. Como vimos, podemos decir de él varias cosas por el solo hecho de que es un pato. Pero veamos ahora qué sucede con el existir del pato. El pato está existiendo. Pero ahora supongamos que nuestro pato se muere. Lo cual significa que deja de existir. Entonces podemos llegar a la conclusión de que por ser pato no necesariamente tenía que existir, porque ser pato le aseguraba tener las características que tienen todos los patos, pero no le aseguraba existir siempre. O sea que su modo de existir (el ser pato) no le aseguraba necesariamente existir (ser).
Aquí empieza la fiesta. Por fin tenemos no unas meras definiciones frívolas sobre las que sólo podemos refunfuñar, sino un presunto argumento. Procedamos a triturarlo:
Ante todo, no podemos consentir la ambigüedad constante
entre el hablar de cosas y el hablar de conceptos. El lenguaje
no permite destacar la diferencia de forma nítida (pues
juega constantemente con cambios de nivel lógico), pero
podemos facilitar la distinción entre el concepto
genérico de "pato" y el pato concreto al que el autor
pretende aludir con el simple hecho de darle nombre:
llamémoslo "Lucas". Supongamos, por precisar, que el pato
Lucas es un pato concreto que nació el 1 de enero de 2000
y murió el 1 de enero (¡qué casualidad!) de
2005.
Una segunda precisión: que un pato muera no significa
que deje de existir. Eso es como decir que un reloj deja de
existir cuando se para por falta de batería y que vuelve
a existir cuando se le pone otra nueva. Cuando Lucas
murió, lo único que pasó es que dejó
de desempeñar ciertas funciones, igual como un reloj
cuando deja de marcar la hora. Supongo que el autor está
pensando en el caso en que decimos que cuando una persona muere
deja de existir, pero es que en tal caso "persona" no hace
referencia a un animal (un ser humano), sino a su conciencia o
actividad cerebral, que sí que deja de existir. En este
sentido también podríamos decir que, cuando un
reloj se para, su movimiento deja de existir. Como no creo que
esto sea esencial para lo que nos ocupa, vamos a suponer que el
pato Lucas murió entre las garras de un zorro, que se lo
zampó inmediatamente sin dejar más que los huesos.
Así podemos decir ciertamente que el 1 de enero de 2005
el pato Lucas dejó de existir.
Hechas estas precisiones, vayamos por el argumento. En resumen
es el siguiente:
El pato Lucas dejó de existir cuando fue devorado por el zorro, y esto prueba que la existencia no era inherente a él.
Esto ya no es algo que uno puede decir así si no le importa hablar raro, sino que es un razonamiento que hace aguas por todas partes. En una primera redacción había incluido aquí una lista de objeciones, pero luego me di cuenta de que muchas de ellas conectaban con párrafos posteriores, así que he optado por distribuirlas. Veamos, de momento, la primera:
Primera objeción:
Si el razonamiento así expuesto fuera válido,
también tendría que serlo este otro, ya que es
formalmente idéntico:
El pato Lucas dejó de hacer cua-cua al ser devorado por el zorro, luego hacer cua-cua no era inherente a él.
Concluimos así que, al igual que la existencia, hacer
cua-cua no era inherente a Lucas, ni ser un vertebrado, ni nada
de nada. En suma, concluimos que nada era inherente a Lucas,
cuando el autor afirma también que ser un vertebrado o
hacer cua-cua sí que son características
inherentes a los patos. Tenemos una contradicción.
Si me dices que no puedo argumentar igual sobre la existencia
que sobre hacer cua-cua, me tendrás que explicar en
qué consiste la diferencia, es decir, por qué debo
aceptar como válido el argumento que concluye que la
existencia no era necesaria en Lucas y no aceptar, exactamente
por el mismo argumento, por el argumento resultante de sustituir
"existir" por "hacer cua-cua" o por cualquier otra propiedad de
Lucas, que nada es necesario en Lucas. En ausencia de una
justificación, el argumento no es concluyente. En
realidad, ya hemos explicado que sí que hay una
diferencia entre "existir" y "hacer cua-cua", consistente en que
"existir" es una propiedad lógica sobre el uso
legítimo del concepto de pato, mientras que hacer cua cua
es una propiedad de los patos. No obstante, si el autor
reconociera esta diferencia, con ello no salvaría su
argumento, sino que lo terminaría de hundir, ya que
invalidaría su concepción de "ser" como algo que
tienen las cosas.
La segunda objeción tiene que ver con el concepto de
necesidad y contingencia que está implícito en el
argumento, pero antes de entrar en ella veamos lo que el autor
dice al respecto:
“Necesariamente” nos indica, como
hemos visto, algo que es de una manera muy firme, muy especial.
Por ejemplo, si yo defino un pizarrón como algo en lo
cual se escribe con una tiza, entonces el hecho de que en el
pizarrón se pueda escribir con una tiza es una
característica necesaria del pizarrón, esto es,
una característica que no puede no estar en el
pizarrón. Pero que el pizarrón sea negro o verde
es algo que no hace a su esencia; o sea que un pizarrón
no tiene que ser, por ejemplo, verde, para ser un
pizarrón (puede ser negro). Entonces decimos que el verde
no es una propiedad necesaria del pizarrón, lo cual es lo
mismo que decir que es no-necesaria, que es lo mismo que decir
que es “contingente”.
Toda característica que puede estar en algo, tanto como
puede no estar, decimos que es contingente (como ves, lo
contrario a lo necesario). Un ser humano puede tener piel de
color blanca o negra, y será ser humano en ambos casos, y
entonces decimos que el color de la piel es algo contingente al
ser humano (esto es lo que el racismo no entiende). Pero
volvamos a nuestro pato, que lo habíamos dejado medio
muerto por ahí. Lo que estábamos tratando de decir
es que, dado que su modo de ser (el ser pato) no le aseguraba
necesariamente el existir (de lo contrario, jamás
podría morirse), entonces decimos que el existir le es al
pato como el verde al pizarrón. O sea que el modo de
existir no implica necesariamente el existir. Y eso pasa con
todas las cosas a nuestro alrededor. De todas las cosas podemos
decir muchas características necesarias (al explicar lo
que son), pero de ninguna podemos decir que necesariamente tiene
que existir.
Estas distinciones muestran más descaradamente que el
autor se limita a hablar sobre conceptos arbitrarios y nunca
sobre cosas, por más que luego pretenda aplicar sus
consecuencias a las cosas. Nuevamente, para evidenciar esto,
conviene sustituir el ser humano blanco o negro del que se habla
aquí por un ser humano en concreto, digamos Toro Sentado.
Segunda objeción:
A partir del hecho de que Toro Sentado es un ser humano, el
autor concluiría, por ejemplo, que tener cerebro es algo
necesario en él, mientras que tener la piel roja es algo
contingente. Sin embargo, en lugar de presentar a Toro Sentado
como un mero ser humano, podría presentarlo como un
pielroja. Como el concepto "pielroja" significa "ser humano con
la piel roja", ahora resulta que tener la piel roja pasa a ser
algo necesario en Toro Sentado, cuando antes era contingente.
Puesto que Toro Sentado es el mismo tanto si lo calificamos de
"ser humano" como si lo calificamos de "pielroja", concluimos
que la distinción que establece el autor entre
"necesario" y "contingente" es una distinción entre
conceptos, y no sobre el propio Toro Sentado (sin perjuicio de
que pueda establecerse —más seriamente— otra
distinción seria entre necesidad y contingencia que verse
sobre cosas y no sobre conceptos).
El paso siguiente es obvio: si admitimos que la existencia es
una propiedad de las cosas equiparable a cualquier otra —lo cual
es absurdo, pero así lo sostiene implícitamente el
autor— y admitimos que tenemos libertad para definir las
palabras que consideremos más oportunas para expresar
nuestro pensamiento, entonces puedo definir el concepto de "patox", con el que me
refiero a un pato existente. Así pues, el pato Lucas es
un patox, mientras que
el pato Donald (el personaje de Disney) es un pato, pero no un patox. Habiendo admitido al
autor que defina conceptos retorcidos como "ser" y "modo de ser"
en el sentido peculiar que él da a estas palabras, digo
yo que me habré ganado el derecho a definir un concepto
tan llano y claro como el de patox,
que hasta un niño puede manejar con propiedad sin
dificultad alguna.
El autor pretendía demostrar que la existencia de Lucas
no se deduce de su modo de ser porque su modo de ser es el de un
pato, y los patos no tienen por qué existir. Ahora bien,
puesto que Lucas, no sólo es un pato, sino que, de hecho,
es un patox, tenemos
el mismo derecho a decir que su modo de ser es el de un pato
como a decir que su modo de ser es el de un patox, pero si pensamos en
Lucas como un patox,
ahora podemos concluir que su existencia sí que se sigue
necesariamente de su modo de ser, ya que si Lucas no existiera,
no sería un patox.
Si el autor se obstina en señalar que, en cuanto a Lucas
se lo zampó el zorro, dejó de existir, tendremos
que recordarle que, en efecto, dejó de existir,
dejó de ser un patox, dejó de hacer cua-cua,
dejó de tener plumas, dejó de respirar, etc.
¿qué diferencia marca la muerte de Lucas entre
necesidad y contingencia?
Ya tenemos, pues, dos falacias en el argumento del autor:
confundir las cosas con los conceptos de las cosas y apoyarse en
la arbitrariedad del alcance que la lengua confiere a cada
concepto.
Pero entonces, si del modo de
existir no se deriva necesariamente el existir, ¿de
dónde sale que una cosa exista? Este es un caso similar
al siguiente: supongamos que nos subimos a un auto y nos
preguntamos de dónde sale que el auto tenga ruedas.
Aparte de poder contestar que se las pusieron en la
fábrica, tampoco contestaríamos mal si decimos:
¡pues del hecho de que sea un auto! Pero si el auto es
rojo, y nos preguntamos de dónde sale que sea rojo (por
qué es rojo) ya no podríamos contestar lo mismo.
Por ser auto no tiene que ser rojo. El ser rojo ha salido de
algún lado (algo ha causado que sea rojo) pero no ha
salido del hecho de ser auto. La razón de ser rojo no
está en ser auto. Entonces volvamos a nuestra pregunta.
¿De dónde sale que una cosa exista? ¿Por
qué una cosa existe, cuando hemos visto que no puede
tener su razón de existir en su modo de existir? Pues,
si, como vimos, el modo de existir de algo (el ser esto o
aquello) no implica necesariamente existir (ser) entonces toda
cosa no tiene en sí misma su razón de existir,
sino que su existir tiene que haber venido de algún otro
lado. Volviendo a nuestro ejemplo: el pato tiene en sí la
razón (la explicación) de porqué hace
cuá-cuá, pero no tiene en sí mismo la
razón de estar existiendo, mientras existe. Aunque sea un
pato o lo que fuere, puede no existir.
Todo esto nos lleva a la conclusión de que las cosas, que
tienen esta diferencia entre el modo de existir y el existir,
son “causadas”. Estamos denominando “causa” a aquello por lo
cual algo existe. La causa es aquello que responde a la pregunta
“por qué esta cosa existe” (y vimos que no podemos
encontrar la respuesta en el modo de existir de la cosa). O sea
que las cosas tienen su existir “prestado” y no “propio”.
¿Te acuerdas del ejemplo del agua? Bueno, todo esto es
parecido a las cosas húmedas, que tienen agua, pero no
son agua. Aquí sucede lo mismo. Las cosas que existen
tienen existencia (el existir; el ser) pero esa existencia (ese
existir) no les pertenece propiamente.
Tercera objeción:
Continuamos acumulando confusiones: Cuando trata de explicar
qué quiere decir al preguntarse "de dónde sale que el auto sea rojo",
aclara que está preguntando qué ha causado que sea
rojo, pero a la vez admite como explicación de "de dónde sale que el auto
tenga ruedas", admite como respuesta válida que
"del hecho de que es un auto".
Así, resulta que confunde el concepto de causa
física con las meras consecuencias lógicas de una
descripción. La pregunta de por qué el auto tiene
ruedas tiene respuesta evidente: tiene ruedas porque es un auto,
mientras que la pregunta de por qué es rojo necesita ser
investigada, ya que los autos no tienen por qué ser
rojos. Nuevamente, podríamos definir "rauto" como "auto rojo" y,
con este mero juego de palabras, el problema queda resuelto: el
auto es rojo porque es un rauto.
Ya está todo explicado. ¿Cómo no se nos
habría ocurrido antes? Un auto tiene el color rojo
"prestado", mientras que sus ruedas son "propias"; en cambio, un
"rauto" tiene el color rojo como algo "propio". ¿Alguien
puede dudar todavía que estamos hablando de conceptos y
no de cosas reales?
La misma receta se aplica a la existencia: cuando el autor se
pregunta de dónde le viene a Lucas la existencia,
siguiendo su lógica absurda, es fácil responderle:
le viene del hecho de que es un patox, y con esto está todo dicho. Por
seguir su jerga más de cerca: la causa de la existencia
de Lucas sí que es su modo de ser, porque Lucas es un patox. El hecho de que un patox se pueda morir no
prueba nada que no pruebe también el hecho de que un
coche puede perder las ruedas.
Hasta aquí no hemos objetado nada nuevo. La tercera
objeción propiamente dicha es la siguiente: el autor ha
ejemplificado su (absurdo) concepto de contingencia con el
ejemplo del auto, pero lo que pretende justificar es la
contingencia de la existencia del pato. Sin embargo, en
ningún momento aplica al pato el argumento que aplica al
auto. Se limita a yuxtaponer un caso con el otro sin
relacionarlos realmente. Me explico: el argumento del auto es el
siguiente:
Si
vemos un auto rojo, el hecho de que existan también
autos verdes prueba que el color rojo del primer auto era
contingente, porque, igual que es rojo, también
podría haber sido verde, luego es necesario explicar
por qué es rojo y no verde.
Si tratamos de aplicar este argumento a la existencia de Lucas,
obtenemos el siguiente engendro:
El
pato Lucas existe, pero también tenemos al pato Donald,
que no existe. Esto prueba que la existencia de Lucas es
contingente, ya que Lucas, en vez de existir, como de hecho le
sucede, podría no haber existido, como le sucede a
Donald.
Si alguien no veía claramente ridículo deducir la
contingencia del color rojo del auto a partir del color verde de
otro auto, más le costará no considerar
ridículo deducir algo tan supuestamente fundamental como
la contingencia de la existencia de Lucas del hecho de que Walt
Disney dibujó un pato imaginario. Es como deducir la
existencia de vida en Marte a partir de un análisis del Quijote.
Por el contrario, para deducir la contingencia de la existencia
de Lucas, lo que hace el autor no es comparar a Lucas con otros
patos no existentes, sino comparar a Lucas cuando vivía
con Lucas después de muerto. Antes de mostrar que esto es
igualmente falaz (lo que será nuestra cuarta
objeción), vamos a detenernos en el párrafo
siguiente, donde el autor dice algunas cosas más sobre el
papel que desempeña el tiempo en su argumentación:
La causa del existir
Todo lo cual nos lleva a esta conclusión fundamental: las
cosas tienen su razón de existir (su causa) en otra cosa.
No en ellas mismas. Si volvemos a nuestro ejemplo, el pato tiene
la causa de su existencia en otra cosa, no en él mismo.
Claro me dirás: en el caso del pato, como todo ser
viviente, decimos que nació porque sus progenitores, de
igual especie, le transmitieron la vida. Y así
comenzaríamos a remontamos para atrás. Pero
entonces: ¿hasta dónde llegamos? Cada cosa depende
de otra para su existencia, y así sucesivamente.
Cuarta objeción:
Ante todo, huelga decir que para concluir que el pato ha tenido
que salir de un huevo, no hacía falta tanta jerga
filosófica. Es evidente que un pato existe porque ha
nacido de un huevo puesto por otro animal, que será un
pato o un bicho muy parecido a un pato. En este sentido, es
obvio que todo pato existe como efecto de algo externo a
él: sus progenitores. No vamos a investigar de momento el
abolengo de Lucas (lo haremos luego, cuando el autor ahonde en
ello), sino que aquí voy a continuar triturando los
argumentos con los que el autor lleva un rato pretendiendo
justificar que la existencia de Lucas es contingente.
Como hemos visto en la tercera objeción, el autor no se
atreve a justificar la contingencia de Lucas comparándolo
con otros patos que carezcan de esa propiedad (que es lo que
hace para justificar la contingencia del color rojo del auto).
En su lugar, su argumento detallado sería así:
Lucas
existe
hasta el 1 de enero de 2005, pero deja de existir
después de esa fecha. El hecho de que no exista
después de esa fecha muestra que, igualmente,
podría no haber existido antes de esa fecha, luego su
existencia es contingente.
Así pues, en lugar de comparar a Lucas con otros patos,
lo compara consigo mismo en diferentes momentos. Puestos a jugar
sucio con los conceptos, que es lo que el autor está
haciendo desde el principio, todos podemos hacerlo. El argumento
se viene abajo jugando más sucio aún:
Defino un patoxx como
un ser que existe en forma de pato del 1 de enero de 2000 al 1
de enero de 2005, y que existe en forma de conjunto diseminado
de átomos antes y después de esa fecha. Con esta
definición, resulta que Lucas es un patox hasta el 1 de enero
de 2005, momento en que deja de serlo, pero es un patoxx antes y
después de esa fecha, es decir, Lucas es un patoxx que no deja de
existir por el hecho de ser devorado por el zorro. Así,
la existencia de Lucas (que supuestamente debería ser
algo relacionado con el propio Lucas y nada más) es
necesaria o contingente según que pensemos en Lucas como
un pato o como un patoxx.
Una vez más se pone de manifiesto que estamos hablando de
conceptos y no de cosas.
Por si algún lector es demasiado despistado, voy a
aclarar algo que debería ser obvio: yo soy el primero en
reconocer que el argumento que acabo de dar es ridículo.
Mi tesis no es que se trate de un argumento serio, sino que no
es ni más ni menos serio que los argumentos del autor. Mi
tesis es que estoy empleando exactamente las mismas
técnicas argumentativas que emplea el autor, con la
única diferencia de que el autor trata de presentar su
lógica de la forma más seria posible y yo estoy
tratando de presentar su lógica de la forma más
ridícula posible. Si alguien piensa que mi argumento es
tan estúpido que no merece atención, yo le
daré la razón con tal de que admita lo mismo sobre
los argumentos del autor que estamos analizando; si alguien
piensa, no obstante, que los argumentos del autor sí que
son serios, deberá explicar qué diferencia de
fondo hay entre los suyos y los míos (aparte de la
diferencia superficial de que él pretende parecer serio y
profundo y yo pretendo parecer ridículo para evidenciar
que él también lo es).
De todos modos, puedo argumentar mi cuarta objeción, es
decir, la falacia de la comparación de Lucas en dos
instantes distintos para deducir la contingencia de su
existencia, con un argumento más serio:
¿Podemos deducir realmente que el pato Lucas podría no haber existido entre el 1 de enero de 2000 y el 1 de enero de 2005 del hecho de que no existía antes ni después? Si esto pudiera afirmarse sin más consideraciones, también podríamos argumentar lo siguiente:
Podría ser que la fecha de 1687 como fecha de publicación de los Principia mathematica sea contingente en cuanto a que podrían haberse publicado unos años antes o unos años después, pero eso no impide que sea necesario que Newton no publicara nada cuando tenía dos años. La incapacidad para publicar puede ser contingente en un intervalo de tiempo, pero necesaria en otro intervalo. Del mismo modo, ¿no podría ocurrir que la existencia de Lucas en el intervalo en que realmente existió fuera necesaria? ¿El hecho que de no existiera tras su muerte prueba que podría no haber existido antes?
La cuestión de fondo es que —en contra de lo que pretende el autor— no es necesario que la diferencia entre necesidad y contingencia pueda decidirse sin más que analizar conceptos, sino que algo puede aparentar ser necesario o contingente según nuestro grado de conocimiento. La conexión más clara entre la apariencia de necesidad o contingencia y la ignorancia del que juzga nos la encontramos, naturalmente, en el asilo de la ignorancia: Imaginemos que un grupo de personas ve cómo un motorista tiene un accidente, cae de la moto y queda tendido en el suelo. Quizá alguno de los testigos tenga la candidez necesaria para pensar que ayuda al motorista rezando por su curación. Sin embargo, si el accidente ha consistido en que un cable ha cercenado la cabeza al motorista y todos pueden verla en el suelo, a cinco metros del cuerpo, ya nadie rezará por su curación. Todo el mundo tiene claro que un decapitado no se puede curar, mientras que un ser inconsciente puede curarse o no. Si hablamos de conceptos, podemos decir que la muerte es consecuencia necesaria de una decapitación, mientras que es contingente en una caída; pero si hablamos de cosas, resulta que la caída del motorista es una caída con unas características concretas, que pueden ser mortales o no. Si son mortales (y esto es algo ya decidido desde el momento en que se produce la caída), el motorista no se curará por mucho que se rece por él, mientras que si no lo son, podrá curarse si se le atiende debidamente (lo cual, poco tiene que ver con los rezos, dicho sea de paso). Si el motorista termina muriendo, alguien podría creer que eso es contingente, que podría haberse salvado, porque conoce casos de motoristas que tuvieron accidentes similares y se salvaron; pero el argumento es falaz, porque esos casos eran similares, pero no iguales, y nos parece que existe esa posibilidad porque desconocemos la diferencia. Si en lugar de conceptualizar la caída del motorista con el mero concepto de "caída" lo hacemos con el de "caída con lesiones graves en el bulbo raquídeo", dejaremos de considerar la inminente muerte del motorista como contingente y la consideraremos tan necesaria como en el caso de la decapitación.
Así, si alguien argumenta, por ejemplo, que Lucas podría no haber existido porque otro zorro podría haberse zampado a su madre antes de que pusiera el huevo que lo originó, podemos objetar que eso no pasó, y no es evidente que pudiera haber pasado. En general, la cuestión es si el mundo podría ser diferente de como es de hecho. No digo si no se podrá cambiar para que el año que viene sea, digamos, más justo que este año, sino si ahora mismo podría haber sido más justo de como es ahora mismo. Yo no puedo responder a esto, pero si el mundo es como es por necesidad, entonces lo contingente no existe, y el argumento del autor que pretende distinguir entre cualidades necesarias y contingentes queda invalidado. Dicho al revés: para que el argumento pueda ser considerado válido, el autor deberá probar primero que existen hechos contingentes en el mundo, y el hecho de que algo cambie con el tiempo no prueba nada, pues los cambios podrían ser todos necesarios. Insisto en que no pretendo afirmar que sea el caso. Sólo afirmo que el argumento del autor no es válido si él no demuestra primero que no es el caso.
Pasemos ahora a remontarnos en el abolengo de Lucas, tal y como el autor nos pide que hagamos. Obviamente esto nos llevará a la quinta objeción, ya que de lo contrario llegaríamos al absurdo de que el autor habría dicho algo razonable. Antes de entrar en ello, veamos la pintoresca forma en que concibe esa ascendencia:
Entonces tenemos, en este caso, que cada cosa se comporta con respecto a la otra como un eslabón de una cadena. Pero, como hemos visto, es una cadena de cosas que tienen el existir, y es como si fueran “transmitiéndoselo”. Por lo tanto, es lo mismo que una cadena de cosas mojadas, que tienen agua pero no son agua. Pero sería inconcebible que esas cosas mojadas estuvieran mojadas si no existiera el agua en sí misma (el agua). De igual modo, sería inconcebible una cadena de cosas que tienen el existir sin el existir mismo. Ese “existir en sí mismo” (el ser en sí mismo) es pues la primera causa, que explica el existir de todas las cosas que existen. (O sea, que tienen existencia).
Quinta objeción:
Ante todo, el "como hemos visto" es una fantasmada. No hay nada que haya dicho el autor anteriormente que explique qué le da derecho a considerar la existencia, no ya como una propiedad física de las cosas y no una propiedad lógica de los conceptos, sino incluso como una propiedad dotada de una especie de principio de conservación que exige que sea transmitida de unos cuerpos a otros.
Sin ir más lejos, el ejemplo del agua es falso: un
terrón de azucar seco no tiene en sí nada de agua,
si lo tenemos en un recipiente lleno de aire seco no hay en
él nada de agua (y, si hay algo de humedad en el aire,
podemos hacer abstracción de ella), pero si quemamos el
azúcar, la combustión produce dióxido de
carbono y vapor de agua, vapor que humedecerá el aire del
recipiente y que puede terminar condensándose en gotitas
que humedezcan las paredes del recipiente. Así tenemos
una cosa húmeda (las paredes del recipiente) que han
recibido la humedad del aire que contiene, el cual ha recibido
la humedad de un terrón de azúcar que no
tenía humedad. Así pues, podemos tener una cadena
de cosas húmedas que (al remontarnos hacia el pasado)
termina en una cosa no húmeda (un terrón de
azúcar) que a su vez se habrá generado de
algún modo, luego podemos prolongar la cadena, aunque la
presencia de agua no sea una constante en ella.
Pero al margen de lo desafortunado del ejemplo: ¿qué da derecho al autor a afirmar que los padres de Lucas le han transmitido algo llamado "existencia"? Delante de mí tengo un cuadro que está colgado en la pared perfectamente horizontal. Si lo muevo para que quede torcido, ¿significa eso que le he transmitido "torcidez"? ¿Significa eso que yo tenía "torcidez" y que se la he transmitido al cuadro? ¿Y dónde la tenía yo?, porque yo ando recto, no torcido. ¿Por qué la existencia es como el agua y no como la "torcidez"?
Un ejemplo más serio: si podemos argumentar que una cosa
con "existencia" ha tenido que recibir la existencia de otra
cosa con "existencia", también tendríamos que
aceptar que una cosa con masa ha tenido que recibir su masa de
otra cosa con masa, pero la física nos enseña que
un fotón (sin masa) puede desaparecer creando un
electrón y un positrón (ambos con masa).
Fijémonos en el electrón, que puede estar ya muy
lejos de su hermano positrón. Tenemos ante nosotros un
electrón con masa que ha empezado a existir sin que pueda
decirse que su masa proceda de ninguna otra cosa con masa.
¿Por qué la existencia es como el agua y no como
la masa?
Similarmente, el hecho de que haya cosas vivas no implica que
deba existir una cadena ininterrumpida de causas que sean todas
vivas. La ciencia nos enseña cómo la vida se
generó espontáneamente a partir de la materia
inerte, luego algo vivo puede deber su existencia a otra cosa
que no esté necesariamente viva.
Un ejemplo más bobo (pero más próximo a los ejemplos que le gustan a nuestro autor): Tengo ante mí cuatro cajas encima de mi mesa. Ahora las apilo y formo una pila de cajas. Esta pila no existía hace un momento y ahora existe. ¿De quién o de qué ha "tomado prestada" su existencia? ¿De mí? ¿Acaso no soy el mismo antes y después de formar la pila? Cuando un cuerpo húmedo transmite su humedad a otro, pierde parte de su humedad. ¿He perdido yo parte de mi existencia por habérsela transmitido a la pila de cajas? Si es así, tendré que tener cuidado de no construir muchas pilas de cajas y otras cosas, no sea que al final me quede sin existencia para mí y desaparezca en la nada. ¿O la existencia de la pila procede de la existencia de las cajas? Pero las cajas siguen estando ahí y siguen siendo las mismas. ¿Han perdido parte de su existencia al pasar a formar la pila? Y si las cajas estaban en un equilibrio inestable y se derrumba la pila (sin que yo la toque) ¿dónde ha ido a parar ahora la existencia de la pila? ¿La han recuperado las cajas? ¿Qué clase de cambio es ese que sufren las cajas que no se les nota en nada?: cuando pasan a formar parte de la pila, siguen teniendo la misma masa, el mismo volumen, la misma composición química, etc., pero han debido de perder parte de su existencia para cedérsela a la pila? ¿Eso en qué se nota?
Observemos que este ejemplo es más general de lo que parece: la creación o la destrucción de Lucas consiste en que ciertos átomos que estaban dispersos adquieren una cierta configuración (la de pato Lucas) y luego la vuelven a perder. Lucas es como una pila de cajas, pero más compleja.
En resumen, la quinta objeción es que deducir la existencia de "la existencia" a partir de que existen cosas, y que ésta sea algo que debe conservarse, es tan absurdo como deducir la existencia de "la torcidez" del hecho de que un cuadro esté torcido y que ésta haya de conservarse. La existencia de un invariante como el agua en un cambio, no sólo es falsa para el agua misma, como ya hemos señalado, sino incluso para auténticas propiedades físicas de las cosas, como es el caso de la masa.
Ahora el autor introduce un elemento "de contrabando" en su
discurso:
Pero, dado que entonces no podemos
seguir remontándonos para atrás, esta primera
causa no tiene una diferencia entre su modo de existir y su
existir, porque en ese caso deberíamos buscar nuevamente
otra causa de su existir, y ya no sería la primera.
Octava objeción:
¿Por qué no podemos seguir remontándonos
hacia atrás? ¿Cuál es la prueba de que la
cadena de causas no puede continuar indefinidamente? En
realidad, el autor se pierde aquí en una confusión
muy sutil. Nada impide que el universo exista desde siempre. De
hecho, el propio autor lo admite en un párrafo que viene
después y que ya he citado antes. Lo vuelvo a copiar:
Todo esto nos lleva a reflexionar sobre el hecho de que muchas veces te dirán que no se puede demostrar que Dios existe, porque el universo puede ser eterno. Pero, como vimos, eso no hace al fondo de la cuestión. Por supuesto que el universo puede ser eterno. La fe religiosa nos puede decir que ha sido creado en el tiempo (más correcto sería decir “con el tiempo”), pero racionalmente es posible que el universo haya siempre existido.
Por lo tanto, el autor reconoce que toda esa cadena de causas
no tiene necesariamente un final. No tiene por qué
existir una primera causa en la que "primera" tenga un valor
temporal. Lo que el autor pretende es argumentar que la
existencia de las cosas necesita una explicación, no en
el sentido de una causa física, sino en el sentido de por
qué existen en lugar de no existir. El hecho de que Lucas
tenga padres no tiene nada que ver, la cuestión es por
qué existen Lucas y sus padres y todo bicho viviente. En
suma, lo que el autor se pregunta es por qué existe el
mundo en lugar de no existir. Y sucede que nada de lo que el
autor ha analizado sobre Lucas le aprovecha lo más
mínimo para abordar esta cuestión. Quiero decir
que, prescindiendo de que todo lo que ha dicho no le aprovecha
para nada porque está todo mal, aun suponiendo que lo que
ha dicho sobre Lucas estuviera justificado, aun así,
sería ilícito extrapolar sus argumentos para
aplicarlos al universo mismo. En efecto:
En resumidas cuentas, la octava objeción es que el autor
nos está dando "pato por mundo", en el sentido de que
pretende osadamente aplicar al mundo unas reflexiones —falsas,
por otra parte— relativas a un pato. En realidad, la
objeción es doble: por una parte, el autor no puede
justificar que la existencia del mundo es contingente y que, por
consiguiente, necesita una causa que la explique y, por otra,
aún suponiendo que pudiera hacerlo, nos ha colado de
contrabando, sin justificación alguna, que si la
existencia de esa causa requiere a su vez de otra causa, y
así sucesivamente, tendremos que llegar finalmente a una
primera causa.
En principio, nuestro mundo podría haberlo creado un
niño de otro mundo, el cual, a su vez, podría
haber sido creado por un científico loco de un mundo
superior, el cual a su vez podría haberse generado
espontáneamente porque así lo permite la
física de otro mundo de nivel superior, distinta de la
que nosotros conocemos, etc. No digo que una cadena así
de causas trascendentes —no causas físicas internas a
nuestro mundo— pueda ser infinita. Sólo digo dos cosas:
1) el autor no ha probado que no pueda serlo y 2) dudo mucho que
se pueda decir nada sobre qué es posible y qué es
imposible fuera de nuestro mundo.
Ahora llegamos al apoteosis del absurdo:
Y aquí llegamos a algo asombroso. Esta primera causa ya no es, como todas las demás cosas, un modo de existir determinado (¿te acuerdas?: existir como libro, como silla, como ser humano . . .), sino que es ... ¡El existir como tal! El ejemplo del agua nos ayudará nuevamente: una cosa mojada no es agua, sino que tiene agua. Pues bien, la primera causa no tiene el existir (ser), sino que es existir (ser). Y así, es lo único a lo cual le pertenece necesariamente y propiamente ser. Y a esta primera causa de la existencia de todas las cosas la llamamos Dios.
Novena objeción:
Dejando de lado que el autor no ha probado la necesidad de una
primera causa, ni mucho menos del "existir" como algo presente
en las cosas que existen, pero diferente de ellas mismas, aun
admitiendo que, en efecto, exista algo que no necesita de nada
para existir, la novena objeción sería: ¿Y
por qué llamar Dios a ese algo y no llamarlo mundo, o
universo?
Obsérvese que soy yo quien hace esta objeción y
no nuestro autor (y en este caso no estoy tratando de
parodiarlo), por lo que no se trata de un mero juego de
palabras. No estoy planteando únicamente la
cuestión de cómo le llamamos, sino la
cuestión de si es algo distinto del mundo o es el propio
mundo. ¿Qué hay de absurdo en decir que Lucas y
todo lo demás existe porque existe el mundo? El mundo es
la causa (en el sentido un tanto perverso que le da nuestro
autor a la palabra) de que existan las cosas que conocemos, y,
dado que no es algo que esté en el tiempo y sobre lo que
nos podamos plantear alternativas, nada nos permite asegurar que
su existencia sea contingente o, por usar la jerga
prehistórica del autor, que su modo de ser difiera de su
ser. Voy a posponer el desarrollo de esta novena objeción
hasta un poco más abajo, para tener en
consideración el modo en que el autor concibe este Dios
sacado de la chistera. Ahora que ya hemos llegado al final del
camino por el que quería conducirnos nuestro autor, vamos
a plantearle una objeción a la totalidad:
Décima objeción:
Aun suponiendo que toda la sarta de absurdos que pacientemente
he analizado fuera válida, aun suponiendo que aceptemos
que la existencia de nuestro mundo necesita de una primera
causa, y que esa primera causa sea Dios, nada de lo dicho prueba
que Dios sea la causa inmediata
de nuestro mundo. Me explico:
Supongamos, en efecto, que existe Dios y que ha creado un mundo
(que no es el nuestro). Sabemos por experiencia que no repugna a
la naturaleza divina haber creado un mundo lleno de cabrones que
se deleitan con el sufrimiento ajeno (esto es un hecho), luego
en ese mundo creado por Dios podría haber unos cuantos de
esos cabrones semejantes a los que hay en nuestro mundo.
Supongamos que la ciencia de ese mundo es lo suficientemente
distinta a la nuestra como para que los habitantes de ese mundo
lo tengan fácil para crear a su vez otro mundo. Pongamos
que un cabrón de ese mundo ha construido un ordenador
(que sería gigantesco e impensable para nuestro mundo,
pero un aparatillo sin importancia en el mundo creado
directamente por Dios) y que el mundo que conocemos es una
realidad virtual programada por el cabrón, que se
complace viendo sufrir a los seres humanos, y provocando
milagros de vez en cuando, y hablando a las conciencias de
algunos hombres para alimentar creencias religiosas, de modo
que, sin negar la existencia de un Dios bueno, omnipotente,
perfecto, creador de todo a partir de la nada, etc., etc.,
resulta que los creyentes de nuestro mundo no dependen de ese
Dios, sino del cabrón creado por Dios que se ha creado su
propio mundo en el que estamos nosotros, y que Dios le permite
actuar en su mundo igual que nadie impidió a Hitler
llevarse por delante a un buen puñado de judíos.
La décima objeción es, pues, que —aunque todos
los razonamientos de nuestro autor fueran válidos— nada
impediría que nosotros fuésemos una mera actividad
de un ordenador programado por un cabrón, y que
desapareceremos en cuanto el cabrón se canse de nosotros
y apague su aparatito. (Pensemos que mil millones de años
de nuestro universo pueden equivaler a cinco minutos de la vida
del cabrón, con lo que aún puede faltar mucho para
que se canse de nosotros.)
Prosigamos con la novena objeción a la par que nuestro
autor nos describe a Dios:
Dios
y su “concepción”
Si todo esto te resulta medio “inconcebible”, no te preocupes.
Quiere decir que entendiste bien.
Me resulta totalmente inconcebible o totalmente claro,
según se mire. (Quiero decir que me resulta totalmente
claro que todo lo que ha dicho nuestro autor es
palabrería vacía y sin valor.) No me preocupo y no
me cabe la menor duda de que he entendido todo lo que
había que entender.
Por eso te dije que esto es
sencillamente asombroso. Pues todo lo que pensamos, lo pensamos
de un modo o de otro. Nuestra mente parece siempre querer
“circunscribir” o “embotellar” todo (recuerda el ejemplo de las
botellas). Y aquí nos encontramos con algo cuyo modo de
ser es que no es de un modo o de otro; que no es esto o aquello,
sino que es el mismo ser. Y la prueba de que nuestra mente no
puede evitar embotellar y clasificar todo es que ya lo hemos
etiquetado: “Primera Causa”. ¡Cuánto sentido tiene,
pues, decir que ante Dios la actitud más digna es el
silencio!
Sin duda alguna, la dignidad de nuestro autor —en el sentido
del respeto que uno se gana con sus actos— sería hoy
mayor si hubiera guardado silencio en lugar de decir todo lo que
ha dicho.
Porque entonces, si se nos
pregunta”¿qué es Dios?, deberíamos
contestar: Dios es nada… de lo que habitualmente es”.
Fíjate qué curioso lo que nos está diciendo
nuestra razón: Dios es algo tan grande, tan ilimitado,
tan inconcebible, tan impresionante… que más que poder
decir lo que es, podemos decir lo que no es: no es ninguna de
las cosas de este mundo.
Continuando la novena objeción: el mundo no es ninguna
de las cosas de este mundo. Esto no distingue a lo que nuestro
autor llama Dios de lo que comúnmente se llama mundo.
Y de ahí surge lo
único que podemos decir propiamente de El: que (es) el
ser como tal. (Puse “es” entre paréntesis porque la
razón me advierte que prácticamente nos estamos
quedando sin recursos idiomáticos para hablar de Dios,
porque los idiomas y lenguajes están habitualmente
concebidos para cosas de este mundo).
¡A buenas horas caemos en la cuenta! Si nuestro autor se
hubiera percatado de ello un poco antes, tal vez no
habría llegado a extraer consecuencias tan atrevidas
sobre el mundo deformando y extrapolando afirmaciones concebidas
para cosas de este mundo.
Su
perfección y eternidad
De todos modos, a pesar de las dificultades de y eternidad
lenguaje, vamos a ver qué es lo que la razón puede
seguir diciéndonos de Dios. Recordemos que en todas las
cosas de las que hemos partido en nuestro análisis
veíamos una “composición” de dos elementos
íntimamente unidos: el ser y el modo de ser.
En efecto, esa "composición" es uno de los fraudes
esenciales de todo el argumento.
Pero hemos visto que en Dios, su
modo de ser es su mismo ser. Es el ser en sí mismo. Por
eso, no hay en Dios ninguna composición, sino que su modo
de ser y su ser son lo mismo. Por eso podemos decir que Dios es
absolutamente simple, en cuanto “no-compuesto”. Por eso
encontramos también la unidad más perfecta. Y por
la misma razón decimos que Dios es absolutamente
inmutable, esto es, no puede recibir “cambios” de ningún
tipo;
El mundo también es absolutamente inmutable. Que el
mundo hoy sea distinto del mundo ayer no significa que el mundo
cambie, sino que el-mundo-hoy y el-mundo-ayer son dos partes de
"el mundo". El mundo es la totalidad de los hechos, el mundo
contiene el espacio, el tiempo y todos los sucesos ordenados en
una geometría espacio-temporal. El mundo en un instante
dado es sólo una "sección" del mundo. El mundo es
único, en el sentido de que es todo lo que hay. Ahora
bien, como no es concebible leer un párrafo de nuestro
autor al que no se le pueda poner objeciones, dejando aún
a medias la novena objeción, ya podemos plantear una
undécima:
Undécima
objeción:
Decir que Dios es simple porque no hay diferencia entre su ser y
su modo de ser es una arbitrariedad como otra cualquiera.
Considero posible que (aceptando la jerga del autor) no haya
diferencia entre el ser del mundo y el modo de ser del mundo, y
ello no impide que el mundo sea una realidad muy compleja.
Observemos que del hecho de que en el mundo podamos distinguir
partes (distintos lugares en el espacio, distintos tiempos,
distintos momentos) ello no significa que tenga sentido partir
el mundo y pensar en "medio mundo". En este sentido, el mundo
puede ser único e indivisible sin que pueda decirse que
no se puede distinguir en él una estructura (una
geometría, unas leyes físicas, unos sucesos, etc.)
El mundo no se puede partir porque no podemos hablar de "medio
espacio", "la mitad de las leyes físicas", etc.
Por otra parte, esta unicidad en el sentido de que no podemos
dividir el mundo, no está reñida con que pudieran
existir diversos mundos, diversas realidades, sin ninguna clase
de conexión entre sí. Si es posible que en el
mundo no haya diferencia entre su ser y su modo de ser y, a su
vez, esto no impide que pueda haber otros mundos paralelos, el
autor tampoco puede concluir que no hay más dioses sin
más base que la identidad entre el ser y el modo de ser
de Dios. (¡Qué barbaridad, si ya hablo como
él! Esto me está afectando más de lo que
pensaba.)
las demás cosas, por el solo hecho de que el existir no les pertenece propiamente (¿recuerdas?) pueden ser o no ser (existir o no existir), además de poder tener muchos otros cambios y variaciones. Pero Dios no puede recibir nada que “pueda ser”, nada que le agregue algo, porque, en ese caso, algo le faltaría, y en ese caso, eso que se le agrega se le agregaría como una “parte” o algo que antes no tenía, y entonces Dios sería compuesto, y ya vimos que es absolutamente simple. Por eso Dios es absolutamente perfecto, esto es, no puede recibir algo que le falte. Y por todas estas razones vemos que no es difícil ver porqué Dios es eterno: pues, como hemos visto, el existir le pertenece propiamente (las otras cosas lo tienen prestado) y entonces no puede no haber existido alguna vez, y no puede dejar de existir.
Todo esto, o bien es absurdo (porque presupone que Dios
está sumergido en el tiempo) o bien, si puede entenderse
de algún modo, —continuando la novena objeción—
también es válido para el mundo: el mundo
podría ser eterno, no en el sentido de que no tenga un
primer instante o un último instante, que eso da igual,
sino en el sentido de que, como realidad espacio-temporal,
podría ocurrir que no estuviera inmerso en otra realidad
temporal superior y que, por consiguiente, no tuviera sentido
plantear siquiera la posibilidad de que le mundo pudiera no
haber existido alguna vez o que pudiera dejar de existir. Del
mismo modo, también sería absurdo que el mundo
pudiera recibir algo que le falte.
La creación.
Bien, ¡esto sí que es “exprimir” a nuestra
razón!
Ya lo creo: es exprimirla hasta asfixiarla.
Estamos apretando el acelerador al
máximo.
Superando todo límite de velocidad sensato.
Sobre todo, porque nuestra
razón está acostumbrada a trabajar con las cosas
de este mundo, y, como hemos visto, Dios no entra precisamente
en los cánones habituales.
Y la razón del autor es de las primeras en descarriarse
cuando trata de razonar con cosas que no son de este mundo.
Pero hagamos otro esfuerzo y
pensemos en lo siguiente. Dado que Dios nos da nuestro existir,
que tenemos “prestado” (nosotros y todas las cosas), podemos
decir que este “dar el existir” (dar el ser) es lo que
propiamente caracteriza el acto de creación. Como ves,
este tema (la creación) no es sólo religioso, sino
que de este modo lo podemos encarar filosóficamente.
Todo esto ya lo he desarticulado más arriba.
Añadiré aquí un paso más a la novena
objeción: Para afirmar que Dios ha creado el mundo hace
falta demostrar primero que Dios no es el mundo. Spinoza
usó la misma jerga infame del autor para llegar justo a
la conclusión opuesta: que Dios es el mundo.
Dios es causa primera del existir de
todas las cosas porque permanentemente está dando el
existir. Esto no es tan difícil, pues no es más
que aplicar algo muy sencillo: si algo es prestado, es “dado”
por alguien. Pero fíjate que no estoy diciendo que Dios
“creó”, como un carpintero que hizo un mueble, y
después lo dejó por ahí y se olvidó
de él. No es el mismo caso, pues el acto de
creación es continuo. ¿Recuerdas las cosas
húmedas o mojadas? Pues bien, permanentemente tienen que
“estar mojándose”, o de lo contrario se secan.
Confieso que —por primera vez— la candidez de nuestro autor me
ha hecho reír. El movimiento también es algo
"transmitido", pero afirmar que las cosas que se mueven han de
estar siendo impulsadas constantemente o, de lo contrario, se
paran es haber leído demasiado a Aristóteles y
demasiado poco a Galileo.
Y en este caso es lo mismo, pues recordemos que nosotros tenemos existencia (existir), así como las cosas mojadas tienen agua. Por eso Dios está permanentemente sosteniendo a las cosas en la existencia. Y retengamos el término “sosteniendo”, porque es muy gráfico. En efecto (y resumiendo un poco todo), si podemos no existir, ¿por qué existimos? Y hemos visto que podemos decir: porque existe el existir (el ser) en sí mismo (Dios). La imagen podría ser, por lo tanto, esta: estamos colgados sobre la nada (la no existencia) por medio de una soga que nos sostiene: Dios. Y ese “sostenimiento” es permanente (mientras las cosas existen). ¿No es esto impresionante? ¿No te sientes ahora más “aferrado” a Dios que de costumbre?
Duodécima
objeción:
¿Por qué el movimiento puede tener inercia y la
existencia no?
No pensemos, además, que
Dios, al crear, se saca un poco de El mismo (de su existir) y lo
coloca en nosotros y las demás cosas. Porque en ese caso,
no habría ninguna diferencia esencial entre las cosas y
Dios, pues nuestro existir sería el mismo que el de Dios.
Pero ya hemos visto que hay una diferencia esencial entre las
cosas y Dios, porque en las cosas (que no son Dios) el modo de
ser es distinto al ser, y en Dios son lo mismo. O sea que Dios
crea las cosas, pero éstas no se confunden con El, ni El
con las cosas. ¿De dónde ha sacado entonces Dios
las cosas? Ya vimos que no de él mismo. Entonces,
¿las sacó de otra cosa, como un carpintero saca
sus muebles de la madera? Pero si es así, esa otra cosa
también tiene que haber sido creada por Dios (porque esa
otra cosa, como vimos, no puede ser Dios, y entonces tiene que
ser distinta de Dios, y si es distinta tiene ser y modo de ser
distintos, y entonces tiene el ser prestado y es creada), y
entonces el problema se repite: de dónde sacó Dios
esa otra supuesta cosa. Entonces, si Dios no saca las cosas de
sí mismo, ni de otra cosa, las crea… ¡de la nada!
Sí, ya sé que esto es asombroso, pero,
¿qué otra alternativa queda?
Queda la alternativa de que nuestro autor se esté
confundiendo al distinguir entre Dios y el mundo, en cuyo caso
no tendría sentido hablar de creación. Para que el
mundo pudiera ser creado haría falta que tuviera sentido
pensar que el mundo podría no haber existido, pero para
que el mundo pueda existir y no existir, es necesario decir que
existe ahora y que no existía en otro tiempo, pero para
ello es necesario sumergir al mundo (como realidad
espacio-temporal) en un tiempo que no puede ser el propio tiempo
físico interno al mundo.
Todos nosotros, al hacer cosas,
siempre las hacemos de algo y con algo (como el carpintero, que
utiliza la madera, o el escultor, que utiliza el mármol,
etc.). Pero eso es transformar cosas que ya existen. Pero, como
vemos, “dar el existir” (crear) es distinto a transformar. Dios,
al crear, no utiliza ninguna materia preexistente. (Y ya vimos
por qué: si fuera así, a esa materia
también la tendría que haber creado, y así
sucesivamente). Por eso la creación de Dios es de la
nada. ¿Increíble, no?
Que algo pueda crearse de la nada no es increíble. Que
algo se cree sin que haya un tiempo en el cual enmarcar dicha
creación es imposible, y si postulamos dicho tiempo,
entonces estamos postulando algo externo al mundo que no es
Dios, y ya me he cansado de extraer absurdos y extravagancias.
Y lo más increíble es
que todo esto son conclusiones lógicas a partir de lo que
significa “dar el ser”.
Aquí sí que me ha dado la risa floja. Como "dar
el ser" no significa nada, todo esto son conclusiones
"lógicas" a partir de... nada. ¿A quién le
puede extrañar que un dios cree el mundo a partir de la
nada después de ver lo que este hombre crea a partir de
la nada?
Y es obvio que estemos mudos,
boquiabiertos, frente a lo que la razón nos dice. Pero
creo que la pobre razón, propiamente hablando, ya no da
para más.
No me extraña, no imagino cómo estará la
pobre razón después de los crueles vapuleos que ha
tenido que soportar por parte de nuestro autor.
Algunas
objeciones
Todo esto nos lleva a reflexionar sobre el hecho de que muchas
veces te dirán que no se puede demostrar que Dios existe,
porque el universo puede ser eterno. Pero, como vimos, eso no
hace al fondo de la cuestión. Por supuesto que el
universo puede ser eterno. La fe religiosa nos puede decir que
ha sido creado en el tiempo (más correcto sería
decir “con el tiempo”), pero racionalmente es posible que el
universo haya siempre existido. El fondo de la cuestión
es, como hemos visto, que las cosas del universo (y éste
en su conjunto) tienen una diferencia entre el modo de ser y el
ser, y allí está la clave de la cuestión:
en que el ser es “prestado”, pues no se deriva del modo de ser.
y eso nada tiene que ver con el tiempo, pues una cosa puede
tener su existir prestado desde siempre, o desde un determinado
momento, y eso no interesa; lo que interesa es que es prestado.
Otros tal vez te digan que el universo es todo lo que existe, y
qué Dios es parte de todo lo que existe, y si Dios
creó al universo, Dios se creó a sí mismo,
lo cual es contradictorio con la creación, pues
sólo son creadas las cosas que no son Dios. Pero: por
supuesto que sólo son creadas las cosas que no son Dios;
Dios es increado pues nadie le da el existir, pues el existir le
pertenece propiamente, y lo que es propio no se recibe prestado.
Pero decir “el universo es todo lo que existe” es totalmente
impreciso: nosotros no hemos partido de “todo lo que existe”,
sino de las cosas que tenemos a nuestro alrededor, a partir de
las cuales vimos que tienen una diferencia entre ser y modo de
ser, y de allí nos remontamos a Dios (el ser en sí
mismo). “Crear el universo” no es crear todo lo que existe, por
lo tanto, sino que es crear lo contingente (las cosas que pueden
o no existir).
Ya he refutado suficientemente el primer párrafo y, en
cuanto al segundo, es ciertamente una objeción idiota.
Sólo destacaré el cinismo de defenderse de esa
objeción idiota alegando que es "totalmente imprecisa"
—que lo es— cuando no hay una sola frase de nuestro autor —trate
de lo divino o de lo humano— que no sea totalmente imprecisa.
Dios y el sentido último de las cosas
A partir de aquí, si no nos hemos equivocado, los
interrogantes del principio pueden comenzar a contestarse.
¡Si no nos hemos equivocado! O sancta simplicitas!
No totalmente, por ahora, pero las cosas van adquiriendo su sentido. Ahora hay un por qué de todas las cosas. El mundo no es una enorme casualidad. Y hay una esperanza para nosotros. Nosotros, los seres humanos, que entre nuestras características definitorias tenemos la de poder preguntamos por nuestro destino final. Pues hemos sido creados por Dios. Cada uno de nosotros.
No necesariamente de forma inmediata (décima
objeción), lo cual invalida todo lo que está
diciendo ahora.
Y entonces, ¿para qué nos creó Dios? ¿Es compatible con la absoluta perfección de Dios que nos haya creado para el mal, para la infelicidad? Digamos que es razonable contestar que no es compatible.
Y digamos que existe Santa Claus.
Por lo tanto, Dios es motivo de
esperanza. Una perfección inmensamente infinita es el
origen de nuestra existencia. . .¿Por qué no
también el destino final de nuestra existencia?
¿Y por qué no de nuestra existencia ahora? Si
Dios les niega a muchos la felicidad ahora, ¿por
qué se la va a conceder al final de su existencia?
Pero a todo esto trataremos de
dilucidarlo en el capítulo siguiente.
No seré yo quien lo lea. Con este he tenido bastante
metafísica barata para mucho tiempo. Necesito una cura de
desintoxicación. Ya te advertía que las golosinas
caducadas pueden hacer estragos. Me recuerdo a aquél que,
para denunciar que la comida rápida perjudica a la salud,
se pasó no sé cuanto tiempo comiendo sólo
hamburguesas. Estoy destrozado.
Por ahora, no olvidemos esa
expresión de esa carta que te había comentado al
principio: “. . . Es terrible no encontrarle un sentido a esta
vida. . .”. Sí, es terrible. Pero en el sólo
reconocimiento de que es terrible encontramos nuestra absoluta
necesidad de encontrar el sentido último de las cosas. Y
en nuestras limitaciones, que se manifiestan en esos momentos de
angustia, encontramos la importantísima verdad de que
precisamente por nuestras limitaciones somos incapaces de
habernos dado (a nosotros mismos) la existencia. Lo cual es el
punto de partida para llegar a Dios. Así como sólo
podemos llegar a la verdad una vez que tomamos conciencia de
nuestra ignorancia (como decía Sócrates), de igual
modo el hombre sólo puede llegar a Aquel a quien el
existir le pertenece propiamente (Dios) cuando advierte que su
propia existencia (su existir; su ser; su acto de ser) no le
pertenece. Así, de nuestra angustia puede surgir nuestra
esperanza.
Amén.