George Berkeley

PRINCIPIOS DEL ENTENDIMIENTO HUMANO

(Fragmentos y comentarios)

Así como Locke iniciaba su discusión de la teoría del conocimiento refutando la existencia de ideas innatas, Berkeley va más allá y, en la introducción de su tratado, rebate la existencia de ideas abstractas, a las que señala como principales culpables de las confusiones de que son víctimas los filósofos. Naturalmente, esto no puede entenderse sin pararse a aclarar qué entiende Berkeley por ideas abstractas:

VII. Acepción propia de la abstracción

Todos convienen en afirmar que las cualidades o modos de las cosas no existen realmente aisladas por sí mismas, separadas de todas las demás, sino que se interfieren recíprocamente y, en cierto modo, se reúnen en diferentes combinaciones en cada objeto. Y se afirma que nuestra mente, gracias a la aptitud que posee de considerar cada cualidad por separado, con abstracción de todas las demás a las cuales va unida, elabora para un acervo interno las ideas abstractas.

Berkeley presenta dos presuntas formas de elaborar ideas abstractas: la generalización y la composición. Un ejemplo de presunta idea abstracta generada por composición sería la de color:

(VIII. De la generalización) [...] De igual manera, la mente, si prescinde en los colores percibidos por el sentido de lo que es peculiar de cada color y lo distingue de los demás, y retiene sólo lo que es común a todos ellos, forma entonces una idea de color en abstracto, que no es el rojo, ni el azul, ni el blanco, ni ningún color determinado.

IX. De la composición Y así como la mente se elabora sus ideas abstractas de las cualidades o modos, con la misma precisión y separación mental adquiere las ideas abstractas de los seres más complicados, que implican la coexistencia de diferentes cualidades.

Por ejemplo, observando que Pedro, Jaime y Juan se parecen entre sí por ciertos caracteres que les son comunes, como la forma, aspecto, y otros, nuestra mente, en la idea compuesta o compleja que tiene de Pedro, o de Jaime, o de cualquier otro hombre, deja a un lado lo que es peculiar de cada uno y se queda tan sólo con lo que es común a todos, formándose así una idea abstracta y general que conviene a todos los hombres y que prescinde de todas las circunstancias y diferencias que pudieran ligarla a una existencia individual.

Así es como se llega a la idea de hombre o, si se prefiere, a la de humanidad o naturaleza humana, en la cual va ciertamente incluido el color, pues no hay hombre que de él carezca, pero no es un color determinado, blanco o negro, ya que no hay color alguno que convenga a todos los seres humanos.

Frente a estos planteamientos, Berkeley presenta la objeción siguiente:

X. Dos objeciones contra la existencia de las ideas abstractas

Si otros tienen esta maravillosa facultad de abstraer sus ideas, ellos podrán decirlo; en cuanto a mí, reconozco que puedo imaginar o representarme las ideas de las cosas particulares que he percibido y de combinarlas y separarlas de muy diversas maneras. Puedo imaginar un hombre de dos cabezas, o la parte superior de un cuerpo humano unida a un cuerpo de caballo; y puedo considerar en abstracto, o separados del cuerpo, un ojo, o una nariz, o una mano. Pero sea cual sea el ojo o mano que yo imagine, siempre tendrán determinada forma y color. De igual modo, la idea que yo me forme de hombre ha de ser de un hombre blanco, o negro, o moreno; derecho o encorvado; alto, bajo o de mediana estatura.

Por mucho que se esfuerce mi pensamiento, no puedo concebir la idea abstracta de hombre tal y como antes la he descrito. [...]

Si he de hablar sinceramente, reconozco en mí la aptitud de abstraer en cierto sentido, como sucede al considerar determinadas partes o cualidades separadas de otras con las cuales coexisten en algún objeto, y sin las cuales es posible que tengan existencia real.

Pero lo que no admito es que pueda abstraer una de otra, o concebir separadamente aquellas cualidades que es imposible que puedan existir aisladas; ni tampoco que pueda formarme ideas generales por abstracción de las particulares, en la forma antes expresada. Tales son las acepciones propias de la abstracción.

Y con fundamento puedo suponer que otros hombres se hallarán en el mismo caso que yo.

A continuación Berkeley cita un pasaje de Locke donde éste sostiene que la mente humana posee ideas abstractas. Locke relaciona esto con el uso del lenguaje y dice: "Las palabras adquieren sentido general porque se convierten en signos de ideas generales". Berkeley rechaza el argumento:

Más bien parece, sin embargo, que una palabra adquiere sentido general por convertirse en signo, no de una idea general abstracta, sino de varias ideas particulares, cualquiera de las cuales puede indistintamente sugerir a la mente.

Vemos, pues, que, al negar las ideas abstractas, Berkeley no está negando la posibilidad de poseer conocimientos universales. Explícitamente:

La universalidad no consiste, a mi entender, en una realidad absoluta y positiva, o concepto puro de una cosa, sino en la relación que ésta guarda con las demás cosas particulares, a las cuales representa o significa.

Así, Berkeley considera que es posible demostrar propiedades geométricos sobre triángulos en general, pero que ello no supone operar con una idea abstracta de triángulo, sino que toda figura en que se apoye la demostración corresponderá a un triángulo particular con características particulares. La universalidad de la demostración se funda en que no se apoya en ninguna de las características particulares que pueda tener el triángulo considerado.

De este modo, Berkeley establece una diferencia fundamental para su doctrina entre ideas y palabras. Por ideas entiende contenidos mentales, es decir, los objetos que nuestra mente puede representarse, entre los que no se incluye, por ejemplo, una idea abstracta de "hombre" que no es alto ni bajo, rubio ni moreno, blanco ni negro; mientras que las palabras pueden tener un significado universal en la medida en que puedan aplicarse a ideas distintas. En particular, Berkeley niega que cada palabra se corresponda con una idea. La palabra "hombre" no se corresponde con una idea de "hombre", sino con todas las ideas particulares de hombres concretos que podamos concebir.

Ésto es un resumen de lo que expone Berkeley en la introducción de sus Principios, que empiezan propiamente con los fundamentos de su teoría del conocimiento:

I. Los objetos del conocimiento humano
Es evidente para quienquiera que haga un examen de los objetos del conocimiento humano que éstos son: o ideas impresas realmente en los sentidos, o bien percibidas mediante atención a las pasiones y las operaciones de la mente o, finalmente, ideas formadas con la ayuda de la imaginación y de la memoria, por composición y división o, simplemente, mediante la representación de las ideas percibidas originariamente en las formas antes mencionadas.

La vista me da la idea de luz, del color en sus diferentes grados, variaciones y matices. Mediante el tacto percibo, por ejemplo, lo blando y lo duro, el calor y el frío, el movimiento y la resistencia, y de todo esto el más y el menos, bien como cantidad o como grado. El olfato me depara olores; el paladar, sabores; y el oído lleva a la mente los sonidos con sus variados tonos y combinaciones.

Hay que destacar que, según vemos, Berkeley, al identificar "idea" con "contenido mental" incluye entre ellas a las sensaciones. La propia sensación táctil de dureza es en sí misma una idea para Berkeley.

Y cuando se ha observado que varias de estas ideas se presentan simultáneamente, se viene a significar su conjunto con un nombre y ese conjunto se considera como una cosa. Así, por ejemplo, observamos que van en compañía un color, un gusto y olor determinados junto con cierta consistencia y figura: todo ello lo consideramos como una cosa distinta, significada por el nombre de manzana.

Otros conjuntos de ideas constituyen la piedra, el árbol, el libro y las demás cosas sensibles; conjuntos que, siendo placenteros o desagradables, excitan en nosotros las pasiones de amor, de odio, de alegría, de pesar y otras.

II. Mente-espíritu-alma
Además de esta innumerable variedad de ideas u objetos del conocimiento, existe igualmente algo que las conoce o percibe y ejecuta diversas operaciones sobre ellas, como son el querer, el imaginar, el recordar, etc. Este ser activo que percibe es lo que llamamos mente, alma, espíritu, yo.  Con tales palabras no denoto ninguna de mis ideas, sino algo que es enteramente distinto de ellas, dentro de lo cual existen; pues la existencia de una idea consiste simplemente en ser percibida.

Berkeley acaba de introducir una afirmación fundamental en su teoría del conocimiento que a continuación discutirá: la existencia de una idea consiste simplemente en ser percibida. Recordando que, para Berkeley, la mesa que estoy viendo ante mí es una idea compuesta por varias ideas simples (sensaciones), Berkeley está afirmando que la existencia de la mesa sobre la que escribo consiste simplemente en el hecho de que yo la estoy percibiendo. Más matizadamente:

Así, por ejemplo, esta mesa en que escribo, digo que existe, esto es, que la veo y la siento; y si yo estuviera fuera de mi estudio, diría también que ella existía, significando con ello que, si yo estuviera en mi estudio, podría percibirla de nuevo, o que otra mente que estuviera allí presente la podría percibir realmente.

Esto no es muy claro: Por una parte, el ejemplo no coincide con la teoría. El ejemplo dice que existir no es necesariamente ser percibido, sino poder ser percibido por una mente hipotética, con lo que no podemos sostener que la mesa es un contenido de una mente concreta, sino un contenido hipotético de una mente hipotética. Más adelante Berkeley resolverá este problema arguyendo que Dios lo ve todo, con lo que las ideas existen siempre en la mente de Dios. Por otra parte, tampoco está claro en qué sentido se puede decir que la mesa que ven dos personas distintas al mirar al mismo sitio es la misma mesa, pues en realidad tenemos dos ideas: la idea de mesa del uno y la idea de mesa del otro. Cada una está en una mente distinta (y hay otra más en la mente de Dios, si lo metemos también por medio a Él.)

Cuando digo que había un olor, quiero decir que fue olido; si hablo de un sonido, significo que fue oído; si de un color o de una figura determinada, no quiero decir otra cosa sino que fueron percibidos por la vista o el tacto.

Es lo único que permiten entender esas o parecidas expresiones. Porque es incomprensible la afirmación de la existencia absoluta de los seres que no piensan, prescindiendo totalmente de que puedan ser percibidos. Su existir consiste en esto, en que se los perciba; y no se los concibe en modo alguno fuera de la mente o ser pensante que pueda tener percepción de los mismos.

Pese a esto, Berkeley ha afirmado que tiene sentido decir que una mesa existe cuando nadie la percibe. A continuación argumenta que la "idea" de un objeto no percibido es una de esas ideas abstractas cuya existencia ha negado en la introducción, puesto que cuando nos representamos un objeto en la mente nos lo representamos tal y como es o puede ser percibido y es imposible hacer otra cosa:

Por tanto, así como es imposible ver o sentir ninguna cosa sin la actual sensación de ella, de igual modo es imposible concebir en el pensamiento un ser u objeto distinto de la sensación o percepción del mismo.

Ahora Berkeley cae en la cuenta del problema de hablar de mesas que no percibe nadie:

[...] Todos los cuerpos que componen la maravillosa estructura del universo, sólo tienen sustancia en una mente. Su ser (esse) consiste en que sean percibidos o conocidos. Y, por consiguiente, en tanto que no lo percibamos actualmente, es decir, mientras no existan en mi mente o en la de otro espíritu creado, una de dos, o no existen en absoluto, o bien subsisten sólo en la mente de un espíritu eterno; siendo cosa del todo ininteligible y que implica el absurdo de la abstracción el atribuir a uno cualquiera de los seres o una parte de ellos una existencia independiente de todo espíritu.

Para convencerse de ello basta con que el lector reflexione y trate de distinguir en su propio pensamiento el ser de una cosa sensible de la percepción de ella.

Berkeley rebate bastante pobremente la objeción más obvia a su doctrina:

VIII. Objeción y respuesta
Pero, dirá alguno: aunque las ideas mismas no existan sin una mente que piense, con todo puede suceder que las cosas parecidas a tales ideas y de las cuales éstas son copias o semejanzas, existan prescindiendo de la mente y en una substancia desprovista de pensamiento.

A lo que respondo: Una idea no puede ser semejante sino a otra idea; un color o figura no puede parecerse sino a otro color o figura. Basta un ligero examen de nuestros propios pensamientos para convencernos de que es imposible concebir la semejanza sino entre nuestras propias ideas.

Y ahora yo pregunto: estas cosas externas, supuestos originales de los que nuestras ideas serían copia o representación, ¿son perceptibles por sí mismas o no? Si lo son, entonces ellas mismas son ideas, lo que confirma mi tesis; y si se me dice que no lo son, desafío a que se me diga si tiene sentido afirmar que un color es semejante a algo invisible, o que una cosa dura o blanda es semejante a algo intangible; y así de lo demás.

La respuesta es pobre porque Berkeley ha introducido capciosamente en la pregunta la noción de semejanza. La objeción podría plantearse más en general: ¿no puede haber objetos externos que, aunque no se parezcan en nada a las ideas, sean su causa, y que existan en una sustancia desprovista de pensamiento? Planteado así, la respuesta de Berkeley no aporta nada. Con la misma clase de argumentos concluye:

IX La noción filosófica de la materia implica contradicción.

Por ello Berkeley llamó inmaterialismo a su doctrina, pues, según ella, sólo existen las almas y las ideas que éstas contienen. Berkeley niega la existencia extramental incluso de las nociones matemáticas, aunque sus argumentos se vuelven cada vez más pobres:

XII. Que el número es una creación de la mente, aun cuando se admitiera la existencia extramental de otras cualidades, es cosa que con evidencia se comprenderá si se tiene en cuenta que una misma cosa puede tener diferente denominación numérica según el punto de vista en que se coloque la mente.

Así, una misma longitud se puede representar por el número uno, por el tres o por el treinta y seis según que la mente la considere con relación a la yarda, al pie o a la pulgada.

Más consistente es la crítica de Berkeley a la noción de sustancia:

XVI. [...] Suele decirse que la extensión es un modo o accidente de la materia y que ésta es el sustrato en que la extensión se apoya. Yo querría que se me explicase lo que significa este apoyarse la extensión en la materia: se me dirá que, no teniendo una idea positiva de lo que es la materia, tal explicación es imposible. A esto replico que, si algún sentido tiene la afirmación que analizamos, por lo menos se ha de tener una idea relativa de la materia; y aun sin saber lo que ella es, se tiene que conocer su relación con los accidentes y en qué sentido los soporta o les sirve de base.

Es indudable que no los sostiene en el mismo sentido en que los pilares sostienen el edificio. Pues entonces, ¿en qué sentido los sustenta?

XVII. Doble sentido filosófico de lo que se llama sustancia material
Penetrando más a fondo en la significación que los más eximios filósofos dan a los términos sustancia material, hallaremos que no vinculan a estos sonidos otro significado que la idea de ser en general, junto con una noción relativa de los accidentes que soporta.

En lo que se refiere a la idea de ser en general, diré que me parece la más abstracta e incomprensible de todas, y que sea el soporte o sostén de los accidentes es cosa, como acabamos de ver, que no puede ser entendida dentro del alcance común de las palabras.

Ya hemos comentado que Berkeley no es muy convincente cuando trata de refutar la existencia de objetos externos causantes de las ideas, pero no se le puede negar que lo contrario tampoco es evidente:

XVIII. La existencia de los cuerpos externos exige demostración
Aun cuando fuera posible que las sustancias sólidas, dotadas de figura determinada y movibles existieran sin la mente y fuera de ella, correspondiendo a las ideas que tenemos de los cuerpos, ¿cómo llegaríamos a conocer todo esto? Habrá de ser o por medio de los sentidos o de la razón.

Ahora bien, en lo que hace a los sentidos, por ellos tenemos conocimiento solamente de nuestras sensaciones, ideas, es decir, de aquello que percibimos inmediatamente, llámese como se llame, pero no nos informan de la existencia extramental o no percibida de cosas semejantes a las que percibimos.

Esto lo admiten de buen grado los mismos materialistas. Por consiguiente, el único medio para conocer las cosas externas ha de ser la razón, infiriendo su existencia de lo percibido inmediatamente por los sentidos.

Mas no se comprende cuál pueda ser el fundamento para admitir la existencia extramental de los cuerpos a partir de nuestras percepciones sensitivas sin haber ninguna conexión necesaria entre ellos y nuestras ideas, lo que ni aun los mismos defensores de la materia pretenden establecer. Lo que sí es permitido afirmar, y todos lo concederán, es que podemos ser afectados por las ideas que actualmente poseemos aun sin la existencia de cuerpos que se les asemejen: tal ocurre en los ensueños, demencias y casos parecidos.

De aquí resulta evidente que la suposición de cuerpos externos no es necesaria para producir las ideas, pues se ve que éstas, en ocasiones, tal vez siempre, surgen sin la presencia de aquéllos, de la misma manera que a veces creemos verlos y tocarlos sin que estén presentes.

En los apartados siguientes, Berkeley matiza y desarrolla lo expuesto hasta aquí. Por ejemplo, añade que suponer la existencia de objetos materiales no ayuda, de todos modos, a explicar la causa de que nuestra mente perciba ideas, pues los materialistas tampoco son capaces de explicar cómo es posible que la materia influya sobre el espíritu. Por consiguiente, la existencia de la materia es una hipótesis que ni puede demostrarse ni ayuda a explicar nada.

A continuación desarrolla su teoría sobre los espíritus o almas:

XXVI. La causa de las ideas
Percibimos una continua sucesión de ideas. Algunas son provocadas de nuevo y algunas cambian o desaparecen por completo. Luego tiene que haber una causa de la que dependan las ideas, que las produzca y que sea capaz de modificarlas. Que tal causa no es una idea ni una combinación de ideas es evidente por lo dicho en el párrafo anterior [donde Berkeley razona que las ideas son pasivas, incapaces de causar nada por sí mismas]. Resta, pues, que sea una sustancia, más ya se ha demostrado que no existen sustancias corpóreas o materiales; concluiremos en definitiva que la causa de las ideas es una sustancia activa incorpórea, o sea, un espíritu.

XXVII. No hay idea de espíritu
El espíritu es un ser simple, indiviso y activo: en cuanto percibe las ideas se llama entendimiento; y en cuanto las produce y opera sobre ellas, se llama voluntad.

De aquí que digamos que no podemos formarnos una idea de él; porque siendo las ideas de suyo inertes y pasivas, no pueden por vía de imagen o semejanza representar a un ser dotado de actividad. [...] Es tal la naturaleza del espíritu o eso que actúa que no puede ser percibido por sí mismo, sino solamente por los efectos que produce. Si alguien lo duda, que reflexione y vea si puede formarse la idea de un ser activo o si tiene idea de las dos principales potencias, designadas por las palabras entendimiento y voluntad, distintas entre sí y distintas igualmente de una tercera idea, la de sustancia o ser en general, dotada de la propiedad característica de servir de apoyo a las mencionadas facultades, y que llamamos alma o espíritu.

Esto es lo que muchos afirman, o sea, que tenemos idea de alma, de inteligencia y de voluntad. Pero, a lo que alcanza mi comprensión, estas palabras, voluntad, alma, espíritu, no representan ideas diferentes o, hablando con más exactitud, no representan ninguna idea, sino algo que es muy diferente de las ideas, y que, siendo activo y operante por esencia, no puede venir representado por ninguna idea.

No es lo mismo la idea de un centauro que la idea de un gato. En los apartados siguientes Berkeley "ordena" sus ideas:

XXVIII. Sabemos por experiencia que podemos despertar a voluntad las ideas en nuestra mente, y variar, siempre que nos acomode, la escena que nos representan. Basta que lo queramos e inmediatamente surge en nosotros esta o aquella idea; la cual, con sólo quererlo, también se oscurece para dar paso a otra. Este hacer y deshacer las ideas se llama con propiedad inteligencia activa. Esto es indubitable y, como he dicho, se funda en la experiencia. Pero hablar de agentes no pensantes o de excitar ideas exclusivas de volición es un mero juego de palabras.

XXIX. Las ideas producidas por la sensación difieren de las producidas por la reflexión o la memoria
Por muy grande que sea el dominio que tenga sobre mis propios pensamientos, observo que las ideas actualmente percibidas por los sentidos no tienen igual dependencia con respecto a nuestra voluntad. Si en un día claro abrimos los ojos, no está en nuestro poder el ver o no ver, ni tampoco el determinar los objetos particulares que han de presentársenos delante. Y análogamente en cuanto a los demás sentidos: las ideas en ellos impresas no son criaturas de mi voluntad. Por consiguiente, tiene que haber otra voluntad o espíritu que las produzca.

XXX. Leyes de la naturaleza
Las ideas del sentido son más enérgicas, vívidas y distintas que las de la imaginación; poseen igualmente mayor fijeza, orden y cohesión, y no son provocadas a la ventura, como sucede frecuentemente con las que produce la voluntad, sino en sucesión ordenada, en una serie regular, demostrando su admirable conexión con la sabiduría y bondad de su autor.

Pues bien, estas reglas fijas o métodos establecidos de los que depende nuestra mente y que despiertan las ideas de nuestros sentidos se llaman leyes de la naturaleza: las aprendemos por la experiencia, que nos da a conocer que tales o cuales ideas van seguidas por tales o cuales otras en el curso ordinario de las cosas.

XXXII. Y, sin embargo, este trabajo uniforme y constante que de modo tan evidente despliega la bondad y sabiduría de aquél supremo Espíritu cuya voluntad determina las leyes de la naturaleza, lejos de llevar nuestros pensamientos hacia Él, más bien los extravía en pos de las causas segundas. Pues, al ver que ciertas percepciones o ideas de los sentidos van invariablemente seguidas de otras, y que esta constante sucesión en nada se debe a nuestra propia acción, inmediatamente atribuimos potencialidad activa a las mismas ideas, y tomamos a unas como causas de las otras, lo que es el mayor absurdo, del todo incomprensible.

Así, por ejemplo, observamos que cuando la vista percibe cierta figura luminosa y redonda, percibimos por le tacto la sensación o idea de calor, y de ahí sacamos que la causa del calor es aquel cuerpo redondo que llamamos Sol.

XXXIII. Las cosas reales y las ideas o quimeras
Las ideas impresas en los sentidos por el autor de la naturaleza se llaman cosas reales; y las despertadas en la imaginación, por ser menos regulares, de menor viveza y mayor variabilidad, se llaman propiamente ideas o imágenes de las cosas que copian o representan.

Se dice que las ideas de los sentidos tienen mayor contenido de realidad por ser más enérgicas, ordenadas y coherentes que las que produce la mente; pero esto no significa que puedan tener existencia extramental. Son también menos dependientes del espíritu o sustancia pensante que las percibe, y en la cual son provocadas por la voluntad de otro Espíritu más poderoso; pero no por eso dejan de ser ideas, ya que ninguna idea enérgica o débil puede existir si no es en una mente que la perciba.

Así queda perfilada la teoría del conocimiento de Berkeley. Pretende haber demostrado que la materia no existe o que, en su defecto, es inútil como concepto hipotético para explicar la realidad. Las leyes de la naturaleza son, según él, el producto de la inteligencia y la voluntad divina.

Se trata de la primera teoría del conocimiento puramente idealista, es decir, que considera que nuestros objetos de conocimiento son exclusivamente contenidos mentales y que nos es imposible trascender nuestra propia mente para juzgar si hay algo más fuera de ella y que, en cualquier caso, si lo hubiera, sería irrelevante, pues todo sería igual en caso contrario. A decir verdad, Berkeley se considera legitimado para deducir racionalmente la existencia de dos clases de entes trascendentes: las almas, que perciben, y Dios, que causa las ideas que percibimos sin que dependan de nuestra voluntad, y las ordena sabiamente según las leyes de la naturaleza.

La exposición de Berkeley se presta fácilmente a la caricatura (como de hecho sucedió), pero ello se debe a que no está suficientemente matizada (no se puede pedir más, para el primer intento). No obstante, Berkeley captó con sorprendente lucidez el hecho de que, al menos en principio, nuestro conocimiento es inmanente (es el conocimiento de nuestros estados mentales) junto con las consecuencias que esto tiene para la teoría del conocimiento. Todo ello lo expone con una claridad impropia de un filósofo en una larga serie de objeciones hacia su doctrina y respuestas que presenta a continuación:

XXXIV Primera objeción general. Respuesta
[...] Lo primero, pues, que se me objetará es que los principios enunciados barren del escenario del mundo todo lo que es real y sustancial en la naturaleza, y en vez de ello se coloca un informe montón de ideas quiméricas. O sea, que todo lo que existe es algo puramente nocional, porque, según hemos dicho, sólo está en la mente. Así, pues: ¿qué vienen a ser el Sol, la Luna y las estrellas?, ¿qué hemos de pensar de las casas, de las montañas y ríos, de los árboles, de las piedras y hasta de nuestros propios cuerpos? ¿Todo esto no es más que quimeras e ilusiones de nuestra fantasía?

A estas objeciones y cualesquiera parecidas responderé: los principios sentados en manera alguna nos privan de los seres de la naturaleza; todo lo que vemos, sentimos, oímos o, de un modo u otro concebimos o entendemos, queda tan a salvo y es tan real como siempre. Existe indudablemente una rerum natura y, por lo tanto, mantiene toda su fuerza la distinción entre realidades y quimeras.

En efecto, los que rechazan el idealismo se llaman realistas, lo cual es poco afortunado, pues el idealismo sólo propone una posible interpretación de la realidad, pero no altera en nada la realidad misma. Nadie niega que el Sol está ahí arriba y que emite luz y calor, en el sentido de que vemos su luz y sentimos su calor cuando estamos en su presencia. Es cierto que Berkeley afirma que el calor que sentimos no está causado directamente por la imagen que vemos, sino que ambas ideas, la imagen y el calor son provocados por una misma causa y no de forma casual, sino siguiendo unas reglas que son las que interpretamos como la relación causa-efecto entre el Sol y el calor. Que esa causa sea Dios ya es secundario. También podría ser Matrix. Más claramente: nadie afirma que el Sol o su calor sea una mera apariencia, sino que Berkeley está de acuerdo en que es algo absolutamente real y objetivo.

XXXVIII. Pero dirá alguno: es cosa dura decir que comemos y bebemos ideas y que con ideas nos vestimos.

Así es, ciertamente, porque la palabra idea en el lenguaje corriente no se le hace significar el conjunto de cualidades sensibles que llamamos cosas y, a la verdad, toda expresión que se aparte más o menos del uso común nos parece extraña o ridícula.

Pero esto en nada debilita la exactitud de nuestras afirmaciones, que en otros términos equivalen a decir que nos alimentamos y vestimos con cosas percibidas directamente por los sentidos. [...] Por lo tanto, una vez que se admita que lo que nos proporciona el alimento, la bebida y el vestido es algo que perciben los sentidos y que no puede existir sin una mente que lo perciba, no tendré inconveniente en conceder que es más propio y conforme al uso corriente el nombre de "cosas" que el de "ideas".

No obstante, Berkeley insiste en que prefiere el uso de "ideas" en sustitución de "cosas". Volviendo a la realidad del mundo:

XL. No se recusa el testimonio de los sentidos
[...] No puedo dudar de que lo que veo, oigo y toco es percibido por mí, o sea, existe, como tampoco dudo de mi propia existencia. Lo que no puedo admitir ni comprender es que el testimonio de los sentidos se aduzca como prueba de la existencia extramental de una cosa no percibida por ellos. No pretendo hacer a nadie escéptico desacreditando los sentidos, antes bien, les atribuyo toda la importancia y certeza que imaginarse pueda.

Gran parte del rechazo que causan las distintas doctrinas idealistas se debe a la creencia de que los idealistas no pueden suscribir párrafos como el anterior. El ejemplo siguiente merece destacarse por su ingenio:

XLI. Segunda objeción y su respuesta
Se podrá objetar en segundo lugar que hay una gran diferencia entre el fuego real, por ejemplo, y la idea del fuego; entre soñar o imaginar que uno se quema y quemarse de hecho: estas o parecidas objeciones se podrán oponer a mi tesis.

La respuesta se desprende con toda claridad de lo ya dicho; sólo añadiré ahora que si el fuego real es muy diferente de la idea de fuego, lo mismo ocurre con el dolor real que aquél ocasiona y con la idea del mismo; y, sin embargo, nadie pretenderá que el dolor, por muy real que sea, exista o pueda existir sin un ser pensante que lo perciba, ni más ni menos que la idea que de él podamos formarnos.

La tercera objeción tiene que ver con la aparente contradicción entre decir que, por ejemplo, el Sol está a miles de kilómetros de distancia de mí y, al mismo tiempo, decir que está en mi mente, dentro de mí. Berkeley la rebate con bastante torpeza, remitiendo a su Ensayo sobre una nueva teoría de la visión.

La cuarta objeción denuncia el hecho de que, según Berkeley, la habitación en la que me encuentro (solo) deja de existir cada vez que cierro los ojos y dejo de percibirla, y vuelve a aparecer en cuanto los vuelvo a abrir. Berkeley se muestra vacilante en este punto. Más arriba ha dicho que existe igualmente cuando no la veo en el sentido de que si abriera los ojos la vería, pero ahora parece retractarse de ello. Tras una serie de argumentos repetitivos o marginales, concluye:

[...] aunque afirmamos ciertamente que los objetos del sentido no existen si no son percibidos, no hay que deducir de ello que sólo existan cuando nosotros los percibamos, ya que puede haber otros espíritus que los perciban, y nosotros no. Cuando decimos que los cuerpos sólo tienen existencia en la mente, no nos referimos a ésta o aquélla en particular, sino a cualquier mente en general.

Naturalmente, esto sólo resuelve algo si admitimos una mente divina que lo ve todo en todo momento y, aun sin meter a Dios por medio, no está claro en qué sentido se puede decir que dos personas que vean la misma mesa están viendo la misma mesa, puesto que cada una es un conjunto de ideas albergadas por una mente distinta, y que además no son exactamente coincidentes, debido al cambio de punto de vista.

Tras rebatir algunas objeciones más, Berkeley pasa a hacer lo que todo filósofo debería abstenerse de hacer si no quiere caer en el ridículo más espantoso: decirle a los físicos y a los matemáticos lo que deben y no deben hacer y lo que deben y no deben pensar. Por último "demuestra" la inmortalidad del alma, la existencia de Dios y cosas de ésas. No entramos a detallar estos últimos argumentos porque carecen de interés, más allá del mero interés histórico, claro.

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