EL
IDEALISMO ABSOLUTO |
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En la página precedente hemos descrito una posible metafísica,
según la cual el mundo que conocemos podría ser la actividad de
un enorme ordenador que ejecuta un programa determinista (sin
componentes aleatorias) que determina en cada instante el estado
completo del universo (en realidad, de una inmensa familia de
universos relacionados, de acuerdo con una interpretación
posible de la mecánica cuántica). En estas circunstancias, yo
(mi conciencia) sería un producto de la actividad (y, en
particular, del estado en cada instante) de mi cerebro. A su
vez, dicha actividad y dicho estado serían, como toda actividad
y todo estado del universo en general, productos de la actividad
y el estado del ordenador de Zeus. Podríamos pensar que yo soy
como la actividad de un ordenador que se enfrenta a una realidad
virtual generada por otro ordenador, sólo que en realidad el
primer proceso es, de hecho, una parte del segundo.
En esta página vamos a describir otra metafísica más audaz. Ya
hemos explicado el interés de construir estas metafísicas: una
metafísica legítima (es decir, que no contradiga a la razón,
aunque tampoco pueda ser corroborada por ella) nos permite
justificar que cualquier teoría contradictoria con ella es
también metafísica, con lo que desmantela cualquier presunto
argumento que pretenda hacerla pasar por una teoría racional. En
las páginas siguientes explotaremos en esta línea la metafísica
que vamos a construir aquí, respecto a la cual, la metafísica
construida en la página anterior es una primera aproximación.
Volviendo a ella, hemos de hacer hincapié en la diferencia
entre el tiempo intuitivo asociado a cada ser consciente, el
tiempo racional, (que en realidad es un concepto inapropiado, ya
que la física exige reunir los conceptos de espacio y tiempo en
una única geometría espaciotemporal, de modo que una misma
magnitud, una distancia en el espaciotiempo, puede ser
descompuesta de formas distintas por observadores distintos en
una parte espacial y otra temporal, la cual se correspondería a
su vez con su tiempo intuitivo) y, por otra parte, el tiempo
trascendente, en el cual opera el ordenador de Zeus. Éste último
es prácticamente independiente de los anteriores, en el sentido
de que la velocidad a la que el ordenador sea capaz de ir
calculando la evolución del mundo no tiene ninguna relación con
la velocidad a la que suceden las cosas en el mundo. Por
ejemplo, aunque Zeus usara su ordenador para otras cosas al
mismo tiempo que deja correr su programa sobre el mundo, y ello
hiciera que requiriera el doble de tiempo (trascendente) para
calcular la evolución del mundo durante el periodo de tiempo
(racional) correspondiente al año 2005 del que necesitó para
calcular dicha evolución durante el año 2004 (en el que el
ordenador se dedicaba íntegramente a ello), eso no impide que
ambos años tuvieran racionalmente la misma duración.
Recordemos el ejemplo que también habíamos discutido sobre un
posible ordenador consciente que operara tan lentamente que la
única forma de que pudiera operar fuera enfrentándose a una
realidad virtual que evolucionara a una velocidad acorde a sus
posibilidades de análisis. En general, nos cuesta concebir a
otra persona como un ser consciente porque no podemos "ponernos
en su lugar", y nos costaría más aún concebir a este ordenador
como un ser consciente porque tampoco podemos "ponernos ante él"
en el mismo sentido en que podemos "ponernos ante otra persona"
e interactuar con ella. Sin embargo, estos son meros problemas
de perspectiva. La teoría de la relatividad dice que si viéramos
a alguien moverse a velocidades cercanas a las de la luz nos
pasaría algo similar, lo veríamos evolucionar muy lentamente,
casi como si estuviera parado, por lo que tampoco podríamos
mantener una conversación con él en tiempo real, y, no obstante,
desde su punto de vista el tiempo seguiría transcurriendo a la
misma velocidad de siempre y, más aún, seríamos nosotros los que
pareceríamos estatuas. Aunque aquí estamos hablando de un
fenómeno de distinta naturaleza, sus efectos sobre la apariencia
de conciencia son los mismos: no tenemos motivos para cuestionar
que una actividad genera una auténtica conciencia por el mero
hecho de que, tanto ella como su entorno, evolucionen demasiado
lentamente como para que nosotros podamos apreciar directamente
aquellos rasgos (esencialmente la capacidad de reacción racional
al entorno) que nos inducen a aceptar que otros seres humanos
son conscientes.
En particular, si en un momento dado Zeus decidiera parar su
ordenador (por ejemplo, para reparar alguna componente) y luego
continuara los cálculos en el mismo punto donde los había
dejado, por ejemplo, al final del año 2005, eso no alteraría
para nada el flujo del tiempo racional. En términos
trascendentes y, por analogía con la discusión de la página 13 sobre la muerte de un ser
consciente, podríamos decir que, trascendentemente, nuestro
universo habría muerto para luego resucitar, pero racionalmente
eso no significaría nada. Afirmar que el tiempo se ha detenido
simultáneamente para todo el universo entre el 31 de diciembre
de 2005 y el 1 de enero de 2006 sólo puede tener un significado
trascendente (metafísico) con respecto a un tiempo trascendente
(metafísico), pero no puede significar nada en términos
racionales, empíricos o intuitivos.
Más aún, si Zeus decidiera que, en el momento en que su
ordenador hubiera terminado los cálculos correspondientes al año
2005 volviera al estado en que se encontraba al acabar el año
2004 y repitiera los cálculos correspondientes a 2005
(exactamente los mismos cálculos, pues el algoritmo no tiene
componentes aleatorias), eso no tendría ningún reflejo que
nosotros pudiéramos constatar.
En suma, nuestra realidad está determinada por el algoritmo del
ordenador de Zeus, y no se ve afectada por la velocidad, las
interrupciones, las posibles repeticiones o el ordenador
concreto con que sea ejecutado. Más aún, el ordenador en sí es
innecesario. ¿Qué ocurriría si Zeus decidiera parar su
ordenador, observar el último estado del universo que ha
calculado y, a partir de ahí, continuar él mismo los cálculos
que hacía el ordenador sin más ayuda que un papel y un lápiz?
Cuando se cansara, podría introducir los resultados de sus
cálculos en el ordenador y hacer que éste siguiera donde él lo
ha dejado. Nuevamente, eso no alteraría nuestra realidad.
Esto nos lleva a la pregunta definitiva: ¿hace falta para algo
que alguien haga los cálculos? Si, una vez que Zeus consigue que
su profesor apruebe su experimento decide parar su ordenador,
borrar todos los datos y cargarse un supervideojuego de
aventuras, ¿sería eso el fin de nuestro mundo? Planteado en
otros términos, si la realidad trascendente fuera la que estamos
describiendo, ¿sería el ordenador de Zeus el que haría real a
nuestro mundo o sólo sería un instrumento que le permitiría a
Zeus conocer nuestro mundo?
El quid de la cuestión está en que el algoritmo que emplea el
ordenador y los datos que maneja determinan completamente el
mundo en todo momento, pasado o futuro. Podemos hablar
objetivamente de lo que sucederá en París el 7 de junio de 2015,
a saber, lo que el algoritmo de Zeus determina que ha de pasar.
Calcularlo es sólo una forma de averiguar qué será, pero será lo
mismo tanto si lo calculamos como si no. Decir que el ordenador
de Zeus ha hecho real que nuestras manos tengan cinco dedos es
como decir que mi ordenador hace real que el número 8.778 tenga
cinco divisores primos por el hecho de haberlo calculado. El
número 8.778 tenía ya cinco divisores primos antes de que ningún
hombre o máquina lo factorizara y seguirá teniéndolos el día que
desaparezcan todos los hombres y todas las máquinas. Puede haber
seres conscientes que lo sepan o no haberlos, pero es imposible
crear o destruir el número 8.778 o alterar sus propiedades. A lo
sumo, será posible hablar de otra aritmética en la que haya otra
cosa distinta a la que llamar "número 8.778" y que tenga otras
propiedades, pero no deben engañarnos los nombres: estaríamos
hablando de otra cosa con otras propiedades. Del mismo modo,
Zeus podría programar otro mundo en su ordenador o, simplemente,
reajustar algunos parámetros iniciales en el que ya tiene, lo
cual daría lugar a otro
mundo con otras propiedades, del que podríamos hablar tan
objetivamente como del primero, con independencia de si hacemos
los cálculos necesarios para saber qué es cierto y qué no acerca
del mismo.
Vamos a dar nombre a esto: llamaremos idealismo absoluto a la teoría metafísica
según la cual el mundo, la realidad que conocemos, es una
realidad definida por una teoría matemática en el mismo sentido
en que el espacio tridimensional euclídeo es una "realidad"
definida por la geometría tridimensional euclídea o los números
naturales son la "realidad" definida por la aritmética. Aquí es
crucial entender que dicha teoría matemática existiría en sí
misma, sin necesidad de que nadie pensara en ella. Ahora
analizaremos esto con más detalle, pero antes hagamos algunas
observaciones:
Vamos ahora a analizar con más detalle la afirmación de que (tal vez) sería posible eliminar el ordenador de Zeus sin que la Teoría de Zeus deje por ello de determinar un mundo. Ante todo, debemos evitar comparaciones capciosas con otras situaciones que sólo son similares en apariencia:
Si programamos un ordenador consciente, el algoritmo mismo no
determina su evolución, es decir, sus estados futuros, sino
únicamente la forma en que éste reaccionará ante cada entrada
posible de datos y qué respuestas generará, las cuales a su vez
podrán generar otras entradas, etc. Por lo tanto, si paramos el
ordenador, al detenerse la entrada de datos, el algoritmo en sí
ya no determina ningún pensamiento, ninguna intuición ni ninguna
voluntad. Podríamos especular sobre lo que pensaría el ordenador
si siguiera funcionando, igual que podemos decir "¡qué pensaría Jesús de Nazaret si
viviera hoy y supiera que medio mundo lo considera un dios!",
pero esa pregunta no admite una respuesta objetiva. No es que no
sepamos la respuesta, sino que no tiene sentido. La forma más
aproximada en que podemos darle sentido sería suponer que
alguien hubiera copiado el estado de su cerebro antes de su
muerte y que ahora usáramos esa información para clonarlo, pero
en tal caso, sus reacciones dependerían de lo que a partir de
ahora empezara a percibir, del tratamiento que le dieran los
psicólogos que lo atendieran para hacerle entender y asimilar
que habría resucitado dos mil años después de haber muerto (un
poco más tarde de lo previsto por las Escrituras), etc. En suma,
dependería de muchos factores extrínsecos al algoritmo que
determinaba su comportamiento (el comportamiento de su cerebro),
luego, en definitiva, este experimento no nos daría lo que
pensaría Jesús si hoy resucitara, sino lo que pensaría Jesús
tras haber actualizado su estado mental con unos datos externos
determinados que, sin duda, determinarían su pensamiento más
decisivamente que su estado mental anterior a su muerte.
Volviendo al ordenador, por estos motivos podemos decir que al
parar un ordenador (igual que un cerebro) su conciencia muere.
Tampoco podríamos sustituir el ordenador por un lápiz y un
papel, pues la velocidad de cálculo (en relación a la velocidad
con que evoluciona la realidad externa) es esencial.
Si un ordenador genera una realidad virtual para un ser consciente externo a él con el que puede interactuar, nuevamente nos encontramos con que el ordenador no puede ser sustituido por un lápiz y un papel, ya que las reacciones deben estar calculadas en el momento en que el ser consciente ha de recibirlas, ni antes ni después. Si paramos el ordenador, la realidad virtual se desvanece (muere), en el sentido de que el algoritmo que emplea el ordenador no especifica qué va a suceder en la realidad virtual, sino únicamente establece criterios para calcular reacciones ante determinadas entradas de datos procedentes del ser consciente al que debe conectarse, luego ya no podemos hablar objetivamente de dicha realidad. No podemos decir "ahora estaría pasando tal cosa". Ahora pasaría una cosa u otra según lo que hiciera la mente que debería interactuar con el ordenador.
En cambio, cuando un ordenador calcula un universo entero, su
algoritmo es un sistema cerrado que no genera entradas ni
salidas (sin perjuicio de que alguien pueda analizar el producto
de sus cálculos), lo que nos permite hablar objetivamente del
mundo que está calculando, con independencia de hasta dónde
hayan llegado los cálculos en un momento dado.
Dicho esto, vamos a centrarnos en el problema de en qué sentido
y bajo qué circunstancias podríamos decir que una teoría
matemática existe en sí misma. Las teorías filosóficas que, de
un modo u otro, atribuyen un cierto grado de realidad a los
contenidos mentales se llaman idealistas.
Un idealismo que admite la existencia de ideas con independencia
de que haya o no mentes que las contengan (como es el caso del
idealismo absoluto) es un idealismo
objetivo, mientras que una doctrina idealista que sólo
admite la existencia de las ideas como contenidos de mentes
concretas es un idealismo
subjetivo.
Platón es considerado, con justicia, el padre del idealismo.
Platón observaba que, por ejemplo, la idea de "mesa" existía
antes de que existiera ninguna mesa, y seguiría existiendo
aunque desaparecieran todas las mesas del mundo; por otra parte,
para fabricar una mesa es preciso tener antes la idea de lo que
se quiere fabricar, de modo que las mesas no podrían existir si
no existiera la idea de "mesa". A partir de razonamientos como
éstos, válidos para cualquier clase de ideas: lo verde, lo
bello, lo circular, etc., Platón concluía que las ideas tienen
una realidad absoluta, mientras que la realidad de los objetos
que nos muestra la experiencia es sólo relativa a las ideas, de
las que son un reflejo más o menos imperfecto. (Así pues, el
idealismo platónico es objetivo.)
Los argumentos de Platón, aunque son dignos de admirar por su
sofisticación en una época donde pensar con originalidad era
sólo una costumbre exótica de algunos griegos, no pueden ser
considerados hoy más que como ingeniosos juegos de palabras.
Aristóteles invirtió pronto los papeles y afirmó que las ideas
sólo existen como formas de ser de las cosas, las cuales no
están en deuda con ninguna realidad metafísica por lo que se
refiere a su propia existencia. A pesar de todo, la concepción
platónica de que las ideas tienen una existencia en sí misma,
objetiva, independiente de las mentes que puedan albergarlas, ha
aparecido recurrentemente en la historia de la filosofía, como
en el fenomenalismo de Husserl o en los propios idealistas
absolutos, como Hegel, aunque esto último no puede asegurarse
sin cierta cautela, porque, cuando un filósofo lee a Hegel y
explica lo que ha entendido, es como san Pablo leyendo la
Biblia: no está claro quién pone más de su parte. No obstante,
cuando uno rebusca entre los escritos de Hegel tratando de
encontrar fragmentos con significado, parece acertado concluir,
con un margen de error aceptable, que es posible reconocer una
doctrina que, debidamente retocada, actualizada y precisada,
podría identificarse con lo que nosotros hemos llamado idealismo
absoluto. (Si en lugar de Teoría
de Zeus hubiéramos dicho Espíritu Absoluto, el parecido sería aún
mayor.)
Una diferencia entre el idealismo absoluto y otras formas de
idealismo objetivo, incluyendo el del propio Platón o el
fenomenalismo, es que, en éstos, la pretendida realidad de las
ideas no deja de parecer "redundante", en el sentido de que
Aristóteles no lo tuvo difícil para prescindir de la teoría de
las ideas de su maestro a la hora de formarse una imagen
coherente del mundo, y es fácil reconocer como metafísica
gratuita el idealismo de Husserl, en el sentido de que no hace
falta ningún postulado idealista objetivo para entender por qué
puedo manejar ideas generales, o esencias, como dicen los fenomenólogos. Por el
contrario, en el marco del idealismo absoluto, el idealismo
objetivo no es redundante, en el sentido de que constituye el
núcleo de una explicación posible de en qué consiste la realidad
física.
Otro contexto en el que el idealismo objetivo ha sido defendido
con mucho mayor acierto es en el de las matemáticas. Una
corriente filosófica muy popular, entre los matemáticos dados a
filosofar sobre su trabajo, es el platonismo, que afirma que los conceptos
matemáticos tienen una existencia objetiva, de modo que los
matemáticos no inventan, sino que exploran la realidad
matemática. Aunque los matemáticos platonistas postulan la
realidad objetiva de conceptos matemáticos muy complejos, que
aspiran a ser "la totalidad de las matemáticas", aquí podemos
limitarnos a analizar en qué sentido puede decirse que una
teoría matemática sencilla, como es, por ejemplo, la aritmética
de los números naturales o una geometría, puede existir de forma
objetiva, ya que esto será suficiente para nuestros fines.
Por supuesto, cuando aquí decimos "existir" nos referimos a
existir en sentido trascendente, es decir, como algo
independiente de nosotros mismos como sujetos de conocimiento.
No es el uso más frecuente de la palabra "existir": cuando
decimos que algo existe intuitiva, empírica o racionalmente, no
estamos hablando realmente del presunto significado de ese
"algo", sino del concepto representado por la palabra, y lo que
decimos es que es correcto aplicar ese concepto para describir
la intuición, la experiencia o el mundo. Por ejemplo, podemos
decir que los leones existen y los unicornios no, lo cual
significa que el concepto de "león" aparece, de hecho, en
nuestra descripción racional del mundo, avalado por la ciencia,
mientras que el concepto de "unicornio" no es válido para
describir el mundo. (Obviamente, los unicornios sí que existen,
no en el sentido de "caballos con un cuerno en la frente", sino
en el de "animal mitológico en el que creían algunas culturas
antiguas", y con esto decimos que el concepto de "unicornio", en
este sentido, sí que es válido para describir una parte del
mundo, a saber, dichas culturas). Luego, en la existencia
racional podemos distinguir modos de existencia, según el status
lógico que el concepto en cuestión tenga dentro de la
descripción racional del mundo, es decir, según cuál sea la
forma lógicamente correcta de aplicar el concepto en la
descripción del mundo. Por ejemplo, no decimos lo mismo cuando
afirmamos que existen los leones que cuando afirmamos que existe
la electricidad, pues podemos decir "eso es un león", pero no "eso es una electricidad".
Teniendo esto en cuenta, podemos decir, sin duda, que los
números existen intuitiva, empírica y racionalmente, aunque no
existen del mismo modo que los leones, sino del mismo modo (en
cuanto a su uso como conceptos) que existe el color rojo o la
carga eléctrica. (No entramos aquí en una posible distinción
entre conceptos a priori y conceptos a posteriori.)
Desde un punto de vista trascendental, hemos visto cómo nuestra
facultad de intuición, es decir, nuestra capacidad de
interpretar temporalmente nuestras experiencias, nos aporta un
conocimiento a priori de la aritmética, un conocimiento que no
está basado en la información que recibimos de la experiencia,
sino en lo que podemos afirmar a priori sobre la forma de
cualquier experiencia posible, basándonos en lo que sabemos
sobre la forma en que nuestro entendimiento conceptualiza
nuestras percepciones para formar nuestras intuiciones. Sin
embargo, esto no es suficiente para sustentar la tesis
platonista, puesto que vincula la aritmética a la forma
particular de nuestra mente. La situación se verá más clara si
pensamos en la geometría: lo mismo que hemos dicho de la
aritmética y la intuición interna, lo podríamos decir de la
geometría tridimensional euclídea y nuestra intuición externa,
ahora bien, un platonista afirmará que la geometría euclídea de
cuatro dimensiones tiene igualmente una existencia objetiva
trascendente, a pesar de que ahora no podamos vincularla con la
forma de nuestra intuición. Esta existencia se basa en que es
posible hablar objetivamente de ella:
No hace falta aclarar que no hablamos de que las teorías
matemáticas existan en un "mundo de las ideas", como decía
Platón, sino que su existencia no está vinculada a ningún
espacio o ningún tiempo de ningún mundo. Existirían únicamente
como meras formas posibles de determinar objetivamente el
pensamiento de una conciencia posible.
Si aceptamos la existencia objetiva de una teoría matemática en
este sentido, el problema que se nos presenta es el contrario, a
saber, que nos viéramos obligados a aceptar la existencia de
demasiadas teorías. Por ejemplo, al igual que la aritmética es
una teoría objetiva, que nos permite hablar objetivamente de una
"realidad", a saber, los números naturales, no menos objetiva
sería una teoría idéntica a la aritmética salvo por que
aceptáramos por definición que "2 + 3 = 6". Notemos que esto no
introduciría ninguna contradicción, sino que modificaría todas
las leyes aritméticas. Por ejemplo, ya no sería cierto que a + b
= b + a, sino que deberíamos decir que a + b = b + a excepto en
el caso en que a = 2 y b = 3. El problema es que, si admitimos
esta "teoría" en pie de igualdad con la aritmética usual,
entonces ésta pasa de ser la
aritmética a ser una
aritmética entre una infinidad de aritméticas, a cuál más
absurda.
Hasta aquí podríamos pensar que da igual, que basta no tener en
cuenta para nada las aritméticas absurdas, pero el problema
aparece cuando damos el paso siguiente, a saber, cuando
postulamos que nuestro mundo podría ser una teoría matemática no
pensada (necesariamente) por nadie, pero objetiva en el mismo
sentido que la aritmética. Si admitimos que las Teorías de Zeus absurdas
podrían ser tan reales como una Teoría de Zeus seria, de modo que nuestro
mundo podría ser una cualquiera de ellas, entonces estaríamos
diciendo muy poco sobre nuestro mundo. Aunque en una Teoría de Zeus seria
tuviéramos como ley que de la nada no puede surgir ningún objeto
(macroscópico), nada impediría que nuestro mundo fuera una
modificación absurda de esa Teoría
de Zeus, de modo que la ley correcta fuera que eso es
así excepto el 21 de junio de 2006 en el centro de Madrid, donde
en tal fecha aparecerán de la nada balones de fútbol a
intervalos regulares de un minuto y durante una hora.
Así pues, para que el idealismo trascendental realmente
explique algo sobre la naturaleza trascendente del mundo, es
necesario añadirle como hipótesis que sólo tenga sentido
considerar objetivamente existentes las teorías matemáticas que
sean "naturales" en algún sentido que no sería imprescindible
que pudiéramos definir explícitamente (en algo nos tendría que
beneficiar el estar haciendo metafísica), pero que vendría a
reflejar que no tuviera supuestos arbitrarios, supuestos que
impidieran que una mente pudiera llegar a conocer dicha teoría
sin aportar cierta dosis de creatividad arbitraria. En este
sentido, la geometría Euclídea no sería estrictamente de
Euclides, sino que Euclides sería, casualmente, el primero que
la puso por escrito en nuestro mundo, como podría haberlo hecho
cualquier otro antes o después que él; en cambio, si un
matemático llamado Gómez
inventa la aritmética que hemos descrito antes, en la que "2 + 3
= 6", mientras que todo lo demás sigue igual, entonces esa
aritmética sí que sería, en sentido estricto, la aritmética de Gómez, en el
sentido de que él la ha inventado, y que sólo podemos considerar
que existe porque él la ha creado, como Beethoven creó sus
sinfonías. En la aritmética "de verdad", las cosas son como son,
mientras que en la aritmética
de Gómez, las cosas son como Gómez ha decidido
libremente que sean. Alguien podría objetar que no hay razón
para decir que una existe "menos" que la otra, y contestaremos
que, según los postulados del idealismo trascendental, esto es
casi del todo cierto, en el sentido de que ambas existen
exactamente en el mismo sentido, salvo que la aritmética
existiría igualmente aunque nuestro mundo no existiera, mientras
que la segunda sólo existe gracias a que existe nuestro mundo, y
en él existe Gómez, que ha decidido crearla. Ahora bien, dado
que es un hecho que nuestro mundo existe, esta diferencia
hipotética se reduce a nada, y ambas aritméticas existen por
igual. Incluso podemos admitir (si queremos) que la aritmética
de Gómez existía antes de que Gómez la creara, en el sentido de que
cualquier otro podría haberla creado antes, pero siempre gracias
a que existe nuestro mundo.
Análogamente, si, por casualidad, la Teoría de Zeus fuera conocida por alguien, es
decir, si existiera un Zeus
y la programara en su ordenador, éste podría modificar de vez en
cuando el estado de su mundo, de modo que su ordenador
continuara operando, no a partir del estado del universo
calculado por él en un momento dado, sino a partir de un estado
modificado arbitrariamente por Zeus. En tal caso, en el mundo de Zeus podría haber
fantasmas, gnomos, muertos que resucitan, hombres que oyen voces
misteriosas en su interior, enfermos que se curan
milagrosamente, etc., aunque las propias leyes (físicas) que
emplea el ordenador para hacer sus cálculos no manejen tales
conceptos.
De acuerdo con los postulados del idealismo absoluto, esto no
destruiría el mundo original descrito por la Teoría de Zeus original
(autónoma), del mismo modo que programar una calculadora para
que al pulsar las teclas 2 + 3 = proporcione la respuesta 6 no
destruye la aritmética, sino que estaría creando otro mundo al
que podríamos llamar en sentido estricto mundo de Zeus, ya que él lo
habría creado. Ahora bien, si Zeus
se aburriera de hacer de dios y, a partir de un momento dado,
dejara de intervenir en su mundo, aunque apagara su ordenador,
no por ello destruiría el mundo
de Zeus, pues cualquier afirmación sobre su evolución
futura (sin más intervenciones divinas) estaría matemáticamente
determinada. El único matiz es que dicho mundo sólo existiría
gracias a la existencia del mundo en el que vive Zeus.
Terminamos insistiendo en que en ningún momento hemos
pretendido defender que el idealismo absoluto sea cierto, ni
tampoco que sea racional, es decir, que alguien que lo
defendiera no pudiera ser tachado de dogmático. Sólo afirmamos
que, salvo que alguien pueda presentar una objeción seria, quien
defendiera el idealismo absoluto sería dogmático en el sentido
débil en que lo es quien defiende una teoría metafísica, pero no
en el sentido fuerte de quien contradice o pervierte las
conclusiones de la razón. En la página siguiente empezaremos a
extraer conclusiones racionales de este hecho.