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EL IDEALISMO ABSOLUTO

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En la página precedente hemos descrito una posible metafísica, según la cual el mundo que conocemos podría ser la actividad de un enorme ordenador que ejecuta un programa determinista (sin componentes aleatorias) que determina en cada instante el estado completo del universo (en realidad, de una inmensa familia de universos relacionados, de acuerdo con una interpretación posible de la mecánica cuántica). En estas circunstancias, yo (mi conciencia) sería un producto de la actividad (y, en particular, del estado en cada instante) de mi cerebro. A su vez, dicha actividad y dicho estado serían, como toda actividad y todo estado del universo en general, productos de la actividad y el estado del ordenador de Zeus. Podríamos pensar que yo soy como la actividad de un ordenador que se enfrenta a una realidad virtual generada por otro ordenador, sólo que en realidad el primer proceso es, de hecho, una parte del segundo.

En esta página vamos a describir otra metafísica más audaz. Ya hemos explicado el interés de construir estas metafísicas: una metafísica legítima (es decir, que no contradiga a la razón, aunque tampoco pueda ser corroborada por ella) nos permite justificar que cualquier teoría contradictoria con ella es también metafísica, con lo que desmantela cualquier presunto argumento que pretenda hacerla pasar por una teoría racional. En las páginas siguientes explotaremos en esta línea la metafísica que vamos a construir aquí, respecto a la cual, la metafísica construida en la página anterior es una primera aproximación.

Volviendo a ella, hemos de hacer hincapié en la diferencia entre el tiempo intuitivo asociado a cada ser consciente, el tiempo racional, (que en realidad es un concepto inapropiado, ya que la física exige reunir los conceptos de espacio y tiempo en una única geometría espaciotemporal, de modo que una misma magnitud, una distancia en el espaciotiempo, puede ser descompuesta de formas distintas por observadores distintos en una parte espacial y otra temporal, la cual se correspondería a su vez con su tiempo intuitivo) y, por otra parte, el tiempo trascendente, en el cual opera el ordenador de Zeus. Éste último es prácticamente independiente de los anteriores, en el sentido de que la velocidad a la que el ordenador sea capaz de ir calculando la evolución del mundo no tiene ninguna relación con la velocidad a la que suceden las cosas en el mundo. Por ejemplo, aunque Zeus usara su ordenador para otras cosas al mismo tiempo que deja correr su programa sobre el mundo, y ello hiciera que requiriera el doble de tiempo (trascendente) para calcular la evolución del mundo durante el periodo de tiempo (racional) correspondiente al año 2005 del que necesitó para calcular dicha evolución durante el año 2004 (en el que el ordenador se dedicaba íntegramente a ello), eso no impide que ambos años tuvieran racionalmente la misma duración.

Recordemos el ejemplo que también habíamos discutido sobre un posible ordenador consciente que operara tan lentamente que la única forma de que pudiera operar fuera enfrentándose a una realidad virtual que evolucionara a una velocidad acorde a sus posibilidades de análisis. En general, nos cuesta concebir a otra persona como un ser consciente porque no podemos "ponernos en su lugar", y nos costaría más aún concebir a este ordenador como un ser consciente porque tampoco podemos "ponernos ante él" en el mismo sentido en que podemos "ponernos ante otra persona" e interactuar con ella. Sin embargo, estos son meros problemas de perspectiva. La teoría de la relatividad dice que si viéramos a alguien moverse a velocidades cercanas a las de la luz nos pasaría algo similar, lo veríamos evolucionar muy lentamente, casi como si estuviera parado, por lo que tampoco podríamos mantener una conversación con él en tiempo real, y, no obstante, desde su punto de vista el tiempo seguiría transcurriendo a la misma velocidad de siempre y, más aún, seríamos nosotros los que pareceríamos estatuas. Aunque aquí estamos hablando de un fenómeno de distinta naturaleza, sus efectos sobre la apariencia de conciencia son los mismos: no tenemos motivos para cuestionar que una actividad genera una auténtica conciencia por el mero hecho de que, tanto ella como su entorno, evolucionen demasiado lentamente como para que nosotros podamos apreciar directamente aquellos rasgos (esencialmente la capacidad de reacción racional al entorno) que nos inducen a aceptar que otros seres humanos son conscientes.

En particular, si en un momento dado Zeus decidiera parar su ordenador (por ejemplo, para reparar alguna componente) y luego continuara los cálculos en el mismo punto donde los había dejado, por ejemplo, al final del año 2005, eso no alteraría para nada el flujo del tiempo racional. En términos trascendentes y, por analogía con la discusión de la página 13 sobre la muerte de un ser consciente, podríamos decir que, trascendentemente, nuestro universo habría muerto para luego resucitar, pero racionalmente eso no significaría nada. Afirmar que el tiempo se ha detenido simultáneamente para todo el universo entre el 31 de diciembre de 2005 y el 1 de enero de 2006 sólo puede tener un significado trascendente (metafísico) con respecto a un tiempo trascendente (metafísico), pero no puede significar nada en términos racionales, empíricos o intuitivos.

Más aún, si Zeus decidiera que, en el momento en que su ordenador hubiera terminado los cálculos correspondientes al año 2005 volviera al estado en que se encontraba al acabar el año 2004 y repitiera los cálculos correspondientes a 2005 (exactamente los mismos cálculos, pues el algoritmo no tiene componentes aleatorias), eso no tendría ningún reflejo que nosotros pudiéramos constatar.

En suma, nuestra realidad está determinada por el algoritmo del ordenador de Zeus, y no se ve afectada por la velocidad, las interrupciones, las posibles repeticiones o el ordenador concreto con que sea ejecutado. Más aún, el ordenador en sí es innecesario. ¿Qué ocurriría si Zeus decidiera parar su ordenador, observar el último estado del universo que ha calculado y, a partir de ahí, continuar él mismo los cálculos que hacía el ordenador sin más ayuda que un papel y un lápiz? Cuando se cansara, podría introducir los resultados de sus cálculos en el ordenador y hacer que éste siguiera donde él lo ha dejado. Nuevamente, eso no alteraría nuestra realidad.

Esto nos lleva a la pregunta definitiva: ¿hace falta para algo que alguien haga los cálculos? Si, una vez que Zeus consigue que su profesor apruebe su experimento decide parar su ordenador, borrar todos los datos y cargarse un supervideojuego de aventuras, ¿sería eso el fin de nuestro mundo? Planteado en otros términos, si la realidad trascendente fuera la que estamos describiendo, ¿sería el ordenador de Zeus el que haría real a nuestro mundo o sólo sería un instrumento que le permitiría a Zeus conocer nuestro mundo?

El quid de la cuestión está en que el algoritmo que emplea el ordenador y los datos que maneja determinan completamente el mundo en todo momento, pasado o futuro. Podemos hablar objetivamente de lo que sucederá en París el 7 de junio de 2015, a saber, lo que el algoritmo de Zeus determina que ha de pasar. Calcularlo es sólo una forma de averiguar qué será, pero será lo mismo tanto si lo calculamos como si no. Decir que el ordenador de Zeus ha hecho real que nuestras manos tengan cinco dedos es como decir que mi ordenador hace real que el número 8.778 tenga cinco divisores primos por el hecho de haberlo calculado. El número 8.778 tenía ya cinco divisores primos antes de que ningún hombre o máquina lo factorizara y seguirá teniéndolos el día que desaparezcan todos los hombres y todas las máquinas. Puede haber seres conscientes que lo sepan o no haberlos, pero es imposible crear o destruir el número 8.778 o alterar sus propiedades. A lo sumo, será posible hablar de otra aritmética en la que haya otra cosa distinta a la que llamar "número 8.778" y que tenga otras propiedades, pero no deben engañarnos los nombres: estaríamos hablando de otra cosa con otras propiedades. Del mismo modo, Zeus podría programar otro mundo en su ordenador o, simplemente, reajustar algunos parámetros iniciales en el que ya tiene, lo cual daría lugar a otro mundo con otras propiedades, del que podríamos hablar tan objetivamente como del primero, con independencia de si hacemos los cálculos necesarios para saber qué es cierto y qué no acerca del mismo.

Vamos a dar nombre a esto: llamaremos idealismo absoluto a la teoría metafísica según la cual el mundo, la realidad que conocemos, es una realidad definida por una teoría matemática en el mismo sentido en que el espacio tridimensional euclídeo es una "realidad" definida por la geometría tridimensional euclídea o los números naturales son la "realidad" definida por la aritmética. Aquí es crucial entender que dicha teoría matemática existiría en sí misma, sin necesidad de que nadie pensara en ella. Ahora analizaremos esto con más detalle, pero antes hagamos algunas observaciones:

Vamos ahora a analizar con más detalle la afirmación de que (tal vez) sería posible eliminar el ordenador de Zeus sin que la Teoría de Zeus deje por ello de determinar un mundo. Ante todo, debemos evitar comparaciones capciosas con otras situaciones que sólo son similares en apariencia:

Si programamos un ordenador consciente, el algoritmo mismo no determina su evolución, es decir, sus estados futuros, sino únicamente la forma en que éste reaccionará ante cada entrada posible de datos y qué respuestas generará, las cuales a su vez podrán generar otras entradas, etc. Por lo tanto, si paramos el ordenador, al detenerse la entrada de datos, el algoritmo en sí ya no determina ningún pensamiento, ninguna intuición ni ninguna voluntad. Podríamos especular sobre lo que pensaría el ordenador si siguiera funcionando, igual que podemos decir "¡qué pensaría Jesús de Nazaret si viviera hoy y supiera que medio mundo lo considera un dios!", pero esa pregunta no admite una respuesta objetiva. No es que no sepamos la respuesta, sino que no tiene sentido. La forma más aproximada en que podemos darle sentido sería suponer que alguien hubiera copiado el estado de su cerebro antes de su muerte y que ahora usáramos esa información para clonarlo, pero en tal caso, sus reacciones dependerían de lo que a partir de ahora empezara a percibir, del tratamiento que le dieran los psicólogos que lo atendieran para hacerle entender y asimilar que habría resucitado dos mil años después de haber muerto (un poco más tarde de lo previsto por las Escrituras), etc. En suma, dependería de muchos factores extrínsecos al algoritmo que determinaba su comportamiento (el comportamiento de su cerebro), luego, en definitiva, este experimento no nos daría lo que pensaría Jesús si hoy resucitara, sino lo que pensaría Jesús tras haber actualizado su estado mental con unos datos externos determinados que, sin duda, determinarían su pensamiento más decisivamente que su estado mental anterior a su muerte. Volviendo al ordenador, por estos motivos podemos decir que al parar un ordenador (igual que un cerebro) su conciencia muere. Tampoco podríamos sustituir el ordenador por un lápiz y un papel, pues la velocidad de cálculo (en relación a la velocidad con que evoluciona la realidad externa) es esencial.

Si un ordenador genera una realidad virtual para un ser consciente externo a él con el que puede interactuar, nuevamente nos encontramos con que el ordenador no puede ser sustituido por un lápiz y un papel, ya que las reacciones deben estar calculadas en el momento en que el ser consciente ha de recibirlas, ni antes ni después. Si paramos el ordenador, la realidad virtual se desvanece (muere), en el sentido de que el algoritmo que emplea el ordenador no especifica qué va a suceder en la realidad virtual, sino únicamente establece criterios para calcular reacciones ante determinadas entradas de datos procedentes del ser consciente al que debe conectarse, luego ya no podemos hablar objetivamente de dicha realidad. No podemos decir "ahora estaría pasando tal cosa". Ahora pasaría una cosa u otra según lo que hiciera la mente que debería interactuar con el ordenador.

En cambio, cuando un ordenador calcula un universo entero, su algoritmo es un sistema cerrado que no genera entradas ni salidas (sin perjuicio de que alguien pueda analizar el producto de sus cálculos), lo que nos permite hablar objetivamente del mundo que está calculando, con independencia de hasta dónde hayan llegado los cálculos en un momento dado.

Dicho esto, vamos a centrarnos en el problema de en qué sentido y bajo qué circunstancias podríamos decir que una teoría matemática existe en sí misma. Las teorías filosóficas que, de un modo u otro, atribuyen un cierto grado de realidad a los contenidos mentales se llaman idealistas. Un idealismo que admite la existencia de ideas con independencia de que haya o no mentes que las contengan (como es el caso del idealismo absoluto) es un idealismo objetivo, mientras que una doctrina idealista que sólo admite la existencia de las ideas como contenidos de mentes concretas es un idealismo subjetivo.

Platón es considerado, con justicia, el padre del idealismo. Platón observaba que, por ejemplo, la idea de "mesa" existía antes de que existiera ninguna mesa, y seguiría existiendo aunque desaparecieran todas las mesas del mundo; por otra parte, para fabricar una mesa es preciso tener antes la idea de lo que se quiere fabricar, de modo que las mesas no podrían existir si no existiera la idea de "mesa". A partir de razonamientos como éstos, válidos para cualquier clase de ideas: lo verde, lo bello, lo circular, etc., Platón concluía que las ideas tienen una realidad absoluta, mientras que la realidad de los objetos que nos muestra la experiencia es sólo relativa a las ideas, de las que son un reflejo más o menos imperfecto. (Así pues, el idealismo platónico es objetivo.)

Los argumentos de Platón, aunque son dignos de admirar por su sofisticación en una época donde pensar con originalidad era sólo una costumbre exótica de algunos griegos, no pueden ser considerados hoy más que como ingeniosos juegos de palabras. Aristóteles invirtió pronto los papeles y afirmó que las ideas sólo existen como formas de ser de las cosas, las cuales no están en deuda con ninguna realidad metafísica por lo que se refiere a su propia existencia. A pesar de todo, la concepción platónica de que las ideas tienen una existencia en sí misma, objetiva, independiente de las mentes que puedan albergarlas, ha aparecido recurrentemente en la historia de la filosofía, como en el fenomenalismo de Husserl o en los propios idealistas absolutos, como Hegel, aunque esto último no puede asegurarse sin cierta cautela, porque, cuando un filósofo lee a Hegel y explica lo que ha entendido, es como san Pablo leyendo la Biblia: no está claro quién pone más de su parte. No obstante, cuando uno rebusca entre los escritos de Hegel tratando de encontrar fragmentos con significado, parece acertado concluir, con un margen de error aceptable, que es posible reconocer una doctrina que, debidamente retocada, actualizada y precisada, podría identificarse con lo que nosotros hemos llamado idealismo absoluto. (Si en lugar de Teoría de Zeus hubiéramos dicho Espíritu Absoluto, el parecido sería aún mayor.)

Una diferencia entre el idealismo absoluto y otras formas de idealismo objetivo, incluyendo el del propio Platón o el fenomenalismo, es que, en éstos, la pretendida realidad de las ideas no deja de parecer "redundante", en el sentido de que Aristóteles no lo tuvo difícil para prescindir de la teoría de las ideas de su maestro a la hora de formarse una imagen coherente del mundo, y es fácil reconocer como metafísica gratuita el idealismo de Husserl, en el sentido de que no hace falta ningún postulado idealista objetivo para entender por qué puedo manejar ideas generales, o esencias, como dicen los fenomenólogos. Por el contrario, en el marco del idealismo absoluto, el idealismo objetivo no es redundante, en el sentido de que constituye el núcleo de una explicación posible de en qué consiste la realidad física.

Otro contexto en el que el idealismo objetivo ha sido defendido con mucho mayor acierto es en el de las matemáticas. Una corriente filosófica muy popular, entre los matemáticos dados a filosofar sobre su trabajo, es el platonismo, que afirma que los conceptos matemáticos tienen una existencia objetiva, de modo que los matemáticos no inventan, sino que exploran la realidad matemática. Aunque los matemáticos platonistas postulan la realidad objetiva de conceptos matemáticos muy complejos, que aspiran a ser "la totalidad de las matemáticas", aquí podemos limitarnos a analizar en qué sentido puede decirse que una teoría matemática sencilla, como es, por ejemplo, la aritmética de los números naturales o una geometría, puede existir de forma objetiva, ya que esto será suficiente para nuestros fines.

Por supuesto, cuando aquí decimos "existir" nos referimos a existir en sentido trascendente, es decir, como algo independiente de nosotros mismos como sujetos de conocimiento. No es el uso más frecuente de la palabra "existir": cuando decimos que algo existe intuitiva, empírica o racionalmente, no estamos hablando realmente del presunto significado de ese "algo", sino del concepto representado por la palabra, y lo que decimos es que es correcto aplicar ese concepto para describir la intuición, la experiencia o el mundo. Por ejemplo, podemos decir que los leones existen y los unicornios no, lo cual significa que el concepto de "león" aparece, de hecho, en nuestra descripción racional del mundo, avalado por la ciencia, mientras que el concepto de "unicornio" no es válido para describir el mundo. (Obviamente, los unicornios sí que existen, no en el sentido de "caballos con un cuerno en la frente", sino en el de "animal mitológico en el que creían algunas culturas antiguas", y con esto decimos que el concepto de "unicornio", en este sentido, sí que es válido para describir una parte del mundo, a saber, dichas culturas). Luego, en la existencia racional podemos distinguir modos de existencia, según el status lógico que el concepto en cuestión tenga dentro de la descripción racional del mundo, es decir, según cuál sea la forma lógicamente correcta de aplicar el concepto en la descripción del mundo. Por ejemplo, no decimos lo mismo cuando afirmamos que existen los leones que cuando afirmamos que existe la electricidad, pues podemos decir "eso es un león", pero no "eso es una electricidad". Teniendo esto en cuenta, podemos decir, sin duda, que los números existen intuitiva, empírica y racionalmente, aunque no existen del mismo modo que los leones, sino del mismo modo (en cuanto a su uso como conceptos) que existe el color rojo o la carga eléctrica. (No entramos aquí en una posible distinción entre conceptos a priori y conceptos a posteriori.)

Desde un punto de vista trascendental, hemos visto cómo nuestra facultad de intuición, es decir, nuestra capacidad de interpretar temporalmente nuestras experiencias, nos aporta un conocimiento a priori de la aritmética, un conocimiento que no está basado en la información que recibimos de la experiencia, sino en lo que podemos afirmar a priori sobre la forma de cualquier experiencia posible, basándonos en lo que sabemos sobre la forma en que nuestro entendimiento conceptualiza nuestras percepciones para formar nuestras intuiciones. Sin embargo, esto no es suficiente para sustentar la tesis platonista, puesto que vincula la aritmética a la forma particular de nuestra mente. La situación se verá más clara si pensamos en la geometría: lo mismo que hemos dicho de la aritmética y la intuición interna, lo podríamos decir de la geometría tridimensional euclídea y nuestra intuición externa, ahora bien, un platonista afirmará que la geometría euclídea de cuatro dimensiones tiene igualmente una existencia objetiva trascendente, a pesar de que ahora no podamos vincularla con la forma de nuestra intuición. Esta existencia se basa en que es posible hablar objetivamente de ella:

  1. Cualquier afirmación sobre la geometría euclídea de cuatro dimensiones es verdadera o falsa en un sentido que no depende para nada de las características de nuestra mente o de nuestra forma de conocer. Si desaparecieran del mundo todos los seres conscientes, no dejaría de ser cierto que un cubo de cuatro dimensiones tiene exactamente 16 vértices.
  2. Incluso, si fuera posible que desapareciera el mundo entero, los cubos de cuatro dimensiones seguirían teniendo 16 vértices. Esto marca una diferencia entre el sentido en que podemos decir que existe una teoría matemática y el sentido en que Platón podía decir que existen sus ideas: la idea de "mesa" no tiene sentido alguno si no es en relación a nuestro mundo u otro similar: si no existiera el mundo, no tendría sentido hablar de mesas ideales, puesto que no habría base alguna para decir qué es verdadero y qué es falso sobre ellas, mientras que podríamos hablar igualmente de cubos de cuatro dimensiones.
  3. Un matemático no puede cambiar a su antojo las características de la geometría, al contrario que un pintor, que siempre está a tiempo de modificar sus cuadros. A lo sumo podrá pasar a estudiar otra geometría distinta, pero decidir qué geometría estudiar es como decidir qué rumbo tomar, eso podemos decidirlo, pero lo que nos encontremos al tomar ese rumbo será lo que haya allí, algo que no depende de nosotros. (Esto es sólo un ejemplo en términos cotidianos que pretende ser descriptivo, prescindiendo de que el "no depende de nosotros" es filosóficamente cuestionable.)
En este punto debemos recordar al lector que, desde el primer momento, hemos presentado al idealismo absoluto (y añadimos ahora que lo mismo es válido para el platonismo matemático) como una metafísica, por lo que no es nuestra intención demostrarlo, sino únicamente definirlo, es decir, especificar el alcance que pretendemos darle de la forma más exacta posible. Lo único que pretendemos argumentar es que, como metafísica, es tan legítima como cualquier otra, es decir, que no puede ser refutada racionalmente. Así pues, no somos nosotros quienes tenemos que justificar que una teoría matemática puede existir objetivamente sin necesidad de que nadie piense en ella (con independencia de cualquier mente), sino que tendría que ser un hipotético detractor el que demostrara que esto es imposible.

No hace falta aclarar que no hablamos de que las teorías matemáticas existan en un "mundo de las ideas", como decía Platón, sino que su existencia no está vinculada a ningún espacio o ningún tiempo de ningún mundo. Existirían únicamente como meras formas posibles de determinar objetivamente el pensamiento de una conciencia posible.

Si aceptamos la existencia objetiva de una teoría matemática en este sentido, el problema que se nos presenta es el contrario, a saber, que nos viéramos obligados a aceptar la existencia de demasiadas teorías. Por ejemplo, al igual que la aritmética es una teoría objetiva, que nos permite hablar objetivamente de una "realidad", a saber, los números naturales, no menos objetiva sería una teoría idéntica a la aritmética salvo por que aceptáramos por definición que "2 + 3 = 6". Notemos que esto no introduciría ninguna contradicción, sino que modificaría todas las leyes aritméticas. Por ejemplo, ya no sería cierto que a + b = b + a, sino que deberíamos decir que a + b = b + a excepto en el caso en que a = 2 y b = 3. El problema es que, si admitimos esta "teoría" en pie de igualdad con la aritmética usual, entonces ésta pasa de ser la aritmética a ser una aritmética entre una infinidad de aritméticas, a cuál más absurda.

Hasta aquí podríamos pensar que da igual, que basta no tener en cuenta para nada las aritméticas absurdas, pero el problema aparece cuando damos el paso siguiente, a saber, cuando postulamos que nuestro mundo podría ser una teoría matemática no pensada (necesariamente) por nadie, pero objetiva en el mismo sentido que la aritmética. Si admitimos que las Teorías de Zeus absurdas podrían ser tan reales como una Teoría de Zeus seria, de modo que nuestro mundo podría ser una cualquiera de ellas, entonces estaríamos diciendo muy poco sobre nuestro mundo. Aunque en una Teoría de Zeus seria tuviéramos como ley que de la nada no puede surgir ningún objeto (macroscópico), nada impediría que nuestro mundo fuera una modificación absurda de esa Teoría de Zeus, de modo que la ley correcta fuera que eso es así excepto el 21 de junio de 2006 en el centro de Madrid, donde en tal fecha aparecerán de la nada balones de fútbol a intervalos regulares de un minuto y durante una hora.

Así pues, para que el idealismo trascendental realmente explique algo sobre la naturaleza trascendente del mundo, es necesario añadirle como hipótesis que sólo tenga sentido considerar objetivamente existentes las teorías matemáticas que sean "naturales" en algún sentido que no sería imprescindible que pudiéramos definir explícitamente (en algo nos tendría que beneficiar el estar haciendo metafísica), pero que vendría a reflejar que no tuviera supuestos arbitrarios, supuestos que impidieran que una mente pudiera llegar a conocer dicha teoría sin aportar cierta dosis de creatividad arbitraria. En este sentido, la geometría Euclídea no sería estrictamente de Euclides, sino que Euclides sería, casualmente, el primero que la puso por escrito en nuestro mundo, como podría haberlo hecho cualquier otro antes o después que él; en cambio, si un matemático llamado Gómez inventa la aritmética que hemos descrito antes, en la que "2 + 3 = 6", mientras que todo lo demás sigue igual, entonces esa aritmética sí que sería, en sentido estricto, la aritmética de Gómez, en el sentido de que él la ha inventado, y que sólo podemos considerar que existe porque él la ha creado, como Beethoven creó sus sinfonías. En la aritmética "de verdad", las cosas son como son, mientras que en la aritmética de Gómez, las cosas son como Gómez ha decidido libremente que sean. Alguien podría objetar que no hay razón para decir que una existe "menos" que la otra, y contestaremos que, según los postulados del idealismo trascendental, esto es casi del todo cierto, en el sentido de que ambas existen exactamente en el mismo sentido, salvo que la aritmética existiría igualmente aunque nuestro mundo no existiera, mientras que la segunda sólo existe gracias a que existe nuestro mundo, y en él existe Gómez, que ha decidido crearla. Ahora bien, dado que es un hecho que nuestro mundo existe, esta diferencia hipotética se reduce a nada, y ambas aritméticas existen por igual. Incluso podemos admitir (si queremos) que la aritmética de Gómez existía antes de que Gómez la creara, en el sentido de que cualquier otro podría haberla creado antes, pero siempre gracias a que existe nuestro mundo.

Análogamente, si, por casualidad, la Teoría de Zeus fuera conocida por alguien, es decir, si existiera un Zeus y la programara en su ordenador, éste podría modificar de vez en cuando el estado de su mundo, de modo que su ordenador continuara operando, no a partir del estado del universo calculado por él en un momento dado, sino a partir de un estado modificado arbitrariamente por Zeus. En tal caso, en el mundo de Zeus podría haber fantasmas, gnomos, muertos que resucitan, hombres que oyen voces misteriosas en su interior, enfermos que se curan milagrosamente, etc., aunque las propias leyes (físicas) que emplea el ordenador para hacer sus cálculos no manejen tales conceptos.

De acuerdo con los postulados del idealismo absoluto, esto no destruiría el mundo original descrito por la Teoría de Zeus original (autónoma), del mismo modo que programar una calculadora para que al pulsar las teclas 2 + 3 = proporcione la respuesta 6 no destruye la aritmética, sino que estaría creando otro mundo al que podríamos llamar en sentido estricto mundo de Zeus, ya que él lo habría creado. Ahora bien, si Zeus se aburriera de hacer de dios y, a partir de un momento dado, dejara de intervenir en su mundo, aunque apagara su ordenador, no por ello destruiría el mundo de Zeus, pues cualquier afirmación sobre su evolución futura (sin más intervenciones divinas) estaría matemáticamente determinada. El único matiz es que dicho mundo sólo existiría gracias a la existencia del mundo en el que vive Zeus.

Terminamos insistiendo en que en ningún momento hemos pretendido defender que el idealismo absoluto sea cierto, ni tampoco que sea racional, es decir, que alguien que lo defendiera no pudiera ser tachado de dogmático. Sólo afirmamos que, salvo que alguien pueda presentar una objeción seria, quien defendiera el idealismo absoluto sería dogmático en el sentido débil en que lo es quien defiende una teoría metafísica, pero no en el sentido fuerte de quien contradice o pervierte las conclusiones de la razón. En la página siguiente empezaremos a extraer conclusiones racionales de este hecho.

¿Por qué hay algo en vez de nada?

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La metafísica