SOBRE EL CONCEPTO DE SUSTANCIA |
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Llegados a este punto, ya podemos dar por conocida la ciencia,
entendida como la descripción del mundo que proporciona la
razón a partir de los datos empíricos en ausencia de todo
prejuicio. Con esto estamos dando un salto abismal: entre la
página anterior y ésta habría que insertar todo el
proceso inductivo que ha dado lugar a la ciencia en su estado actual.
Es importante que no nos referimos sólo a la ciencia como
resultado final, sino a todos los argumentos que justifican que la
ciencia sea ésa y no otra. A priori, el Génesis
bíblico y un libro que explique la teoría de la
evolución son dos descripciones alternativas de una parte del
mundo, y no hay nada intrínseco en ellas que haga a una
más plausible que a la otra. Lo que las distingue y nos permite
calificar a la primera de mítica (irracional) y a la segunda de
lógica (racional) no está en las descripciones mismas (a
priori, la vida en la Tierra podría haber surgido de cualquiera
de las dos formas que estamos comparando), sino, por una parte, en el
contraste entre dichas descripciones y los hechos empíricos y,
lo que es mucho más importante, en la forma respectiva en que
cada una de las teorías ha sido gestada. Es en esto
último en lo que podemos apoyarnos principalmente para asegurar,
no que la teoría de la evolución sea verdadera y el
relato del Génesis sea falso, sino que la primera es racional y
el segundo es irracional. Insistimos en que la finalidad de la ciencia
no es encontrar la verdad (en un sentido trascendental), sino seguir
los dictados de la razón. Quien busca la verdad sólo
puede acabar de dos formas: o no encontrándola y
convirtiéndose en escéptico, o inventándosela y
convirtiéndose en dogmático.
Ahora necesitamos discutir un concepto muy arraigado en la
filosofía, pero que debemos tratar con cierta cautela. Una
descripción de una realidad puede ser legítima, en el
sentido de que se ajuste a los hechos, pero al mismo tiempo puede no
ser adecuada. Por ejemplo, podemos decir que la ballena y la sardina
son animales marinos, en el sentido de que ambos viven en el mar,
mientras
que el perro es un animal terrestre, porque vive en tierra. Esto es
correcto, lo que estamos diciendo es verdad, y la distinción
entre animales marinos y terrestres puede ser útil en algunos
contextos (incluso a pesar de que algunos animales no se dejen
clasificar claramente en uno de los dos grupos); sin embargo, un
biólogo rechazará esta clasificación, porque,
siendo legítima, no es adecuada, ya que atiende a una propiedad
accidental de los animales, y no a las propiedades esenciales que
permiten entender las relaciones que existen entre ellos. Con ella
estamos asociando la ballena, que es un mamífero, con la
sardina, que es un pez, mientras que la estamos separando del perro,
que también es un mamífero. Si queremos entender las
relaciones que existen entre los distintos animales, clasificarlos en
marinos y terrestres, sin introducir ninguna falsedad, entorpece
nuestro objetivo.
Así, a la hora de describir en qué consiste el
conocimiento, hemos ido seleccionando aquellos conceptos que, a nuestro
juicio, han resultado más aptos para comprender el proceso. En
lugar de distinguir entre conceptos intuitivos, conceptos
empíricos y conceptos racionales, podríamos haber
clasificado los conceptos en conceptos que se expresan con palabras
agudas, llanas o esdrújulas, pero decir que el concepto de verde
es llano, mientras que el concepto de electrón es agudo, siendo
verdad, representa una distinción inútil entre ambos
conceptos, que no ayuda en nada a entenderlos. El concepto que vamos a
discutir aquí podría equipararse a la
clasificación entre animales terrestres y marinos. Es
legítimo, en el sentido de que sirve para describir ciertas
situaciones, puede ser útil en determinados contextos, pero
puede ser muy capcioso en otros contextos. En suma, no es uno de los
conceptos que necesitemos introducir para analizar el conocimiento,
pero nos será útil más adelante para comprender
ciertos extravíos en los que incurre la razón cuando
trata de filosofar sin la base adecuada.
Dado que no esperamos que el lector reconozca en este concepto una
conveniencia que justifique su uso, vamos a introducirlo a
través de su génesis histórica. Para ello hemos de
remontarnos a los primeros filósofos griegos, entre los cuales
hubo
varios que acabaron convencidos de que la realidad es una
ilusión, y no porque hubieran ido al cine a ver Matrix, sino que su argumento era
muy distinto:
La realidad está en continuo cambio, pero los cambios son lógicamente imposibles, ya que un cambio supone que algo desaparezca en la nada y algo aparezca de la nada, lo cual es inconcebible: lo que no existe no puede pasar a existir, y lo que existe no puede dejar de existir. Por ejemplo, si una hoja verde se vuelve amarilla, el color verde de la hoja ha dejado de existir y el color amarillo, que no existía antes en la hoja, ha aparecido en ella de la nada.
No podemos dejar de reconocer que el hecho de que hace tres mil
años hubiera hombres que, en lugar de estar
emborrachándose u ofreciendo sacrificios a los dioses, se
dedicaran a razonar de este modo, dice mucho en favor del potencial del
ser humano, aunque no es menos cierto que estos filósofos
estaban demasiado ociosos. El más sensato de todos los
filósofos griegos fue, sin duda, Aristóteles, quien
desarrolló un sistema conceptual adecuado para analizar el
llamado problema del cambio.
Podríamos resumirlo así:
En todo cambio ha de haber algo que no cambia, algo que permanece, y a eso es a lo que llamamos la sustancia del cambio. El cambio consiste en que una sustancia pasa de tener unas propiedades a tener otras. Por ejemplo, si una hoja verde se vuelve amarilla, la hoja es la sustancia, es la misma antes y después del cambio, sólo que antes tenía una propiedad (ser verde) y luego ha pasado a tener otra (ser amarilla). Esto no la convierte en otro objeto distinto. Una misma sustancia puede tener propiedades distintas, contradictorias entre sí, a condición de que esto suceda en tiempos distintos. Las propiedades no existen en sí mismas, sino que sólo son formas de ser de las sustancias. Estrictamente, podemos decir que el color verde de la hoja ha desaparecido en la nada, pero debemos tener presente que el color verde no es una sustancia, no es algo que existiera independientemente de la hoja, sino que sólo existía en la medida en que la hoja era verde. En cambio, la hoja misma no puede considerarse como una propiedad de ninguna otra sustancia. Por eso sería inconcebible que la hoja misma desapareciera en la nada. Entonces, ciertamente, algo existente (como sustancia, es decir, como algo que no puede considerarse una propiedad de otra cosa) habría dejado de existir, pero no es eso lo que sucede en los cambios que nos muestra la realidad.
En este punto debemos advertir que estamos identificando dos cosas
que, en principio, son distintas: por una parte la distinción
entre sustancia y propiedad se corresponde con la distinción
lingüística entre sujeto y predicado: Algo es una sustancia
si sólo podemos concebirla como sujeto, y no como un predicado
de otra cosa. Decimos que la hoja es una sustancia y el color verde una
propiedad porque podemos decir "la
hoja es verde", pero no "el
verde es hoja". Por otra parte, llamamos sustancia a lo que
permanece invariable en un cambio, mientras que una propiedad es lo que
se altera (o puede alterarse) en un cambio. Tenemos así dos
conceptos distintos de sustancia y dos conceptos distintos de
propiedad. Más abajo volveremos sobre esto, pero ahora vamos a
terminar
de perfilar la teoría aristotélica:
De entre las propiedades que posee una sustancia, hay algunas que son las que determinan que dicha sustancia sea lo que es. Las podemos llamar propiedades esenciales de la sustancia y constituyen su forma. Por otra parte, a las propiedades no esenciales las podemos llamar propiedades accidentales o accidentes de la sustancia. Por ejemplo, que una hoja sea verde o amarilla es accidental, pues una hoja no deja de ser una hoja porque pase de ser verde a ser amarilla. Tampoco es esencial la forma geométrica de la hoja: una hoja puede ser ovalada, o tener un borde irregular, eso es accidental. Por el contrario, entre las propiedades esenciales que configuran la forma de una hoja podemos citar ser sólida, ser plana y, en general, todo lo que deba cumplir un objeto para que podamos decir de él que es una hoja. Hay que entender que sólo las hojas tienen forma de hoja en el sentido que aquí estamos dando a la palabra "forma". Por ejemplo, una hoja artificial, hecha de tela, tiene forma de hoja en el sentido usual del término, pero no tiene forma de hoja en el sentido aristotélico, ya que podemos distinguirla de una hoja real, lo cual significa que difiere de una hoja en algunas características esenciales.
Así, si cogemos unas tijeras y hacemos tiras una hoja, la
hoja en sí ha dejado de existir, y esto no contradice a la
teoría aristotélica, sino que hemos de entender que las
tiras que hemos cortado estaban ya en la hoja, sólo que unidas,
y nosotros las hemos separado. Así, la sustancia de este cambio
son las tiras de hoja que tenían la propiedad de estar unidas
formando una hoja y ahora han dejado de estar unidas, con lo que, en
particular, han dejado de formar una hoja. Si el lector considera
artificial considerar una hoja formada por una unión
hipotética de tiras de hoja, podemos replantearlo de una forma
más satisfactoria, a costa de considerar la teoría
atómica, desconocida para Aristóteles: Una hoja es una
determinada configuración de moléculas. Al trocear la
hoja, hemos cambiado la distribución de sus moléculas,
pero las moléculas que formaban la hoja son las mismas que
forman los trozos de hoja. Un análisis similar es válido
si quemamos la hoja, sólo que ahora lo que permanece invariable
no son las moléculas, sino los átomos de la hoja.
Este ejemplo nos muestra que lo que puede ser considerado como
sustancia en un cambio (una hoja verde que se vuelve amarilla) necesita
ser considerado como accidente en otro cambio (unas moléculas
dispuestas en forma de hoja que se convierten en moléculas en
forma de tiras de hoja). En efecto, para unas moléculas dadas,
que se encuentren dispuestas en forma de hoja es accidental, y pueden
cambiar su disposición en cualquier momento. Aristóteles
tenía esto en cuenta:
Una sustancia puede perder alguna de sus cualidades esenciales, con lo cual deja de ser lo que es y se convierte en otra cosa, pero, aun así, esto puede entenderse como que algo que tenía una forma ha pasado a tener otra forma. Si pensamos en una sustancia con total independencia de todas sus propiedades, es decir, sin vincularla con forma alguna, lo que tenemos es la noción de materia. La materia es lo que subyace a todo cambio, pero hemos de tener presente que la noción de materia es una abstracción, dado que toda materia ha de tener necesariamente unas u otras propiedades que configurarán una u otra forma. No tiene sentido hablar de materia desprovista de forma.
La teoría aristotélica del cambio va más lejos:
Aristóteles distingue entre propiedades potenciales y
propiedades actuales de una sustancia, analiza las causas de los
cambios, etc., pero no necesitaremos nada de esto, así que no
vamos a ir más allá. Durante mucho tiempo, el concepto
aristotélico de materia como sustrato de todo cambio
encajó con el concepto físico de materia, pero hoy en
día ya
no es así. Tradicionalmente, se ha "definido" la masa como la
cantidad de materia que tiene un cuerpo. Esta "definición" es
totalmente inútil, como lo es la "definición" de punto
que da Euclides (un punto es lo que
no tiene extensión). Una definición de "punto" no
tiene ningún futuro en la geometría, igual que una
definición de masa no tiene ningún futuro en la
física. La física parte de que el mundo contiene
partículas elementales (quarks, gluones, fotones, neutrinos,
etc.), cada una de las cuales tiene unas propiedades expresables
numéricamente, entre las que figuran la masa, la carga
eléctrica, el spin, el encanto, etc. Estas magnitudes no se
definen, sino que aparecen en las leyes que describen su
comportamiento (sin perjuicio, tal y como ya apuntábamos en la página anterior, de que los
físicos puedan llegar a
definir todas estas magnitudes en función de otras
más elementales, si bien lo tienen difícil para batir el
récord de los matemáticos, que pueden reducirlo todo a
dos únicos conceptos: conjunto y pertenencia). Si queremos usar
el concepto de materia de forma
estándar, entonces hemos de decir que materia es cualquier
configuración formada por partículas con masa, de modo
que, por ejemplo, la luz no es materia.
Ahora bien, la luz sí que es materia en la teoría
aristotélica, pues la luz es una sustancia que tiene propiedades
(color, intensidad, velocidad, etc.) sin que ella misma pueda
considerarse propiedad de otra cosa. Hasta aquí podríamos
decir que se trata de una mera cuestión de semántica:
podemos convenir en que la luz es materia (sin masa) sin contradecir
con ello ninguna teoría física. También
podríamos decir que el concepto aristotélico de masa se
corresponde con el concepto físico de energía, pero
aún así tendríamos que atar ciertos cabos de forma
más o menos forzada. Pese a todo, esto es válido siempre
que pensemos en la materia aristotélica como sustrato
último de las propiedades; si tratamos de considerarla como lo
que permanece en todo cambio, entonces el concepto ya es
definitivamente capcioso. Por ejemplo, un fotón con suficiente
energía puede "transformarse" en un electrón y un
positrón, y, ciertamente, la energía del fotón
será igual a la suma de las energías de ambas
partículas, pero no es acertado decir que el fotón se ha
transformado en un par de partículas; más bien el
fotón ha transmitido su energía a un par de
partículas virtuales, gracias a lo cual se han convertido en
reales. Técnicamente, es más exacto decir que el
fotón ha desaparecido en la nada y que el electrón y el
positrón han aparecido de la nada.
El hecho de que el concepto de sustancia no aparezca en
ningún libro de física (al menos, no en el sentido
filosófico, otra cosa es hablar, por ejemplo, de una sustancia
química) no impide que pueda ser usado legítimamente por
el entendimiento en su conceptualización de las experiencias
cotidianas (macroscópicas, como dirían los
físicos), pero este uso ha de ser debidamente analizado desde un
punto de vista trascendental para que no se convierta en abuso.
Descartes usó el concepto de sustancia prácticamente en
el mismo sentido que Aristóteles. Su ejemplo de la cera se ha
vuelto proverbial: si calentamos un trozo de cera, cambiará su
forma, su color, su olor, su tacto y, en definitiva adoptará una
apariencia muy distinta de la original, pero seguiremos diciendo que se
trata del mismo trozo de cera. Por eso decimos que estamos ante una
sustancia que se conserva en el proceso, la sustancia que primero
tenía un color y luego otro, la sustancia que primero
tenía una forma y luego otra, etc.
Los filósofos empiristas se
apresuraron a denunciar que el concepto de sustancia no es
empírico: percibimos un color, una forma geométrica, una
sensación táctil, un olor, etc. y, al calentar la cera
pasamos a percibir otro color, otra forma geométrica, etc., pero
no percibimos nada que permanezca igual antes y después, es
decir, no percibimos sustancia alguna. Kant fue el primero en
comprender que los empiristas tenían razón al afirmar que
el concepto de sustancia no es empírico, pero que de ahí
no podemos concluir que nuestro entendimiento no esté legitimado
para emplearlo.
En este punto hemos de advertir que nosotros sí que
consideramos empírico al concepto de sustancia, pero que con
ello no estamos contradiciendo a Kant o a los filósofos
empiristas. Lo que sucede es que Kant llama conceptos empíricos
a los que proceden de la
experiencia, en un sentido de "procedencia" que creemos difícil
de precisar en general, si bien en este caso no hay duda, tal y como
señalaban los empiristas, de que el uso del concepto de
sustancia no se fundamenta en ninguna percepción, y por ello
reconoce Kant que es un concepto no empírico; nosotros, en
cambio, llamamos conceptos empíricos a los conceptos que el
entendimiento usa para interpretar la experiencia, sin tratar de
discriminar cuáles de ellos son aplicados a priori o a
posteriori. (La razón es que consideramos que, en cierto
sentido, todos son aplicados a priori.)
Dentro del marco presentado en las páginas precedentes,
podemos decir que el concepto de sustancia es un concepto formal que el
entendimiento aplica a priori a la hora de interpretar las intuiciones
como experiencias, del mismo modo que aplica, por ejemplo, el concepto
de círculo para interpretar las percepciones como intuiciones.
Del mismo modo que no hay ninguna percepción que nos indique que
debemos interpretar una elipse como un círculo visto de lado,
tampoco hay ninguna intuición que nos indique que una serie de
conceptos hayan de ser aplicados en calidad de propiedades de otro
concepto.
Si consideramos la analogía entre entender una
intuición y entender una frase, el concepto de "sustancia" es
análogo al concepto de "sujeto". Puedo afirmar que en la frase "este trozo de cera es rojo", el
sujeto es "este trozo de cera"
y esto lo afirmo a priori, como única forma de dar sentido a
estas palabras. Las palabras que tengo que interpretar son "este", "trozo", "de", etc.,
ninguna de las cuales es la palabra "sujeto", pero necesito entender,
necesito establecer, que "este trozo
de cera" es el sujeto de la frase si quiero que la frase tenga
para mí algún sentido. Del mismo modo, si veo un trozo de
cera roja, mi entendimiento ha de establecer que eso rojo que estoy
viendo es el color de un trozo de cera, si quiero que mi
intuición tenga para mí algún sentido.
Más detalladamente: si me encuentro por primera vez con un trozo de cera, al verlo "le abro una ficha" en mi conciencia, una ficha a la que "titulo" un trozo de cera y en la cual anoto lo que sé de él: dónde está, en qué momento lo estoy viendo, qué forma tiene, etc. (Esto es, en general, un concepto empírico.) Así, cuando digo que el trozo de cera es una sustancia, o que lo entiendo como tal, sólo estoy diciendo que en mi conceptualización de mis experiencias tiene asociado un concepto de tipo "sustancia", es decir, un concepto en el que tiene sentido anotar propiedades tales como "es rojo", "huele bien", etc. Otros conceptos empíricos, como "cera" no son de este tipo, sino que son conceptos de tipo "accidente", conceptos que contienen la información necesaria para determinar cuándo deben ser aplicados (cómo saber si algo que veo está hecho o no de cera), así como la información referente a qué consecuencias tiene que algo sea de cera.
Pongamos que me voy y pierdo de vista el trozo de cera, pero al cabo
de un rato vuelvo y me lo encuentro en el mismo sitio. Al volver a
verlo, no "le abro otra ficha" titulada otro trozo de cera, sino que
entiendo que se trata de el mismo
trozo de cera, lo cual significa que reabro la ficha anterior y
anoto "una hora después sigue
en el mismo sitio con la misma forma". Esto es lo que da sentido
al concepto de sustancia en el segundo sentido, el de "sustrato que
permanece". La permanencia no consiste en que perciba que es lo mismo
que antes, sino en que al conceptualizar esta nueva experiencia aplico
el mismo concepto que antes, de modo que sigo escribiendo los nuevos
datos en la misma ficha de antes, y no en una nueva. Naturalmente,
puedo equivocarme. Podría haber sucedido que alguien se hubiera
llevado el trozo de cera y otra persona hubiera dejado otro trozo igual
o, por lo menos, lo suficientemente parecido como para que yo no
aprecie la diferencia. Si luego me entero de lo sucedido, deberé
concluir que me he equivocado, y deberé abrir un segundo
concepto titulado otro trozo de cera,
y deberé volcar a él toda la información que
erróneamente había mezclado con la del primer trozo.
Lo mismo sucede si caliento la cera. Si, por ejemplo, cambia de
forma, no por ello le abriré un nuevo concepto, sino que en mi
concepto titulado "un trozo de cera" anotaré que, en tal
momento, ha dejado de tener forma cúbica y ha evolucionado poco
a poco hasta adquirir forma de huevo. Los empiristas tienen
razón al señalar que en mi intuición no hay nada
que permanezca, pero puedo decir que en mi experiencia sí que
hay algo que permanece, el trozo de cera, lo cual no significa que
perciba la permanencia, sino que entiendo que la forma oportuna de
conceptualizar mi intuición del cambio es aplicar el mismo
concepto antes y después de que se produzca. La cera como
sustancia está presente en mi experiencia, pero no porque
esté previamente en mi intuición, sino porque mi
entendimiento la pone en aquélla al interpretar ésta.
Ahora hemos de insistir en que describir esta experiencia como "un (mismo) trozo de cera se ha derretido
y ha cambiado de forma" es legítimo, en el sentido de que
describe exactamente lo que ha sucedido, pero eso no impide que la
razón pueda despreciar en un momento dado esta
conceptualización, por inadecuada, y preferir otra más
acorde con mi comprensión del mundo, la cual aconseje olvidarse
del trozo de cera como una unidad, como sujeto del cambio, y
describirlo en términos de un complejo de moléculas que
se ha reestructurado a causa del calor. Mi entendimiento ha hecho un
trabajo aceptable al conceptualizar mi experiencia en términos
de un trozo de cera entendido como sustancia, pues con ello ha
capturado la información que me ofrecía la experiencia,
pero mi razón puede reconceptualizar la misma información
de otra manera más operativa.
Es como si digo que el 25 de
julio el Sol se encuentra en la constelación de Leo. Esta
afirmación recoge un hecho objetivo sobre el mundo, un hecho que
puede comprobarse empíricamente de forma directa sin más
que observar el cielo instantes antes de que salga el Sol. Ahora bien,
así está expresado en términos de conceptos que no
son racionalmente reales: la constelación de Leo es sólo
una figura que forman en el cielo unas estrellas sin ninguna
relación objetiva entre sí, y además la frase
sugiere que, a lo largo del año, el Sol se mueve sobre la franja
del Zodíaco, y dicho movimiento es también aparente. Mi
entendimiento puede aplicar legítimamente el concepto de constelación de Leo al
describir el cielo, y puede entender legítimamente que el Sol se
mueve sobre el Zodíaco, pues estos conceptos le permiten
expresar fielmente datos empíricos, pero, a la hora de
interpretar racionalmente unos datos conceptualizados así, puede
ser necesario reconceptualizarlos en términos, por ejemplo, de
la posición que ocupa la Tierra en un momento dado en su
órbita alrededor del Sol, con lo que eliminamos todos los
elementos aparentes de la descripción original.
El hecho de que los usos del concepto de sustancia, siendo
legítimos, puedan ser racionalmente inadecuados, obliga a
mantener respecto a ellos las mismas precauciones que en otros casos
similares: no hay ningún inconveniente en que alguien diga que "hoy el Sol ha salido a las 6.39",
siempre y cuando tenga claro que, en realidad, el Sol no sale, no se
mueve alrededor de la Tierra, sino que es ésta la que gira sobre
sí misma, provocando el movimiento aparente del Sol. Si alguien,
a partir de afirmaciones como ésa, acaba convencido de que el
Sol gira alrededor de la Tierra, entonces está cometiendo el
error de tener por real un movimiento aparente, y llega a conclusiones
falsas por interpretar literalmente lo que sólo debe ser
entendido como una forma, legítima, pero arbitraria, de
conceptualizar unos hechos.
El error más importante que puede inducir el concepto de
sustancia es creer que la posibilidad de su uso garantiza la existencia
de una realidad trascendente. El argumento sería así: si veo una hoja verde, es indudable que
estoy viendo algo verde, luego tiene que haber algo que tenga la
propiedad de ser verde, luego realmente (trascendentalmente) ahí
hay una hoja verde. El error consiste en que, ciertamente, para
que en el mundo "exista" el verde, tiene que haber algo verde, pues el
verde sólo puede existir como propiedad de las cosas (aunque sea
como propiedad de un rayo de luz verde), pero esto es una
afirmación racional sobre el mundo, y nadie niega que si veo una
hoja verde es porque en el mundo hay una hoja verde. Ahora bien, desde
un punto de vista trascendental, que tenga la sensación de algo
verde, a pesar de que ésta pueda ser interpretada como la
experiencia de una hoja verde, no garantiza que haya algo trascendente
externo a mí que tenga la propiedad de ser verde. Tenemos el
socorrido ejemplo de Matrix,
pero también el más modesto de que puedo soñar con
hojas verdes sin que esas hojas verdes existan ni trascendentalmente ni
siquiera racionalmente.
Es un hecho que, a partir de nuestras percepciones, nos formamos
conceptos de cosas que sólo podemos concebir como sujetos y no
como propiedades de otras cosas. A lo sumo, puedo considerar que una
hoja es una propiedad (una configuración determinada) de las
moléculas que la componen, y éstas son una propiedad de
los átomos que las componen, y éstos de las
partículas elementales que las componen, pero, finalmente,
estamos como al principio: si entendemos por "esta hoja" un determinado
conjunto de partículas elementales, puedo afirmar que esta hoja
sólo puedo concebirla como sujeto de sus propiedades, entre las
que figuran tener forma de hoja, pero no como propiedad de otra cosa.
Eso parece indicar que esta
hoja existe como realidad trascendente independiente de mí, y a
esa apariencia la podemos llamar ilusión
ontológica. Decimos ilusión, no en el sentido de
que parece que sí pero en realidad es que no, sino en el sentido
de que parece que sí pero en realidad es incierto.
Sería improcedente equiparar la ilusión
ontológica con una inducción racional. Por ejemplo, un
escéptico podría argumentar que lo mismo sucede cuando
observamos que todos los días sale el Sol y concluimos que,
necesariamente, todos los días ha de salir el Sol: Parece que es
así, pero en realidad es incierto. La diferencia estriba en que,
admitir como racionalmente verdadero que todos los días ha de
salir el Sol, contribuye a nuestra comprensión del mundo, de tal
modo que negarse a aceptarlo es desaprovechar una información
disponible que nos permite formarnos expectativas sobre el mundo y,
precisamente, la diferencia entre aprovechar esa información o
descartarla por escepticismo es la que determina la frontera entre la
racionalidad y la irracionalidad; en cambio, afirmar o negar que existe
una realidad trascendente no tiene ninguna repercusión sobre
nuestro conocimiento del mundo: el mundo que conocemos será el
mismo tanto si estamos en Matrix
como si no. La hipótesis
ontológica, es decir, la afirmación de que el
mundo que conocemos es una descripción formal que se ajusta a
una realidad trascendente, es metafísica y, por consiguiente,
afirmarla o negarla es algo gratuito. Aceptar la ciencia no es algo
gratuito: es optar por la única descripción racional del
mundo (al menos, la única disponible) frente a innumerables
descripciones dogmáticas o la negación de todas las
descripciones posibles. Tenemos innumerables opciones, pero una de
ellas se distingue de las demás. En cambio, de entre las dos
opciones que tenemos frente a la hipótesis ontológica, no
hay ninguna que destaque sobre la otra, no hay nada que nos permita
decir que una opción es racional y la otra dogmática. En
cierto sentido, ambas serían dogmáticas y, en un sentido
débil, ninguna lo sería, en cuanto que ninguna conlleva
ninguna afirmación dogmática sobre el mundo que
contradiga a la ciencia.
Por último, vamos a profundizar en el otro motivo por el que
el concepto de sustancia es capcioso, y es que, como ya hemos
señalado, en el se confunden dos sentidos distintos: el sentido
lógico de "sujeto" y el sentido ontológico de "sustrato
que permanece". Acabamos de observar que la ilusión
ontológica es el error que se produce cuando consideramos que un
objeto que es sustancial en el sentido lógico de que sólo
puede concebirse como sujeto, ha de ser sustancial en la versión
más fuerte posible del segundo sentido, es decir, que ha de
tener un sustrato trascendente. Ahora vamos a ver que también
puede ser erróneo concluir que una sustancia en el sentido
lógico sea una sustancia en el sentido ontológico
débil, es decir, que haya de tener un sustrato racional.
Pensemos por ejemplo en la afirmación "El azul es más claro que el
violeta". Desde un punto de vista lógico, aquí
estamos tratando al concepto de azul como sustancial: el azul es una
sustancia que tiene la propiedad de ser más claro que el
violeta. Es una propiedad esencial, de hecho, pues un color menos claro
que el violeta no puede ser azul. También podemos predicar
propiedades accidentales de un color: El
blanco es el color de los trajes de novia (al menos en la
cultura occidental). Esto podría cambiar en cualquier momento,
las novias podrían dejar de casarse de blanco y eso no
haría que el blanco dejara de ser blanco.
Vemos así que podemos considerar al azul o al blanco como sustancias en sentido lógico, mientras que de ningún modo lo son en sentido ontológico. Si las novias deciden cambiar el color de sus trajes, no hay ningún sustrato debajo del concepto de blanco que haya permanecido constante por este cambio. Más en general, observemos que cualquier sustancia puede ser concebida como propiedad de una de sus propiedades. Por ejemplo, de "el cielo es azul" podemos pasar a "el azul es el color del cielo", donde "ser el color del cielo" es una propiedad accidental del azul, al igual que "ser el color de los trajes de novia" es una propiedad accidental del blanco.
Esto puede parecer una sarta de obviedades, pero conviene recordar
que este tipo de consideraciones llevaron a Platón a postular la
existencia de "la blancura",
como idea, que para él era más real incluso que cualquier
cosa blanca particular, y se podrá decir mucho de sus
argumentos, pero no que fueran simplistas. Podríamos decir que,
en esencia, Platón fue
víctima de la teoría aristotélica sobre las
sustancias. (Y no es que ignoremos que Platón fue anterior a
Aristóteles. Es muy importante comprender que, para ser
víctima de la teoría aristotélica de las
sustancias, esto es, para confundir la noción de "sujeto
lógico" con la de "sustrato real y permanente", no hace falta
haber leído a Aristóteles.)
La conclusión es la
que ya hemos señalado varias veces: cuidado con el concepto de sustancia,
porque a menudo es sólo una forma de hablar (o, más bien,
de pensar) que puede distorsionar la realidad en lugar de ayudarnos a
entenderla.