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Las huellas cuadrupedales
del coronado abrenuncio,
que en esta sazón bramando
tocó a vísperas de susto;
384
las espumas que la hierba
más sangrientas las expuso
que el signo las babeó,
rugiente pompa de julio;
388
indignamente estragados
los pedazos mal difusos
del velo de su retablo,
que ya de sus duelos juzgo,
392
violos, y al reconocellos,
mármol obediente al duro
cincel de Lisipo, tanto
no ya desmintió lo esculpto,
396
como Píramo lo vivo,
pendiente en un pie a lo grullo,
sombra hecho de sí mismo,
con facultades de bulto.
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