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La Parca, en esto, las manos
en la rueca y en el huso,
y los ojos, como dicen,
en el vital estatuto,
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inexorable sonó
la dura tijera, a cuyo
mortal son, Píramo, vuelto
del parasismo profundo,
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el acero que Vulcano
templó en venenosos zumos,
eficazmente mortales
y mágicamente infusos,
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valeroso desnudó,
y no como el otro Mucio
asó intrépido la mano,
sino el asador tradujo
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por el pecho a las espaldas.
¡Oh tantas veces insulso
cuantas vueltas a tu yerro
los siglos darán futuros!
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¿Tan mal te olía la vida?
¡Oh bien hideputa puto
el que sobre tu cabeza
pusiera un cuerno de juro!
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