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De una encina embebido
en lo cóncavo, el joven mantenía
la vista de hermosura, y el oído
de métrica armonía.
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El peregrino, al ver a las serranas, se esconde en el hueco de una encina para observarlas. Según el criterio moderno puede parecer una actitud poco decente (de mirón), pero en la época era al revés: las mujeres no iban a hacer nada deshonesto al aire libre que el joven no pudiera ver, mientras que si se acercaba a un grupo de mujeres solas, la situación sería embarazosa: un joven de la corte, con todo el poder de seducción que conllevaba su rango y su hermosura, no debía estar a solas con mujeres jovenes. De hecho, los siguientes versos corroboran que el peregrino se esconde mientras trata de explicarse qué hacen esas mujeres solas y busca la presencia de algún hombre para poder acercarse sin dar lugar a habladurías.

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