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La victoria de Vespasiano frente a Vitelio no puso fin a las guerras civiles que se habían sucedido en los últimos años. En la Galia había estallado inmediatamente una revuelta encabezada por Claudio Civilis, caudillo de la tribu de los bátavos, que poseía la ciudadanía romana y había luchado al lado de Vespasiano contra Vitelio. Civilis estaba al mando de unas tropas auxiliares y logró sublevar a los bátavos, a los frisones y a parte de los germanos, con los que capturó la flota romana del Rin y se apoderó de todas las ciudades y fortalezas que dominaban el río, excepto Maguncia y Colonia. Fue proclamado "libertador de la Galia y Germania". Al mismo tiempo se alzó también en armas el galo Julio Sabino, que también era ciudadano romano.

Vespasiano, al igual que Galba, era ya mayor cuando fue nombrado emperador (tenía 61 años), pero, a diferencia de éste, todavía estaba en plenas facultades. En 70 envió a la Galia a Petilio Cerealis, quien obligó a Civilis a cruzar el Rin, mientras todos los pueblos se sometían a Roma. Sabino continuó en rebeldía, pero su movimiento no tuvo ninguna trascendencia. Al mismo tiempo, Vespasiano había enviado a su hijo Tito de regreso a Judea, donde no tardó en reducir de nuevo a los zelotes y en mayo puso sitio a Jerusalén. Poco a poco sus murallas fueron siendo destruidas, a la vez que el hambre y las enfermedades hacían su efecto entre los sitiados. El 28 de agosto fue tomado y destruido el segundo Templo. No obstante, todavía resistían algunas ciudades de Judea. Los cristianos de Jerusalén interpretaron los desastres que veían a su alrededor como presagios del inminente fin del mundo que había anunciado Jesucristo, y obraron según las instrucciones que éste había dado:

Según esto, cuando veais que está establecida en el lugar santo la abominación desoladora que predijo el profeta Daniel (quien lea esto, nótelo bien), en aquel trance, los que moran en Judea, huyan a los montes. (Mt. XXIV, 15-16)
En efecto, los cristianos huyeron a los montes y no participaron en la defensa de Jerusalén, por lo que desde ese momento los judíos los tuvieron por partidarios de Roma y rompieron todo vínculo con ellos. Esto supuso la muerte definitiva del cristianismo de san Pedro. Ya no hubo más cristianos que se consideraran judíos. Por otra parte, a medida que los cristianos se daban cuenta de que el fin del mundo que esperaban no parecía llegar nunca, empezaron a llegar a la conclusión de que las palabras proféticas de Jesús se referían simbólicamente a la destrucción de Jerusalén. Esto reforzó la doctrina de san Pablo, que conminaba a los cristianos a llevar una vida normal, en contra de las enseñanzas de Jesús y los apóstoles, que invitaban a abandonarlo todo y vivir del aire hasta el fin de los tiempos.

Los judíos también recibieron un duro golpe en Alejandría. Allí se habían ganado a pulso la enemistad de los griegos, pero el gobierno siempre había logrado mantener una relativa paz entre ambos. No obstante, mientras los judíos estaban en rebelión en Judea, los gobernantes romanos de Alejandría no se sintieron obligados a proteger a los judíos de la ciudad. Pronto se produjeron sangrientos tumultos entre griegos y judíos y, como éstos eran minoría, se llevaron la peor parte. El principal templo judío de la ciudad fue destruido y miles de judíos fueron asesinados. La comunidad judía de Alejandría sobrevivió, pero conservó siempre una hostilidad hacia Roma y, recíprocamente, los romanos consideraron desde entonces a los judíos como fanáticos peligrosos. Desgraciadamente para los cristianos, los romanos no distinguían entre unos y otros, por lo que su imagen también empeoró. Herodes Agripa se mantuvo fiel a Roma, por lo que Vespasiano le amplió su territorio y le concedió el rango de pretor.

Cuando Tito regresó a Roma se llevó consigo a Berenice, la hermana de Herodes Agripa, de la que se había enamorado. También marchó a Roma el judío Josefo, que había participado en la toma de Jerusalén. Vespasiano le concedió una pensión. Otro personaje que destacaba entonces en Roma era Marco Fabio Quintiliano, que había nacido en Calagurris Nassica (la actual Calahorra, en España), pero había estudiado en Roma. Tras completar sus estudios volvió a Hispania, pero había regresado a Roma hacía unos años, probablemente con Galba. Alcanzó fama como abogado y como maestro. Escribió De institutione oratoria, en doce libros, donde ensalzaba el estilo de Cicerón, a quien se tenía por anticuado, frente a las nuevas tendencias literarias al estilo de Séneca.

En 71 Vespasiano y Tito celebraron un triunfo en Roma, en honor de sus victorias en Judea. Vespasiano fue considerado un nuevo Augusto, que había puesto fin a las disputas internas y restablecido la llamada pax Romana. Así, el emperador adoptó los mismos títulos que Augusto, entre ellos el de cónsul, que renovó año tras año. Tito fue nombrado procónsul, tribuno y jefe de la guardia pretoriana. Era además emperador adjunto y heredero del cargo. Cerealis fue enviado a Britania, donde mantuvo una larga guerra contra los brigantes, un pueblo celta asentado en el actual condado de York.

El nuevo emperador demostró tener la talla de Augusto en cuanto a la administración. Era el primer emperador de origen italiano (no propiamente romano). Su familia era de origen burgués y tal vez ello influyó, junto con la evidente decadencia y envilecimiento de la clase senatorial, en que Vespasiano concediera un papel preeminente a la clase ecuestre. Los senadores ridiculizaron su avaricia, pero más bien hemos de entender que Vespasiano adoptó las medidas económicas necesarias para recuperar las arcas del estado de los dispendios realizados por Calígula y Nerón. También reorganizó el ejército, y disolvió las legiones que habían actuado más desordenadamente durante la guerra civil que precedió a su nombramiento. Reforzó las fronteras del Rin y del Danubio, y en 72, el propio Vespasiano tomó la Comagena, un diminuto reino de Asia Menor que había permanecido independiente por capricho de Calígula.

En 73 Vespasiano y Tito asumieron el cargo de censor y realizaron una drástica reforma del Senado. Admitieron como senadores a los más distinguidos italianos y naturales de otras provincias, con lo que se creó una nueva aristocracia. Así se estrecharon los vínculos entre Roma y las provincias. Muchas ciudades recibieron la ciudadanía romana y toda Hispania fue sometida al derecho latino (esto es, al régimen privilegiado del que disfrutaban las ciudades del Lacio, el más ventajoso después del derecho romano). Esto permitió al emperador admitir en las legiones romanas a hombres naturales de las provincias, que hasta entonces sólo podían formar parte de tropas auxiliares. No obstante, estableció que sólo los italianos podían pertenecer a la guardia pretoriana. Estas medidas aceleraron la romanización y la difusión del latín y la cultura grecorromana.

Ese mismo año cayó el último foco de resistencia en Judea, la ciudad de Masada, en la costa occidental del mar Muerto. Cuando la entrada romana en la ciudad era inminente, sus habitantes, casi un millar de hombres, mujeres y niños, decidieron matarse antes que rendirse. Así terminó la rebelión judía. Herodes Agripa era cada vez más impopular entre los judíos, así que decidió trasladarse a Roma, donde vivía su hermana Berenice.

En 74 los brigantes estaban sometidos a Roma, pero la guerra en Britania continuó, esta vez con una campaña contra los siluros, que ocupaban el sur del actual país de Gales. La campaña la dirigió Sexto Julio Frontino, que ese año era el segundo cónsul, junto al emperador. Además de un gran militar, fue un ingeniero de primer orden.

En 77, cuando los siluros quedaron sometidos, Vespasiano decidió que estaba en condiciones de acelerar la conquista de Britania y envió un gran ejército bajo el mando de Cneo Julio Agrícola, el cual conquistó rápidamente el actual país de Gales e inició un avance hacia el norte. En 78 su hija se casó con Publio Cornelio Tácito, un joven que estaba destacando en Roma por su oratoria. Mientras Agrícola continuaba su conquista Frontino fue nombrado gobernador de Britania.

Por esta época aproximadamente, un antiguo compañero de viajes de san Pablo, llamado Lucas, escribió una nueva versión de la historia de Jesucristo, desde su nacimiento hasta su ascensión. El Evangelio según san Lucas, que forma parte de la Biblia, se basa en parte en el relato escrito por Marcos más de diez años atrás, pero incorpora otras fuentes. Lucas escribió también los Hechos de los Apóstoles, donde relata lo que los discípulos de Jesús dijeron que sucedió tras la resurrección y después se centra en san Pablo hasta su viaje a Roma.

Por su parte, Josefo publicó La guerra de los judíos, a la que pronto tuvo que acompañar de una autobiografía para defenderse de las acusaciones de haberla provocado.

En 79 los secuanos (un pueblo galo) entregaron a Vespasiano al insurrecto Julio Sabino, que fue condenado a muerte en Roma. Poco después moría el emperador. Cuentan que cuando vio que le quedaba poca vida dijo: "siento que me estoy convirtiendo en un dios", aludiendo irreverentemente al culto imperial, por el que los emperadores muertos recibían honores divinos. Al parecer, en sus últimos instantes pidió a los que le rodeaban que le ayudaran a incorporarse pues "un emperador —dijo— ha de morir de pie". Sus diez años de gobierno habían remediado las consecuencias del irresponsable mandato de Nerón.

Tito sucedió sin problemas a su padre. Su carácter alegre y extrovertido hacían temer que se convirtiera en otro Calígula, pero no fue así. Tomó las riendas del gobierno eficientemente. La única crítica que recibió fue la de tener una amante judía, Berenice, la hermana de Herodes Agripa, con la que pensaba casarse, pero a la que finalmente tuvo que devolver a Judea. Antes de que terminara el año se produjo una catástrofe natural. Cerca de Nápoles había una montaña llamada Vesubio, de la que se sabía que había sido un volcán, pero nadie tenía memoria de una erupción. Junto al Vesubio se encontraban las ciudades de Pompeya y Herculano, y en su ladera se esparcían numerosas granjas. Pompeya, en particular, era una zona de veraneo de los romanos ricos. En noviembre el Vesubio sufrió una violenta erupción y, en pocas horas, Pompeya y Herculano fueron enterradas bajo la lava. Tito se dirigió apresuradamente a la zona, pero poco después tuvo que volver a Roma, donde se había desatado un incendio que tardó tres días en ser sofocado.

Una de las víctimas más ilustres de la erupción del Vesubio fue Cayo Plinio Segundo, que a la sazón estaba al frente de la flota de Mesina (en Sicilia). Acudió con su flota y trató de salvar a los habitantes de la costa, pero su vocación eran las ciencias naturales, se acercó al volcán para observarlo de cerca y murió asfixiado por los gases. Había sido un trabajador infatigable. Escribió de los temas más diversos, desde gramática hasta el arte bélico, pasando por su Historia natural, que es la única obra que se conserva. Aunque no tiene valor literario, proporciona mucha información sobre los conocimientos antiguos de etnografía, zoología, botánica, medicina y mineralogía. A menudo Plinio es conocido como Plinio el Viejo, para distinguirlo de su sobrino e hijo adoptivo Cayo Plinio Cecilio Segundo, o Plinio el Joven. Tenía unos dieciocho años cuando murió su tío. Había estudiado con Quintiliano y desde joven destacó como orador. Se conserva una carta suya en la que relata la muerte de su tío.

En los últimos años de su gobierno Vespasiano había iniciado una serie de obras públicas, la más famosa de las cuales fue un enorme anfiteatro construido sobre lo que había sido el palacio de Nerón. Las obras finalizaron en 80 y la construcción recibió el nombre de Anfiteatro Flavio, pero terminó siendo conocido como el Coliseo, debido a que junto a él estaba el coloso construido por Nerón (una gigantesca estatua suya). Aunque la estatua de Nerón no se conserva, el Coliseo sigue en pie en bastante buen estado. Tenía capacidad para unos cincuenta mil espectadores. Allí se celebraron carreras de carros, luchas de gladiadores, luchas con animales, etc.

Por esta época murió el estoico Musonio Rufo, al tiempo que empezaba a ganar fama Marco Valerio Marcial. Había nacido en Bílbilis (la actual Calatayud, en España), y llegó a Roma un año antes de que Nerón matara a Séneca y Lucano. Tras la muerte de éstos, la comunidad hispana en Roma quedó desamparada, y durante los años siguientes Marcial tuvo que vivir de la adulación como parásito, a menudo al borde de la miseria. Ahora destacaba como poeta, principalmente por sus Epigramas, poemas breves en los que, en palabras de Plinio el Joven, sabía mezclar perfectamente la sal y la hiel, no menos que el candor. Tito le concedió algunos títulos honoríficos.

Tras sólo dos años de gobierno y a los cuarenta años de edad, murió Tito en 81, y el Senado nombró emperador a su hermano menor, Tito Flavio Domiciano. Él erigió en honor de su hermano el llamado Arco de Tito, que aún sigue en pie, y en el que está representado el botín del Templo que fue llevado a Roma tras la caída de Jerusalén. También reconstruyó los templos destruidos por el incendio del año anterior, construyó bibliotecas públicas y financió juegos para el populacho. Se preocupó por la prosperidad de las provincias y con frecuencia nombró cónsules no italianos. Trató de estimular la vida familiar y la religión tradicional. Prohibió la castración de esclavos y, en general, su gobierno fue justo, firme y prudente. Sin embargo, al igual que Tiberio, era huraño, frío, introvertido y, en suma, nada popular. Además no ocultaba su desprecio hacia la decadente clase senatorial, lo que le valió la enemistad de muchas personalidades influyentes.

En Britania, Agrícola había llegado hasta el río Tay, en lo que ahora es Escocia central. Más al norte estaban los caledonios, tribus que habitaban la isla desde antes de la llegada de los celtas (si bien en esta época estaban muy mezclados con la población celta). Los romanos llamaron Caledonia al territorio situado al norte de sus dominios en Britania. En 82 Agrícola inició una campaña contra los caledonios.

Pero la preocupación principal de Domiciano fueron los germanos. El punto más débil de la frontera germana era Retia, entre los nacimientos del Rin y del Danubio. Las tribus fronterizas eran los catos, que desde los tiempos de Augusto habían luchado contra los romanos de tanto en tanto. Si avanzaban hacia el sur podrían separar Italia de la Galia con relativa facilidad, y ello podría haber sido peligroso. En 83 el propio Domiciano se puso al frente de las legiones y derrotó a los catos. Luego construyó una línea de fortalezas en la región con las que estableció una firme línea defensiva.

En 84 Agrícola había obtenido una victoria decisiva frente a los caledonios, que se refugiaron en las regiones montañosas del norte de Escocia. Sin embargo, Domiciano no permitió a Agrícola que siguiera adelante con su campaña y le ordenó volver a Roma. Los senadores le acusaron de hacerlo por celos, pero es razonable conjeturar que el emperador no considerara rentable enviar legionarios a unas montañas donde los caledonios estaban como en casa.

Al norte del Danubio en la parte oriental del Imperio estaban los dacios, que por esa época se unieron a los sármatas bajo el mando de un caudillo llamado Decébalo y cruzaron el río helado por sorpresa, invadiendo la provincia de Mesia. Las legiones romanas lograron expulsar a los invasores.

Alrededor de 85 se escribió el Evangelio según san Mateo, que reproduce unas nueve décimas partes del evangelio de san Marcos, pero incorpora también tradiciones judaizantes, probablemente tomadas de fuentes cristianas anteriores a san Pablo.

En 86 los ejércitos romanos ocuparon la Dacia, y Domiciano celebró un triunfo en Roma, pese a que sólo intervino de forma secundaria en la campaña. Poco antes había sofocado una rebelión en Mauritania.

La naturaleza introvertida de Domiciano le llevó a la soledad. No confiaba en nadie y no se sentía a gusto con nadie. Recíprocamente, la corte recelaba de que en cualquier momento decretara una serie de ejecuciones paranoicas. Una vez más, los temores de conspiraciones dieron paso a las conspiraciones auténticas. Un general de la frontera germánica llamado Lucio Antonio Saturnino hizo que sus tropas lo proclamaran emperador en 88, con la ayuda de los catos. Domiciano aplacó la revuelta en 89, pero Decébalo y los dacios aprovecharon la situación para rebelarse y una fuerza romana sufrió una desgracia en la región. No obstante, las legiones lograron controlar la situación de forma algo precaria.

En 90 Domiciano consideró que la guerra contra Decébalo y los dacios era demasiado costosa, así que firmó un tratado de paz. Decébalo fue coronado por Domiciano, pero en la práctica Dacia siguió siendo independiente. Además Decébalo recibió un subsidio del emperador, más barato que los costes militares, pero obviamente los senadores prefirieron llamarlo "tributo vergonzoso", el primero que pagaba Roma desde los tiempos legendarios de la invasión gala.

Por esta época, un grupo de sabios judíos se reunieron en la ciudad de Jamnia, una ciudad costera a unos cincuenta kilómetros al oeste de Jerusalén, que se había convertido en uno de los centros del saber judío. Allí elaboraron la versión final de la Biblia judía. En Roma, Josefo escribió su libro Antigüedades de los judíos, cuya finalidad era demostrar que los judíos tenían una tradición tan gloriosa como la griega o la romana, y más antigua.

Durante la época de Domiciano destacó un escritor de cuya vida se sabe muy poco. Era Décimo Junio Juvenal. En su obra criticó duramente todos los aspectos de la vida cotidiana de Roma, cambiando el humor de Marcial por la crudeza más desgarrada. Detestaba tanto la tiranía del emperador como la supremacía del populacho. Fue él quien acuñó la expresión panem et circenses para resumir los intereses del pueblo.

Mientras tanto China vivía momentos de esplendor. Los comerciantes habían difundido la cultura china entre los bárbaros, lo que disminuyó las fricciones. La ruta de la seda estaba dominada y proporcionaba sustanciosos ingresos. La invención del papel había facilitado la difusión de la cultura, lo que se tradujo en un progreso de muchas ciencias: alquimia, cirugía, medicina, astronomía... El lujo volvió a brillar en la corte, donde los eunucos concentraban cada vez más poder.

La rebelión de Saturnino había acrecentado los recelos del emperador. En 94 promulgó un decreto por el que expulsaba de Roma a los filósofos, pues el emperador consideraba que defendían un republicanismo idealizado que los convertía en potenciales traidores. Entre los expulsados estaba Epícteto, que había sido esclavo de Epafrodito, el secretario de Nerón que le había ayudado a suicidarse, y había estudiado en la escuela de Musonio Rufo. Cuando Epafrodito fue asesinado (a instancias de Domiciano), Epícteto fue emancipado y se consagró a la filosofía estoica, reducida a una doctrina moral preocupada por dictar reglas prácticas de conducta sin tratar de justificarlas teóricamente. Epícteto se retiró a la ciudad de Nicópolis, en Épiro, donde vivió pobremente enseñando su doctrina.

Otro de los filósofos expulsados de Roma fue Dión Crisóstomo, nacido en Bitinia sesenta y cuatro años atrás, donde había enseñado retórica durante un tiempo y ocupado diversas magistraturas. Tras algunos viajes por Egipto y Grecia había fijado su residencia en Roma en tiempos de Vespasiano, donde siguió enseñando retórica y no tardó en ganarse la confianza del emperador. Tras la expulsión llevó una vida errante.

Domiciano emprendió también acciones contra los judíos dispersos por el Imperio, pues era consciente de su enemistad hacia su padre y su hermano, obviamente extendida a su persona. Los cristianos también sufrieron persecuciones, probablemente porque eran considerados judíos. Domiciano instituyó la costumbre de que las legiones acamparan en campamentos separados, de modo que dos de ellas no pudieran unirse contra el emperador. A la larga, las medidas para evitar que las legiones se unieran entorpeció su efectividad y debilitó las fronteras.

En 95, un tal Juan (que difícilmente podría ser el apóstol, como afirma la tradición cristiana) escribió el Evangelio según san Juan, el último de los cuatro recogidos en la Biblia, en el que la figura de Jesús aparece más distorsionada. Mientras en los otros tres Jesús afirma sólo discretamente su condición de Mesías, el Jesucristo de san Juan proclama su naturaleza divina una y otra vez. Es probable que sea del mismo autor el último libro de la Biblia, el Apocalipsis (la revelación).

Al parecer, los últimos años del gobierno de Domiciano fueron un reinado del terror. Finalmente, en 96 triunfó una conspiración palaciega en la que estuvo involucrada la misma emperatriz. Los senadores se ganaron la confianza de la guardia pretoriana y asesinaron a Domiciano. Para evitar que sucediera lo mismo que tras la muerte de Nerón, cuando varios generales lucharon por adueñarse del Imperio, los conjurados ya tenían designado un sucesor. Se trataba de Marco Coceyo Nerva, un senador ya mayor, pero sumamente respetado. Había desempeñado cargos de responsabilidad bajo Vespasiano, Tito y también con Domiciano, pero finalmente había caído en desgracia y Domiciano lo había desterrado al sur de Italia.

Las primeras medidas de Nerva se encaminaron a cancelar las medidas represivas de Domiciano. Anuló los destierros, suprimió los decretos contra los cristianos y los judíos y prometió no ejecutar nunca a un senador. Organizó un servicio postal, creó instituciones de caridad para el cuidado de los niños necesitados y estableció repartos de trigo entre el pueblo, como no se hacía desde los últimos años de la República. Domiciano no había cuidado mucho la economía, así que Nerva tuvo que imponer nuevas medidas de ahorro. Algunas de estas medidas afectaron a la guardia pretoriana, con la que Domiciano había sido especialmente generoso y tolerante. Ahora cundió el descontento.

Dión Crisóstomo estaba en Tracia cuando llegaron las noticias de la muerte de Domiciano y la subida al poder de Nerva. Allí había un campamento romano y al parecer Dión logró evitar una sublevación de los soldados, lo que le permitió volver a Roma, donde Nerva lo trató con respeto.

En 97 Nerva puso a cargo del sistema de acueductos de Roma a Frontino, el que había sido gobernador de Britania. A raíz de este cargo escribió una memoria llamada precisamente Acueductos de Roma, llena de valiosos detalles. También había escrito un tratado de arte militar (que no se conserva) y otro de agrimensura (del que se conservan fragmentos). Ese mismo año murió siendo cónsul Virginio Rufo, el general que por dos veces había renunciado al cargo de emperador, tras la muerte de Nerón y de Galba.

Ese año se produjo una conspiración contra Nerva. El responsable era un senador, pero Nerva fue fiel a su promesa y no lo ejecutó, sino que ordenó su destierro. Sin embargo, la guardia pretoriana reclamó la muerte del traidor, así como la de su propio jefe, que también estaba implicado en la conjura. Nerva trató de oponerse, pero los pretorianos asesinaron a quienes consideraron oportuno y obligaron al emperador a que impulsara una moción del Senado que les agradecía el servicio prestado.

Nerva comprendió la urgencia de elegir un sucesor competente, pues en cualquier momento podía ser asesinado y el Imperio se vería envuelto de nuevo en una guerra civil. Eligió a Marco Ulpio Trajano, al que adoptó para legitimar la sucesión. Había nacido en Itálica (cerca de la actual Sevilla, en España). Iba a ser el primer emperador nacido fuera de Italia (aunque era de ascendencia italiana). Era un soldado hijo de soldado que siempre había actuado con eficiencia y capacidad. Tres meses después de la adopción, ya en 98, el emperador murió. Trajano se encontraba inspeccionando la frontera con Germania en Retia que Domiciano había reforzado y, a pesar de su nombramiento, no volvió a Roma hasta que consideró concluida su misión.

Tácito escribió la Vida de Agrícola, en la que relata las operaciones militares de su suegro en Britania, elogiando su figura y atacando la de Domiciano. Poco después escribió Germania, donde analiza con gran precisión las costumbres de los germanos, elogiando su sencillez y honestidad frente a la corrupción que imperaba en Roma.

En 99 Trajano entro triunfalmente en Roma. Al nuevo emperador le bastó su carisma para someter a la guardia pretoriana. En 100 murieron Josefo y Quintiliano.

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