SOBRE LA CUESTIÓN JUDÍA

Karl Marx (1844)

La mayor parte del ensayo está dedicada a exponer las ideas que Bruno Bauer presenta en su trabajo "La cuestión judía" según las entiende Marx, junto con sus comentarios, observaciones y críticas, de modo que muchas de las afirmaciones no pueden atribuirse a Marx, sino que se limitan a plasmar el pensamiento de Bauer (o, al menos, una interpretación del mismo). Aquí presentaremos únicamente la última parte del ensayo, donde Marx empieza a exponer su propio pensamiento.


Nosotros intentamos romper la formulación teológica del problema. El problema de la capacidad del judío para emanciparse se convierte, para nosotros, en el problema de cuál es el elemento social específico que hay que vencer para superar el judaísmo. La capacidad de emancipación del judío actual es la actitud del judaísmo ante la emancipación del mundo de hoy. Actitud que se desprende necesariamente de la posición especial que ocupa el judaísmo en el mundo esclavizado de nuestros días.
Los judíos viven para hacer dinero.
Fijémonos en el judío real que anda por el mundo; no en el judío sabático, como hace Bauer, sino en el judío cotidiano. No busquemos el misterio del judío en su religión, sino busquemos el misterio de la religión en el judío real. ¿Cuál es el fundamento secular del judaísmo? La necesidad práctica, el interés egoísta. ¿Cuál es el culto secular practicado por el judío? La usura. ¿Cuál su dios secular? El dinero. Pues bien, la emancipación de la usura y del dinero, es decir, del judaísmo práctico, real, sería la autoemancipación de nuestra época.
El judío no tiene cabida en una sociedad justa.
Una organización de la sociedad que acabase con las premisas de la usura y, por tanto, con la posibilidad de ésta, haría imposible el judío. Su conciencia religiosa se despejaría como un vapor turbio que flotara en la atmósfera real de la sociedad. Y, de otra parte, cuando el judío reconoce como nula esta su esencia práctica y labora por su anulación, labora, al amparo de su desarrollo anterior, por la emancipación humana pura y simple y se manifiesta en contra de la expresión práctica suprema de la autoenajenación humana.
El judío sólo puede emanciparse dejando de ser judío.
Nosotros reconocemos, pues, en el judaísmo un elemento antisocial presente de carácter general, que el desarrollo histórico en que los judíos colaboran celosamente en este aspecto malo se ha encargado de exaltar hasta su apogeo actual, llegado al cual tiene que llegar a disolverse necesariamente. La emancipación de los judíos es, en última instancia, la emancipación de la humanidad del judaísmo.
Pese a que se les niegan derechos, los judíos tienen el poder del dinero. El judío se ha emancipado ya, a la manera judía. "El judío que en Viena, por ejemplo, sólo es tolerado, determina con su poder monetario la suerte de todo el imperio. Un judío que tal vez carece de derechos en el más pequeño de los Estados alemanes decide de la suerte de Europa. Mientras que las corporaciones y los gremios cierran sus puertas al judío o no han adoptado todavía una actitud favorable hacia él, la intrepidez de la industria se ríe de la tozudez de las instituciones medievales." (Bauer, La cuestión judía, p. 114)
El dinero otorga poder: el mundo se ha judaizado.
No es éste un hecho aislado. El judío se ha emancipado a la manera judaica, no sólo al apropiarse del poder del dinero, sino por cuanto que el dinero se ha convertido, a través de él y sin él, en una potencia universal, y el espíritu práctico de los judíos en el espíritu práctico de los pueblos cristianos. Los judíos se han emancipado en la medida en que los cristianos se han hecho judíos.
Los estadounidenses son usureros como si fueran judíos.
El devoto habitante de Nueva Inglaterra, políticamente libre, informa por ejemplo el coronel Hamilton, "es una especie de Laocoonte, que no hace ni el menor esfuerzo para librarse de las serpientes que lo atenazan. Su ídolo es Mammón, al que no adora solamente con sus labios, sino con todas las fuerzas de su cuerpo y de su espíritu. La tierra no es, a sus ojos, más que una inmensa bolsa, y estas gentes están convencidas de que no tienen en este mundo otra misión que el llegar a ser más ricas que sus vecinos. La usura se ha apoderado de todos sus pensamientos, y su única diversión es ver cómo cambian los objetos sobre los que se ejerce. Cuando viajan, llevan a la espalda de un lado para otro, por decirlo así, su tienda o su escritorio y sólo hablan de intereses y beneficios. Y cuando apartan la mirada por un momento de sus negocios, lo hacen para olfatear los de otros".
Hasta la religión se ha convertido en un negocio.
Más aún, el señorío práctico del judaísmo sobre el mundo cristiano ha alcanzado en Norteamérica la expresión inequívoca y normal consistente en que la predicación del evangelio mismo y la enseñanza de la doctrina cristiana se han convertido en artículos comerciales, y el mercader arruinado comercia con el evangelio igual que el evangelista enriquecido se dedica a los negocios: "Ese que veis al frente de una congregación religiosa ha empezado siendo comerciante; habiendo quebrado su negocio, se ha hecho ministro; otro ha empezado por el sacerdocio, pero desde el momento en que ha tenido cierta suma de dinero a su disposición, dejó el púlpito por los negocios. A los ojos de muchos, el ministerio religioso es una auténtica carrera industrial." (Beaumont, op. cit., pp. 185,186 )
Los judíos tienen el poder en la práctica, aunque no lo tengan en teoría.
De acuerdo con Bauer es "un estado de cosas ficticio el hecho de que, en teoría, el judío está privado de derechos políticos mientras que en la práctica tiene un inmenso poder y ejerce su influencia política al por mayor, aunque le sea menoscabada al detalle." (La cuestión judía, p. 114). La contradicción existente entre el poder político práctico del judío y sus derechos políticos, es la contradicción entre la política y el poder del dinero en general. Aunque en teoría la primera es superior al segundo, en la práctica la política se ha convertido en sierva del poder financiero.
¡Los usureros que no son judíos son como son porque son como judíos!
El judaísmo se ha mantenido al lado del cristianismo, no sólo como la crítica religiosa de éste, no sólo como la duda incorporada en el origen religioso del cristianismo, sino también porque el espíritu práctico judío, el judaísmo, se ha mantenido en la misma sociedad cristiana y ha cobrado en ella, incluso, su máximo desarrollo. El judío, que aparece en la sociedad burguesa como un miembro especial, no es sino la manifestación específica del judaísmo de la sociedad burguesa. El judaísmo no se ha conservado a pesar de la historia, sino por medio de la historia. La sociedad burguesa engendra constantemente al judío en sus propias entrañas.
La esencia del judaísmo es el egoísmo.
¿Cuál era, de por sí, el fundamento de la religión judía? La necesidad práctica, el egoísmo. El monoteísmo del judío es, por tanto, en realidad, el politeísmo de las muchas necesidades, un politeísmo que convierte incluso el retrete en objeto de la ley divina. La necesidad práctica, el egoísmo, es el principio de la sociedad burguesa y se manifiesta como tal en toda su pureza tan pronto como la sociedad burguesa alumbra totalmente de su seno el Estado político. El Dios de la necesidad práctica y del egoísmo es el dinero.
El dios de los judíos es el dinero.
El dinero es el celoso Dios de Israel, ante el que no puede legítimamente prevalecer ningún otro Dios. El dinero humilla a todos los dioses del hombre y los convierte en una mercancía. El dinero se convierte a sí mismo en el valor general de todas las cosas. Ha despojado, por tanto, de su valor peculiar al mundo entero, tanto al mundo de los hombres como a la naturaleza. El dinero es la esencia del trabajo y de la existencia del hombre, enajenada de éste, y esta esencia extraña lo domina y es adorada por él. El Dios de los judíos se ha secularizado, se ha convertido en Dios universal. La letra de cambio es el Dios real del judío. Su Dios es solamente una letra de cambio ilusoria. La concepción de la naturaleza a la que se llega bajo el imperio de la propiedad privada y el dinero es el desprecio real, la degradación práctica de la naturaleza, que en la religión judía existe, ciertamente, pero sólo en la imaginación.
El judío desprecia la teoría, el arte, el humanismo...
Es en este sentido que Thomas Müntzer declara intolerable "que se haya convertido en propiedad a todas las criaturas, a los peces en el agua, a los pájaros en el aire y a las plantas en la tierra, pues también la criatura debe ser libre". Lo que de un modo abstracto se halla implícito en la religión judía, el desprecio de la teoría, del arte, de la historia y del hombre como fin en sí, es el punto de vista consciente, real, la virtud del hombre de dinero. Los mismos nexos de la especie, las relaciones entre hombre y mujer, etc., se convierten en objeto de comercio, la mujer es negociada.

La quimérica nacionalidad del judío es la nacionalidad del mercader, del hombre de dinero en general. La ley insondable y carente de fundamento del judío no es sino la caricatura religiosa de la moralidad y el derecho en general, carentes de fundamento e insondables, de los ritos puramente formales de que se rodea el mundo del egoísmo. También aquí vemos que la suprema actitud del hombre es la actitud legal, la actitud ante leyes que no rigen para él porque sean las leyes de su propia voluntad y de su propia esencia, sino porque imperan y porque su infracción es vengada. El jesuítismo judaico, ese mismo jesuitismo que Bauer pone de relieve en el Talmud, es la actitud del mundo del egoísmo ante las leyes que lo dominan y cuya astuta elusión constituye el arte fundamental de este mundo. Más aún, el movimiento de este mundo dentro de sus leyes es, necesariamente, la abolición constante de la ley.
El judaísmo sólo podía desarrollarse en el seno del cristianismo.
El judaísmo no pudo seguirse desarrollando como religión, no pudo seguirse desarrollando teóricamente, porque la concepción del mundo de la necesidad práctica es, por su naturaleza, limitada y se reduce a unos cuantos rasgos. La religión de la necesidad práctica no podía, por su propia escencia, encontrar su coronación en la teoría, sino solamente en la práctica, precisamente porque la práctica es su verdad. El judaísmo no podía crear un mundo nuevo; sólo podía atraer las nuevas creaciones y las nuevas relaciones del mundo a la órbita de su industriosidad, porque la necesidad práctica, cuya inteligencia es el egoísmo, se comporta pasivamente y no se amplía a voluntad, sino que se encuentra ampliada con el sucesivo desarrollo de los estados de cosas sociales.
El judaísmo llega a su apogeo con la coronación de la sociedad burguesa; pero la sociedad burguesa sólo se corona en el mundo cristiano. Sólo bajo la égida del cristianismo, que convierte en relaciones puramente externas para el hombre todas las relaciones nacionales, naturales, morales y teóricas, podía la sociedad civil llegar a separarse totalmente de la vida del Estado, desgarrar todos los vínculos genéricos del hombre, suplantar estos vínculos genéricos por el egoísmo, por la necesidad egoísta, disolver el mundo de los hombres en un mundo de individuos que se enfrentan los unos a los otros atomística, hostilmente.
El cristianismo es noble, el judaísmo vulgar.
El cristianismo ha brotado del judaísmo. Y ha vuelto a disolverse en él. El cristiano fue desde el primer momento el judío teorizante; el judío es, por tanto, el cristiano práctico, y el cristiano práctico se ha vuelto de nuevo judío. El cristianismo sólo en apariencia había llegado a superar el judaísmo real. Era demasiado noble, demasiado espiritualista, para eliminar la rudeza de las necesidades prácticas más que elevándolas al reino de las nubes. El cristianismo es el pensamiento sublime del judaísmo, el judaísmo la aplicación práctica vulgar del cristianismo, pero esta aplicación sólo podía llegar a ser general una vez que el cristianismo, como la religión ya terminada, llevase a términos teóricamente la autoenajenación del hombre de sí mismo y de la naturaleza. Sólo entonces pudo el judaísmo imponer su imperio general y convertir al hombre enajenado y a la naturaleza enajenada en objetos vendibles, enajenables, sujetos a la servidumbre de la necesidad egoísta, al tráfico y la usura.

La venta es la práctica de la enajenación. Así como el hombre, mientras permanece sujeto a las ataduras religiosas, sólo sabe objetivar su esencia convirtiéndola en un ser fantástico ajeno a él, así también sólo puede comportarse prácticamente bajo el imperio de la necesidad egoísta, sólo puede producir prácticamente objetos, poniendo sus productos y su actividad bajo el imperio de un ser ajeno y confiriéndoles la significación de una esencia ajena, del dinero. El egoísmo cristiano de la bienaventuranza se trueca necesariamente, en su práctica ya acabada, en el egoísmo corpóreo del judío, la necesidad celestial en la terrenal, el subjetivismo en la utilidad propia. Nosotros no explicamos la tenacidad del judío partiendo de su religión, sino más bien arrancando del fundamento humano de su religión, de la necesidad práctica, del egoísmo.

Por realizarse y haberse realizado de un modo general en la sociedad burguesa la esencia real del judío, es por lo que la sociedad burguesa no ha podido convencer al judío de la irrealidad de su esencia religiosa, que no es, cabalmente, sino la concepción ideal de la necesidad práctica. No es, por tanto, en el Pentateuco o en el Talmud, sino en la sociedad actual, donde encontramos la esencia del judío de hoy, no como un ser abstracto, sino como un ser altamente empírico, no sólo como la limitación del judío, sino como la limitación judaica de la sociedad.
El judío sólo será libre cuando el judaísmo desaparezca. Tan pronto logre la sociedad acabar con la esencia empírica del judaísmo, con la usura y con sus premisas, será imposible el judío, porque su conciencia carecerá ya de objeto, porque la base subjetiva del judaísmo, la necesidad práctica, se habrá humanizado, porque se habrá superado el conflicto entre la existencia individual-sensible y la existencia genérica del hombre. La emancipación social del judío es la emancipación de la sociedad del judaísmo.

El argumento es tan absurdo que, más que a ser refutado, se presta a destacar lo ridículo que es: Si bien es cierto que había familias judías muy influyentes en la época, fruto de la tradicional dedicación a la banca de los judíos, no es menos cierto que en Alemania había judíos de todas las condiciones sociales, ricos y pobres. Por otro lado, el propio Marx reconoce que la actitud práctica, egoísta y deshumanizada que reprocha a los judíos la exhiben también muchos cristianos y, dado que los judíos eran minoritarios, habría muchos más cristianos que judíos con tal concepción de la vida (los típicos hombres de negocios estadounidenses que Marx pone como ejemplo, que comerciaban hasta con los evangelios, no eran judíos, sino protestantes de pura cepa, y sí muy numerosos). Pese a ello, los que merecen desprecio son los vulgares judíos (los menos) y no los nobles cristianos (los más), porque los cristianos que obran así lo hacen porque se comportan como judíos. Tanto unos como otros viven, obran, piensan despreciablemente, pero en el caso de los judíos es algo esencial a ellos y a su religión, mientras que en el de los cristianos se trata de una contaminación judaica. Esto es objetividad. Esto es sociología "científica".