José Zorrilla

EL DRAMA DE UN ALMA
(Epílogo)

Oye, pueblo sagaz, republicano
que llevas "Dios y libertad" por lema,
tu dios es un vil ídolo: en su insano
furor, de Dios tu libertad blasfema.
Tiene la libertad limpia la mano
de oro y de sangre, su equidad suprema
de la equidad de Dios es santa hermana.
¿Es esta libertad la mejicana?
Mas tu odio a Europa te arrastró muy lejos:
tu libertad con él has fusilado,
y en lugar de romper tus grillos viejos,
otros grillos más duros te has forjado.
Escuchaste del yankee los consejos,
y del yankee en la red te has enredado,
pues tanto odias tu sangre de europea...
¡Ojalá seas yankee y yo lo vea!
No lo es: tu libertad liberticida
se ceba en los vencidos, atropella
la libertad que en la conciencia anida
de quien difiere de opinión con ella;
al que encomienda a su merced la vida,
por el afán de degollar, degüella;
y va, cual hiena vil, con el insulto
a hozar en el cadáver insepulto.
¡Ojalá seas yankee y luterana!
Porque para llegar hasta ese día
has de arrojar la lengua castellana,
la religión del Hijo de María,
y tu ruin libertad republicana
en el vil lodazal de tu anarquía;
y sin fuerza, sin honra y sin altares,
entregarás al yankee tus hogares.
La libertad es generosa: empieza
por lidiar y vencer; triunfa y perdona,
sólo acepta del alma la nobleza,
odia la tiranía y la destrona.
La tuya les arranca la cabeza
por quitar a los reyes la corona.
Méjico audaz, de regicidio rea,
si ésa es tu libertad, ¡maldita sea!
Pero el yankee jamás será tu hermano,
no irá a par contigo, no lo esperes:
dueño una vez del suelo mejicano,
se apropiará tus minas y placeres,
te obligará a sembrar para él tu grano
y dará a sus colonos tus mujeres,
porque tu raza india hallará fea...
¡Ojalá seas yankee y yo lo vea!
Oye, Méjico, aún: Maximiliano
no tendrá vengadores en la Tierra,
mas deliras si sueñas que tu mano
lo hizo tu prisionero en buena guerra.
No: Dios te lo entregó, y es un arcano
de su justicia que en su juicio encierra.
No tienen en la Tierra vengadores
los que cual Cristo y él son redentores.
¡Ojalá pronto tu anexión reclamen
los Estados Unidos, pueblo iluso!
Y haz que a su madre en español no llamen
tus hijos, siervos ya del yankee intruso,
y odio en la leche de su madre mamen
al padre vil que en su poder les puso.
Es la ley del talión, nación ingrata:
a hierro muere quien a hierro mata.
Dios de su raza redentor le ha hecho
y él sus crímenes viejos ha expiado;
tú, con las balas que le enviaste al pecho,
cuanto a Europa te liga has fusilado;
todos los lazos mutuos has deshecho,
mas tal nudo al romper con tal pecado,
olvidaste en tu cólera insensata
que muere a hierro quien a hierro mata.
Desparrama tus hordas liberales
por tu suelo infeliz republicano,
y que borren las últimas señales
que hay en él de español y de cristiano,
borrando en tus banderas nacionales
tu "Dios y libertad" en castellano;
porque ¡oh, nación de deicidio rea!
Dios con tu libertad no se aparea.
Lo sabes como yo: Maximiliano
tu corona en las sienes no se puso
por propia voluntad, ni fue tirano
ni usurpador en Méjico, ni intruso:
fue a engañarle un partido mejicano
diciendo que era tu nación, fue iluso,
fue víctima, vivió y murió tu amigo,
y es venganza su muerte, no castigo.
¿Un pueblo independiente y soberano
quieres ser? — el derecho está en tu abono:
mas eres más sacrílego y tirano
que el rey peor que se sentó en un trono.
¡Asesinas al buen Maximiliano,
a la Europa, tu madre, por encono!
Méjico, en él de parricidio rea,
¿Ésa es tu libertad? — ¡Maldita sea!