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En 1482 murió Paolo del
Pozzo Toscanelli, el matemático italiano que había
planteado la posibilidad de llegar hasta las Indias navegando
hacia
occidente. Al parecer, nadie tomó en serio su
teoría,
salvo una persona: se conserva una copia escrita por
Cristóbal
Colón de la carta que Toscanelli había remitido a
Fernão Martins con sus cálculos. Por esta
época
Colón estaba documentándose sobre estas cuestiones.
Conocía bien el libro de viajes de Marco Polo y,
además
de la carta de Toscanelli, disponía de un ejemplar del
Imago
Mundi, de Pierre d'Ailly, que también atribuye a la
circunferencia terrestre un tamaño sustancialmente menor
que el
real y que hacía viable el proyecto.
No se sabe mucho de las actividades de Colón durante esta
época. Se sabe que murió su esposa, y que entonces
se
trasladó a Lisboa con su hijo Diego,
de cinco años, donde su hermano Bartolomé
había instalado una tienda de mapas. Existen indicios de
que
realizó varios viajes: a Guinea, a Irlanda, y tal vez
llegó hasta Islandia. Es probable que en sus viajes a los
países nórdicos oyera las historias que se contaban
sobre
la "Tierra del vino" de la que había hablado Leif Eriksson cinco siglos
atrás.
Desde su comienzo, Isabel I de Castilla y Fernando II de
Aragón habían planteado la guerra de Granada como la
guerra definitiva que terminaría la reconquista de España
iniciada por los cristianos casi ocho siglos atrás. El Papa
Sixto IV había reconocido la guerra como una cruzada contra
los
infieles, y a ella habían acudido caballeros de Inglaterra,
Irlanda y Francia. Sin embargo, el avance era muy lento. Ese
año
los cristianos fueron derrotados
en Loja
por el general Alí Atar,
quien poco después, ya en 1483,
obtuvo una nueva victoria en Ajarquía.
La conquista de las Canarias había pasado a manos de Pedro de Vera, que
contó con
la ayuda del obispo Juan de
Frías,
el cual logró convertir al cristianismo al rey Tenesor.
Éste fue
bautizado con el apadrinamiento de los reyes de Castilla y
Aragón, y
recibió, como no, el nombre de Fernando.
Con la colaboración de Tenesor-Fernando, los guanches de
Gran
Canaria se sometieron a Pedro de Vera el 29
de abril.
En Inglaterra murió el rey Eduardo IV, que fue
sucedido por su hijo Eduardo V,
de trece años,
bajo la regencia de su tío, el duque Ricardo de Gloucester.
A
las pocas semanas, Ricardo declaró el matrimonio de Eduardo
IV
no era válido, por lo que Eduardo V, al igual que su
hermano Ricardo, de diez
años eran
bastardos y no tenían derecho a la corona. Ambos
"desaparecieron" misteriosamente en junio,
y el regente se hizo coronar como Ricardo
III de Inglaterra. Su hijo Eduardo,
de diez años, recibió al mismo tiempo el
título de
príncipe de Gales. (Al parecer, una vez estuvo consolidado
en el
trono, Ricardo III hizo asesinar a sus sobrinos en la torre de
Londres.
No es prudente matar a un rey si no estás seguro de que no
te
van a juzgar por ello.)
Mientras tanto, los castellanos habían capturado en Lucena
a Boabdil, uno de los tres reyes nazaríes, y lo liberaron
en agosto, después de
hacerle firmar
el pacto de Córdoba,
en el que se comprometía a entregar a Castilla la zona del
reino
en manos del Zagal a cambio del apoyo castellano para recuperar
Granada, parte de la cual estaba todavía en manos de
su padre, Muley-Hacén. Éste y su hermano, el Zagal,
zanjaron sus disputas y se aliaron contra
Boabdil.
El conflicto entre Sixto IV y los reyes a propósito del
nombramiento de los inquisidores para la Corona de Aragón
se
resolvió espontáneamente cuando uno de los
inquisidores
nombrados por el Papa se ganó la total confianza de los
monarcas
y acabó siendo nombrado Inquisidor General de
Aragón. Se
llamaba fray Tomás de
Torquemada. Era de ascencencia judía, y los
judíos
realmente convertidos al cristianismo odiaban los judaizantes,
porque
las desconfianzas que éstos generaban recaían
también sobre aquéllos. Poco después los
reyes lo
pusieron al frente del Consejo
de la
suprema
y general inquisición, vulgarmente llamado "la suprema", con el encargo
de
crear tribunales en distintas ciudades de Castilla y
Aragón. La
suprema era el
único organismo que tenía potestad sobre ambos
reinos,
que por lo demás conservaban sus propias instituciones
políticas y administraivas, en ningún modo afectadas
por
el matrimonio de los monarcas.
En Navarra murió el rey Francisco I.
Tenía catorce años y permanecía soltero y sin
hijos, por lo que la corona de Navarra pasó a su hermana Catalina, que tenía un
año más, bajo la tutela de su madre, Magdalena de
Francia, hermana de Luis XI. Sin embargo, su tío Juan
reclamó la corona tratando de que se aplicara en su
provecho la
ley sálica. Fernando II de Aragón trató de
casar a
Catalina con su hijo Juan,
de
cinco años, que heredaría así las coronas de
Castilla, Aragón y Navarra, pero se encontró con la
oposición de Luis XI de Francia, que a través de
Magdalena trató de mantener a Navarra bajo la influencia
francesa. Los beaumonteses y agramonteses volvieron a enfrentarse,
los
primeros partidarios del apoyo castellano, los segundos del
francés.
En Mantua murió el marqués Luis III Gonzaga, que
fue
sucedido por su nieto Francisco
II.
Poco después murió el rey Luis XI de Francia. El
año
anterior, sintiéndose enfermo, había hecho llamar a
Francisco de Paula, porque tenía reputación de
taumaturgo
y
le pidió que le prolongara la vida, pero los milagros
tienen un
sospechoso parecido con las casualidades, y nunca se producen
cuando
uno pretende que lo hagan, así que el monarca tuvo que
conformarse con
que el dominico lo
ayudara a morir cristianamente. Fue sucedido por su hijo Carlos VIII, que tenía
doce
años, por lo que Luis XI había estipulado que la
regencia
fuera ejercida por su hija Ana y su yerno Pedro, el hijo del
duque Juan II de Borbón.
El rey Juan I de Dinamarca logró hacerse reconocer como
rey
de Noruega después de ceder grandes privilegios a la
nobleza. En
Suecia, el clero, partidario de la unión escandinava,
obligó al regente Sten Gustafsson a reconocer a Juan I como
rey,
aunque aquél siguió ejerciendo el poder sin
prácticamente ningún cambio.
El rey Juan II de Portugal, con su interés por las exploraciones se había ganado el apoyo de la burguesía, pero se había enemistado con una parte de la nobleza, más interesada en buscar la anexión de Castilla, fuera por la guerra o por la vía matrimonial. Pero el rey supo poner a raya a sus cortesanos. El más poderoso era, con diferencia, el duque Fernando II de Braganza, y fue acusado de mantener negociaciones secretas con Castilla, fue juzgado precipitada e irregularmente y condenado a muerte. Tras decapitarlo en Évora, sus bienes fueron confiscados. Su familia huyó a Castilla con su heredero, el nuevo duque Jaime, que tenía entonces cuatro años.
El escultor Verrocchio terminó uno de sus trabajos
más
originales, el grupo de Cristo
y
santo Tomás, de Orsammichele, rico en contrastes
de masas
y en claroscuro de ropajes.
Después de terminar su trabajo en la capilla sixtina,
Domenico Ghirlandaio había vuelto a Florencia, donde se
dedicó a pintar composiciones en las que figuras
contemporáneas aparecen retratadas en escenas sagradas. Ese
año inició una serie de frescos con la Historia de san Francisco, en
la Santa Trinità.
Otro tanto
hizo Botticelli, que continuó trabajando para los
Médicis. En 1484
pintó
El nacimiento de Venus,
considerada como su obra cumbre.
Un médico parisiense llamado Nicolas
Chuquet publicó La
ciencia
de los números, donde manejaba los números
negativos como los mejores algebristas chinos o indios. En su
tratado
introdujo los exponentes para indicar las potencias de las
incógnitas.
La reina Catalina de Navarra se casó con un noble
gascón llamado Juan de
Albret,
lo que frustró los intentos de Fernando II de Aragón
de
controlar Navarra a través del matrimonio de Catalina con
su
hijo Juan. Cuando el esposo fue coronado como el rey Juan III de Navarra, los
beaumonteses y los agramonteses reanudaron su guerra civil
intermitente.
Fray Tomás de Torquemada publicó sus Instrucciones inquisitoriales,
en
veintiocho artículos. En los años siguientes
convirtió a la Santa Inquisición en una
máquina
rayana en la
perfección, en cuanto a su eficacia, solidez y uniformidad
de su
régimen jurídico, orgánico y procedimental.
El 28 de junio los castellanos
tomaron a los musulmanes la ciudad de Alora
mediante un asedio en el que usaron por primera vez a gran escala
el
apoyo de la artillería.
En agosto murió el Papa
Sixto IV. Había practicado un nepotismo descarado,
especialmente
en beneficio de su sobrino, el cardenal Pietro Riario. Éste
había llegado a acumular tal cantidad de rentas
eclesiásticas que el lujo en que vivía escandalizaba
a
toda Roma. A la muerte de su protector fue desposeído de
sus
bienes. En los inicios del pontificado de Sixto IV, los cardenales
habían tratado de oponerse a algunas decisiones papales,
como la
de legitimar a sus hijos bastardos, pero esos tiempos
habían
pasado, pues ya sólo sobrevivían cinco cardenales
nombrados por pontífices anteriores. Los demás
habían sido designados por el propio Sixto IV, y estaban
completamente sometidos a los designios del Papa, que era
más
conocido en Roma como vicario
del
demonio, ministro de adulterio, piloto que lleva la barca de la
Iglesia
a la isla de Circe, y otras lindezas por el estilo. Fue
sucedido
por el cardenal Giovanni
Battista
Cybo, que
adoptó el nombre de Inocencio
VIII. Famoso por su vida disoluta, confió todos
los
cargos de la corte vaticana a sus parientes y multiplicó la
venta de cargos eclesiásticos. Ese mismo año
publicó la bula Summis
desiderantes affectibus, dirigida contra la
hechicería.
Inocencio VIII recordaba cómo el rey Fernando I de
Nápoles había traicionado a su predecesor
aliándose con Lorenzo de Médicis, así que
ahora se
dedicó a alentar y apoyar sublevaciones de la nobleza
napolitana.
Por esta época empezó a predicar en Florencia un
dominico llamado Girolamo
Savonarola.
Tenía ahora treinta y dos años, y ya había
estado
predicando sin éxito en Siena. Su discurso era fogoso y
pesimista. Censuraba el gusto por el arte y las vanidades.
El rey Juan II de Portugal seguía poniendo a raya a sus
nobles. Tras la decapitación del duque de Braganza,
sucedida el
año anterior, ahora le tocaba el turno a su cuñado,
el duque Fernando de
Viseu,
que conspiraba contra él.
Diogo Cão regresó de su largo viaje por la costa
africana. No había llegado hasta el extremo sur del
continente,
pero Juan II no se amilanó, y le encargó una nueva
expedición para el año próximo que llegara
más lejos. Mientras tanto, recibió una propuesta
sorprendente. Cristóbal Colón afirmaba
que por la vía de Poniente hacia el Oeste o el Mediodía descubriría grandes tierras; islas y tierra firme, felicísimas de oro, plata, perlas, piedras preciosas y gentes infinitas, y que por aquel camino entendía topar con tierras de Indias y con las grandes islas de Cipango y con los reinos del Gran Kan.
A cambio de los medios para llevar a cabo su plan pedía
que lo honrasen armándolo caballero de Espuelas Doradas [los únicos que podían estar cubiertos ante el rey], que se pudiese llamar "don" él y sus sucesores, que le diesen el título de Almirante Mayor del Océano, con todas las prerrogativas, preeminencias, privilegios, derechos, rentas e inmunidades que tenía el almirante de Castilla, que se le nombrase virrey y gobernador perpetuo de todas las islas y tierras firmes que descubriera por su persona o que fueran descubiertas por su industria. Se le daría la décima parte de las rentas que el rey hubiese de todas las cosas, que fueran oro, plata, piedras preciosas, perlas, metales, especierías y de otras cualesquiera cosas provechosas y mercaderías de cualquiera especie, nombre y moneda que fuesen nombradas y que se comprasen, trocasen, hallasen o ganasen dentro de su almirantazgo. Reclamaba el derecho a contribuir con un octavo a los gastos de toda la expedición, y, del provecho que de ello saliese, se llevaría también la octava parte.Nunca antes (ni después) hizo nadie peticiones tan desmesuradas y extravagantes a un rey. De todos modos, al margen de una eventual "negociación" posterior, Juan II remitió el proyecto de Colón a la Junta dos matemáticos, una academia de cosmografía recientemente constituida, que no tardó en desestimarlo. No sabemos con qué información concreta contaban los portugueses sobre el tamaño de la Tierra, pues todos los datos que obtenían los exploradores se guardaban con el máximo secreto, pero si no disponían de información sobre el tamaño del ecuador, sí tenían los datos necesarios para hacerse una idea aproximada de la longitud de los meridianos. Sólo tenían que comparar la distancia que recorrían al navegar hacia el sur con la variación de latitud que ello conllevaba y que se reflejaba en la posición del Sol y las estrellas en la esfera celeste. Así, a menos que la Tierra, en lugar de ser esférica, tuviera forma de balón de rugby, las estimaciones de Colón tenían que ser descaradamente falsas. (De hecho, los cálculos que finalmente presentó, reducían la distancia entre Europa y Asia a la cuarta parte de la distancia real.)
En Cataluña volvió a estallar el problema de los
campesinos de remensa. Tres años atrás, el rey
Fernando
II, a petición de las cortes de Barcelona, había
negado a
los remensas el derecho a comprar su libertad según la
sentencia
dictada por el rey Alfonso V, pero el año anterior
había
autorizado que los campesinos se reunieran para elegir
síndicos
que estudiaran la forma más adecuada de resolver su
situación. Este derecho de reunión les
permitió
organizar una rebelión extremadamente violenta. El
alzamiento
fue dirigido por Pere Joan Sala,
quien el 22 de septiembre
derrotó a un ejército real en Mieres. El infante Enrique,
lugarteniente de Cataluña, no pudo sofocar la revuelta, y
en noviembre acudió el
propio rey
Fernando II a mediar en el conflicto. Sin embargo, tan pronto
dejó Cataluña para seguir encargándose de la
guerra de Granada, la rebelión rebrotó. Sala
marchó al frente de sus hombres hacia Barcelona, y el 4 de enero de 1485 derrotó en
Montornés al
ejército
que se dispuso contra él. Luego atacó Granollers y Mataró, pero fue
derrotado y
hecho prisionero en Llerona
el
24 de marzo. Poco después
fue
ejecutado en Barcelona.
En Zaragoza fue asesinado el inquisidor Pedro de Arbués. Poco
antes,
se había descubierto en Sevilla una conspiración
contra
la Santa Inquisición urdida por el rico Diego Susan, denunciada por su
propia hija. Pero el Santo Tribunal era intocable: estos actos
sólo contribuyeron a incrementar la indignación y el
odio
popular contra los herejes, y la represión se hizo
aún
más dura.
El 22 de mayo los castellanos
tomaron la ciudad de Ronda.
El
rey Fernando I de Aragón había hecho venir a
alemanes
expertos en la fabricación de pólvora, de
Lombardía trajo piezas de artillería pesada y, para
moverlas por la montañosa geografía granadina, creo
el
primer cuerpo militar de ingenieros de la historia. El cuerpo de
intendencia llegó a disponer de catorce mil mulas. Para
adquirirlas, la reina Isabel I tuvo que recurrir a banqueros
judíos y empeñar incluso las joyas de la corona.
Fernando I consiguió unos ingresos adicionales vendiendo
el
ducado de Gandía. El nuevo duque pasó a ser Pedro
Luis
Borja, el hijo mayor del cardenal Rodrigo Borja. Éste
seguía siendo uno de los hombres más ricos de Roma.
Era
asesor del Papa Inocencio VIII como lo había sido
también
de sus tres predecesores en el pontificado. Pedro Luis
había
cumplido veintiséis años, y se casó con una
prima
del monarca aragonés, llamada María
Enríquez.
El Papa Sixto IV había tratado de abolir los Compactata de
Jihlava, las concesiones que la Iglesia había hecho a los
husitas bohemios años atrás, pero finalmente, unos
meses
después de su muerte, el rey Ladislao II de Bohemia los
convirtió en leyes del reino en la dieta de Kutná Hora.
Las intervenciones de Inocencio VIII en Nápoles estaban
dando
resultado. La nobleza estaba insubordinada en todo el reino y
contaba,
además de con la ayuda del Papa, con la de Génova y
Venecia. El rey Fernando I tuvo que pedir auxilio a su primo
Fernando
II de Aragón para tratar de sofocar las revueltas.
También recibió el apoyo de Milán, Florencia
y
Siena.
Cristóbal Colón, ante la negativa de Juan II a
financiar su proyecto, se trasladó a Castilla con su hijo
Diego.
Se instaló en un pequeño pueblo llamado Palos, cerca de Huelva, donde
vivían unos parientes de su difunta esposa. A los pocos
días de llegar, se presenta en el vecino monasterio
franciscano
de la Rábida,
donde
conoce a un
fraile cordial y acogedor, fray Juan
Pérez, que escucha con atención las ideas
revolucionarias del frustrado Almirante Mayor del Océano.
Al
cabo de unos días todos los frailes eran fervorosos
partidarios
del genovés. Eso sí, no tenían dinero. El
monasterio se convirtió en hogar y escuela para el
pequeño Diego.
Mientras tanto, Diogo
Cão había
regresado al Congo. Los congoleños se quedaron
atónitos
cuando vieron a los nobles que el portugués había
secuestrado unos años antes vestidos a la usanza portuguesa
y
contando todo cuanto habían visto en Lisboa. Cão
llegó más al sur en la exploración de la
costa,
casi hasta el trópico de Capricornio (hasta donde muestra
el
mapa),
pero la costa no dejaba de avanzar hacia el sur. Luego
regresó a
Portugal.
La crueldad con que Ricardo III de Inglaterra había
ocupado
el trono había desatado la indignación tanto del
pueblo
como de la nobleza, y el rey había emprendido una
represión no menos cruenta. Los lancasterianos
habían
recobrado fuerzas y partidarios. Sólo les faltaba un
candidato a
rey, ya que la casa de Lancaster se había extinguido, pero
si se
busca bien siempre se encuentra, y encontraron a Enrique Tudor, el
conde de Richmond, que tenía ahora veintiocho años,
su
padre, Edmundo, era hermanastro del rey Enrique VI por parte de
madre y
su madre, Margarita Beaufort, era bisnieta de Juan de Gante, el
fundador de la casa de Lancaster. No podía decirse que
tuviera
mucho derecho al trono inglés, pero, para los
lancasterianos,
Ricardo III tampoco lo tenía.
Enrique Tudor estaba exiliado en Francia, pero, cuando en agosto desembarcó en
Inglaterra,
todo el país abandonó a Ricardo III. Sus pocos
partidarios fueron derrotados en Bosworth.
Se cuenta que el rey, habiendo perdido su caballo en la batalla,
se vio
obligado a combatir a pie y, poco antes de morir, gritó la
famosa frase: ¡Mi reino
por un
caballo! Su hijo Eduardo había muerto el
año
anterior, con lo que los únicos representantes de la casa
de
York eran ahora dos hijas del rey Eduardo IV: Isabel y Ana. Enrique Tudor fue
coronado poco
después como Enrique VII
de Inglaterra.
Los duques Ernesto y Alberto de Sajonia decidieron repartirse sus
dominios. El mayor, Ernesto, se quedó con el título
de
príncipe elector y su parte del ducado pasó a ser
llamado
el electorado de Sajonia,
mientras que los territorios asignados a Alberto conservaron el
nombre
de ducado de Sajonia.
El rey Matías I de Hungría era el más
poderoso
de toda la Europa oriental. En la última década
había extendido sus fronteras a costa de Polonia, Bohemia y
de
Austria. Ahora tomaba la ciudad de Viena, donde fijó su
residencia, a la vez que mantenía en Buda una brillante
corte.
En septiembre los castellanos
sufrieron una grave derrota frente a los granadinos. Poco
después murió Muley-Hacén, ciego y enfermo,
tras
haber abdicado en su hermano Muhammad XII el Zagal. Los
castellanos no
pusieron ninguna traba a Boabdil cuando pretendió regresar
a
Granada. (Era mejor luchar contra dos reyes rivales que
sólo
contra uno.) El rey chico no tardó en hacerse con el
control de
la capital, mientras su tío tenía su base en
Málaga.
Alentado por los monjes de la Rábida, Cristóbal Colón marcha a la corte castellana, que a la sazón se encontraba en Sevilla. Allí es recibido por Enrique de Guzmán, el duque de Medinasidonia, que con sus riquezas podría haber financiado él solo el proyecto colombino, ... pero no aceptó. Más tarde habló con Luis de la Cerda, el duque de Medinaceli, que era más rico que el anterior y vio el proyecto con buenos ojos. Dio alojamiento a Colón y empezó a construir tres carabelas para el viaje, pero su lealtad a los reyes le impidió atribuirse "el honor de la empresa". En su lugar, le abrió las puertas de la Cancillería Real de Castilla, y el 20 de enero de 1486 Colón fue recibido por la reina Isabel I. Desde ese momento el navegante ingresó en la servidumbre de la reina, que prometió llevar su proyecto ante una comisión de "sabios, letrados y marinos". Colón se instaló en Córdoba a la espera de noticias. Para amenizar la espera se buscó una amante: Beatriz Enríquez de Arana.
El rey Enrique VII de Inglaterra se casó con Isabel, la
heredera de la casa de York. De este modo, sus hijos serían
los
legítimos reyes de Inglaterra tanto para los partidarios de
la
casa de York como para los de la casa de Lancaster. Hábil
político, el monarca supo hacer que este matrimonio
sirviera de
símbolo de la reconciliación de las dos ramas de la
dinastía Plantagenet que, en sentido estricto, se
había
extinguido, ya que con Enrique VII se iniciaba la dinastía
Tudor. Así terminó la guerra de las dos rosas. (En
realidad, la casa de York tenía un segundo vástago:
la
princesa Ana, que se casó diez años mas tarde, pero
no
tuvo hijos.)
La guerra civil entre los reyes de Granada Muhammad XI Boabdil y
Muhammad XII el Zagal facilitó enormemente las cosas a los
cristianos, que en mayo tomaron
la
ciudad de Loja, en cuyo largo asedio destacó un soldado
llamado Gonzalo Fernández
de Córdoba.
Tenía entonces treinta y tres años, y ya
había
combatido en favor del rey Alfonso XII de Castilla frente a su
hermano
Enrique IV y luego en favor de Isabel I frente a Juana la
Beltraneja.
El rey Fernando I de Nápoles logró finalmente
someter
a la nobleza, pero para ello el 11 de
agosto
tuvo que declararse vasallo del Papa Inocencio VIII y
comprometerse a
pagarle un tributo anual.
En Nuremberg trabajaba por aquel entonces Michael Wogelmut, famoso
artesano
fabricante de objetos para iglesias, el cual tomó como
aprendiz
a un joven de quince años llamado Albrecht Dürer, aunque es
más conocido como Alberto
Durero. Alberto destacaba ya como dibujante, como lo
demuestra
un autorretrato que se había hecho a los trece años.
El Emperador Federico III nombró rey de romanos (es decir,
sucesor) a su hijo Maximiliano.
Ese año murió el príncipe elector Ernesto de
Sajonia, que fue sucedido por su hijo Federico
III.
También murió el príncipe elector de
Brandeburgo Alberto I Aquiles. Fue sucedido por su hijo Juan I Cicerón. Su
segundo
hijo, Federico, heredó el margraviato de Ansbach, y el tercero, Segismundo, el margraviato de
Bayreuth-Culmbach.
En Francia murió el
conde Luis I de
Montpensier, que fue sucedido por su hijo Gilberto. Éste llevaba
cinco
años casado con Clara
Gonzaga,
hija del marqués de Mantua, Francisco II Gonzaga.
Tizoc había sometido a los tarascos e
incorporado un vasto territorio al imperio azteca, pero tantos
éxitos suscitaron recelos, y el soberano fue depuesto y
asesinado. Fue sucedido por su hermano Ahuitzotl,
famoso por su carácter belicoso y sanguinario. En su
primera
campaña capturó unos veinte mil prisioneros, que
fueron
sacrificados en la inauguración del templo de
Huitzilopochtli.
En Roma murió a los noventa años el bizantino Jorge
de
Trebisonda, que había desempeñado un papel destacado
en
la difusión por Italia de la filología griega. El
pintor
Domenico Ghirlandaio había terminado su serie de frescos
sobre
san Francisco y empezó otra serie con Historias de la Virgen y de san Juan
Bautista en Santa Maria Novella. Leonardo da Vinci
terminó su Virgen de las
rocas, quizá el primer óleo pintado por un
italiano que iguala al realismo de los pintores flamencos, como
van der
Goes. En ella emplea por primera vez la técnica del sfumato, que diluye los
contornos.
También destaca su tratamiento de la luz, que se filtra por
las
grietas de la cueva.
En diciembre, el rey Fernando
II
de Aragón puso fin al conflicto de los campesinos catalanes
de
remensa mediante la sentencia arbitral de Guadalupe, por la que casi la
totalidad del campesinado quedó libre a cambio de una
compensación económica a sus señores.
Cristóbal Colón seguía esperando una
contestación de la corte castellana sobre su proyecto de
navegación hacia Occidente. Abatido por este silencio,
decidió volverse al monasterio de la Rábida.
Allí
le llegó finalmente la respuesta, ya en 1487, y fue negativa. La
comisión
de sabios consultada por los monarcas no consideraba razonable la
propuesta del genovés, pero parece ser que la reina Isabel
I
seguía estando interesada. Es probable que los argumentos
de los
"sabios" castellanos no fueran tan contundentes como los de sus
vecinos
portugueses, que tenían mejor conocimiento de causa.
(Incluso es
posible que el argumento de fondo de los castellanos, más o
menos encubierto, fuera un mero: "si los portugueses, que saben de
esto, le han dicho que no, por algo será".) El caso fue que
la
negativa que recibió Colón no fue tan rotunda como
para
hacerle perder la esperanza de seguir insistiendo.
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