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LA REBELIÓN DE FLANDES
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En enero de 1565 la expedición de López de Legazpi llegó a las islas que llamó Barbudas y poco después ocupó las que Magallanes había bautizado como islas de los Ladrones. En febrero llegaba a la isla de Leyte, en las Filipinas, desde donde exploró Samar, Bohol y Cebú, a la que llegó en abril. En ella se instaló tras vencer una débil resistencia por parte de los nativos. El 1 de junio, López de Legazpi envió de regreso a América a fray Andrés de Urdaneta con una de sus naves, bajo el mando de su nieto, Juan de Salcedo.

El gran maestre de la orden de Malta, Jean Parisot de la Valette, había fortificado la isla, que se había convertido en el refugio de piratas cristianos que saqueaban periódicamente las ciudades musulmanas del mediterráneo. Decidido a poner fin a esta situación, el sultán Solimán I envió contra la isla una flota con 40.000 hombres bajo el mando de Piali Bajá. Tras sangrientos combates, en los que murió el pirata Dragut, los turcos tomaron el fuerte de San Telmo, y todo parecía ya perdido cuando apareció la flota española comandada por Álvaro de Sande, el virrey de Nápoles, que puso en fuga a los musulmanes.

El conde de Egmont viajó a Madrid llevando una petición de tolerancia firmada por los nobles flamencos. Regresó muy satisfecho de la acogida que le habían dispensado tanto el rey Felipe II como toda la corte. Recibió muchas promesas, pero el rey también le había dado una carta cerrada qué él mismo hubo de abrir y leer ante el consejo, y al hacerlo palideció: en ella se ordenaba de nuevo la implantación de los decretos del concilio de Trento en todo el territorio de los Países Bajos, con la única concesión de que no se proclamasen en nombre del Papa, sino en nombre del rey. El príncipe de Orange, Guillermo I el Taciturno, habló con su acostumbrado laconismo para decir que aquello era el principio de la tragedia.

Más indignación causó a Felipe II la noticia de que la peste protestante había llegado hasta América, donde los hugonotes habían fundado una colonia. No sólo los franceses ocupaban tierras que pertenecían por derecho a España, sino que además eran franceses protestantes. Rápidamente dispuso que una flota de diecinueve naves zarpara hacia Florida para acabar con los herejes. Puso al mando a Pedro Menéndez de Avilés, el capitán general de la flota de Indias, que ahora recibía el título de adelantado y gobernador de la Florida. El viaje fue accidentado, y sólo cinco de los barcos lograron llegar a América. Ante estos imprevistos, Menéndez de Avilés decidió no atacar directamente a los franceses, tal y como tenía planeado, y el 8 de septiembre fundó el fuerte de San Agustín a unos 65 kilómetros al sur de Fort Caroline, la colonia francesa, a la que poco antes había llegado Jean Ribault con nuevos colonos hugonotes.

Por otra parte, Felipe II envió a Bayona al duque de Alba para que se entrevistara con Catalina de Médicis. Esta noticia puso nerviosos a los protestantes franceses.

La nave de Juan de Salcedo, guiada por fray Andrés de Urdaneta, en lugar de navegar hacia el este desde las Filipinas, había navegado hacia el norte, hasta acercarse a las costas de Japón, donde había encontrado los vientos contraalisios y la corriente de Kuro Shio, que la habían llevado cómodamente hasta la costa de la Alta Calfornia. Desde allí, navegando ahora hacia el sur, llegaba a Acapulco el 3 de octubre. Urdaneta había descubierto la que se llamó vuelta de poniente, ruta que abría nuevas posibilidades a la expansión de España por el Lejano Oriente. El puerto de Acapulco, adonde los españoles habían llegado ya hacía más de treinta años, pasaba a ser ahora en uno de los más importantes de América, ya que se iba a convertir en el punto natural de destino de las naves procedentes de las Indias Orientales.

Cuando Pedro Menéndez de Avilés consideró que estaba en condiciones de cumplir la misión que le había sido encomendada, organizó el ataque a Fort Caroline. Fingió un ataque por mar para mantener alejados a los barcos de Ribault, mientras sus hombres atacaban por tierra la colonia indefensa, en la que hicieron una matanza. Más tarde, los barcos de Ribault fueron dañados por una tormenta y tuvieron que rendirse, esperando sin duda un trato digno, como era usual en Europa, pero los españoles enviaron a todos los franceses al patíbulo, donde pusieron una inscripción que decía: "Esto no es por francés, sino por luterano". Fort Caroline fue rebautizado como San Mateo.

Los españoles estaban cada vez más furiosos por las injerencias inglesas en el comercio con América. Tuvieron constancia de que John Hawkins había proporcionado suministros a Fort Caroline, y ese mismo año confiscaron la carga de otro galeón inglés que transportaba mercancías hacia América. El capitán era un joven de veinticinco años que se había adiestrado junto a Hawkins. Se llamaba Francis Drake.

La reina de Escocia, María Estuardo, se casó con su primo Enrique Estuardo, el barón de Darnley. Por línea paterna pertenecía a una rama colateral de la familia Estuardo, desdendiente descendiente de un primo del senescal Walter, el padre de Roberto Estuardo, que fue el primer rey de Escocia de la dinastía. Su madre era Margarita Douglas, hija de Margarita Tudor, la hermana de Enrique VII de Inglaterra, que al año de enviudar del rey Jacobo IV se había casado en segundas nupcias con Archibaldo Douglas, el conde de Angus. Enrique se había educado en Inglaterra, pues su madre esperaba que ocupara el trono a la muerte de Isabel I. Con este matrimonio, María Estuardo pretendía reforzar sus derechos a la corona inglesa, pues, para los católicos opuestos a Isabel I, ella era la reina legítima según las leyes sucesorias (si consideramos a Isabel I como bastarda). Sin embargo, no tardó en darse cuenta que no había sido una decisión acertada. Lord Darnley era un deficiente mental, inestable, que caía mal a buena parte de la nobleza escocesa, tanto católica como protestante. Entre los que más sonoramente censuraron el matrimonio estuvo, obviamente, John Knox, que relata así una entrevista que mantuvo con la reina:

Ella me dijo: - ¿Y qué tenéis que ver vos con mi segundo casamiento? ¿Quién sois vos en este reino? - Yo, señora - le respondí-, soy un hombre que ha nacido en esta tierra, y por más abyecto que os parezca a vos, y aunque no sea conde, ni lord, ni barón, Dios me ha hecho un miembro importante del Estado.

Más grave fue que el matrimonio de María la enemistó con el que hasta entonces había sido uno de sus consejeros, su hermanastro Jacobo Estuardo, el conde de Murray. Era hijo natural del rey Jacobo V y, aunque era presbiteriano, había apoyado a María desde que llegara a Escocia, pero ahora encabezó una rebelión que fue fácilmente sofocada.

Ese año murió el Papa Pío IV, que fue sucedido, ya en 1566, por un dominico de sesenta y dos años llamado Antonio Ghislieri, que adoptó el nombre de Pío V. El Espíritu Santo no podía haber estado más acertado, ya que el cardenal Ghislieri era nada menos que el Gran Inquisidor, y nadie más adecuado para aplicar con todo rigor los decretos del concilio de Trento. Publicó numerosas reglas contra la simonía y vigiló los nombramientos de obispos. Publicó el catecismo del concilio de Trento.

El teólogo Bartolomé Carranza llevaba ya casi siete años en las cárceles de la Santa Inquisición, hasta que el nuevo Papa, convencido de su inocencia, se interesó por su caso. Después de amenazar con todo lo imaginable al embajador en Roma de Felipe II, que a la sazón era Luis de Requesens, logró que la causa fuera transferida a Roma y Carranza fue trasladado al castillo de Sant'Angelo. El inquisidor Fernando de Valdés fue cesado de su cargo y Requesens no tardó en dejar su cargo en Roma para ponerse al servicio de Juan de Austria. Las tensiones que este asunto había provocado entre el rey y el Papa, aunque no duraron mucho tiempo, hicieron que Felipe II abandonara su proyecto de que su hermanastro siguiera la carrera eclesiástica.

El compositor Giovanni Pierluigi da Palestrina compuso una de sus misas más famosas, la Misa del Papa Marcelo. Hay una anécdota falsa en torno a esta misa: se contaba que el concilio de Trento estuvo a punto de prohibir la música en las misas católicas porque los obispos consideraban que el canto gregoriano era un murmullo ininteligible y anticuado basado a menudo en temas profanos, pero que cambiaron de idea cuando se les hizo escuchar la Misa del Papa Marcelo (cosa difícil de creer, porque aún no se había compuesto). La base real de esta anécdota es que las técnicas de Palestrina eran muy novedosas, entre otras cosas porque favorecían la inteligibilidad de los textos. Palestrina pasó a dirigir la enseñanza musical en el seminario romano fundado por el cardenal Carlos Borromeo dos años atrás.

Tintoretto pintó un gran óleo de casi cuatro metros por tres para la scuola de San Marco, titulado La sustracción del cuerpo de san Marcos, en el que la acción se desplaza a la derecha, mientras la izquierda es una exhibición de la técnica de la perspectiva.

El gran maestre de la orden de Malta, Jean Parisot de la Valette, estaba reconstruyendo las fortificaciones de su isla después del frustrado ataque de los turcos sufrido el año anterior. En marzo fundó la ciudad de La Valetta. Mientras tanto, Piali Bajá, que había replegado sus fuerzas hacia el este, tomaba la isla de Quíos.

El sultán Solimán I había montado en cólera al enterarse de la derrota de sus naves en Malta, pero no pudo reaccionar, ya que de momento le preocupaban más los progresos que el emperador Maximiliano II estaba haciendo en Hungría. Allí se dirigió y allí murió combatiendo.

El Imperio otomano se encontraba en su mejor momento. Contaba con unos 20.000 jenízaros (muchos creados mediante el rapto de niños cristianos), y 70.000 jinetes, bajo el mando de los agaes. Su artillería, desarrollada gracias a cristianos renegados, era más potente que la de los europeos, mientras que su marina estaba copiada del modelo veneciano. Sin embargo, la instalación de europeos en las Indias estaba minando la economía otomana.

Solimán I fue sucedido por su hijo Selim II, conocido por unos como Selim el Rubio y por otros como Selim el Borracho. Al parecer, ambos sobrenombres le hacían justicia y, dado el tiempo que pasaba en su harén, todavía se le podría haber puesto otro más interesante. Se desentendió por completo del gobierno, que dejó en manos del gran visir Sokullu Mehmed Bajá, nombrado por su padre un año antes, y que se convertía ahora en el dueño del Imperio.

También murió el médico y astrólogo Nostradamus.

En Madrid murió fray Bartolomé de Las Casas. Dejó inacabada una Historia de las Indias, la última de numerosas obras con las que trató de convencer al mundo de que los indios tenían derechos.

En Inglaterra, George Gascoigne escribió la primera comedia inglesa en prosa: The supposes, así como la tragedia Jocasta.

Tras la deserción del conde de Murray, el principal hombre de confianza de María Estuardo era su secretario David Rizzio, y los nobles presbiterianos enemigos de la reina comprendieron que su muerte debilitaría sensiblemente su posición. Además encontraron el mejor modo de eliminarlo: no tuvieron dificultad en infundir celos en el estúpido Lord Darnley, que acabó asesinando a Rizzio en presencia de María. Así Darnley se ganó la enemistad definitiva de los católicos, y también de los protestantes, pues traicionó a sus cómplices en la conjuración contra Rizzio. La misma reina estaba horrorizada, habló de divorcio y dejó claro que no le preocupaba la suerte que corriera su esposo, lo que podía considerarse una invitación al asesinato en toda regla. Mientras le llegaba la hora, tuvo tiempo de darle un hijo a su mujer, que nació a finales de año y fue llamado Jacobo.

La nobleza de los Países Bajos se había reunido para redactar un texto conocido como el compromiso de Breda, en el que se solicitaba a la gobernadora, Margarita de Parma, la abolición de la Santa Inquisición y una mayor tolerancia religiosa. Contaba con más de dos mil firmantes, entre los que se encontraban los personajes más influyentes del país, tanto católicos como protestantes. Cuatrocientos nobles armados, encabezados por Antonio de Nassau, hermano del príncipe de Orange, y el vizconde de Brederode, se presentaron desafiantes en Bruselas para entregar el documento a la gobernadora, la cual les echó un pulso y les comunicó que no los recibiría si no se presentaban desarmados y en actitud de súplica. Los nobles accedieron y lograron que Margarita de Parma transmitiera sus peticiones al rey. Uno de sus consejeros, el conde Carlos de Berlaymont, se burló de la buena voluntad que habían demostrado al desarmarse y suplicar, llamándolos mendigos (gueux), pero ellos recogieron el guante y, desde entonces, se llamaron a sí mismos gueux.

Abrumado por el número y la firmeza de los gueux, el rey Felipe II envió un despacho con fecha de 31 de julio comunicando a Margarita de Parma que estaba dispuesto a suprimir la Santa Inquisición de los Países Bajos y a tomar las medidas necesarias para pacificar el territorio. Sin embargo, en una rebelión de estas características es imposible controlar a los sectores más radicales, entre los que estaban los que, más allá de la tolerancia religiosa, perseguían el fin de la dominación española. Las protestas no tardaron en obtener eco en el pueblo llano, que además estaba sufriendo un periodo de hambre. Del 14 al 17 de agosto la muchedumbre entró en las iglesias y conventos, destruyó imágenes y quemó altares.

Ante tal estado de cosas, los consejeros de Felipe II estaban divididos: El duque de Alba encabezaba a los partidarios de una drástica represión armada, mientras que el príncipe de Éboli defendía una solución negociada y proponía un sistema político federalista similar al que regía en la Corona de Aragón, que permitiera respetar las costumbres de cada uno de los reinos que componían la Corona Española. Pero esta idea era demasiado grande para que cupiera en la cabeza del obtuso monarca, que ordenó alistar un ejército en Italia. Tradicionalmente se ha creído que la causa de que Felipe II se desdijera de su compromiso de suprimir la Santa Inquisición fue la revuelta de agosto, pero se ha descubierto un acta fechada en Segovia el 9 de agosto (anterior, pues a los tumultos), firmada por el rey en presencia del duque de Alba y de dos notarios, en la que declara que el despacho en el que afirmaba su intención de suprimir la Santa Inquisición le había sido arrancado en un momento de debilidad, y no se creía obligado a mantener lo que allí ofrecía.

También los flamencos estaban divididos: el príncipe de Orange se decantó por la rebelión, mientras que el conde de Egmont parecía dispuesto a mantenerse leal a la Corona, sin renunciar a las exigencias de tolerancia. Entre ambas posiciones estaba la de otro influente personaje: Felipe de Montmorency-Nivelle, el conde de Horn, tambien consejero de Margarita de Parma. Poseía uno de los señoríos más ricos del país, había luchado junto a Carlos V contra la liga de Smalkalda y junto a Felipe II como jefe de artillería en San Quintín.

El depuesto gobernador de Chile, Pedro de Villagra, fue juzgado en Lima, pero resultó absuelto. Mientras tanto, Martín Ruiz de Gamboa conquistaba a los indios la ciudad de Chiloé.

En 1567 Pedro Menéndez de Avilés fue nombrado gobernador de Cuba, desde donde se dedicó a fortificar Florida contra posibles incursiones extranjeras.

En febrero, y según lo previsto, fue asesinado Lord Darnley, el marido de María Estuardo, la reina de Escocia. A los conjurados no se les ocurrió mejor modo de hacerlo que poner un barril de pólvora bajo su cama y hacerlo estallar. Entre ellos estaba James Hepburn, el conde de Bothwell, de treinta y un años, que era presbiteriano radical, pero que odiaba más a los ingleses que a los católicos, así que apoyaba a la reina. Tanto fue su apoyo que María se enamoró de él y se casaron en mayo. Casarse con el asesino del marido no estaba bien visto, aunque el marido tampoco lo estuviera, y este segundo matrimonio escandaloso de la reina (de un total de tres) permitió a sus enemigos dar el golpe final. En junio se produjo una sublevación, los partidarios de María fueron derrotados en Carberry Hill y la reina se vio obligada a abdicar en su hijo recién nacido Jacobo VI, bajo la regencia del conde de Murray. María fue encarcelada y su esposo huyó a Dinamarca.

El descubrimiento de la cultura chibcha, identificada por un tiempo con El Dorado, decantó en esa dirección la expansión conquistadora española desde la costa venezolana, donde se formó el Nuevo Reino de Granada, mientras que la zona oriental quedó descuidada. Allí habitaban tribus muy belicosas: como los arawak o los teques, que sólo hacía unos meses habían sido sometidas por Diego de Losada. Ahora, con 150 soldados y 800 colonos, Losada se enfrentaba a los caracas, y el 25 de julio fundaba la ciudad de Santiago de León de Caracas. Los caracas, dirigidos por el cacique Guaicaipuro, seguían ofreciendo una tenaz resistencia.

John Hawkins navegaba rumbo a Inglaterra al frente de un convoy de seis barcos que regresaba de América cargado de oro, después de haber vendido esclavos y otras mercancías a las colonias españolas. Sin embargo, una tormenta le provocó serios daños y tuvo que dar media vuelta, hasta alcanzar el puerto de Veracruz, en México. Mientras se efectuaban las reparaciones, llegaron de España trece barcos poderosamente armados. Hawkins estaba en condiciones de impedirles la entrada en el puerto, pero sólo quería reparar sus barcos y marcharse de allí, así que parlamentó con los españoles y acordó dejarles entrar con el compromiso de que, luego, ellos le dejarían salir. Sin embargo, una vez en el puerto, los españoles consideraron que no había motivos para mantener un acuerdo con herejes ingleses (que además comerciaban donde no debían) y se lanzaron al ataque. Los ingleses, pillados por sorpresa y en inferioridad numérica, fueron arrollados. Sólo dos barcos lograron escapar, el Rinion, bajo el mando de Hawkins, y el Judith, bajo el mando de Francis Drake, que tuvieron que pasar un tiempo refugiados en un islote antes de emprender el viaje de regreso a Inglaterra, habiendo perdido muchos hombres y todas sus ganancias.

En Irlanda, Shane O'Neill había tratado de extender su dominio sobre la isla a expensas de otras familias poderosas, como eran los Macdonell y los O'Donnell, pero éstos últimos se sublevaron y lo vencieron. O'Neill huyó junto a los Macdonell y éstos lo mataron. Regresó entonces a Irlanda un sobrino suyo de veintisiete años llamado Hugh O'Neill, educado en Inglaterra, que trató de hacerse con la herencia de su tío frente a su primo Turlough.

En Flandes, Amberes y otras ciudades se habían levantado contra la dominación española, y Margarita de Parma no había tenido más opción que hacer concesiones. Pero el 28 de agosto, entró en Bruselas el duque de Alba al frente de un poderoso ejército, y el 5 de septiembre constituyó lo que él llamó el Tribunal de los Tumultos, pero que el pueblo llamó Tribunal de la Sangre. Lo presidían doce jueces, diez flamencos y dos españoles, que eran los únicos con derecho a voto. Según refiere el duque a Felipe II, en una misma redada fueron capturados mil quinientos acusados, y pocos días después hubo otra con ochocientos. Todos fueron ahorcados. Eran juzgados en grupos. Las actas del tribunal dan cuenta de juicios simultáneos hasta de noventa y cinco personas.

El duque también expone su filosofía en su correspondencia: No quería hacer como los jueces y fiscales, que sólo condenan a aquellos cuyos crímenes han sido probados. El terror es a veces una buena política, pero no hay terror si se puede evadir la pena con la justicia. Cuando alguien le hizo observar que a veces pagaba el justo por el pecador, respondió: tanto mejor, si ha muerto por equivocación, será un mártir e irá directamente a la gloria. Esta filosofía se traslucía en los criterios del tribunal: Bastaba haber tolerado sin resistencia las faltas ajenas para ser tan culpable como los mismos criminales. El mero hecho de discutir la legalidad del tribunal ya era una traición. Una delación razonable no necesitaba pruebas. Margarita de Parma, horrorizada, se marchó a Italia, con lo que el duque se convirtió en el nuevo gobernador.

Entre los apresados a la espera de juicio se encontraba el conde de Egmont. El príncipe de Orange se salvó porque huyó a Alemania antes de la llegada del duque de Alba, sin imaginar que éste haría encarcelar a su hijo de trece años, que estudiaba en Lovaina.

En la universidad de Lovaina impartía clases un teólogo de cincuenta y cinco años llamado Michel de Bay, más conocido como Bayo. Sus tesis sobre el poder de salvación de la gracia divina lo acercaban sospechosamente al luteranismo, y el Papa Pío V condenó su doctrina.

Los protestantes franceses, recelando de que la regente, Catalina de Médicis, llegara a un acuerdo con España que le permitiera anular las mínimas concesiones de la paz de Amboise, hicieron un intento de capturarla junto con el rey Carlos IX cerca de Meaux, pero fallaron y se inició la segunda de las guerras de Religión. Un ejército protestante dirigido por el príncipe Luis I de Condé y por el almirante de Coligny se enfrentó en Saint-Denis al duque de Montmorency, que contaba con tropas cedidas por el duque de Alba. La batalla tuvo lugar el 10 de noviembre, y los católicos obtuvieron la victoria, aunque Montmorency fue herido de muerte. Los protestantes se replegaron hacia Lorena a la espera de recibir refuerzos.

El médico y poeta Jacques Grévin, que era protestante, huyó a Inglaterra, desde donde pasó a Turín, y allí se convirtió en el médico de la duquesa de Saboya.

Lope García de Castro, a la sazón presidente de la Audiencia de Lima, puso a su sobrino, Álvaro de Mendaña de Neira, al frente de una expedición que zarpó el 19 de noviembre con la misión de buscar tierras en el Pacífico Sur. Por otra parte, nombró a Juan Ortiz de Zárate gobernador y capitán general del Río de la Plata.

Tras una breve estancia en Dinamarca, Tycho Brahe había visitado las universidades de Wittemberg y Rostock. En ésta última tuvo un altercado con otro estudiante danés, se batió en duelo y perdió parte de la nariz. De nuevo en Dinamarca, se puso una nariz artificial de oro y plata. Este asunto lo hizo interesarse por la medicina y la alquimia.

Ese año murió Juan Bautista de Toledo, el arquitecto encargado de las obras del monasterio de San Lorenzo de El Escorial. Fue sustituido por Giambattista Castello el Bergamasco. 

Antes de que el duque de Alba partiera hacia Flandes, tuvo un altercado con el príncipe Carlos, que había tratado de matarno navaja en mano. No era la primera vez que el príncipe trataba de matar a alguien. En otra ocasión lo había intentado con el presidente del Consejo de Castilla, por haber despedido a un cómico que le gustaba. Al parecer, la razón del ataque al duque eran los celos, pues Carlos hubiera querido dirigir él mismo la expedición contra los Países Bajos.

También parece ser que el motivo por el que Carlos quería marchar a Flandes no era otro que el de perder de vista a su padre, al que no podía soportar. Se especula sobre la posibilidad de que Carlos estuviera enamorado de su madrastra, Isabel de Valois (casi de su misma edad). Si esto era así, al príncipe no le habría hecho mucha gracia enterarse de que, en los acuerdos previos al tratado de Cateau-Cambrésis, estaba previsto que él fuera el prometido, aunque finalmente Felipe II se la pidió para él. A esto habría que añadir, en cualquier caso, la absoluta falta de afecto que Felipe II demostró en todo momento hacia su hijo, probablemente debida a que era deficiente mental (su hijo).

Fuera como fuese, el caso es que en un momento dado la frustración del príncipe colmó el vaso y decidió huir a Italia para pasar desde allí a Flandes o a Alemania. Sin embargo, Felipe II se enteró de este proyecto de fuga, y en enero de 1568 encarceló a su hijo en una torre del alcázar de Madrid.

En febrero, Álvaro de Mendaña llegó a la isla que llamó Santa Isabel, perteneciente al que llamó archipiélago del Rey Salomón, cuyas islas se dedicó a explorar.

En marzo, católicos y protestantes franceses firmaron la paz de Longjumeau, que puso fin a la segunda guerra de religión confirmando el edicto de Amboise, pero la tercera guerra empezó antes de que terminara el año (o, dicho de otro modo, nadie hizo caso al acuerdo).

John Hawkins llegó finalmente a Inglaterra y, cuando la reina Isabel I se enteró de lo que le había sucedido, estuvo a punto de declararle la guerra a España. Sin embargo, conservó la sangre fría y comprendió que no era el momento. Evidentemente, no hay constancia de ello, pero es fácil imaginar lo que les dijo a Hawkins y a Drake: Si os volvéis a encontrar con barcos españoles... ya sabéis lo que tenéis que hacer. Y, en efecto, Hawkins y Drake, movidos por el odio a los españoles y deseos de venganza, cambiaron el comercio pacífico por la piratería, abordando barcos y saqueando las costas americanas. Técnicamente no eran piratas, sino corsarios, es decir, piratas protegidos más o menos encubiertamente por un gobierno. (En el caso de Isabel I, más menos que más, pues la reina no disimulaba más que lo mínimamente imprescindible.)

En Escocia, los partidarios de María Estuardo lograron liberarla de su cautiverio y trataron de devolverle el gobierno del país, pero en mayo el conde de Murray derrotó a los católicos en Langside y persiguió implacablemente a María, que no encontró mejor opción que pedir asilo en Inglaterra. Isabel I la recibió con tantos buenos modos como desconfianza.

El tribunal de la sangre hizo arrestar al conde de Horn, mientras Guillermo I de Orange, desde Alemania, publicaba en varios idiomas un manifiesto titulado Justificación del príncipe de Orange contra sus calumniadores, que circuló profusamente. El Taciturno se mostraba respetuoso con su rey, Felipe II, y echaba todas las culpas al cardenal Granvela, pero al mismo tiempo preparaba dos ejércitos. Uno de ellos, dirigido por Luis de Nassau, hermano menor de Guillermo, derrotó en Heigerlee al conde de Aremberg, y la respuesta del duque de Alba no se hizo esperar: el 4 de junio hizo decapitar en la plaza mayor de Amberes a los condes de Egmont y de Horn, que nunca dejaron de proclamar su lealtad al rey. Estas muertes indignaron a los flamencos y avivaron la rebelión.

Luis de Nassau sufrió luego dos derrotas consecutivas, en Groninga y Jemmingen. En esta última batalla, los protestantes tuvieron más de seis mil bajas, ya que, en su retirada, muchos cayeron a unas lagunas que cerraban su retaguardia. Cuando el Papa conoció la noticia, organizó procesiones para festejarla.

El Taciturno trató entonces de enfrentarse personalmente al duque de Alba, pero éste rehuyó el combate hasta que los mercenarios del príncipe se cansaron y desertaron en gran número. Con los que le quedaban, marchó a Francia, pero allí se le amotinaron los soldados y tuvo que volver a Alemania, dispuesto a empezar de nuevo. Fue entonces cuando adoptó su divisa Je maintiendrai (persistiré), con la que firmaba todas sus cartas y declaraciones.

En España, el príncipe Carlos, encarcelado y abandonado por su padre, que no sólo se negaba a visitarlo, pese a sus insistentes demandas, sino que había prohibido que lo hicieran la reina y sus amigos, empeoraba día a día, pues le daba por atracarse de comer, beber agua helada, rocíar con ella la cama y pasear desnudo por la noche, hasta que murió el 24 de julio. Poco después murió también Isabel de Valois, la tercera esposa de Felipe II. Murió al parir una criatura que no sobrevivió. Había dado a su marido dos hijas: Isabel Clara Eugenia, de dos años, y Catalina Micaela, de uno.

El rey Erik XIV de Suecia se había vuelto loco. Hizo reconocer a su amante, una campesina llamada Karin Mansdötter, y mandó cometer algunos asesinatos, incluso en su familia. Su hermano Juan, al que había encarcelado cinco años atrás, pudo escapar y dirigir una sublevación con el apoyo de la alta nobleza. Encarceló a Erik XIV, se proclamó rey (Juan III) y luego ordenó que mataran a su hermano en su celda.

El zar de Rusia, Iván IV el Terrible, cansado de los reproches que a su conducta le hacía el patriarca Felipe, lo hizo estrangular. Varias ciudades rusas sufrieron el pillaje de los soldados del zar, acusadas de rebeldía.

Ese año murió el duque Alberto de Prusia, antes gran maestre de la orden Teutónica, que fue sucedido por su hijo Alberto Federico, de quince años.

La expedición de Álvaro de Mendaña había atravesado casi todo el Pacífico sur sin haber encontrado nada más que las islas Salomón y, aunque se encontraba muy cerca de Nueva Guinea y de un nuevo continente desconocido en Europa, en agosto decidió dar media vuelta y regresar a América.

En Venezuela, Diego de Losada derrotó por fin al cacique Guaicaipuro, que fue capturado y ejecutado, con lo que quedó consolidada la dominación española en la región de Caracas.

Cuando Nuflo de Chaves creía ya sólidamente asentada su ciudad de Santa Cruz, en la región más oriental del Perú, murió víctima de una emboscada de los indios. Aunque la ciudad permaneció (y fue durante siglos la frontera de la penetración española en la región de Charcas) muchos de los colonos que Chaves había llevado allí desde Asunción dedicieron regresar, dirigidos por Juan de Garay.

En México murió fray Andrés de Urdaneta, poco después de regresar de un viaje a España, donde había informado a la Corona de sus descubrimientos sobre la navegación por el Pacífico.

Después de haber abordado a cuantos religiosos y teólogos había encontrado a su alcance para que juzgaran si su espíritu y doctrina reformista eran conformes a la doctrina católica, Teresa de Jesús se lanzó a una frenética carrera de fundación de conventos de la orden del Carmelo reformada. Ahora fundaba en Duruelo el primer convento masculino, gracias a la colaboración de otro fraile carmelita, Juan de Yepes Álvarez, que había cambiado su nombre por el de Juan de la Cruz. La orden reformada fue conocida como orden de los carmelitas descalzos, porque sus miembros llevaban sandalias de cuero y, por oposición, la orden primitiva pasó a conocerse como la de los carmelitas calzados. Éstos intrigaron cuanto pudieron contra aquéllos.

Bernal Díaz del Castillo, a sus setenta y seis años, llevaba ya casi treinta retirado en su encomienda de Guatemala. Ahora publicaba su Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, con la finalidad de rebatir una Historia general de las Indias, publicada por el capellán de la expedición de Cortés, que atribuía a éste todo el mérito.

Un magistrado francés llamado Jean Bodin publicó su Respuesta a las paradonas de M. Malestroit, que puede considerarse la primera obra europea sobre economía. En ella señala la abundancia de oro y plata procedente de América como la causa de las subidas de precios.

Al mismo tiempo, Robert Garnier publicó su tragedia Porcia, esposa de Bruto. El año anterior había escrito un Himno a la monarquía.

En Japón, un señor del norte llamado Oda Nobunaga, logró vencer a varios rivales y entró triunfalmente en Kyoto, donde se hizo nombrar shogun y logró someter para su provecho a las provincias centrales. Así terminó el gobierno, meramente nominal, de los Ashikaga.

Las guerras de Religión
Índice La batalla de Lepanto