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El hecho más destacable de la Europa del siglo XVIII es, sin
duda, el impresionante avance cultural que tuvo sus inicios en Gran
Bretaña y Francia, aunque pronto se extendió a Alemania y
al resto de Europa Occidental (menos España) y que ya estaba
cuajando incluso en la lejana Rusia. A mediados de siglo, Francia
estaba retomando el liderazgo cultural, pues fueron principalmente los
pensadores franceses (o de influencia francesa) los que llevaron a sus
últimas consecuencias los postulados de la "revolución
intelectual" de principios de siglo, realizando a todos los niveles el
planteamiento cartesiano de "duda metódica", consistente en
cuestionar todo lo establecido, no para rechazarlo todo, sino para
revisarlo y filtrarlo a la luz de la razón, y despojarlo
así de dogmas, supersticiones e injusticias. Este
fenómeno cultural es conocido como la ilustración. En palabras
de D'Alembert, la ilustración
lo discutió, analizó y agitó todo, desde las ciencias profanas hasta los fundamentos de la revelación, desde la metafísica hasta las materias del gusto, desde la música hasta la moral, desde las disputas escolásticas de los teólogos hasta los objetos del comercio, desde los derechos de los príncipes a los de los pueblos, desde la ley natural hasta las leyes arbitrarias de las naciones, en una palabra, desde las cuestiones que más nos atañen hasta las que nos interesan más débilmente.
Una de las consecuencias de este nuevo espíritu fue el enciclopedismo, es decir, la
convicción de la necesidad de sistematizar racionalmente y
difundir el conocimiento, que toma su nombre del primer proyecto a gran
escala en esta dirección, la Enciclopedia
que estaba redactando Diderot con la ayuda de numerosos colaboradores,
entre ellos D'Alembert (que se ocupó sobre todo de los
contenidos matemáticos), Montesquieu, Buffon, Rousseau (que tuvo
a su cargo los artículos sobre música), La Condamine
(ciencias naturales y geografía), etc. La parte de historia le
fue confiada a Charles Pinot Duclos,
que en 1750 fue nombrado
historiógrafo de Francia. De la crítica literaria se
encargó Jean François
Marmontel, un protegido de Voltaire que en los dos
últimos años había estrenado dos tragedias, Denys le tiran y Aristómeno.
Un colaborador de Buffon, llamado Henri
Louis Duhamel du Monceau, miembro de la Royal Society de Londres y de la Academia de Ciencias de París,
publicó el primer volumen de su
Tratado del cultivo de las tierras,
fruto de su estudio de las técnicas inglesas. Sus teorías
agronómicas y de política agraria influyeron notablemente
en los enciclopedistas.
Víctor Riqueti, el
marqués de Mirabeau,
publicó Los estados
provinciales, ensayo en el que propugnaba la duplicación
de la representación parlamentaria del Estado llano.
El físico francés Jean Antoine Nollet
inventó el electroscopio de
láminas de oro, que mejoraba su diseño anterior.
También observó que el agua de la botella de Leiden
podía sustituirse por láminas de cobre o estaño.
Otra faceta de la ilustración fue la proliferación de
academias y sociedades científicas y culturales. Las más
eminentes eran, sin duda la Academia
de Ciencias de París y la Royal Society de Londres, pero
había muchas más, como la Academia de Ciencias de San Petersburgo,
o la recientemente fundada Academia
de Ciencias de Berlín. Más aún, eran muchas
las localidades que tenían su propia academia. Por ejemplo, ese
año, la Academia de Dijon
había planteado la cuestión de "Si el restablecimiento de las ciencias y
de las artes ha contribuido a depurar las costumbres". El primer
premio se lo llevó el Discurso
sobre las ciencias y las artes, de Jean-Jacques Rousseau, en el
que responde negativamente a la pregunta. Según Rousseau, los
hechos muestran que la depravación acompaña a la
civilización, como atestiguan Egipto, Grecia y la Roma antigua,
así como la propia Francia contemporánea, mientras que
civilizaciones como la de los persas, los escitas, los germanos o la de
Esparta fueron fuertes por su oposición a la cultura. Más
aún, Rousseau añade que cada ciencia y cada arte procede
de un vicio: la astronomia de la superstición, la elocuencia de
la ambición, la geometría de la avaricia, la
física de la curiosidad, y todas del orgullo. Pese a ello,
Rousseau conviene en que se debe apoyar la cultura, pero siempre
supervisada por la voz de la conciencia.
Obviamente, las nuevas ideas tuvieron sus detractores y sus
perseguidores. El Espíritu de
las Leyes había dado lugar a más de veinte
ediciones en dos años, pero fue condenado tanto por los jesuitas
como por los jansenistas, por lo que Montesquieu tuvo que publicar su Defensa del espíritu de las leyes
y dar explicaciones a la Sorbona.
Montesquieu no fue el único en cuestionar el absolutismo y el
presunto origen divino de la monarquía. El sistema parlamentario
británico y la república de las Provincias Unidas eran
las principales evidencias de que las naciones podían gobernarse
de forma más justa. Hay que advertir, no obstante, que el
parlamentarismo británico sería considerado muy
deficiente si se le juzgara con patrones modernos. El sistema electoral
era muy restringido y bastante injusto. En principio, los campesinos de
cada condado elegían dos representantes en la cámara de
los comunes, mientras que cada burgo
(ciudad dotada de una carta) elegía uno o dos representantes
(salvo Londres, que elegía cuatro). La lista de los burgos era
muy irregular: había grandes ciudades relativamente modernas que
no tenían dicha categoría, por lo que carecían de
representantes, mientras que otras casi despobladas seguían
teniéndolos. Además, las elecciones estaban llenas de
irregularidades: intimidaciones, tráfico de influencias,
corrupción, etc. Eso si, nadie podía negar que el
Parlamento había ejecutado a un rey y derrocado a otro.
Voltarie fue uno de los principales
difusores en Francia de la admiración hacia Gran Bretaña.
Sin embargo, esto no impidió que los monarcas absolutistas
simpatizaran con la ilustración y adaptaran sus teorías
políticas a su propia conveniencia. Así surgió el
llamado despotismo ilustrado,
según el cual los soberanos reconocían que su deber era
procurar el bienestar de su pueblo, lo cual no significaba
necesariamente que la mejor forma de conseguirlo fuera consultarlo y
seguir sus directrices. Por el contrario, era fácil sostener que
el vulgo era ignorante e incapaz de juzgar qué era lo más
conveniente para él en cada momento.
No obstante, la ignorancia no era patrimonio exclusivo del vulgo.
Ese mismo año, el rey Luis XV de Francia y Mme. Pompadour
recibieron y dieron su confianza a un enigmático personaje de
origen alemán que se hacía llamar conde de Saint-Germain. Tenía unos
cuarenta años, pero afirmaba que había nacido
hacía varios siglos, y que se conservaba gracias a un elixir
mágico. Entre las diversas teorías sobre sus
orígenes, una lo considera hijo de Mariana de Neoburgo, la viuda
del rey Carlos II de España.
Entre los primeros monarcas ilustrados destacó el zar Pedro I
el Grande, cuyo esfuerzo por la modernización de Rusia estaba
viéndose comprometido por las rivalidades e intrigas
políticas que no dejaban de sucederse desde su fallecimiento, y
también el rey Federico II de Prusia, cuya corte acogía a
numerosas personalidades de las ciencias y las artes. En su día,
Voltaire había rechazado su invitación por la
compañía de la marquesa de Châtelet, pero su
muerte, acaecida el año anterior, llevó al monarca a
reiterar su ofrecimiento con más insistencia. La fama de
Voltaire en Versalles estaba decayendo. Ese año estrenó
su tragedia Orestes, copiando
otro argumento de su rival, Crébillon y fue recibida con
más frialdad de la que le hubiera satisfecho, así que,
finalmente, se decidió a aceptar la invitación de
Federico II y el 21 de julio era
calurosamente acogido en su palacio de Postdam.
Entre los monarcas ilustrados no se contaba precisamente el rey Luis
XV de Francia. Su sobrenombre de "el Bienamado" era cada vez más
irónico. Por una parte, la opinión pública
había recibido con frustración las condiciones del
tratado de Aquisgran, en las que Francia ganaba bien poco. Se
llegó a popularizar la expresión "estúpido como la paz"; por
otra parte, los dispendios con los que el rey satisfacía los
caprichos de su amante, la marquesa de Pompadour, hicieron correr
canciones y sátiras sobre ella por las calles de París.
Se le atribuye la frase après
nous le déluge (después de nosotros, el diluvio),
que le dijo al rey en una ocasión en que lo vio preocupado por
asuntos de Estado. (La frase también ha sido atribuida al propio
rey, al parecer, injustamente). Para colmo, desde el año
anterior la guardia detenía en París de vez en
cuando a algunos niños vagabundos, lo cual se relacionó
con la misteriosa desaparición de algunos hijos e hijas de
artesanos, y ello dio pie a unas habladurías sobre un
príncipe leproso que se daba baños de sangre para
curarse. Se dijo que el rey lo consentía, e incluso se
insinuó que bien podría ser él el leproso.
Ese año, Mme. Pompadour dejó de ser la amante del rey,
pero no dejó de ejercer su influencia sobre él y sobre la
política francesa. Se oponían a ella la reina, el
Delfín y el duque de Richelieu,
Louis François Armand de Vignerot du Plessis, hijo de un
sobrino del cardenal, amigo de Voltaire, que años atrás
había estado en prisión por libertino y después
por su participación en el complot de Cellamare, pero que se
había ganado reputación como militar por su
participación en Dettingen y Fontenoy. Desde hacía dos
años era mariscal de Francia.
España resistía bravamente la amenaza de la
ilustración. El principal ataque ilustrado hasta entonces
había consistido en la publicación del Teatro crítico universal,
del padre Feijoo, traducido ya al francés y al italiano, que fue
debidamente combatida, pese a que el autor se había preocupado
de no contradecir ningún dogma católico. El propio Feijoo
había escrito dos autodefensas frente a las críticas, su Ilustración apologética,
veintiún años atrás (cuando aún no
había publicado más que el primer volumen) y su Justa repulsa de inicuas acusaciones.
Ahora estaba escribiendo y publicando sus Cartas eruditas y curiosas, en las
que tocaba también temas diversos (historia, matemáticas,
ciencias, filosofía, religión, supersticiones, etc.).
Entre las causas que, según su diagnóstico, eran
responsables del atraso cultural de España, destacaba el corto alcance de algunos de nuestros
profesores, reacios a la hora de aceptar la nueva filosofía [el
cartesianismo, que no era tan nueva, pues en Francia ya estaba pasando
de moda] la preocupación
contra toda novedad, las curiosidades inútiles [se
refería a la metafísica, carente de toda base
experimental] y la confusión entre ciencia y religión. No
obstante, en sus intentos de defenderse, el padre Feijoo no
hacía sino ponerse en evidencia, confirmando las graves
acusaciones que pesaban sobre él, que afirmaban que tenía
ideas propias. Sin embargo, el rey Fernando VI (por iniciativa del
marqués de la Ensenada) promulgó una
pragmática por la que prohibía que sus obras fueran
impugnadas.
Una vez Isabel de Farnesio había logrado "colocar" a sus
hijos, Carlos y Felipe, España pudo desentenderse por un tiempo
de las guerras europeas y dedicarse a las reformas internas. El
marqués de la Ensenada estaba preparando una reforma fiscal que
sustituyera el complejo sistema tributario castellano por una
contribución única basada en la renta y el patrimonio,
algo similar al catastro que se había impuesto fácilmente
en Cataluña gracias a su derrota en la guerra de
sucesión. De momento, había puesto en marcha una
investigación estadística sobre las riquezas de Castilla
y León y había creado una junta para que centralizara
toda la información. Por esa época triunfaba en la corte
de Madrid un cantante
castrado italiano llamado Carlo
Broschi, más conocido como Farinelli, que había llegado
a la capital en los últimos años del reinado de Felipe V
y ahora se encargaba de organizar magnificentes representaciones de
ópera para los reyes.
Ni el rey Fernando VI ni su esposa,
Bárbara de Braganza (cuya obsesión era acaparar dinero y
esconderlo por todas partes) tenían el cerebro muy despierto; no
así su hermanastro Felipe, el duque de Parma, del que sí
puede decirse que fue un ilustrado. Sus reformas políticas,
económicas, religiosas y culturales convirtieron a Parma en uno
de los principales centros intelectuales de Italia. Estaba casado con Luisa Isabel, hija del rey Luis XV
de Francia, a través de la cual se hizo notar la
influencia francesa en el ducado. Su hermano Carlos,
el rey de las Dos Sicilias, se encontró con un panorama
singular: en todo el reino de Nápoles no había más
ciudad que mereciera tal nombre que la propia capital, a la que
había confluido toda la nobleza, que vivía ociosa de las
rentas de sus feudos. El resto del reino permanecía en un estado
de atraso secular. El rey trató de combatir el feudalismo, pero
no era tarea fácil.
Ese año murieron dos de los grandes compositores de la
época: el veneciano Tommaso Albinoni y el alemán Johann
Sebastian Bach. A Bach se le debe el fundamento teórico de toda
la música que se compondría desde entonces durante
más de siglo y medio, sin embargo su estilo había quedado
anticuado antes incluso de su muerte. Se mantuvo aferrado a la
tradición polifónica,
de modo que su especialidad era combinar voces distintas en una misma
pieza, que evolucionaban siguiendo unas reglas armónicas
precisas que quiso ejemplificar en su última obra: El arte de la fuga. Le gustaban los
retos teóricos, como tratar con un tema y su inversión, es decir, con las
notas leídas de atrás hacia adelante, etc. Todo esto hizo
que muchos calificaran su obra de pomposa
y confusa, pues su mérito difícilmente
podía ser apreciado por el simple oído, sin estudiar la
partitura con una buena formación musical. Por el contrario, el
estilo italiano iniciado con Corelli y del que Vivaldi había
sido el mayor virtuoso, del que eran herederos Albinoni, Händel, y
muchos otros, era mucho más intuitivo y atractivo. No obstante,
las nuevas tendencias musicales iban a eclipsar por igual a la
mayoría de los compositores barrocos, incluyendo a Vivaldi.
Podríamos decir que las composiciones barrocas —al margen de
la mayor o menor inspiración de cada obra o autor en particular—
eran ejercicios de técnica armónica, al igual que en los
inicios del renacimiento muchos cuadros eran ejercicios de perspectiva,
que causaban admiración principalmente por la impresionante
sensación de profundidad que transmitían. Según
esta comparación, en la segunda mitad del siglo XVII, sin
renunciar en lo más mínimo al marco teórico de las
leyes de la perspectiva, se iba a valorar más la belleza del
dibujo y la originalidad de la composición frente al virtuosismo
técnico; es decir, se iba a valorar la calidad de las
melodías, su claridad y simetría, frente a la
sofisticación barroca, así como la forma en que
éstas evolucionan,
se repiten o
se suceden en una pieza y, más aún, la estructura global
de las piezas, lo que daría lugar al establecimiento de nuevas y
numerosas formas musicales.
La primera muestra de esta tendencia es el llamado "estilo galante", ligero y adecuado
para los salones de la nobleza, entre cuyos representantes destacan los
hijos de Bach, Wilhelm Friedermann y Karl Philipp Emanuel. Se les
considera los "padres" de la forma moderna de "sonata", consistente en exponer
uno o dos temas y hacerlos evolucionar para después reexponerlos
en su forma original y terminar con una variante final o "coda". Wilhelm Friedermann
fijó también la forma moderna del concierto para piano.
Al morir su padre, Wilhelm Friedermann marchó a Berlín
con su hermano menor Johann Christian
Bach, donde ambos completaron su formación musical bajo
la dirección de Karl Philipp Emanuel.
El año anterior, a un joven austríaco de diecisiete
años llamado Joseph Haydn
le cambió la voz y tuvo que dejar su puesto de soprano en la
catedral de Viena. Empezó entonces a llevar una vida
difícil, dando lecciones de canto para subsistir y estudiando
por su cuenta las obras de Karl Philipp Emanuel Bach.
En las demás artes, Francia era considerada como la
guía indiscutible. Todas las cortes europeas trataban de imitar
el gusto frances, tanto en arquitectura, como en pintura y escultura,
en jardinería y en todas las artes decorativas y ornamentales.
En arquitectura, el barroco francés, extendido al resto de
Europa constituye un estilo sobre el que los especialistas discuten, en
cuanto a si ha de ser considerado como una fase tardía del
barroco o más bien un estilo independiente. Entre sus
características más llamativas está el uso (o
abuso) de la rocalla, que es
como se denomina a los relieves tallados que imitan elementos
naturales, como vegetación, caracolas, etc. Por ello se le
conoce como estilo rocalla o,
más frecuentemente, como estilo rococó, que es una
deformación que sugiere la típica cursilería
francesa. No es raro que un estilo artístico sea conocido con un
nombre peyorativo, pues a menudo lo recibe, o bien cuando ya ha pasado
de moda (como en el caso del rococó o del gótico), o bien
en sus inicios, cuando tiene detractores (como en el caso del barroco).
El principal representante de la pintura rococó es Jean Antoine Watteau, que
trabajó en las dos primeras décadas del siglo y
murió a la edad de treinta y siete años. A mediados de
siglo destacaban François
Boucher (el profesor de dibujo de Mme. Pompadour), Jean-Baptiste Simeon Chardin, cuya
predilección eran las naturalezas muertas y los objetos
cotidianos, y Maurice Quentin de La
Tour, que se especializó en la pintura al pastel, y
tenía tanto éxito que la Academia Francesa había
decidido que ningún otro pastelista ingresara en ella, para
evitar que la pintura al óleo tradicional se viera perjudicada.
En Italia nunca había declinado la tradicción
pictórica. Destacaban las escuelas napolitana, romana y, sobre
todo, la veneciana, cuyo principal exponente era a la sazón Giambattista Tiépolo,
especializado en la pintura al fresco. También cabe destacar a Antonio Canal, más conocido
como Canaletto, famoso por sus
espectaculares paisajes urbanos venecianos.
En Gran Bretaña, la principal figura del momento era William Hogarth, que marcó
las directrices de un estilo propiamente británico, diferenciado
del rococó imperante en el continente. Ese año, tras un
viaje de formación por Italia, abrió un estudio en
Londres un joven pintor de veintisiete años llamado Joshua Reynolds, y su éxito
fue tal, que pronto hubo de recurrir a la ayuda de varios auxiliares.
Otra joven promesa era Thomas
Gainsborough, de veintitrés años. De ese
año data su retrato con paisaje Mr. and Mrs. Andrews.
En octubre apareció el Prospecto de la Enciclopedia, con el cual, el editor Le Bréton empezó a recabar suscripciones.
En el plano político, la primera mitad del siglo XVIII contempló la total disgregación del Sacro Imperio Romano Germánico, que ya era definitivamente una pura ficción. Los príncipes electores eran soberanos independientes, cada vez más poderosos. Muchos de ellos habían conseguido por diversos medios un título real: el elector de Brandeburgo se había convertido en rey de Prusia, el elector de Sajonia en rey de Polonia y el elector de Hannover en rey de Gran Bretaña. La casa de Austria había logrado retener el título imperial, pero éste no le concecía ninguna autoridad real fuera de su propio patrimonio, que, por otra parte, no era nada despreciable.
Por otra parte, el llamado "siglo
de las luces" había empezado con una guerra de
sucesión (la de España) que no resultó ser sino la
primera de una cadena de guerras de sucesión, la última
de las cuales había sido la guerra de sucesión de Austria
y cuyo fin, para la archiduquesa María Teresa, no era sino el
inicio de una tregua necesaria, pues Prusia se había quedado con
Silesia y Silesia debía volver a ser austríaca lo antes
posible. Tan pronto como se firmó la paz de Aquisgrán,
María Teresa empezó a tomar medidas para fortalecer sus
estados y, con la mayor muestra de inteligencia que puede dar un
político, se dedicó a imitar a su enemigo, en lugar de
despreciar todo lo que podía aprender de él.
Empezó a tomar medidas para centralizar la administración
y traspasar la recaudación de impuestos de las manos de la
nobleza a un cuerpo de funcionarios. Fue un emigrado de Silesia, el
conde Haugwitz, el que puso en
marcha la reforma basándose en las medidas que él mismo
había visto tomar al rey Federico II de Prusia en Silesia poco
después de haberla conquistado.
Entre los beneficiados por las distintas guerras europeas del siglo
estaban también los duques de Saboya, que se habían
convertido en reyes de Cerceña y no habían dejado de
expandir un poco sus dominios con cada tratado de paz. Ese año,
el rey Carlos Manuel I casó a su hijo Víctor Amadeo con María Antonieta, hermanastra
del rey Fernando VI de España.
Los enfrentamientos entre Gran Bretaña y Francia siempre se
habían cerrado en falso en lo tocante a sus colonias americanas.
La guerra empezaba cuando en Europa se decidía que debía
empezar y terminaba cuando en Europa se decidía que debía
terminar, sin que la situación de las colonias influyera en lo
más mínimo. Peor aún, para los colonos
británicos resultaba frustrante que los acuerdos de paz les
obligaban a devolver a los franceses las plazas que les habían
conquistado, de modo que Gran Bretaña usaba sus esfuerzos como
moneda de cambio para obtener otras ventajas que a ellos no les
afectaban. Otro motivo de descontento hacia la metrópoli eran
las medidas económicas que continuamente dictaba en perjuicio de
los intereses coloniales. Ese mismo año, el Parlamento
prohibió que en las colonias se construyeran más talleres
para la fundición del hierro y el acero, para que los colonos se
vieran obligados a exportar el mineral a la metrópoli y luego
comprarle los productos elaborados a partir de él.
La población de las colonias británicas había
crecido espectacularmente, alcanzando la cifra de 1.250.000 blancos y
250.000 esclavos negros. La colonia más populosa era Virginia,
con unos 231.000 habitantes, de los cuales, unos 100.000 eran esclavos
negros. El crecimiento de la población se debía
más al crecimiento natural que a la inmigración. Por otra
parte, se miraba con recelo a los que se comportaban como extranjeros,
así que los inmigrantes se preocupaban de adoptar las costumbres
locales y no tardaban en integrarse. Muy diferente era la
situación de Nueva Francia. Los esfuerzos de la
administración francesa no habían logrado convencer a la
población para emigrar a América, de modo que, aunque,
sobre el mapa, el territorio francés —desde Canadá hasta
Luisiana— era mucho más extenso que el británico
—restringido casi exclusivamente al este de los Apalaches— lo cierto es
que Nueva Francia estaba casi despoblada (de franceses), y el dominio
francés consistía esencialmente en una red de
fortificaciones y el mantenimiento buenas relaciones con los indios.
Ese año se inició una competencia entre los colonos
franceses y británicos por el valle del río Ohio, al sur de los Grandes Lagos.
Virginia había fundado la Compañía de Ohio y
envió a Christopher Gist
para que remontara el río. Los franceses tenían fuertes
en la zona occidental del territorio, en los que se repartían
unos mil colonos, y no vieron con buenos ojos las incursiones
británicas por el este.
Benjamin Franklin fue elegido para la Asamblea legislativa de
Pennsylvania. Mientras tanto, seguía investigando los
fenómenos eléctricos. Conjeturó que en los
procesos de electrificación del ámbar y del cristal no
intervenían dos "fluidos" eléctricos distintos, sino que,
cuando se frotaba el ámbar, la electricidad escapaba de
él, con lo que quedaba cargado "negativamente", mientras que al
frotar el vidrio resultaba cargado "positivamente". Al poner en
contacto una barra de ámbar electrificada con una de vidrio, la
electricidad fluía del vidrio al ámbar hasta que ambas
barras quedaban en estado neutro. (La explicación es
esencialmente correcta, salvo en el sentido, pues los electrones fluyen
del ámbar al vidrio, y no al revés.)
La rivalidad entre Gran Bretaña y
Francia también
encontró un escenario en el otro extremo del mundo: en la India.
Las factorías francesas en la India estaban a cargo de Joseph
François Dupleix, que había sabido afianzar bien el
dominio francés mediante una buena política de alianzas
con príncipies indios, a los que prestaba ayuda militar a cambio
de concesiones comerciales. Un empleado de la Compañía británica de
las Indias Orientales, llamado Robert
Clive, consideró que, si no se hacía algo, Francia
terminaría expulsando a Gran Bretaña de la India,
así que convenció a las autoridades de Madrás para
que reaccionaran enérgica y militarmente.
El poder de los mongoles en la India era ya muy limitado, tanto en
intensidad como en extensión. Sólo abarcaba una
pequeña extensión al noreste, mientras que el sur de la
península estaba nuevamente dividida en numerosos principados
independientes. El más poderoso era el imperio maratta, que
encabezaba la
reacción hindú al islam. No obstante fracasó en un
intento de unificar la India. Con el reciente ascenso al trono de
Rajaram II, el poder de los emperadores decayó, y el imperio fue
dominado por una dinastía de primeros ministros llamados peshwas. A la sazón el cargo
lo ocupaba Nanasaheb Peshwa.
La relación de España con sus colonias americanas
tampoco estaba exenta de tensiones. En Perú, la rebelión
indígena encabezada por Atahualpa llevaba ocho años
manteniendo en jaque al ejército español, y
parecía incontrolable, en Venezuela la población estaba a
la espectativa de las medidas del gobierno sobre la compañía guipuzcoana.
En el Paraguay el conflicto entre
jesuitas y comuneros seguía latente. De hecho, tres años
atrás se había producido una fugaz insurrección
comunera. Los jesuitas españoles empezaron a instalarse en la
región de Sacramento con la intención de crear nuevas
reducciónes, lo que ocasionó un conflicto con Portugal,
pues España había reconocido el dominio portugués
sobre la región en el tratado de Utrecht. Ese mismo año
ambas potencias llegaron a un acuerdo que los jesuitas no aceptaron.
Mientras tanto moría el rey Juan V de Portugal, que fue sucedido
por su hijo José I.
El imperio persa se estaba desmembrando. Adil Sha había
perdido Afganistán, y no pudo oponer resistencia a las
pretensiones de otros descendientes de Nadir Sha, así como a
numerosos caudillos locales, turcos o iranios. Uno de éstos
últimos, Karim Kan,
logró dominar la mayor parte del imperio, puso en el trono a un
safawí llamado Ismaíl
III,
y gobernó con el título de regente.
La China de los Ming atravesaba una época de prosperidad. De
entre las fuentes de su riqueza destacaba la industria textil
(sólo en Nankin había más de treinta mil telares),
la minería (había explotaciones que contaban con unos
diez mil mineros) y la porcelana (en Jingdezhen
había unos cien mil artesanos). En general, el campesino chino
llevaba una vida más agradable y estaba mejor alimentado que el
campesino francés de la época. Se estima que había
entonces unos 143 millones de chinos, apenas un millón menos que
europeos. China había ocupado Mongolia y dominaba
prácticamente el Tíbet.
Vietnam seguía gobernado por la dinastía Le, si bien
el sur del país mantenía su independencia bajo la
soberanía de los Nguyen. Por otra parte, los Le estaban
tutelados por el linaje de los Trinh,
artífices de la restauración dinástica tras la
usurpación de los Mac, que reinaron durante el siglo XV. Los
Nguyen resistieron los intentos de los Le de recuperar su territorio,
pero, al no poder expandirse hacia el norte, lo hicieron hacia el sur,
hasta el delta del Mekong, a
expensas de Camboya. En el norte, los Trinh habían instaurado
unos pesados impuestos sobre el campesinado, así como unas
restricciones al comercio con extranjeros que finalmente habían
dado pie a una revuelta que ahora era finalmente sofocada, trece
años después de que estallara.
La mayor parte del norte de África estaba teóricamente
bajo el dominio otomano. Egipto estaba gobernado por un bajá renovado anualmente,
asistido por veinticuatro prefectos, los beyes, y que disponía de
siete regimientos comandados por los agaes,
encargados de proteger las fronteras de los ataques de los beduinos.
Egipto suministraba anualmente a Estambul un considerable tesoro en
calidad de impuestos, así como contingentes militares. Desde que
los europeos negociaban directamente con Oriente, Egipto había
perdido todos los beneficios que le reportaba el comercio de las
especias y su economía se había venido abajo.
Más al este, Libia se limitaba a pagar
un tributo al sultán, si bien por lo demás era
prácticamente independiente y su principal fuente de ingresos
era la piratería. Lo mismo sucedía con Argelia, si bien
la piratería le resultaba cada vez menos rentable, pues su
proximidad a España y Francia la hacía el blanco de los
principales contraataques europeos. Entre Libia y Argelia estaba una
pequeña región que se mantenía independiente del
dominio otomano gracias al apoyo de Francia. Teóricamente estaba
gobernada desde Túnez, si bien la autoridad del soberano
sólo alcanzaba a las ciudades más
importantes, pues el resto del territorio circundante estaba repartido
entre clanes insumisos. Los franceses controlaban su comercio a
través de la Compañía
de África. Desde la muerte de Mulay Ismaíl,
Marruecos llevaba un cuarto de siglo sumido en luchas tribales, con lo
que la autoridad del monarca alawí Mulay Abd Allah era muy
limitada. Los franceses también habían acabado con la
competencia británica y neerlandesa en el comercio con
Mauritania, centrado principalmente en la exportación de caucho.
En cambio, británicos y franceses se disputaban las costas de
Senegal. Al sur de Senegal habían surgido diversos estados: la
mayoría de los cuales fueron absorbidos por el reino de Ashanti,
que ahora empezaba a sentir la amenaza del Imperio de Oyo, que acababa
de someter a vasallaje al reino de Dahomey. En el interior, sobre todo
al sur de Marruecos, el islam competía con las religiones
animistas, a la vez que los musulmanes competían con los jefes
tribales por el control de las rutas comerciales.
El Congo era la principal fuente de esclavos para las colonias
americanas. La trata había escapado del control de los
portugueses, los cuales se servían principalmente en Angola,
más al sur. Los neerlandeses se habían hecho fuertes en
la costa del extremo sur del continente, donde los colonos bóers
importaban esclavos de Madagascar y Mozambique. Éste estaba bajo
control portugués, mientras que la isla estaba dividida en
varios reinos que, aunque mantenían relaciones comerciales con
las potencias europeas, ninguna había llegado a instalarse de
forma permanente. La costa situada al norte de Mozambique era conocida
como Costa de Zanguebar. Los
portugueses habían perdido su control frente al imán de Omán. (La costa sur de la
península arábiga estaba dividida en imanatos que se
habían independizado del Imperio Otomano.) Los comerciantes
árabes compraban allí esclavos negros para servirlos en
el mercado musulmán. Cerca de Madagascar, los franceses
habían colonizado dos pequeñas islas, llamadas Mauricio y Bourbon, dedicadas principlamente a
la producción de café.
Rodeado de musulmanes y aislado de Europa, el reino cristiano de
Abisinia seguía existiendo y se extendía por las fuentes
del Nilo. Tras el contacto con los portugueses, el catolicismo
había sido prohibido. Su rey actual era Yassu II.
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