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LA EDAD CONTEMPORÁNEA
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Los historiadores han elegido el año de 1789 como fecha simbólica del paso de la Edad Moderna a la llamada Edad Contemporánea. Ciertamente, es una buena elección, pues 1789 fue el año en que George Washington fue investido como primer presidente de los Estados Unidos, la primera nación extensa que se dotó a sí misma de un gobierno democrático en sentido moderno, y cuyos políticos supieron estar a la altura de las circunstancias. Redactaron una constitución que, con pequeñas enmiendas, sigue estando vigente hoy en día, y todas las dificultades que conllevó la puesta en práctica de un proyecto tan novedoso y complejo fueron resueltas dialogadamente y respetando el marco legal.

Sin embargo, la realidad es que los historiadores que convinieron en fijar ese año como símbolo de la evolución que estaba experimentando la sociedad occidental, eran historiadores europeos, y ese año sucedió algo en Europa que ellos consideraban más importante: 1789 fue también el año en que estalló la Revolución Francesa. Es cierto que, si el acontecimiento que ha de marcar el cambio de era debe escogerse por su carácter representativo, entonces la Revolución Francesa es una elección mucho mejor, ya que la modélica organización política de los Estados Unidos iba a ser durante mucho tiempo una rara auis in terris, mientras que la Revolución Francesa presentó al mundo una serie de hechos deplorables que se iban a repetir una y otra vez en la historia europea de los siglos siguientes: palabras grandilocuentes tomadas como excusa para exterminar a quienes piensan de otro modo, seres mezquinos y sin apenas instrucción convertidos en responsables políticos, políticos que anteponen sus ambiciones o sus ideales fanáticos a la ética más elemental, constituciones que se violan y se sustituyen por otras según quién tiene el poder, parlamentos que se invalidan por la fuerza, golpes de estado, democracias que se corrompen hasta convertirse en dictaduras (y lo que es más sangrante aún: que la dictadura resulte preferible a lo que había antes). En Francia surgieron incluso idiotas de los que piensan que unos ideales patéticos justifican poner bombas que maten a inocentes, como si así fueran a cambiar el mundo. Todo eso, corregido y aumentado, lo ha vivido la Europa de la Edad Contemporánea, y aún quedan restos en nuestros días (todavía hay idiotas con ideales patéticos que ponen bombas). Por supuesto, el resto de continentes (excepto Norteamérica) han recibido con retraso la herencia europea, y hoy son muchos los países del mundo que mantienen vivo el legado de Robespierre, Napoleón o del periodo del Directorio.

Si en lugar de buscar hechos simbólicos nos contentamos con buscar fechas redondas, entonces el año de 1800 es una buena elección, pues, sin duda, la sociedad occidental del siglo XIX iba a ser muy distinta de la del siglo XVIII que acababa en dicho año.

A lo largo del siglo XVIII, la población mundial había pasado de 680 millones de habitantes a 954 millones. En términos relativos, Europa fue la zona que experimentó una mayor explosión demográfica. Pasó de 110 millones de habitantes a 180 millones (un 63% frente al crecimiento medio del 40%). Además, la longevidad media aumentó sensiblemente.

Los Estados Unidos prosperaban lentamente. Entre los dieciséis Estados se repartía una población de más de 5.300.000 habitantes. Con un mínimo retraso, los Estados Unidos se iban haciendo eco de los adelantos científicos y tecnológicos que se producían en Europa. Bajo la presidencia de Adams, los federalistas habían abusado del poder legislativo de forma partidista, hasta el punto de que los republicanos demócratas hablaban de tiranía, pero el sistema democrático funcionó correctamente y Adams fue uno de los pocos presidentes estadounidenses que no fue reelegido. La llegada al poder de los republicanos demócratas corregiría la situación.

Sudamérica estaba bajo el firme control de España y Portugal (con algunas intrusiones menores de otras potencias), pero la Revolución Americana y la Revolución Francesa habían impactado a la elites criollas, es decir, en la minoría blanca nativa que se veía relegada a un segundo plano por las autoridades enviadas desde la metrópoli. Las traducciones de escritos norteamericanos se multiplicaban y los periódicos, panfletos y clubes políticos se extendían por las principales ciudades sudamericanas a pesar de la censura y la represión por parte de las autoridades.

Muy diferente era el caso de Canadá. Gran Bretaña había aprendido de sus errores y había sabido mantener satisfechos a los habitantes de lo que le quedaba de sus colonias norteamericanas.

Francia, con 28 millones de habitantes, era uno de los países más poblados de Europa, aunque en él la natalidad había disminuido. Las parejas francesas habían aprendido diversas formas de reducir el número de hijos. La situación económica del país todavía era precaria, como consecuencia del calamitoso estado de cuentas del "antiguo régimen" agravado por el caos revolucionario. Uno de los problemas más graves era la devaluación del papel moneda. Los primeros gobiernos revolucionarios habían emitido unos valores mobiliarios llamados "asignados" respaldados por los bienes confiscados a la Iglesia, pero en el "año I" se pasó de 400 millones de asignados a 4.000 millones, en el año V circulaban 14.000 millones y al año siguiente se hizo una emisión de 30 millones de asignados, cuyo valor ya era prácticamente nulo. Después fueron sustituidos por unos "mandatos territoriales" que se devaluaron aún más rápidamente. Bonaparte estaba dedicando grandes esfuerzos a realizar todas las reformas necesarias, tanto en economía, como en la administración, en la justicia, en la educación, etc., pero, de momento, la guerra consumía la mayor parte de los recursos del Estado. Parece ser que Bonaparte pretendía reconstruir el imperio colonial francés. Su expedición a Egipto pretendía ser un primer paso para arrebatarle la India a Gran Bretaña y, tras el fracaso de la aventura, se interesó por el proyecto de recuperar Luisiana.

Sin embargo, Gran Bretaña no estaba dispuesta a dejar que Francia le aventajara en materia colonial e iba a destinar todos los recursos necesarios para contener la expansión francesa. Tras la derrota del sultán Tipu Sahib, todo el sur de la India quedó bajo control británico, y los proyectos de expansión hacia el norte no se hicieron esperar. Por su parte, Francia se había ganado un gran prestigio e influencia en la Cochinchina. Los apetecibles mercados de China y Japón permanecían cerrados, por la vocación autárquica de ambos países. La principal arma británica era su poderío naval, basado en gran parte en una rígida disciplina que cada vez estaba dando lugar a más amotinamientos en los barcos de la Royal Navy.

Inglaterra contaba a la sazón con 8.3 millones de habitantes, Escocia con 1.63, Gales con 0.6 e Irlanda con 5.22, lo que hace un total de 15.7 millones de británicos. Al contrario que en Francia, en Gran Bretaña estaba garantizada la libertad de comercio y de circulación de bienes, el sistema bancario era sólido y todo ello dio lugar a un gran desarrollo económico. La empresa Lloyd's of London es la compañía de seguros más antigua del mundo y ya contaba entonces con más de un siglo de vida. Su principal actividad a la sazón era asegurar los barcos dedicados al tráfico de esclavos.

Si Francia estaba a la cabeza del progreso científico, Gran Bretaña era la pionera del progreso tecnológico. Poseía 300 kilómetros de vías férreas por las que se transportaban más fácilmente carros tirados por caballos. Existían compañías privadas encargadas de velar por la conservación de las carreteras y que cobraban peajes. También contaba con una densa red de canales que unían los puertos con los principales centros urbanos. La máquina de vapor de Watt se usaba en la industria cervecera, en la minería, en la metalurgia, en las fábricas de harinas y en las hilaturas, donde se usaba para mover telares mecánicos. Todas estas técnicas se estaban implantando también en los Estados Unidos. (Sin embargo, ese mismo año, un empresario de Lyon llamado Joseph Marie Jacquard inventó un nuevo modelo de telar que, gracias a un sistema de cartones perforados, permitía que un solo operario reprodujera motivos de gran complejidad.) El algodón sustituyó a la lana, y la producción no dejaba de aumentar. Gran Bretaña vestía a los soldados franceses.

El alma de la política británica era el primer ministro William Pitt. El rey Jorge III no hacía sino incordiar moderadamente. Por ejemplo, Pitt se había esforzado por resolver el problema irlandés y en su programa figuraba eliminar ciertas discriminaciones legales hacia los católicos, pero el monarca se opuso de lleno porque consideraba que ello atentaba contra el juramento que prestaban los reyes británicos en su coronación, por el que se comprometían a mantener el protestantismo. En sus propias palabras:

¿Dónde está el poder en la Tierra que pueda absolverme de la observancia de cada oración de aquel juramento, particularmente en el que me está requiriendo mantener la reformada religión protestante? ... No, no, prefiriría pedir mi pan de puerta en puerta a través de Europa antes que consentir cualquier medida a favor de los católicos. Puedo renunciar a mi corona y retirarme del poder, puedo abandonar mi palacio y vivir en una cabaña, puedo poner mi cabeza en el patíbulo y perder la vida, pero no puedo romper mi juramento.

Por esta época, el rey sufrió un nuevo ataque de locura, pero se recuperó rápidamente. El sistema parlamentario británico, aunque con muchas más imperfecciones e injusticias que el estadounidense, funcionaba razonablemente bien, y constituía un estadio intermedio entre el gobierno democrático estadounidense y los gobiernos absolutistas del "antiguo régimen".

El médico Jenner se estableció en Londres y empezó a vacunar sistemáticamente a la población contra la viruela, a razón de 300 personas por día.

The Times tenía una tirada de 4.800 ejemplares, y había reducido a la nada a su principal competidor, el Morning Post, cuya tirada era de 200 ejemplares. El gobierno empezó a ver una amenaza en la prensa, pero no logró contener su difusión. Se decía que Thomas Blanes, uno de los redactores-jefe de The Times, era el hombre más poderoso de Gran Bretaña.

No obstante, en Francia también se hacían algunos progresos técnicos: el año anterior, un francés llamado Philippe Lebon había patentado una lámpara de gas, aunque no era muy eficiente, pues el gas que empleaba contenía metano y monóxido de carbono, y producía mal olor en la combustión. Pese a ello, se hizo popular construyendo pequeños sistemas de iluminación doméstica.

Un ingeniero estadounidense llamado Robert Fulton se encontraba a la sazón en París, donde a instancias de Bonaparte experimentó con un barco submarino al que llamó Nautilus, propulsado por una hélice. También probó un barco de vapor que intentó navegar por el Sena, pero se hundió.

El Sacro Imperio Romano Germánico se había polarizado: al poder de Austria, cuyo archiduque conservaba el título imperial casi como hereditario (aunque en teoría fuera electivo) y que contaba con un vasto patrimonio hereditario que incluía los reinos de Bohemia y Hungría, se le había opuesto el reino de Prusia, convertido en una gran potencia militar. El rey actual, Federico Guillermo III, no era un político especialmente brillante, pero no le faltaba tenacidad. De momento, optaba por mantener a Prusia neutral en el duelo que Gran Bretaña y Austria mantenían contra Francia. En cuanto al emperador Francisco II, Bonaparte dijo de él:

Éste es un hombre bueno y religioso, que con un buen sentido, no hará jamás nada por sí mismo, y a quien Metternich, o cualquier otro, dirige a su modo. No ha manifestado energía sino para perderse moralmente a los ojos de los pueblos. Su gobierno será malo mientras tenga ministros malos, porque se entrega enteramente a ellos, y no se ocupa sino de la botánica y de la jardinería. Su hijo ha de parecérsele.

Austria y Prusia dominaban la política de Europa Oriental juntamente con Rusia, que gracias a las figuras de Pedro I y Catalina II había logrado salir parcialmente del atraso en que estaba sumergido su país hasta ocupar un lugar decisivo en la política europea. Por el este, Rusia se había extendido hasta dominar Siberia y, más allá, incluso Alaska y buena parte de la costa occidental norteamericana. En esta expansión los cosacos desempeñaron un papel destacado. Las autoridades cosacas habían sido asimiladas a la nobleza rusa, y las clases inferiores formaban un campesinado libre privilegiado, bien dotado de tierras y que servía en el ejército en regimientos separados, con sus propias técnicas militares y un orgullo de casta que Rusia sabía halagar. Pero lo más delicado había sido tomar posiciones en Europa. La "occidentalización" de Rusia era en gran parte superficial, pues sólo afectaba a las altas esferas de la sociedad. Las capas inferiores estaban sometidas a un vasallaje feudal ya prácticamente extinguido en Occidente. El zar actual, Pablo I, trataba de invertir esta tendencia de asimilación de la cultura occidental, y llegó a mandar al exilio a algunas personas simplemente por vestir según el estilo francés o leer libros franceses. También es verdad que la Revolución Francesa había provocado una reacción anti-francesa en Rusia como en las restantes potencias europeas. Sin embargo, tras haber sido vapuleado varias veces por los ejércitos franceses, Pablo I decidió cambiar de rumbo, mantenerse neutral en la guerra contra Francia y enfrentarse a Gran Bretaña por el dominio del Báltico, una guerra en la que veía más posibilidades de éxito.

La mayor muestra del poderío Austríaco-Prusiano-Ruso en Europa Oriental fueron las sucesivas particiones de Polonia que terminaron con la disolución completa del reino. Muchos patriotas polacos se unieron al ejército francés para luchar contra quienes habían destruido su país. En general, las teorías jacobinas radicales que en Francia daban ya escalofríos se hicieron populares en las pequeñas potencias europeas: los Países Bajos, Suiza, los estados italianos, etc., y ello permitió a Francia sembrar Europa de "Repúblicas Hermanas", tanto más contentas del apoyo francés cuanto más lejos estaban de Francia. Independientemente de su mayor o menor longevidad, las "Repúblicas Hermanas" contribuyeron a eliminar los restos de las antiguas estructuras feudales que aún pervivían en los países pequeños.

España fue uno de los países más convulsionados internamente (es decir, sin necesidad de la ayuda de los ejércitos franceses) a causa de la Revolución Francesa. Antes de que estallara, la ilustración se iba abriendo camino poco a poco (demasiado poco a poco) en la sociedad española; cuando estalló, el primer ministro Floridablanca se esforzó por evitar por cualquier medio que las ideas revolucionarias penetraran en España, después los ilustrados españoles volvieron a ganar terreno convenciendo al rey Carlos IV de la viabilidad del "despotismo ilustrado", es decir, de llevar adelante a través de la autoridad absoluta del monarca las reformas que los revolucionarios franceses trataban de lograr violentamente (la desamortización de los bienes eclesiásticos, una reforma agraria que permitiera aprovechar terrenos de cultivo descuidados por sus dueños, una reforma educativa, etc.), y esto condujo a un acercamiento cauteloso a Francia propiciado por Godoy y, más recientemente, por Urquijo.

Los países nórdicos, Suecia y Dinamarca, tenían tendencias opuestas respecto a la Revolución Francesa. El rey Gustavo IV Adolfo de Suecia, a sus veintidós años, creía en el derecho divino de los reyes y tenía a Bonaparte por un monstruo; En Dinamarca reinaba nominalmente el rey Cristián VII, pero el gobierno lo ejercía su hijo y heredero el príncipe Federico, quien había promovido diversas reformas liberales (libertad de prensa, concesión de derechos civiles a los judíos, abolición de la esclavitud, derogación de la ley feudal que ligaba los campesinos a las tierras, etc.) Federico simpatizaba con la Revolución Francesa, pero tanto Dinamarca como Suecia habían optado hasta el momento por una neutralidad pasiva en el conflicto europeo, mientras que recientemente habían aceptado la oferta rusa de constituir una liga de neutralidad armada para evitar los abusos británicos en el Báltico.

El Imperio Otomano continuaba su lenta decadencia. El sultán Selim III habría tratado de impulsar ciertas reformas administrativas y militares que chocaron con la oposición ultraconservadora de los jenízaros. Las derrotas ante Rusia le habían prevenido de intentar nuevas aventuras militares, pero el sultán se encontró con la invasión de Egipto por los ejércitos franceses, en la que se puso de manifiesto que los ejércitos otomanos eran juguetes inofensivos ante los ejércitos occidentales. Si los franceses estaban teniendo problemas en Egipto, ello era debido únicamente a la intervención británica y en ningún caso a la resistencia nativa.

Desde la muerte del gran mogol Aurangzeb, el sultanato de Delhi había perdido su influencia en la India y surgieron varios estados independientes. La principal potencia era el Imperio Maratta, aunque ahora era más bien la confederación Maratta, ya que el poder central había ido debilitándose desde que el recién nacido Madhavrao II fue reconocido como peshwa. El peshwa actual, Baji Rao II, era más bien incompetente, y ese año murió Nana Fadnavis, que había sido el principal dirigente durante la minoría de edad de Madhavrao II y desde entonces había mantenido su influencia sobre todos los señores marattas. Tras su muerte, la cohesión entre las distintas regiones del imperio se resintió y la autoridad del peshwa fue cada vez más cuestionada. La presencia británica era cada vez más desestabilizadora. Los británicos dominaban un extenso territorio en el golfo de Bengala, la isla de Ceilán y también tenían asentamientos en Bombay, en la costa occidental de la península. Afganistán, bajo el reinado de Zaman Sah, atravesaba también un periodo de inestabilidad política, con luchas intestinas por el poder.

Al este de Bengala se encontraba el reino de Birmania. Durante los siglos anteriores había estado dividido en varios reinos, pero desde mediados de siglo, una nueva dinastía iniciada por el rey Alaungpaya había iniciado un proceso de unificación por la fuerza. El monarca actual era Bodawpaya, el cuarto hijo de Alaungpaya, un enviado de Buda para conquistar el mundo que había accedido al trono derrocando a su sobrino-nieto. Quince años atrás había invadido el reino de Arakan. Para pacificar la zona deportó a unos 20.000 de sus habitantes como esclavos. Poco después había invadido Siam con nueve ejércitos, aunque su campaña no tuvo éxito. Tras una insurrección en Arakan persiguió insurrectos por la frontera de Bengala, creando tensiones con los británicos. Siam estaba gobernado por el rey Rama I, que había consolidado a su país como potencia militar al rechazar a los birmanos e imponer su tutela sobre Camboya. Mientras tanto Vietnam se hallaba inmerso en una guerra civil.

En Arabia prosperaba el fundamentalismo islámico de los Wahhabíes. Aunque Abd al-Wahhab había muerto ocho años atrás, Abd al-Aziz, el hijo de Muhammad ibn Saúd, conducía con mano maestra la guerra santa que aquél había declarado. Dominaba ya la mayor parte de Arabia y amenazaba tanto La Meca como la frontera persa.

De entro los sultanatos árabes establecidos alrededor del mar Rojo, estaba prosperando especialmente el sultanato Geledí, situado en Somalia, en el cuerno de África. Dos años atrás había subido al trono el sultán Yúsuf Mahamud Ibrahim, bajo cuyo mandato se revitalizó el tráfico de marfil.

En Persia se estaba consolidando la nueva dinastía Kayar en la figura del sha Fath Alí Sha Kayar. Había establecido una rígida etiqueta que incluía numerosos tesoros distintivos de la autoridad real: tronos, coronas, joyas, etc. También es famoso por el harén que estaba montándose, que llegó a contar con más de 150 mujeres.

El shogun Tokugawa Ienari lo seguía de lejos: llegó a tener unas 40 concubinas. Durante su reinado Japón pasó por un periodo de estabilidad política y buenas cosechas.

Durante el último siglo, China había experimentado una explosión demográfica más espectacular que la europea, pues su población se había duplicado: había pasado de contar con 150 millones de habitantes a 300 millones. Las teorías malthusianas parecían corroborarse en China, donde las tierras, explotadas en exceso, estaban perdiendo su fertilidad. La administración estaba aquejada por una importante corrupción y, a las revueltas que tradicionalmente tenía que hacer frente el gobierno chino se unió una especialmente grave, por la organización que llevaba tras de sí: la de la secta budista del Loto Blanco, que ya en su día había contribuido a derrocar a los mongoles y que ahora enviaba grupos paramilitares a enfrentarse a las tropas imperiales. Actuaban con técnicas de guerrilla, y organizaron la falsificación de las cuentas de los recaudadores de impuestos. El gobierno tuvo que levantar fortalezas y realizar campañas de descrédito que privaran al Loto Blanco del apoyo del campesinado.

El norte de África hasta Túnez era vasalla del Imperio Otomano, aunque su autonomía era notable. Sólo el reino de Marruecos era oficialmente independiente. El rey Sulaymán había suspendido todo el comercio con Europa a causa de sus querellas con España y Portugal y firmó un tratado comercial con los Estados Unidos. Fue el primer país africano en acoger una embajada estadounidense.

El África subsahariana permanecía prácticamente inexplorada. A lo largo del siglo XVIII se habían formado algunos reinos nuevos, algunos de los cuales surgieron cuando algunos pueblos africanos se organizaron para formar redes de trata de esclavos que vendían a los europeos. Es el caso de la confederación de Aro o el Imperio Bamana. El Imperio Kong, que llegó a alcanzar una gran extensión lo formó el pueblo Senufo que huía de una persecución religiosa por parte de los Mandinga, del norte. El Congo, Angola y Mozambique eran colonias portuguesas, si bien el primero mantenía su propio rey, Enrique I. Senegal había quedado bajo dominio francés tras el tratado de Versalles. Madagascar había sido a principios de siglo un refugio de piratas. Después se organizó en varios reinos. El sultanato de Omán, en Arabia, gobernado por Sultan bin Ahmad, había creado un imperio que se extendía desde la orilla opuesta del golfo Pérsico y descendía por la costa oriental de África, hasta Mozambique.

En materia científica, Europa se había situado a años luz de cualquier otra cultura. Los físicos dominaban ya las leyes de la dinámica clásica junto con la ley de gravitación universal y todo el aparato matemático que éstas requieren. Las aplicaciones a la astronomía eran sorprendentes. William Herschel demostró que el Sol no está fijo en el espacio, sino que se mueve respecto de las demás estrellas hacia un punto de la esfera celeste al que denominó apex, y que se encuentra en la constelación de Hércules. Más aún, logró establecer un modelo clásico lenticular sobre la forma de la Vía Láctea, en el que estableció la posición del Sol. Ese mismo año descubrió los rayos infrarrojos utilizando un prisma para descomponer la luz solar y situando un termómetro por debajo de la zona correspondiente a la luz roja. Demostró así la existencia de "luz invisible".

Los estudios sobre electricidad se encontraban todavía en estado embrionario, pero ya eran prometedores. Coulomb seguía estudiando y publicando trabajos sobre la electricidad y el magnetismo. Alesandro Volta comunicó a la Royal Society de Londres su último invento: una pila electrica capaz de generar electricidad de forma mucho más uniforme que los generadores electrostáticos, el único medio conocido hasta el momento. Esto facilitó enormemente el estudio de las corrientes eléctricas.

Un naturalista francés llamado Jean-Baptiste Pierre Antoine de Monet, caballero de Lamark, presentó un trabajo al Museo Nacional de Historia Natural en el que esbozaba sus ideas según las cuales las especies animales habían evolucionado unas a partir de otras, las más complejas a partir de las más simples.

Lagrange publicó sus Leçons sur le calcul des fonctions, pero la figura más prometedora en el campo de las matemáticas era a la sazón un joven alemán de veintitrés años llamado Carl Friedrich Gauss. Durante su época de estudiante había descubierto por sí mismo el teorema del binomio de Newton, la ley de Bode-Titius y la llamada ley de reciprocidad cuadrática, un sutil resultado de la teoría de números del que no se conocía todavía ninguna demostración. Dos años atrás había obtenido un método para construir con regla y compás el polígono regular de 17 lados, el mayor avance en esta línea desde la época de los antiguos griegos. El año anterior había obtenido el doctorado en matemáticas con una demostración del teorema fundamental del álgebra, es decir, con la demostración de que toda ecuación polinómica tiene al menos una solución si admitimos como tales a los números complejos o imaginarios. Gauss había nacido en el ducado de Brunswick, y el duque le había concedido una renta que le permitía dedicarse a la investigación sin necesidad de buscar empleo alguno.

Alemania tuvo el dudoso honor de estar a la vanguardia del pensamiento filosófico. Tras una discusión con un discípulo sobre el ateísmo, Fichte tuvo que dimitir de su cátedra en Jena y se trasladó a Berlín, donde tuvo que vivir de dar clases particulares. Su cátedra fue ocupada por Friedrich Schelling, un teólogo de veintitrés años que, tras una serie de "investigaciones" sobre el Génesis y el origen del mal, había publicado cinco años atrás un ensayo titulado Del Yo como principio de la filosofía o lo incondicionado del saber humano, bajo la influencia de Kant y de Fichte, y que ahora publicaba su Sistema del idealismo trascendental, en el que discrepaba de Fichte. Esencialmente, Kant había cometido tres errores en su planteamiento de su Crítica de la razón pura:

  1. Usó —con su mejor intención— un lenguaje excesivamente abstruso, que hizo pensar a muchos que "buena filosofía" es sinónimo de "no se entiende nada", cuando la conjunción en Kant de ambas características es meramente accidental.
  2. En aquellos puntos en los que sus planteamientos sensatos no le permitían llegar hasta donde quería llegar, se las arregló para llegar de todos modos, con "demostraciones" que dejan mucho que desear, pero que impresionaban a los mismos aludidos en el punto anterior, hasta el punto de que llegaron a considerar que esas "demostraciones" forzadas eran lo mejor de la filosofía kantiana, cuando eran en realidad la paja que hay que separar del grano.
  3. Presentó su obra como un estudio preliminar que debía ser desarrollado sistemáticamente con posterioridad, lo que dio alas a muchos jóvenes, tan ambiciosos como mal preparados, para emprender la gloriosa tarea de llevar la filosofía kantiana hasta la más alta perfección.

El resultado fue que los presuntos continuadores de la obra de Kant tomaron todos sus defectos y no fueron capaces de sostener ninguna de sus virtudes. Así, Schelling empezó considerando a Fichte como el campeón en la lucha contra la corrupción del espíritu crítico kantiano frente al dogmatismo, luego consideró que el camino seguido por Fichte no era el correcto y asumió él mismo el papel de llevar la filosofía de Kant a la perfección. Sin embargo, lo que hizo realmente fue coger el bagaje escolástico que había absorbido en sus estudios de teología y aplicarlo a los esquemas kantianos, obteniendo así un monstruo al que él llamaba "filosofía crítica", pero que no era sino un retroceso a los tiempos en que filosofar era hablar de no se sabe qué en términos aparentemente lógicos y razonados, pero que sólo presentan esta apariencia en una delgada capa superficial, bajo la cual todo es imprecisión y arbitrariedad. Sirva como muestra un fragmento del Capítulo II del Sistema del idealismo trascendental:

La prueba general del idealismo trascendental es realizada sólo a partir del principio deducido anteriormente: mediante el acto de la autoconciencia el Yo llega a ser objeto para sí mismo. En esta proposición se puede descubrir a su vez otras dos:
1) El Yo sólo es objeto para sí mismo y, por tanto, para nada exterior. Si se pone una influencia sobre el Yo desde fuera, el Yo debería ser objeto para algo exterior. Pero el Yo no es nada para todo lo exterior. En el Yo en cuanto Yo, por ende, no puede influir nada exterior.
2) El Yo se hace objeto, luego no lo es originalmente. Detengámonos en esta proposición para continuar deduciendo a partir de ella.
a) Si el Yo no es originariamente objeto, entonces es lo contrapuesto al objeto. Ahora bien, todo lo objetivo es algo en reposo, fijo, que no es capaz él mismo de ninguna acción, sino sólo de ser objeto del actuar. Así pues, el Yo es originariamente sólo actividad. Más aún, en el concepto de objeto se piensa el concepto de algo limitado o acotado. Todo lo objetivo se hace finito precisamente porque se hace objeto. Por tanto, el Yo es originariamente (más allá de la objetividad, que es introducida por la autoconciencia) infinito —luego actividad infinita.
b) Si el Yo es originariamente actividad infinita, entonces también es fundamento —y compendio de toda la realidad.— En efecto, si hubiera un fundamento de la realidad fuera de él, su actividad infinita estaría originariamente restringida.
c) Que esta actividad originariamente infinita (este compendio de toda la realidad) llegue a ser objeto para sí misma y, por tanto, finita y determinada, es condición de la autoconciencia. La cuestión es cómo puede ser pensada esta condición. El Yo es originariamente puro producir que se dirige hacia el infinito, sólo en virtud del cual nunca llegaría al producto. El Yo, pues, a fin de surgir para sí mismo (y no ser sólo productor sino a la vez producido, como en la autoconciencia) ha de poner límites a su producir.
d) Pero el Yo no puede limitar su producir sin contraponerse algo. [...]

El lector que no entienda nada no debe caer en la falacia de asumir que ello se debe a que no sabe suficiente filosofía, y que hay que estudiar mucho para entender algo tan profundo. Una frase como "El Yo es originariamente puro producir que se dirige al infinito, solo en virtud del cual nunca llegaría al producto" no encierra ninguna verdad profunda, sino que no es más que una triste adaptación de una frase análoga que bien podría hablar sobre Dios en lugar de sobre el Yo (en el contexto de un absurdo razonamiento teológico) a un contexto muy diferente. Si la totalidad del fragmento anterior tiene algún sentido es por lo que queda de la filosofía kantiana cuando se eliminan frases absurdas como ésa y, en general, todos los "razonamientos". La consecuencia obligada fue que, a partir de este momento, la filosofía dejó de merecer la atención de los hombres de ciencia, que consideraron, con razón, que la filosofía es a la ciencia lo que la astrología es a la astronomía.

De hecho, a raíz de una reseña anónima que invitaba a Kant a pronunciarse sobre la filosofía de Fichte, el propio Kant había publicado el año anterior una breve nota con el título de "Declaración en relación a la Doctrina de la Ciencia de Fichte", en la que desautoriza por completo que pueda considerarse acorde con su propia filosofía:

...declaro aquí que considero a la Doctrina de la Ciencia de Fichte un sistema completamente insostenible. [...] No obstante, estoy tan poco dispuesto a tomar parte de aquello que según los principios de Fichte corresponde a la metafísica, que en una respuesta escrita le aconsejé cultivar su buen don de exposición tal como provechosamente se aplica a la Crítica de la Razón Pura, en vez de a sutilezas infructuosas. Sin embargo, fui eludido cortésmente con la declaración de que él no va a perder lo escolástico de vista. [...] Debido a que el reseñante sostiene finalmente que, según su consideración, aquello que la Crítica enseña sobre la sensibilidad no está para ser tomado al pie de la letra, y que, dado que la letra kantiana mata al espíritu tanto como la aristotélica, quien quiera entender la Crítica debe adoptar antes que nada el debido punto de vista (de Beck o de Fichte), declaro una vez más que, ciertamente, la Crítica ha de ser entendida al pie de la letra, y sólo ha de ser considerada desde el punto de vista del entendimiento común que esté lo suficientemente cultivado para semejantes investigaciones abstractas. [...]

Si la filosofía estaba abandonando la racionalidad por pura incompetencia, el arte empezaba a abandonarla por hastío. Al racionalismo del siglo XVIII que, en su vertiente artística, había cristalizado en el neoclasicismo, le estaba surgiendo la respuesta del romanticismo, que daba prioridad al sentimiento frente a la razón, a la originalidad frente a la imitación clásica, a la ausencia de normas prefijadas, a la independencia del artista, etc. (Una prueba más de la decadencia de la filosofía es que, aunque a nadie se le ocurriría hablar de "romanticismo científico", sí que se habla de "romanticismo filosófico", cuyas figuras destacadas son precisamente Fichte y Schelling.)

El romanticismo se manifestó primeramente en la literatura. Empezaron a ponerse de moda las novelas "románticas" en el setido moderno de la palabra, es decir, íntimas, sentimentales, pero que en sentido amplio incluyen también las que presentan historias fantásticas, o de terror, que aceptaban como reales supersticiones y mitos, de los que tanto se habían burlado los ilustrados, o que ensalzaban la Edad Media y sus caballeros, etc. Los primeros antecedentes del romanticismo se encuentran de forma simultánea en Gran Bretaña y Alemania. Aunque Gran Bretaña cuenta con una amplia tradición prerromantica, se considera que la primera obra propiamente romántica de la literatura británica son las Baladas líricas que habían publicado conjuntamente dos años atrás William Wordsworth y Samuel Coleridge. Son poemas sencillos que reflejan el misterio y la emoción de la naturaleza. En Alemania, Goethe es considerado uno de los mayores exponentes del romanticismo, mientras que Schiller es más bien neoclásico. Ese año, Schiller publicó su poema La canción de la campana, en el que había trabajado durante once años. La fundición de una campana le sirve de metáfora para las distintas etapas de la vida humana y de la sociedad. También cabe destacar a Georg Friedrich Philipp Freiherr von Hardenberg, más conocido como Novalis, que a sus veintiocho años había publicado unos Himnos a la noche y unos Fragmentos, que eran comentarios breves sobre filosofía, estética y literatura, pero que tenía inéditas una Novela de aprendizaje, el ensayo La Crisitiandad o Europa, en el que se lamenta de la pérdida de la unidad de la Europa cristiana medieval, y unos Cánticos espirituales.

En las artes plásticas, el neoclasicismo estaba mucho más arraigado, sobre todo por el academicismo, es decir, por el poder que ejercían las academias para juzgar las obras de arte en función de unos esquemas fijos predeterminados. Jacques-Louis David era academicista, pero sus discípulos evolucionaron pronto hacia el romanticismo. Ese año, David pintó cinco versiones muy similares de un mismo tema: El primer cónsul cruzando los Alpes, en el que se representa a Bonaparte montando a un hermoso caballo con los cascos delanteros levantados. La primera versión fue un encargo del rey Carlos IV de España, las tres siguientes las encargó el propio Bonaparte con fines propagandísticos y la última la pintó David para sí mismo. Eso sí, Bonaparte se negó a posar. Se conserva este diálogo:

— ¿Posar? ¿Para qué? ¿Creéis que los grandes hombres de la Antigüedad cuyas imágenes poseemos habían posado?
— Pero, ciudadano primer cónsul, yo os pinto para vuestro siglo, para los hombres que os han visto, que os conocen. Ellos querrán encontraros parecido.
— ¿Parecido? No es la exactitud de los trazos o un pequeño lunar en la nariz lo que determina el parecido. Es el carácter de la fisonomía el que determina lo que hay que pintar. [...] Nadie se preocupa de si los retratos de los grandes hombres se les parecen. Basta con que su genio viva en ellos.

En España también estaba muy arraigado el academicismo, pero Francisco de Goya fue desde joven contestatario y romántico. Ese año pintó uno de sus cuadros más famosos: La familia de Carlos IV. Poco antes había pintado La maja desnuda, un retrato de una mujer desconocida de la que se ha especulado si sería la duquesa de Alba. El retrato formaba parte de la colección privada de Godoy, por lo que también existe la conjetura de que se tratara de su amante, Pepita Tudó.

La música evolucionaba más lentamente y el clasicismo aún era dominante. En París murió el compositor Niccolò Piccini y Cherubini estrenó su ópera Les deux journées, pero lo más selecto de la música europea estaba en Viena. Allí coincidían el anciano Joseph Haydn, con sesenta y ocho años, el padre del clasicismo, y la joven promesa, Ludwig van Beethoven, con treinta años, quizá el único compositor que de vez en cuando mostraba una vena romántica, aunque ponía todo su empeño en respetar las formas clásicas. Las obras que estrenó ese año eran completamente clásicas: el septeto Op. 20 y su Primera sinfonía, ambas compuestas el año anterior, y que se interpretaron junto con obras de Haydn y Mozart. Mientras tanto componía su Tercer concierto para piano, también de corte clásico, aunque, como en muchas de sus composiciones para piano, se aprecia ya en él una sensibilidad romántica que hace parecer fríos a Haydn y a Mozart. Sin embargo, la obra más "moderna" en la que trabajaba a la sazón era un ballet: Las criaturas de Prometeo, en el que encontramos melodías un tanto alejadas de los patrones clásicos y presentadas con un colorido orquestal innovador.

El consulado
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