A la Persona que se Sienta en la Oscuridad

Por Mark Twain

Extender las Bendiciones de la Civilización a nuestro Hermano que se Sienta en la Oscuridad ha sido un buen negocio bien remunerado en su conjunto, y todavía da dinero a quienes lo emprenden con dedicación, pero no el suficiente, a mi juicio, para compensar cualquier riesgo. Las Personas que se Sientan en la Oscuridad son ya demasiado escasas. Demasiado escasas y demasiado tímidas. Y la oscuridad que queda ahora es de poca calidad, y no es suficientemente oscura para el juego. A la mayor parte de esas Personas que se Sientan en la Oscuridad se les ha proporcionado más luz de la que es conveniente para ellos o rentable para nosotros. Hemos sido poco juiciosos.

El negocio de las Bendiciones de la Civilización, sabia y prudentemente administrado, es una mina. Hay en él más dinero, más territorio, más soberanía y otras clases de emolumentos que en cualquier otro juego al uso. Pero la Cristiandad ha estado jugando mal en los últimos años, y sin duda va a pagarlo caro, en mi opinión. Se ha mostrado tan ansiosa de reclamar cada baza que aparecía sobre el tapete que las Personas que se Sientan en la Oscuridad se han dado cuenta. Se han dado cuenta y han empezado a alarmarse. Han empezado a desconfiar de las Bendiciones de la Civilización. Más aún, han empezado a analizarlas. Eso no está bien. Las Bendiciones de la Civilización están bien como están, y son una buena mercancía. No podría haber otra mejor, ... bajo una luz tenue. Bajo la luz adecuada y a una distancia adecuada, con sus productos algo desenfocados, presenta este deseable escaparate a los Caballeros que se Sientan en la Oscuridad:

AMOR,   JUSTICIA,   GENTILEZA,   CRISTIANDAD,   PROTECCIÓN HACIA EL DÉBIL,   TEMPLANZA,
LEY Y ORDEN,   LIBERTAD,   IGUALDAD,   TRATO HONORABLE,   MISERICORDIA,   EDUCACIÓN,

etcétera.

Entonces, ¿es buena? Señor, es una golosina. Atraería a cualquier idiota que se sienta en la oscuridad en cualquier parte. Pero no si la adulteramos. Conviene destacar este punto. La etiqueta es estrictamente para la exportación. En privado, confidencialmente, no es nada de eso. En privado, confidencialmente, es meramente un envoltorio, alegre, bonito y atractivo, que muestra las características especiales de nuestra civilización que reservamos para nuestro consumo interno, mientras que dentro del paquete va lo que el Cliente Sentado en la Oscuridad compra realmente con su sangre, con sus lágrimas, su tierra y su libertad. El contenido real es, ciertamente, civilización, pero ésa es sólo para la exportación. ¿Hay diferencia entre las dos? En algunos detalles, sí.

Todos sabemos que el negocio está yendo a la ruina. La razón no es difícil de comprender. Es porque nuestro señor Mckinley, y el señor Chamberlain, y el Kaiser, y el Zar, y los franceses, han estado exportando el contenido real sin el envoltorio. Eso es malo para el juego, y pone de manifiesto que esos nuevos jugadores no están suficientemente familiarizados con él.

Es angustioso observar y darse cuenta de las jugadas erróneas, tan inadecuadas e inoportunas. El señor Chamberlain fabrica una guerra a partir de materiales tan inapropiados y tan sofisticados que hacen que los palcos se lamenten y la platea se ría, e intenta a duras penas de persuadirse a sí mismo de que no se trata meramente de una aventura privada por dinero, sino que tiene alguna clase de tenue, vaga respetabilidad en alguna parte, como si pudiera encontrar la mancha y, poco a poco, limpiar la bandera una vez que ha terminado de arrastrarla por el fango, y hacerla brillar y relucir en la bóveda celeste una vez más, como había brillado y relucido durante mil años ante el respeto del mundo hasta que puso su mano indigna sobre ella. Es una mala jugada, pues muestra el contenido real a Los que se Sientan en la Oscuridad, que dicen: "¿Qué? ¿Cristianos contra cristianos? ¿Y sólo por dinero? ¿Es esto un ejemplo de magnanimidad, tolerancia, amor, gentileza, misericordia, protección hacia el débil?, ¿este extraño y ostentoso ataque de un elefante a una madriguera de ratones de campo, bajo el pretexto de que los ratones habían proferido una insolencia contra él, conducta que ningún gobierno que se precie podría dejar pasar sin venganza? [como dijo el señor Chamberlain]. ¿Era una buena excusa en un incidente pequeño cuando no lo había sido en otro mayor? [pues recientemente Rusia se ha enfrentado al elefante tres veces y ha salido ilesa]. ¿Es esto civilización y progreso? ¿Es algo mejor que lo que ya tenemos? ¿Son estos hostigamientos, incendios y devastaciones en el Transvaal una mejora de nuestra oscuridad? ¿Es posible que haya dos clases de civilización, una para consumo interno y otra para vendérsela a los bárbaros?"

Así, Los que se Sientan en la Oscuridad se quedan perplejos, niegan con sus cabezas y leen este extracto de una carta de un soldado británico que relata sus correrías en una de las victorias de Methuen, unos días antes del asunto de Magersfontein, y se quedan aún más perplejos:

Caímos sobre la colina y las trincheeras, y los bóers vieron que ya eran nuestros, así que arrojaron sus armas, se pusieron de rodillas, levantaron las manos juntas y suplicaron piedad, y se la dimos... con la cuchara larga.

La cuchara larga es la bayoneta. Véase el Lloyd's Weekly (Londres), de esos días. El mismo número —y la misma columna— contiene una sátira involuntaria en forma de impactantes y agrias censuras hacia los bóers ¡por sus brutalidades e inhumanidades!

Después, para grave perjuicio nuestro, el Kaiser se puso a jugar el juego sin dominarlo. Perdió un par de misioneros en una revuelta en Shantung y, haciendo cuentas, exigió un precio excesivo por ellos. China tenía que pagar por cada uno cien mil dólares en metálico, doce millas de territorio que contenían varios millones de habitantes y propiedades valoradas en veinte millones de dólares, y construir un monumento, además de una iglesia cristiana, cuando el pueblo chino se las podría haber arreglado para recordar a los misioneros sin la ayuda de esos caros recordatorios. Todo eso fue una mala jugada. Mala, porque ni debería, ni podría, ni de hecho podrá, ni ahora ni nunca, engañar a la Persona que se Sienta en la Oscuridad. Ella sabe que ha sido un precio excesivo. Ella sabe que un misionero es como cualquier otro hombre: su valor es el de la plaza que ocupa y nada más. Es útil, pero también lo es un médico, o un sheriff, o un editor, pero un emperador justo no impone precios de guerra por ellos. Un diligente, inteligente, pero oscuro misionero y un editor diligente e inteligente valen mucho, todos lo sabemos, pero no son lo más valioso del mundo. Estimamos a un editor así, y lamentamos su pérdida, pero si lo perdemos, consideraríamos que veinte millas de territorio, y una iglesia, y una fortuna, serían una compensación excesiva por su pérdida. Quiero decir, si se tratara de un editor chino y tuviéramos que llegar a un acuerdo por él, porque no hay dinero suficiente para valorar a uno de nuestros editores o misioneros. Se pueden conseguir reyes de saldo por menos. Fue una mala jugada por parte del Kaiser. Consiguió lo que reclamaba, es cierto, ¡pero provocó la revuelta china!, el indignante alzamiento de los denigrados patriotas chinos, los boxers. Las consecuencias han salido caras a Alemania y a los otros Diseminadores del Progreso y las Bendiciones de la Civilización.

Se pagó al Kaiser lo que reclamaba, pero a pesar de ello fue una mala jugada, pues era inevitable que tuviera un efecto indeseable sobre las Personas que se Sientan en la Oscuridad en China. Ellas habrán meditado sobre el suceso, y probablemente dirán: "La Civilización es refinada y hermosa, pues tal es su reputación, pero ¿podemos permitírnosla? Hay chinos ricos, tal vez ellos puedan permitírsela, pero esta carga no recae sobre ellos, sino sobre los campesinos de Shantung. Son ellos los que tienen que pagar esa elevada suma, y sus salarios no van más allá de cuatro centavos al día. ¿Es ésta una civilización mejor que la nuestra, más santa, más elevada y más noble? ¿No es rapiña? ¿No es extorsión? ¿Exigiría Alemania doscientos mil dólares a los Estados Unidos por dos misioneros, y les amenazaría en la cara con su puño de hierro, y enviaría buques de guerra, y soldados, y diría: Entregadme doce millas de territorio valoradas en veinte millones de dólares como pago adicional por los misioneros, y obligaría a los campesinos a construir un momumento por ellos y una costosa iglesia cristiana en su memoria? ¿Y diría luego Alemania a sus soldados: Marchad por los Estados Unidos y matad sin cuartel, haced que el recuerdo de Alemania sea allí lo que el recuerdo de los Hunos ha sido aquí para nosotros, motivo de terror durante mil años, marchad por esa gran república y matad, matad, matad, trazando un camino en su corazón y en sus tripas para nuestra religión ofendida? ¿Trataría así Alemania a los Estados Unidos, a Inglaterra, a Francia o a Rusia? ¿O sólo a la desamparada China, imitando el asalto de los elefantes sobre los ratones de campo? ¿Deberíamos invertir en esta Civilización —esta Civilización que llamó pirata a Napoleón por llevarse los caballos de bronce de Venecia, pero que roba nuestros antiguos instrumentos astronómicos de nuestras murallas, y que avanza arrasando como bandidos vulgares— es decir, podemos permitirnos estos soldados extranjeros que (salvo los estadounidenses) asaltan pueblos aterrorizados y telegrafían los resultados para complacer a los periódicos nacionales cada día: "Pérdidas chinas, 450 muertos, las nuestras un oficial y dos hombres heridos. Mañana entraremos en la ciudad vecina, donde se anuncia una masacre". ¿Podemos permitirnos la Civilzación?

Y a continuación, va Rusia y también juega insensatamente. Se enfrenta a Inglaterra una o dos veces, mientras la Persona que se Sienta en la Oscuridad lo ve y se da cuenta de lo que ocurre. Con la ayuda moral de Francia y Alemania, roba a Japón el despojo que duramente se había ganado nadando en sangre china —Port Arthur— con la Persona siempre observando y entendiendo. Después se apropia de Manchuria, asola sus poblaciones y obstruye su gran río con los cuerpos hinchados de incontables campesinos masacrados, y con la Persona estupefacta observando y comprendiendo. Y tal vez se dice a sí misma: "¿Otra Potencia Civilizada con su bandera de Príncipe de la Paz en una mano y su saco para arramblar y su cuchillo de carnicero en la otra?, ¿ no hay más salida para nosotros que adoptar la Civilización y rebajarnos a su nivel?"

Y ahora vienen los Estados Unidos, y nuestro Señor del Juego lo juega mal. Juega como el señor Chamberlain ha jugado en Sudáfrica. Ha sido un error, y un error inesperado en alguien que estaba jugando tan bien en Cuba. En Cuba, jugaba el juego estadounidense usual y regular, y estaba ganando, porque no hay forma de derrotar a ese juego. El Señor, al contemplar Cuba, dijo: "He aquí una pequeña nación oprimida y desamparada que desea luchar por su libertad; ahí vamos nosotros como aliados para poner la fuerza de setenta millones de simpatizantes y los recursos de los Estados Unidos: ¡Juguemos". Nadie salvo toda Europa unida podría oponerse, y Europa no es capaz de unirse para nada. Allí, en Cuba, estaba siguiendo nuestras grandes tradiciones de un modo que nos hizo estar orgullosos de él, y orgullosos del disgusto que su juego estaba causando en la Europa Continental. Movido por una alta inspiración, pronunció esas conmovedoras palabras que decían que la anexión por la fuerza sería una "agresión criminal", y con esa afirmación hizo otro disparo que se oyó en todo el mundo. La memoria de esa magnífica frase no será superada por el recuerdo de ningún otro de sus actos excepto uno: que se olvidó de ella en menos de doce meses, al mismo tiempo que de la honorable verdad que contenía.

En efecto, poco después llegó la tentación filipina. Era fuerte, muy fuerte, y jugó la mala jugada: jugó el juego europeo, el juego de Chamberlain. Fue una pena, fue una gran pena ese error, ese lamentable error, ese irremediable error, pues era el momento y el lugar para jugar de nuevo el juego estadounidense, sin coste alguno. Había ricas ganancias que podían cosecharse también, ricas y permanentes, indestructibles, una fortuna transmisible para siempre a los hijos de la bandera. No era tierra, ni dinero, ni dominio, no, era algo que vale muchas veces más que esta basura: nuestra parte de beneficio habría sido el espectáculo de una nación de esclavos acosados y perseguidos durante mucho tiempo liberada gracias a nuestra intervención, el beneficio de nuestra posteridad habría sido el recuerdo dorado de ese acto de nobleza. El juego estaba en nuestras manos. Si hubiera sido jugado según las reglas estadounidenses, Dewey debería haber navegado lejos de Manila tan pronto como hubiera destruido la flota española, después de haber puesto un cartel en la costa que garantizara la propiedad extranjera contra toda agresión por parte de los filipinos, y que sirviera de advertencia a las potencias de que la intromisión en los asuntos de los patriotas emancipados habría sido vista como un acto hostil hacia los Estados Unidos. Las potencias no pueden aliarse ni siquiera por una mala causa, y nadie habría tocado el cartel.

Dewey podría haberse ido con sus asuntos a otra parte, dejando que el competente ejército filipino rindiera por hambre a la pequeña guarnición española y la enviara a casa, dejando que los ciudadanos filipinos organizaran la forma de gobierno que prefirieran, y trataran con los frailes y sus dudosas adquisiciones según las ideas filipinas de honradez y justicia, ideas que se ha visto que son de orden tan elevado como las que prevalecen en Europa o en América.

Pero jugamos el juego de Chamberlain y perdimos la oportunidad de añadir otra Cuba y otro hecho honroso a nuestro buen historial.

Cuanto más examinamos el error, más claramente percibimos que va a ser malo para el Negocio. La Persona que se Sienta en la Oscuridad va a decir casi con toda seguridad: "Hay algo extraño en esto, extraño e inexplicable. Debe de haber dos Estados Unidos, uno que libera a los cautivos, y otro que les quita a los cautivos liberados su nueva libertad, entabla una disputa infundada con él y luego lo mata para quedarse con su tierra."

El hecho es que la Persona que se Sienta en la Oscuridad está diciendo cosas como ésta, y que por el bien del Negocio, debemos convencerlo de que vea el asunto de las Filipinas de otra forma más saludable. Debemos formar sus opiniones. Creo que puede hacerse, pues el señor Chamberlain ha formado la opinión de Inglaterra sobre lo de Sudáfrica, y lo ha hecho de forma muy inteligente y exitosa. Presentó los hechos —parte de los hechos— y explicó a su crédulo pueblo qué significaban los hechos. Lo hizo estadísticamente, que es un buen método. Usó la fórmula: "2 por 2 son 14, y 9 menos 2 son 35". Las cifras son efectivas, las cifras convencerán al electorado.

Ahora, mi plan es todavía más audaz que el del señor Chamberlain, aunque aparentemente es una imitación del suyo. Seamos más francos que el señor Chamberlain, presentemos osadamente la totalidad de los hechos, sin evitar ninguno, y luego expliquémoslos según la fórmula del señor Chamberlain. La atrevida sinceridad asombrará a la Persona que se Sienta en la Oscuridad, y aceptará la explicación antes de que su capacidad de análisis haya tenido tiempo de centrarse. Digámosles:

"El caso es simple: El primero de mayo, Dewey destruyó la flota española, esto dejó el archipiélago en las manos de sus legítimos dueños, la nación filipina. Su ejército contaba con 30.000 hombres, y se bastaba para zurrar o vencer por el hambre a la pequeña guarnición española. Entonces el pueblo habría podido establecer un gobierno según sus propios criterios. Nuestras tradiciones requerían que Dewey pusiera un cartel de advertencia y se marchara. Pero sucedió que el Señor del Juego pensó otro plan, el plan europeo, y obró en consecuencia. Éste era enviar un ejército, aparentemente para ayudar a los patriotas nativos a dar el toque final a su larga y valerosa lucha por la independencia, pero con la intención real de quitarles la tierra y quedársela, (entiéndase: en interés del Progreso y la Civilización). El plan se desarrolló, paso a paso, de forma bastante satisfactoria. Establecimos una alianza con los confiados filipinos y ellos acorralaron por la parte terrestre a la guarnición de 8.000 o 10.000 españoles en Manila, que fue capturada, algo que en ese momento nosotros no habríamos podido hacer sin ayuda. Obtuvimos su ayuda astutamente. Sabíamos que estaban luchando por su independencia desde hacía dos años. Sabíamos que ellos suponían que nosotros estábamos de su parte, al igual que habíamos estado de parte de los cubanos para luchar por la independencia de Cuba, y les dejamos que siguieran creyéndolo, hasta que Manila fue nuestra y ya no los necesitábamos. Entonces mostramos nuestras cartas. Por supuesto, ellos se sorprendieron. Era natural: quedaron sorprendidos y decepcionados, decepcionados y dolidos. A ellos les pareció antiestadounidense, impropio, extraño a nuestras tradiciones establecidas. Y eso también era natural, pues nosotros sólo estábamos jugando el juego estadounidense en público. En privado era el europeo. Lo hicimos con esmero, con mucho esmero, y los dejamos desconcertados. No podían entenderlo, pues ¡habíamos sido tan amables —hasta diría cariñosos—con aquellos sencillos patriotas! Nosotros mismos les habíamos llevado desde el exilio a su líder, a su héroe, su esperanza, su Washington —Aginaldo. Lo llevamos en un buque de guerra, con grandes honores, bajo la sagrada protección y hospitalidad de la bandera. Lo llevamos de vuelta y se lo entregamos a su pueblo, y obtuvimos su conmovedora y elocuente gratitud por ello. Sí, habíamos sido tan amables con ellos, ¡y los habíamos ayudado de tantas maneras! Les habíamos prestado armas y municiones, los habíamos asesorado, habíamos intercambiado toda clase de cortesías con ellos, habíamos confiado nuestros enfermos y heridos a su atento cuidado, habíamos confiado nuestros prisioneros españoles a sus humanas y honestas manos, habíamos luchado hombro con hombro contra el "enemigo común" (frase nuestra), alabamos su valor, alabamos su caballerosidad, alabamos su misericordia, alabamos su noble y honrosa conducta, usamos sus trincheras, usamos posiciones ventajosas que ellos habían tomado previamente a los españoles, los adulamos, les mentimos proclamando oficialmente que nuestro país y nuestras fuerzas armadas iban para darles la libertad y expulsar el mal gobierno español, los burlamos, los usamos hasta que ya no los necesitamos, y luego nos reímos de la naranja exprimida y nos deshicimos de ella. Nos quedamos las posiciones que les habíamos quitado por engaño. Poco a poco, hicimos avanzar a nuestras fuerzas hasta ocupar el terreno de los patriotas, una idea inteligente, pues necesitábamos algún conflicto, y esto lo provocaría. Un soldado filipino que atravesaba el campo, por donde nadie tenía derecho a prohibírselo, recibió un disparo de nuestro centinela. Los patriotas molestos respondieron con las armas, sin aguardar a saber si Aguinaldo, que estaba ausente, lo aprobaría o no. Aguinaldo no lo aprobó, pero eso no sirvió de nada. Lo que queríamos, en interes del Progreso y la Civilización, era el archipiélago, libre de la carga de patriotas luchando por su independencia, y para eso necesitábamos la guerra. Nos aferramos a nuestra oportunidad. Era de nuevo la situación del señor Chamberlain, al menos en cuento al motivo y la intención, y jugamos el juego tan astutamente como lo había jugado él mismo."

En este punto de nuestra sincera explicación a la Persona que se Sienta en la Oscuridad deberíamos incluir algo de propaganda sobre las Bendiciones de la Civilización, para no aburrirlo, y luego seguir con nuestra historia:

"Una vez que nosotros, con la ayudad de los patriotas, capturamos Manila, la posesión y la soberanía española del archipiélago habían llegado a su fin, quedaban destruidas, aniquiladas, sin que quedara el menor rastro de ninguna de las dos. Y fue entonces cuando concebimos la divinamente cómica idea de ¡comprar ambos espectros a España! [No hay peligro en confesar esto a la Persona que se Sienta en la Oscuridad, pues ni ella ni nadie en su sano juicio podría creerlo.] Al comprar esos fantasmas por veinte millones, nos comprometimos a cuidar de los frailes y sus congregaciones. Creo que también aceptamos propagar la lepra y la viruela, pero sobre esto hay ciertas dudas, pero no es importante, las personas que sufren a los frailes no se preocupan de otras enfermedades.
Con el tratado firmado, Manila sometida y nuestros fantasmas asegurados, ya no necesitábamos a Aguinaldo ni a los propietarios del archipiélago. Provocamos una guerra y desde entonces que estamos cazando huéspedes y aliados de los Estados Unidos por los bosques y pantanos."

En este punto de la historia, vendrá bien alardear un poco de nuestros actos bélicos y de nuestros heroísmos en el campo de batalla, para que nuestra actuación parezca tan maravillosa como la de Inglaterra en Sudáfrica, pero creo que no sería bueno enfatizar esto demasiado. Debemos ser cautos. Por supuesto, podemos leer telegramas de guerra a la Persona, para mantener nuestra actitud sincera, pero podemos añadirles un toque humorístico que mejore un poco su sombría elocuencia y sus algo indiscretas exhibiciones de exaltación truculenta. Antes de leerle las cabeceras siguientes de los comunicados del 18 de noviembre de 1900, sería bueno hacer primero algunos ensayos en privado, hasta darles el toque justo de brillantez y alegría:

¡ADMINISTRACIÓN CANSADA DE HOSTILIDADES PROLONGADAS!
¡ADELANTE CON LA GUERRA DE VERDAD CONTRA LOS REBELDES FILIPINOS!
¡NO SE MOSTRARÁ NINGUNA COMPASIÓN!
¡ADOPTADO EL PLAN DE KITCHENER!

Kitchener sabe cómo tratar a los pueblos desagradables que luchan por sus patrias y por sus libertades, y debemos incidir en que simplemente estamos imitando a Kitchener, pero que no tenemos ningún interés nacional en el asunto, más allá de conseguir la admiración de la Gran Familia de naciones, en cuya augusta compañía nuestro Señor del Juego ha comprado una plaza en la fila de atrás.

Naturalmente, no debemos arriesgarnos a pasar por alto los informes de nuestro general MacArthur —Oh, ¿por qué se empeñan en dar a la imprenta estas cosas tan embarazosas? — tenemos que referirnos a ellos aunque sea de pasada y confiar en la suerte:

"Durante los últimos diez meses nuestras bajas han sido 268 muertos y 750 heridos. Las bajas filipinas han sido 3227 muertos y 694 heridos."

Debemos estar preparados para sujetar a la Persona que se Sienta en la Oscuridad, porque se va a desmayar ante esta confesión, diciendo "¡Dios mío, esos "negros" tratan bien a los heridos estadounidenses y los estadounidenses masacran a los suyos!". Entonces tenemos que hacerle volver en sí y asegurarle cariñosamente hasta que lo comprenda que los caminos de la Providencia son los mejores, y que no nos corresponde encontrarles defectos, y despues, para mostrarle que sólo somos imitadores y no creadores, podemos leerle el pasaje siguiente de una carta de joven soldado estadounidense en las Filipinas a su madre, publicado en Public Opinion de Decorah, Iowa, en la que describe el final de una batalla victoriosa:

"NUNCA DEJAMOS UNO CON VIDA. SI UNO ESTABA HERIDO, DEBÍAMOS ATRAVESARLO CON LAS BAYONETAS".

Habiendo puesto los hechos históricos ante la Persona que se Sienta en la Oscuridad, a continuación deberemos explicárselos. Para ello le diremos:

"Parecen dudosos, pero en realidad no lo son. Ha habido mentiras, sí, pero fueron por una buena causa. Hemos sido desleales, pero fue sólo para que el auténtico bien viniera de un mal aparente. Es verdad que hemos aplastado a un pueblo crédulo y decepcionado, que nos hemos vuelto contra el débil amigo que confió en nosotros, que hemos aniquilado una república justa, inteligente y bien organiada, que hemos apuñalado por la espalda a un aliado y abofeteado en la cara a un huésped, que hemos comprado una sombra a un enemigo que no la tenía para venderla, que hemos robado su tierra y su libertad a un amigo confiado, que hemos invitado a nuestros inocentes jóvenes a echarse un fusil al hombro y hacer un trabajo de ladrones bajo una bandera que los ladrones acostumbraban a temer, no a seguir, que hemos corrompido el honor de los Estados Unidos y manchado su imagen ante el mundo, pero todo ha sido para bien. Estamos seguros de ello. Los jefes de estado y los soberanos de la Cristiandad, y el 99 por ciento de cada cámara legislativa de la Cristiandad, incluyendo nuestro Congreso y las legislaturas de nuestros 50 Estados, pertenecen no sólo de la Iglesia, sino al Negocio de las Bendiciones de la Civilización. Tal acumulación de morales bien educadas, altos principios y justicia a lo largo y ancho del planeta no pueden hacer algo incorrecto, algo innoble, algo egoísta, algo sucio. Saben lo que hacen, no te preocupes, todo está bien."

Esto convencerá a la Persona. Ya lo veréis. Esto arreglará el Negocio. Además, hará que el Señor del Juego sea elegido para la plaza vacante en la Trinidad de nuestros dioses nacionales, y así los Tres se sentarán en sus altos tronos era tras era, a la vista de los pueblos, llevando cada uno el emblema de su servicio: Washington, la Espada del Libertador, Lincoln, las cadenas rotas de los esclavos, el Señor, las cadenas reparadas.

Esto dará al Negocio un nuevo arranque espléndido. Ya lo veréis.

Ahora todo es prosperidad, todo es como lo habíamos deseado. Tenemos el archipiélago, y nunca lo abandonaremos. Además, todo hace esperar que no pasará mucho tiempo antes de que tengamos una oportunidad de eludir el contrato del Congreso con Cuba y darle algo mejor en su lugar. Es un país rico, y muchos de nosotros ya estamos empezando a ver que el contrato fue un error sentimental. Pero ahora, justo ahora, es el mejor momento para hacer un provechoso trabajo de rectificación, un trabajo que nos levantará la moral, nos hará sentir cómodos y acallará las habladurías. Tenemos que admitir que, en privado, estamos algo preocupados por nuestro uniforme. Es uno de nuestros orgullos, se relaciona con el honor, se relaciona con grandes y nobles hazañas, lo amamos, lo reverenciamos, y estos encargos que le hacemos nos hacen sentir mal. Y nuestra bandera, otro de nuestros orgullos, ¡el mayor de todos! También la hemos venerado, y cuando la hemos visto en tierras lejanas, cuando la hemos mirado de repente en ese cielo extranjero, dándonos la bienvenida y su bendición con su ondear, hemos contenido la respiración, y hemos descubierto nuestras cabezas sin poder hablar por un momento, al pensar en lo que era para nosotros y en los grandes ideales por los que se alza. Así que tenemos que hacer algo con esto, no deberíamos tener nuestra bandera ahí fuera, ni nuestro uniforme. No son necesarios. Podemos arreglárnoslas de otro modo. Podemos hacer lo mismo que Inglaterra. Tenemos que enviar soldados (eso es inevitable), pero podemos disfrazarlos. Es lo que Inglaterra hace en Sudáfrica. Incluso el propio señor Chamberlain se siente orgulloso del honorable uniforme inglés, y hace que el ejército allá abajo lleve un feo, odioso y apropiado disfraz de tela amarilla como la de las banderas de cuarentena que se izan para advertir a las personas sanas de que se mantengan lejos de la sucia enfermedad y la muerte repulsiva. Esa tela se llama caqui. Podríamos adoptarla. Es ligera, cómoda, grotesca y engaña al enemigo, que no puede creer que bajo ella pueda esconderse un soldado.

Y en cuanto a la bandera en la Provincia Filipina, es fácil de arreglar. Podemos tener una especial, como hacen nuestros Estados. Podría ser nuestra bandera normal con las barras blancas pintadas de negro y con calaveras y huesos en cruz en lugar de las estrellas.

Y no necesitamos allí esa Comisión Civil. Puesto que no tiene poderes, tiene que inventárselos, y un trabajo de este tipo no puede hacerlo bien cualquiera. Se requiere un experto. Nos podemos ahorrar al señor Croker. No queremos que los Estados Unidos estén representados allí, sino sólo el Juego.

Gracias a estos cambios que sugiero, el Progreso y la Civilización de ese país pueden prosperar rápidamente, y podremos seguir tomando el pelo a las Personas que se Sientan en la Oscuridad y continuar el Negocio al viejo estilo.