MODELOS PARA ARMAR O REFORMAS A LA BAJA: UN ANÁLISIS DEL DISCURSO DE LA TRÍADA POPULAR (CALIDAD, FORMACIÓN PROFESIONAL, UNIVERSIDAD)

 

José Beltrán Llavador

Departament de Sociologia i Antropologia Social

Universitat de València

 

Todos los profesionales tienen un potencial de liderazgo por explotar, al igual que todas las personas tenemos un potencial atlético inédito. Con el entrenamiento y la práctica, todos podemos ser mucho mejores.

Noel M. Tichi (teórico en temas de liderazgo) (cit. por Sra. Dña. Isabel Couso Tapia, Secretaria General de Educación y Formación Profesional del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, en el Congreso “En clave de calidad: la dirección escolar”, 2001)

 

Aquí el que no corre, vuela.

(Versión propia, a partir del refranero popular)

 

Esta reflexión pretende llevar a cabo un análisis aproximativo de las normativas más recientes y relevantes en materia educativa elaboradas en nuestro país en la era conservadora. La hipótesis de partida se puede enunciar, grosso modo, de la siguiente manera: hay una relación estrecha entre la explosión, o inflación, de legislación relativa a distintos ámbitos del sistema educativo, y la implosión, o crisis, de legitimación de las reformas que procuran. Por ello, caracterizaremos este proceso como de reformas a la baja. Esta primera hipótesis, además, se ve reforzada con la siguiente idea: la regulación que las últimas tres grandes leyes educativas (Calidad, Formación Profesional, LOU) aparentemente procuran encuentran su correspondencia y su alianza, paradójicamente, con las tendencias a la desregulación educativa en el marco de lo que se ha dado en llamar el estado minimalista. Para desplegar esta hipótesis recurrimos en esta ocasión al análisis sociológico de los discursos producidos en lo que hemos querido llamar la tríada popular. Este análisis se realizará de manera relacional desde una triple dimensión. a) Análisis textual o denotativo. En esta primera dimensión se abordará de manera comparativa, y con los procedimientos propios de esta perspectiva metodológica, las unidades de significado de cada una de las leyes mencionadas. b) Análisis connotativo o de contexto textual. Esta dimensión del análisis nos remitirá, deliberadamente, a la explicación de estas unidades básicas de contenido en el marco textual de los documentos correspondientes. c) Por último, el análisis interpretativo o de contexto social nos permitirá comprender de manera crítica el sentido de estos discursos en el escenario más amplio de las reformas educativas, consideradas éstas como dinámicas de cambio o ajuste social institucionalmente planificadas.

            El análisis que sugerimos se puede avanzar de manera sintética en el siguiente cuadro, que al mismo tiempo servirá como guión o mapa conceptual de referencia:

 

          DOCUMENTOS

 

 

 

DIMENSIONES

LEY ORGÁNICA DE CALIDAD EDUCATIVA

(LOCE)

LEY ORGÁNICA DE UNIVERSIDADES

(LOU)

LEY DE FORMACIÓN PROFESIONAL Y DE LAS CUALIFICACIONES

DENOTATIVA O INFORMATIVA

(Nivel de texto)

Análisis de palabras

Calidad

Evaluación

Esfuerzo

Motivación

Excelencia

Autoridad

Conocimiento

Calidad

Evaluación

Esfuerzo

Motivación

Excelencia

Autonomía/autogobierno

Globalización

Información

Globalización (de los mercados)

Modernización

Mejora

Necesidades (del sistema productivo)

 

CONNOTATIVA O ESTRUCTURAL

(Nivel de contexto o marco textual)

Análisis de códigos o modelos

Contrarreforma o reforma de deslegitimación

Reforma con punto ciego

Reforma tecnosaturada, adaptada o de ajuste

INTERPRETATIVA O DIALÓGICA

(Nivel de contexto o marco social)

Análisis de discursos o cursos de acción

-Neocentralización

(control centralizado)

INECSE: Instituto Nacional de Evaluación y Calidad del Sistema Educativo

-Declive del espacio público

-Principio de autoridad

-Desregulación centralizada

Agencia de Evaluación y Acreditación

-Fractura enseñanza e investigación

-Principio de jerarquización

-Recentralización

(control centralizado)

Instituo Nacional de las Cualificaciones.

-Dialéctica entre formación y mercado

-Principio de concertación

 

Una mirada cualitativa (bajo el signo de los astros)

Para llevar a cabo este análisis adoptamos como telón de fondo, salvando las distancias de tiempo y de tema, algunas de las justificaciones que Adorno (1986: 16) utilizó para su estudio sobre la sección de astrología del diario Los Angeles Times. Adorno se propuso llevar a cabo un análisis de contenido de la sección “Predicciones Astrológicas” aparecidas a diario durante tres meses entre los años 1952 y 1953. “Por ahora nuestro estudio ha de limitarse a lo cualitativo”, declaraba Adorno en la introducción, añadiendo que “se trata de una tentativa de comprender las intenciones de las publicaciones astrológicas”. Y más adelante, señalaba: “evidentemente las motivaciones de los autores no son más que una de las raíces del material, en tanto que las pautas establecidas a las que han de atenerse parecen mucho más importantes. Pese a la dificultad que hallaríamos si intentáramos investigar una producción como la sección de Los Angeles Times remontándonos hasta cada una de sus raíces en particular, la combinación resultante guarda tal proporción que el material habla una suerte de lenguaje propio que se deja leer y comprender aunque poco conozcamos acerca de los procesos que ha conducido a la formulación del lenguaje y le han infundido significado. Conviene subrayar que la intelección de dicho lenguaje no puede limitarse a sus morfemas por separado, sino que ha de permanecer consciente de la estructura global en la que esos morfemas están, más o menos maquinalmente, entretejidos. Se descubren en nuestro material ciertos resortes (...) que podrían parecer inocuos o triviales de considerárselos aislados del resto. Sin embargo, en la unidad funcional del todo llegan a adquirir una significación muy distinta de la inocua y confortante idea a primera vista sugerida.”[1]

Nuestra pretensión al acudir, pues, al ensayo de Adorno es doble. En primer lugar, porque permite presentar mejor el punto de vista que nos interesa adoptar para nuestro análisis: no tanto un estudio puntual de cada una de las leyes referidas, sino una aproximación interpretativa del conjunto de las mismas desde el punto de vista de la mirada cualitativa, en el sentido que le confiere Luis Enrique Alonso, y que explicitaremos a continuación. En segundo lugar, nos ha parecido oportuno acudir al ensayo de Adorno por el potencial metafórico de su título. Efectivamente, la era conservadora en la que nos encontramos también parece estar regida “bajo el signo de los astros”, es decir, parece obedecer a una suerte de destino fatídico al que estamos abocados, o a una serie de fuerzas que funcionan como leyes de la naturaleza dictando el curso y la trayectoria de la esfera de lo social y contra las que nada podemos hacer. Hasta tal punto que el tipo de racionalidad que rige esa lógica y esa dinámica es percibido como un fenómeno cuasi mágico, mera superstición que conduce a confiar ciegamente en las bondades de aquello que nos es prescrito, y que funciona como un mensaje oracular, una fuente de seguridad, frente a las amenazas de una sociedad de riesgo, de un mundo cada vez más incierto.

Para nuestro propósito interesa, pues, “la contextualización histórica de la enunciación, en tanto que interpretación ligada a la fuerza social y a los espacios comunicativos concretos que arman y enmarcan los discursos”. Siguiendo a Luis Enrique Alonso, se trata de argumentar que “el análisis de los discursos en sus usos sociológicos no es un análisis interno de textos, ni lingüístico, ni psicoanalítico ni semiológico; no se busca con él cualquier tipo de estructura subyacente de la enunciación (...) Más bien lo que se trata de realizar es la reconstrucción de sentido de los discursos en su situación –micro y macrosocial- de enunciación. Antes que un análisis formalista, se trata en este análisis sociohermenéutico (...) de encontrar un modelo de representación y de comprensión del texto concreto en su contexto social y en la historicidad de sus planteamientos, desde la reconstrucción de los intereses de los actores que están implicados en el discurso.” (Alonso, 1998: 187).

Sobre tal análisis de contexto social, sostenemos que las últimas reformas educativas a manos del gobierno conservador, las que hemos agrupado bajo la denominación genérica de tríada popular, obedecen a, y reflejan, una de las embestidas más poderosas del Capital en su afán por colonizar definitivamente la esfera educativa, asimilándola o subordinándola a la racionalidad técnico instrumental, metamorfoseada ésta en su fase más reciente y virulenta como racionalidad mercantil. Esta última mutación ha sido etiquetada gráficamente como “pensamiento único”. Un pensamiento único que, como la hidra mitológica, se exterioriza en la forma de “pulpo ideológico” extendiendo sus tentáculos a múltiples instancias de la vida y creando una red o malla mundial de aparente neutralidad. Precisamente este tipo de racionalidad única se interioriza, ya naturalizada, como discurso único, tan “razonable” que es incuestionable.

Lo que nos proponemos, entonces, es desvelar algunos de los supuestos que subyacen en este discurso que con tanto ímpetu ha desembarcado en nuestro país a través del terreno educativo. El hilo de Ariadna que nos va a guiar en este singular recorrido hermenéutico por laberintos de sentido será el de la noción de “calidad”, por ser ésta una noción común y compartida en las tres leyes que nos interesan. Nos centraremos principalmente, por ese mismo motivo, en el análisis del borrador de la Ley de Calidad de la Enseñanza y desde aquí aludiremos ocasionalmente a las otras dos leyes. Aunque no podemos detenernos aquí en una exégesis morfológica de este texto, sin duda valdría la pena hacerlo en algún momento: la redacción del mismo es un ejemplo precioso de lenguaje pobre, gris, plano, reiterativo, sexista, carente de vigor y de rigor conceptual, en el que los autores se permiten el lujo de cometer alguna que otra falta de concordancia gramatical. El uso, dogmático, de los imperativos, también resulta no poco revelador. Y la contrucción rota, fragmentaria, a modo de puzzle, le da un toque postmoderno.

La búsqueda de la calidad o tirar de los propios cordones para elevarse

Cuando se habla con toda frivolidad de calidad se está dando por supuesto el acuerdo común sobre el significado de su uso. Pero en su “ambigüedad controlada” el concepto de calidad, utilizado como la buena nueva de los mandarines políticos, empresariales y culturales, resulta cuanto menos equívoco. No podemos perder de vista que el origen más reciente del tema de la calidad se encuentra asociado a la pujanza de los gobiernos conservadores de la década de los ochenta, liderados por el binomio Thatcher-Reagan, que lo recuperan y reeditan en alianza estrecha con el concepto de “accountability”, esto es, de eficacia o rendición de cuentas con criterios monetaristas. No es casual que emerja de nuevo ahora en nuestro país, pero no sólo aquí, sino a escala internacional reflejando las tendencias arrolladoras de la globalización, y encontrando sus mejores voceros en organizaciones cuasi todopoderosas como el FMI, la OCDE o el BM. Es tal contexto el que explica la constante apelación a los criterios de calidad en el nuevo ciclo conservador. En efecto, como no se oculta en los últimos textos legislativos a los que venimos aludiendo, el término calidad aparece asociado isomórficamente a los términos rendimiento, eficacia, eficiencia, excelencia, o lo que es lo mismo, a la consideración del sistema educativo como una empresa competitiva que ha de arrojar logros, beneficios, resultados encarnados en las cohortes de estudiantes. Este especie de neotaylorismo, que recupera con mayor virulencia las tesis del capital humano, es el que permite explicar de paso el desembarco de todo un utillaje de técnicas de medición cuantitativas aglutinadas bajo la fórmula de indicadores de calidad. Los círculos de calidad empresariales y los certificados de calidad de los bienes de consumo encuentran su reflejo en el suelo educativo en la aparición de agencias estatales y autonómicas de evaluación y calidad para los diferentes tramos del sistema educativo. El signo de la calidad encierra, en última instancia y realizando un análisis del discurso del contexto en que aparece, una obsesión por la cantidad. Desde esta óptica, y desde esta lógica que Claudio Magris calificaba de aziendalismo (El País, 9 de junio de 2002), es perfectamente explicable que en la memoria económica que acompaña al borrador de la Ley de Calidad de la Enseñanza se informe de que de cada diez pesetas invertidas, ocho irán destinadas al sector privado. (Datos que, por otra parte, no desmintió la Secretaria de Educación del MECD en el programa A Debate emitido por la segunda cadena el día 28 de mayo de 2002). En el juego de opacidades del Gobierno al que, lamentablemente, nos vamos acostumbrando, no se ha acabado de precisar la financiación de esta reforma. En efecto, según leíamos en El País de 27 de julio de 2002: “El Consejo de Ministros aprobó ayer el proyecto de Ley Orgánica de Calidad de la Enseñanza (LOCE) sin señalar su coste ni los recursos que destinará a esta reforma y sin fijar una financiación específica para desarrollarla. La ministra de Educación, Pilar del Castillo, señaló que la financiación se determinará en la reunión anual del Consejo de Política Fiscal y Financiera, un organismo con representación de las comunidades y del Ejecutivo central.” De hecho, continúa la noticia, “a pesar de que la ministra no lo haya hecho público, el Ministerio de Educación sí ha elaborado una memoria económica de la Ley de Calidad que ya ha sido analizada por Hacienda. En ella se calcula que el coste de esta reforma es de 90 millones de euros anuales y se estima que serán necesarios sólo 2.800 profesores nuevos para ponerla en marcha.”

Como una suerte de juego de espejos, encontramos una aliteración de términos que acaban convertidos en lugares comunes, y que se reflejan y refuerzan unos a otros: la noción de “calidad” no sólo aparece en la Ley de Calidad, sino que en la exposición de motivos de la LOU (Ley Orgánica 6/2002, de 21 de diciembre, de Universidades) se repite constantemente como un mantra mágico, introduciendo algun matiz que se eleva a mensaje como, por ejemplo, cuando se refiere a la “más valiosa herencia” para su futuro que la sociedad podrá exigir de sus Universidades: “una docencia de calidad, una investigación de excelencia” (vide al respecto, el clarificador artículo de Carabañas: 2002). En las tres normativas, la palabra calidad está asociada, según los textos y contextos de referencia, a los términos “modernización”, “eficacia”, “excelencia”, “competitividad”, “responsabilidad”, “mejora”, “autonomía”, “rendición de cuentas”, “capital (humano)”, “conocimiento (sociedad del)”, “autoridad”, “prestigio”, “globalización”, etc... Este juego de relaciones conceptuales no es, en absoluto, gratuito, sino que forma parte de la nueva retórica con la que se pretende legitimar el nuevo orden(amiento) jurídico, o lo que es lo mismo, con la que se pretende decretar principios de realidad educativos y sociales.

Acudamos con algún detenimiento a algunos de los párrafos del borrador (documento de bases) de la Ley de Calidad. En el preámbulo, titulado de forma ilustrativa “los retos educativos de la sociedad del conocimiento”, se afirma que “la igualdad de oportunidades en el acceso a la educación ha sido establecida y garantizada por ley” (más adelante se ratifica que se ha “materializado la igualdad de oportunidades”), y se anuncia el sorpasso de la igualdad por la calidad. La calidad tiene aquí una doble acepción: asociada a nivel (alto), y asociada a posición (“ocupar un lugar en una sociedad de conocimiento como la nuestra”; léase: “ocupar un lugar en el mundo”). A esta doble acepción se le añaden dos nuevos sentidos: “respuesta obligada al mundo en el que ya nos encontramos” (léase: ocupar un lugar en este mundo de forma activa, merecernos este mundo) e instrumento “para el ejercicio de la libertad, la búsqueda de progreso y el bienestar individual y colectivo”.

El reto de la calidad de la educación en España viene dado, entre otras cosas, por el proceso de modernización que ha protagonizado con su incorporación al tren de alta velocidad de la Unión Europea, y también porque se ha “acelerado” “muy notablemente la creación de oportunidades de formación superior”. Sin embargo, en este optimista escenario, no se pueden ocultar una serie de agujeros negros o descosidos (“déficits”) en nuestro sistema educativo.

Para una teoría de las catástrofes

            Vale la pena extraer el siguiente párrafo de la columna de Eduardo Haro Tecglen titulada “Idiotismos” (El País, 29 de julio de 2002): “Ya han colocado otro idiotismo: “Ley de Calidad”, dicen arteramente para referirse a la reforma de la enseñanza. “Calidad” no es más que el conjunto de propiedades que permiten comparar algo con otra cosa de la misma especie. Es normal decir “de mala calidad” o “pésima calidad”. Pero ha entrado en el lenguaje como superlativo: “Es de calidad” es meliorativo. Queremos “calidad de vida”. Y así la que llaman ahora por antonomasia Ley de Calidad es de muy mala calidad, pero se hace entender por argucia de la semántica política que es una mejora, contra la opinión de los que van a vivir dentro de ella. (...) Fórmula francesa: significa que las argucias gubernamentales, colocadas aprovechando las vacaciones de las personas y las entidades, indignarán al regreso: subidas de precios, impuestos nuevos, despidos. Se pierde “calidad de vida”; cuando uno regresa a su ciudad se encuentra de golpe con todo lo que se le ha conjurado. Pero ¿quién va a molestarse porque haya “calidad de la enseñanza”? Sólo el que sabe que es mala calidad, o que va peor, como ocurre ahora (...) El problema de nuestros hijos, y de algunos de vosotros (...) es que han sido educados por una política de entontecimiento; la que sustituyó la Institución Libre de Enseñanza por los vengativos frailes que volvían del exilio. (...) Los que con la Ley de Calidad mejoran la enseñanza privada contra la pública y le dan más dinero, y en la privada meten más religión o catecismo, que es la rémora de las civilizaciones perdidas (...) Y dicen que nuestros hijos, y los suyos, son unos burros.”

            Y dicen que nuestros hijos, y los suyos, son unos burros. ¿Cómo no van a serlo, con el panorama que nos es dibujado desde el mismo preámbulo del borrador de la Ley de Calidad: elevadas tasas de fracaso escolar, bajos índices en las materias instrumentales (ratificados con la lógica implacable de la medición del rendimiento a través de documentos como el Informe Pisa, etc.), deterioro de la convivencia en las aulas, falta de competencias (después se verá que es liderazgo) del Director? En esta ocasión, el documento hace de caja de resonancias de un terreno ya bien abonado: el de la construcción de la opinión pública. En efecto, como apuntábamos en otro lugar (Beltrán, 2002): “No tenemos más que consultar las hemerotecas para rastrear el tono de las noticias que aparecen en torno a la educación en general y a la secundaria en particular. Hace poco, podíamos leer en El País (14/9/2001) el siguiente titular: “Los expertos alertan de la “desastrosa” formación científica en secundaria.” (En el recuadro interior de la noticia se podía leer: “A la cola de las olimpiadas”. Es decir, del hecho de no quedar en buena posición en una competición internacional se colegía lo deficitario de la formación estudiantil). De hacer caso a buena parte de la prensa general y especializada, llegaríamos a la conclusión de que la presente reforma educativa está conduciendo a nuestro país a una situación de desastre educativo, con cifras alarmantes de fracaso escolar y con la desaprobación mayoritaria por parte de la ciudadanía y del propio colectivo docente. Se construye de esta manera una opinión pública que penaliza a la ESO acusándola de déficits que le vienen inducidos externamente, ilustrando ese proceso que Apple denomina “exportar la culpa”, según el cual la causa de los problemas se delega a otras instancias, eximiendo así de la responsabilidad a aquellas que tienen que asumirlas. Este proceso de exportación de la culpa suele ir acompañado, además, en este caso, de una interiorización de la culpa por parte de los docentes, que acaban asumiendo la responsabilidad que se les atribuye externamente, acentuando su frustración y su sensación de impotencia.”

            Antes de acometer, como una nueva cruzada, la búsqueda de ese Santo Grial llamado “calidad”, el corolario del preámbulo del borrador no admite réplica: “Se impone, ineludiblemente, reformar el sistema”. Partamos, pues, en “la búsqueda de la calidad”, porque “el nivel de fracaso escolar en España sería una razón más que suficiente para acometer sin más demora la reforma educativa que recoge el presente Documento de Bases para un Proyecto de Ley de Calidad de la Educación”. O lo que es lo mismo, cuando no hay argumentos que legitimen el nuevo orden, la nueva reforma, se busca un chivo expiatorio que sirva de coartada ideológica, a saber, el (mal) llamado fracaso escolar. Un argumento tan débil per se que pone en evidencia la crisis de legitimación que subyace en la propuesta ministerial. En cualquier caso, como sucede con los horóscopos que analizaba Adorno, para alentar el viaje en pos de la calidad, se apela sin ambages a la “cultura del esfuerzo”, con un recurso tan fácil como efectivo: se dice, ni más ni menos, lo que la gente quiere oir, se pone a circular el discurso de la calle: ese discurso, que es moneda común, plagado de lugares comunes, del sentido común. Porque, además, la cultura del esfuerzo no es ninguna abstracción, sino que señala con el dedo acusador al sujeto agente y paciente de la educación: los jóvenes. (No es casual la imagen mediáticamente estereotipada de los jóvenes asociada a indolencia, violencia y botellón). Pero, la pregunta que, inevitablemente asoma es ésta: ¿acaso el profesorado, y la misma administración no ha de hacer también un esfuerzo? De esto, nada se dice.

El desierto de lo real

            Los continuos llamados en el texto a “lo real” (“aprendizaje real”, “oportunidades reales”, “contenido real”) nos recuerdan a la metáfora de la película Matrix –versión en clave fílmica del mito de la caverna platónica- sobre el desierto de lo real. Con tales llamados se nos está sugiriendo que los aprendizajes, oportunidades y contenidos no son “reales”, es decir, o bien no son auténticos o bien son aparentes, porque sin duda vienen dados sin (la cultura del) esfuerzo. Y de paso, todo ello sirve para justificar las andanadas contra la promoción automática, puesto que “sin esfuerzo no hay aprendizaje”. Y porque, además, una calidad sinónimo de excelencia no puede permitirse desbloquear el mecanismo de segregación interna de las instituciones de enseñanza, sino que necesita recuperar el prestigio perdido (en el Título de Graduado en Educación Secundaria) y aun reforzarlo (con la Prueba General de Bachillerato). En este continuo juego de desconcierto educativo, poco importa que a las declaraciones de eliminación de la selectividad, le sucedan las de imposición de una doble reválida. Porque con la reválida se pasará, de seguir el tono enfático del texto, de la devaluación a la revalidación de los saberes, de la degeneración a la regeneración. Dicho de otra manera, se pondrán de una vez las cosas en su sitio.

La inmigración en el mundo al revés

            Si seguimos leyendo el documento, nos encontramos a continuación con tres curiosos párrafos, introducidos como una cuña de lo políticamente correcto, reunidos bajo un epígrafe que lleva por título “La inmigración: diversidad e integración”. Se plantea aquí “ofrecer una respuesta integradora a los problemas y necesidades que plantea la inmigración”, sobre todo aquella procedente de “culturas muy diferentes a la nuestra” (sic). Con una autoconfianza pasmosa se declara que (a pesar de que) “es ésta una cuestión que exige soluciones meditadas y serias; no hay vías fáciles, como demuestran las experiencias de otros países europeos.” (Pero) “la futura Ley de Calidad ofrecerá medidas adecuadas para abordarlo” (sic) (Nótese aquí la falta de concordancia). Y continúa: “Un primer paso imprescindible es reforzar el aprendizaje lingüístico, para facilitar en el menor tiempo posible que los niños en esas situaciones -(pero, ¿cuáles?)- desarrollen adecuadamente su proceso educativo. Si se incorporan a la Educación Secundaria Obligatoria y tienen problemas de adaptación a ese nivel, cuenten con “Programas de Aprendizaje Profesional” que les permitan la integración social y laboral”. El epígrafe por sí sólo merecería un ensayo propio, pero obsérvese al menos cómo las pretensiones de integración quedan reducidas a soluciones de segregación académica, de manera que la vía profesional queda reservada para los inadaptados. Reservamos para otro momento la contradicción que supone la “respuesta integradora” educativa respecto de las medidas de contención contra esos nuevos bárbaros –“irregulares”, “ilegales”- que llegan a nuestro país en “avalancha”.

Poner los puntos sobre los IES

            A continuación, y tras el paréntesis del apartado anterior, en otro breve epígrafe que no tiene desperdicio la reforma se arroga otorgar profesionalidad a los directores de los centros, porque “hace falta volver a establecer los derechos y deberes de los actores de la comunidad educativa, aclarar qué es participación y qué es dirección, y volver a definir la figura del Director, sus competencias, su autonomía, y por tanto, la autoridad que necesita para ejercer su responsabilidad de la que ahora carece.” Así, pues, viene a decirnos el texto, dejémonos de circunloquios y eufemismos. Nos encontramos aquí con una ilustración clara de aquel diálogo que Lewis Carroll hace sostener a Alicia con Humpty Dumpty:

“- El asunto es –dijo Alicia- si usted puede hacer que las palabras signifiquen tantas cosas distintas.

            - El asunto es –replicó Humpty Dumpty- quien manda aquí. Eso es todo.”

            O lo que es lo mismo, se trata de poner los puntos sobre las íes y sobre los IES. Es decir, aclarar primero qué es eso de la participación y qué es eso de la dirección, no sea que se puedan confundir, dando lugar a esos extraños experimentos en los que se pueda defender modelos y prácticas de dirección participativa, o colegiada, o colaborativa, etc. Después se trata de volver a redefinir el perfil del Director a partir de tres variables. En primer lugar, las competencias, es decir, devolviéndole aquello que le fue arrebatado: el control y la gestión centralizada del centro. En segundo lugar, su autonomía, que en este caso queda redefinida como autonomía relativa o condicional al convertirse el director en una suerte de delegado de gobierno en el centro, incrementando su dependencia, su sucursalismo, respecto de las instancias administrativas. En tercer lugar, y por tanto, su autoridad entendida como sinónimo del liderazgo propio de la gestión empresarial. Una autoridad además convertida en condición necesaria para ejercer la responsabilidad de la que ahora carece, o si se prefiere, para dejar de ser irresponsables como hasta ahora.[2]

El prestigio del profesorado o personajes en busca de un(a) autor(idad)

De la misma forma que la reforma devolverá al director la autoridad que se merece, también “habilitará medidas que afiancen la autoridad y el reconocimiento social del profesor”. Esto plantea, siguiendo el título del nuevo epígrafe, “un reto a la sociedad: el prestigio del profesorado”. Una vez más aparece la necesidad de recuperar el prestigio perdido: el profesorado se ha convertido en una suerte de coro de personajes en busca de un autor, de una autoridad, que les escriba un buen guión para su representación o ejecución. Para ello, la reforma se propone algunas medidas como la siguiente, que no se sabe si cabe leerla en clave crítica o más bien críptica: “contrarrestar la rígida heterogeneidad que el sistema impone uniformemente” (fórmula que poco después se reitera literalmente) “en las aulas mediante el establecimiento de vías formativas”. La frase, sin duda, en su rica polisemia, se presta a múltiples registros, pero quien quiera entender que entienda: la rígida heterogeneidad no es más que el respeto a la diversidad en el marco de la igualdad de oportunidades, pero una diversidad entendida por el ministerio como un totum revolutum, intolerable desde el punto de vista de la calidad, que hace incompatible la igualdad de oportunidades (ya superada) y la excelencia (a conseguir).

Finalmente, el conjunto del documento y las líneas de reforma que plantea quedan justificados como resultado de un largo proceso de debate (sic), del estudio y del análisis de las investigaciones y publicaciones de la comunidad científica (sic), de los expertos en pedagogía y en Ciencias de la Educación (sic), de la interpretación de datos empíricos (sic), y del estudio comparado de las mejores (sic) experiencias educativas en el seno de la Unión Europea. (sic) Tal repertorio de justificaciones no hace más que revelar las carencias de aquello a lo que apuntan, revelando una crisis de legitimidad en las decisiones adoptadas sobre esta reforma en particular, que es común en las otras dos reformas apuntadas.

Tres modelos para un mismo control centralizado

Sobre el hilo conductor de la calidad, la tríada legislativa popular plantea un nuevo modelo de centralización, entendido éste como control centralizado. A la merma de la autonomía de los espacios e instancias educativas le corresponde un incremento del control no de los procesos sino del producto. Lo que interesa, en definitiva, es el rendimiento de unas cuentas (acountability) que se ajuste a la lógica coste-beneficio, o lo que es lo mismo, que produzca los resultados esperados. De manera que la tríada popular se resuelve como un ajustar las cuentas, como un ajuste de cuentas en su doble acepción: una lección de contabilidad (saber hacer) y una lección de advertencia (hacer saber): esto es lo que hay, ahora te vas a enterar. Poco importa que esta reforma de calidad – tres en uno- se imparta en barracones prefabricados, o que carezca de memoria económica, o que se delegue la acreditación académica a las empresas, o que los parques tecnológicos acaben en parques temáticos, provocando la fuga de cerebros, de equipos y de iniciativas. Lo que importa es que los indicadores de calidad, basados en unidades discretas, arrojen cifras susceptibles de ser leídas en términos de eficiencia, eficacia y excelencia.

Hablar de control centralizado significa hablar del uso del “mando a distancia” cuando se requiera (y, hablando de distancia, aunque ahora desborda los marcos de este ensayo, valdría la pena hacer una reflexión sobre la creciente pujanza de la educación a distancia en sus muy versátiles manifestaciones) por parte de instancias externas a la propia esfera educativa. O lo que es lo mismo, indica la subordinación de los fines de la educación a una misma lógica plana, instrumental, empresarial.

En el caso de la Ley de Calidad, el control centralizado cristaliza a través de, pero no solo, del Instituto Nacional de Evaluación y Calidad del Sistema Educativo (INECSE), sustituto del actual flamante Instituto Nacional de Calidad y Evaluación Educativa (INCE). Sin embargo, no podemos perder de vista en este control el papel que le es conferido a instancias como la Inspección Educativa, veladora de tan altas metas como impulsar una educación de “excelencia”; asesorar a los centros, como nuevos asesores fiscales educativos, acerca de los estándares de calidad educativa, “basados en prácticas comparadas con los países de nuestro entorno (benchmarking)”; y diseñar procesos de evaluación fundamentados en parámetros concretos que indiquen niveles de eficacia (logro de objetivos) y eficiencia (optimización de recursos).” De modo que el control centralizado cabe entenderlo también materializado en la nueva tríada eficacia, eficiencia, excelencia. Tal triangulación es la que pone cerco y traza una jaula de hierro sobre el perímetro del espacio público, que difícilmente puede competir con reglas del juego que no le son propias, las de la libérrima competencia en la gran superficie del mercado.

Si ahora nos remitimos a la reforma universitaria, la correspondencia con el INECSE la encontramos en la creación de una comisión evaluadora externa (Agencia de Evaluación y Acreditación). Bajo el pretexto de fomentar la innovación, la competitividad y la mejora en las universidades, se crea así un órgano fiscalizador y discriminador de éstas según sigan o no los parámetros mercantilistas de la globoeducación. (Piqueras, 2002: 39). Efectivamente, en el propio Proyecto de Ley se declara que el nuevo espacio europeo requiere un nuevo modelo universitario que facilite la “competitividad” internacional de las universidades. Esta competitividad, una vez más, supone la subordinación expresa del sistema universitario al mundo empresarial. La “financiación por objetivos”, es decir, de aquellas investigaciones que puedan interesar al tejido empresarial, no es más que otra manera de expresar todo esto. Y ello, además de otros aspectos, que no podemos perder de vista, como el de sistema de elección de cargos (que entroniza el principio de jerarquización interna del cuerpo docente al otorgar diferente representatividad a unos estamentos que a otros), el intervencionismo político y empresarial directo en la administración universitaria disfrazado de control social y de calidad de la vida universitaria, la concepción del alumnado como cliente al fomentar la competencia entre centros universitarios, precarización de las figuras contratadas y procesos de flexibilidad (desregulación) considerables. Factor este último que constituye el núcleo central del artículo de Julio Carabaña (2002: 35) y que caracteriza como de auténtico “punto ciego” de la Ley de Universidades. (“No es la habilitación, son los contratos”, advierte en su ensayo).

Acudamos a la Ley de Formación Profesional y de las Cualificaciones. Entre otras cosas, esta ley dota a las empresas la posibilidad de emitir títulos, hurtando así uno de las competencias del sistema educativo, la acreditación, e invirtiendo de paso la lógica credencialista que regía entre formación y mercado. Si es la empresa la que otorga títulos, se ratifica definitivamente la subordinación de la educación a la lógica y a los requerimientos del mercado, y también, en frase ya celebre, la subsidiariedad de la pública respecto de la privada. En el Libro Blanco sobre la educación y la formación (“Enseñar y aprender hacia la sociedad cognitiva”, la Comisión Europea da respuesta a una necesidad empresarial que cada vez tiene más pujanza, la necesidad de hacer de la enseñanza una industria comercial. En este proceso, al parecer irrefrenable, la instancia encargada de otorgar los diplomas de reconocimiento no puede ser más que la propia empresa contratante, a través de una carta personal de competencias, que informe de las “experiencias validadas”. Explícitamente se sugiere en el Libro Blanco una tercera vía que consiste en el reconocimiento de las competencias parciales a partir de un sistema de acreditación fiable, competencias que son independientes de su paso o no por una formación académica.

Con el fin de evitar que la evaluación de la calidad conduzca a un control excesivo por parte del Estado, la Comisión recomienda la creación de una agencia de evaluación externa y no gubernamental que contribuya a la transparencia y a la regulación del mercado entre las instituciones concurrentes. (cit. Piqueras, 2002: 34-35). La recentralización (o control centralizado), en el caso de la FP, viene dada por medio de la creación de centros nacionales de referencia, que sustituyen el control absoluto del Estado por la intervención directa del mundo empresarial, y que sin duda plantea no pocos dilemas al vulnerar el concierto autonómico.

Fin de la historia, fin del trabajo, fin de la imaginación, ¿fin de la educación?

La lectura que estamos realizando puede enmarcarse en un contexto de referencia más amplio, que nos ayude a comprender la lógica de estas últimas reformas. Desde hace no tanto tiempo, asistimos al trazado de un horizonte escatológico que obedece a diferentes proyectos. Fukuyama vaticinó el “fin de la historia” tras la caída del Muro de Berlin, y tras el triunfo planetario del sistema capitalista como sistema hegemónico. Aunque no estemos de acuerdo con la tesis principal –el fin de la Historia- no tenemos más remedio que aceptar –con indignación antes que con resignación- la extensión y la intensión arrolladora del capitalismo. Jeremy Rifkin diagnosticó el fin del trabajo, que no significa la desaparición del trabajo en sí, sino la transformación profunda de las relaciones de producción acompañada de procesos de creciente desregulación, fragmentación y precarización del mercado laboral. Arundhati Roy alertaba del fin de la imaginación para referirse al debilitamiento de la democracia y a su falta de imaginación, de respuestas vivas y creativas, ante los asaltos contundentes de la racionalización instrumental. Muy recientemente, Jean-Claude Michéa (2002: 40) no nos habla directamente del fin de la escuela, sino de las mutaciones del aparato educativo según los intereses políticos y financieros del Capital. La tesis de Michéa, en palabras del propio autor, es la siguiente: “Ahora podemos comprender en su triste verdad histórica el movimiento que, desde hace treinta años, transforma la Escuela llevándola en una dirección siempre idéntica. Invocando a la vez una 'democratización de la enseñanza' (una mentira absoluta) y la “adaptación necesaria al mundo moderno” (una verdad a medias), lo que se está construyendo a través de todas estas reformas igualmente malas es la Escuela del capitalismo total, es decir, una de las bases logísticas decisivas a partir de las que las principales compañías transnacionales –una vez acabado su proceso de reestructuración en líneas generales- podrán dirigir con toda la eficacia deseada la guerra económica mundial del siglo XXI.” (Michéa, 2002: 37).[3]

A modo de ilustración, el autor cita la reunión celebrada en 1995 en San Franscisco bajo la égida de la fundación Gorbachov de quinientos políticos, líderes económicos y científicos de primer orden para contrastar sus puntos de vista sobre la nueva civilización. La asamblea comenzó reconociendo que en el próximo siglo dos décimas partes de la población activa serían suficientes para mantener la actividad de la economía mundial.” El principal reto que se planteaba a partir de este escenario consiste en cómo gestionar la gobernabilidad del ochenta por ciento de humanidad sobrante. “Tras el debate, la solución que acabó imponiéndose como la más razonable fue la propuesta por Zbigniew Brzenzinski con el nombre tittytainment. Con esta palabra-baúl se trataba simplemente de definir un 'cóctel de entretenimiento embrutecedor y de alimento suficiente que permitiera mantener de buen humor a la población frustrada del planeta.'” Michéa, 2002: 38-39). Tittytainment es una palabra compuesta por entertainment, entretenimiento, y tits, que en el argot americano significa pechos. De hacer caso al aforismo que sostiene que a veces la realidad imita al arte, o que supera la ficción, aquí nos encontramos con un ejemplo notable. El informe que cita Michéa no puede sino recordarnos las conclusiones del dramático Informe Lugano, de Susan George (2001). En éste, bajo la apariencia de una obra ficticia, la autora narra el análisis no ficticio que nueve expertos altamente cualificados realizan por encargo de los representantes de las directrices económicas y políticas del planeta para garantizar la pervivencia del capitalismo en el siglo XXI a cualquier precio. La planificación de un mundo gobernado por el fatalismo programado ya había sido preconizada por Raymond Williams hace más de dos décadas en su magnífico Hacia el año 2000, y conceptualizada en lo que llamaba el “Plan X”. En la crítica que realizábamos a la Ley de Calidad, nos remitíamos, con cierta dosis de ironía, al telón de fondo de la película Matrix. No quisiéramos que el panorama al que nos estamos aproximando convertiera la ironía en profecía.

Para ir concluyendo

            Habíamos comenzado apelando a Adorno para enmarcar esta reflexión. Podemos acudir de nuevo al mismo autor para finalizar, momentáneamente, nuestro recorrido. Hace cincuenta años, en el libro citado, Adorno (1986: 115) finalizaba su análisis de contenido con estas palabras: “En cualquier caso, el mundo, hoy más que nunca, se muestra a la mayoría de personas como un 'sistema' cubierto de una red organizadora omnicomprensiva sin ningún resquicio por donde el individuo pudiera 'hurtarse' a las incesantes exigencias y pruebas de una sociedad regida por un ordenamiento mercantil y jerárquico, rayano con lo que nosotros llamamos 'verwaltete Welt', un mundo preso de la administración.” Sustitúyase la palabra “administración” por el término “globalización” y la descripción, o el pronóstico, que hace medio siglo realizó Adorno se hace diagnóstico para nuestro presente. Con todo, no podemos permitirnos el lujo de confundir pronóstico con profecía, como afortunadamente recuerdan, desde diferentes horizontes planetarios, voces plurales que vindican otro mundo posible, invitándonos de paso a la acción y a la reflexión.

 

Referencias bibliográficas

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Referencias legislativas

Ley de Reforma Universitaria (LRU)

Ley Orgánica, de 3 de octubre de 1990, de Ordenación General del Sistema Educativo (LOGSE)

Real Decreto sobre el Instituto Nacional de Calidad y Evaluación (1994)

Ley Orgánica, de 20 de noviembre de 1995, de la Participación, Evaluación y Gobierno de los Centros Educativos (LOPEGCE)

Ley Orgánica, de 21 de diciembre, de 2001, de Universidades (LOU) (BOE de 16 de enero de 2001)

Documento de Bases para un Proyecto de Ley de Calidad de la Educación (LOCE) (2001)

Anteproyecto de Ley de Formación Profesional

Jose.Beltran@uv.es

 

 

 

 

 

 

 

 

IX CONFERENCIA DE SOCIOLOGÍA DE LA EDUCACIÓN: SEPTIEMBRE DE 2002.



[1] Una versión del mismo texto se encuentra en “Superstición de segunda mano”, en Adorno, T. W. (1972): Filosofía y superstición. Madrid, Alianza, 107-140.

 

[2] No podemos por menos que citar las “palabras de apertura de la sesión por la Ilma, Sra. Dña. Isabel Couso Tapia, Secretaria General de Educación y Formación Profesional del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte” en el Congreso En clave de calid@d: la dirección escolar, celebrado en Madrid, 20-22 abril 2001, en el que se nos informa de la participación de más de quinientos directores de toda España: “Porque reconocimiento es crear programas de formación de excelencia en Universidades de Verano por los que han pasado miles de profesores en los que siempre ser director ha sido un mérito decisivo para poder participar. (...) Reconocimiento es también poner en marcha desde 1996 un ambicioso Plan de Calidad en la educación que, apoyado en Planes de Mejora de los Centros, tenían precisamente como uno de los ejes vertebradores la modernización de la función directiva. Así, en colaboración con experiencias que ya se están realizando en centros privados, se puso en marcha un Plan en el que, por primera vez, los directores de los centros públicos tuvieron nuevas oportunidades de aprendizaje. (...) Por primera vez (sic) los directores pudieron participar de ideas nuevas para la educación: el liderazgo, la optimización, la eficiencia y la eficacia en los recursos, la autoevaluación, la comunicación interna y externa, las familias como usuarios del servicio educativo, el conocimiento de las habilidades y la experiencia de la dirección como fuente del capital humano e intelectual de los centros educativos, la valoración de los procesos que se desarrollan en los centros educativos y su incidencia en los resultados, la gestión de calidad, la gestión del conocimiento... (...) En sintonía con nuestra voluntad de valorar a los Directores, hemos organizado este Congreso como espacio de encuentro entre la enseñanza pública y privada.”

[3] Una reflexión similar lleva a cabo Julio Carabaña (2002: 32) en su ya citado artículo cuando señala refiriéndose al preámbulo de la LOU: “Nada nuevo o inesperado, nada inusual, nada fuera de repertorio. Pero, en cierto modo, esto era de esperar, pues los preámbulos y justificaciones de todas las leyes de reforma de la enseñanza promulgadas en el mundo entero en el último siglo son, como Guy Neave ha notado, aproximadamente intercambiables., nutriéndose todas del mismo repertorio de tópicos que reeditan cada cierto tiempo las factorías ideológicas internacionales, como la Unesco y la OEDE.”