Para enfocar correctamente la lucha de clases es imprescindible
distinguir entre los procesos objetivos vinculados al desarrollo de las
fuerzas productivas y los que dependen de las relaciones de producción,
en particular del capitalismo. Y la confusión al respecto es
especialmente lamentable cuando se hace desde posiciones sedicentemente
marxistas.
Así el
fordismo,
basado en la producción industrial en serie, era una forma de
organización técnica del trabajo vinculada a una determinada estructura
de las fuerzas productivas. Como también lo era el
toyotismo,
basado en el aumento de la productividad a través de la gestión y
organización y el trabajo combinado. Pero mientras el fordismo se
asentaba en el
maquinismo con el uso de la máquina-herramienta, el toyotismo se asienta en la
automatización.
En cambio la
precarización,
aunque se enmascare como "flexibilización", no es una forma de
organización técnica del trabajo, sino una forma de organizar la
explotación de la fuerza de trabajo en el marco del sistema
capitalista. Pongamos un ejemplo para clarificarlo: un sistema de
rotación
ante una carga de trabajo variable, como el que se utiliza actualmente
en la Sociedad de la Estiba en España (y que el decreto del gobierno
del PP, en consunción con la Comisión Europea, quiere eliminar), sí es
una forma de organización técnica del trabajo. Pero el despido libre
como modo de realizar una rotación del trabajo es una forma de
explotación de la fuerza de trabajo, no una forma de organización
técnica del mismo, y corresponde a la esfera de las relaciones de
producción capitalistas.
Por otra parte, no es cierto que el capitalismo genere, de forma general, una
descualificación del trabajo.
Ciertamente el paso del artesanado al maquinismo (incluyendo el
fordismo), al sustituir la habilidad manual del artesano por las
propiedades intrínsecas de la máquina-herramienta para determinar las
características del objeto producido, sí supuso una descualificación de
la fuerza de trabajo. Pero ello estaba vinculado a un determinado nivel
de desarrollo de las fuerzas productivas. Por ello, la superación en
Rusia de las relaciones de producción capitalistas a raíz de la
Revolución de Octubre no supuso por sí misma la superación de dicha
descualificación: el maquinismo, al privar al trabajador del control
directo sobre el proceso de producción, propiciaba una gestión
autoritaria de dicho proceso de producción, facilitando lo que se llamó
la "burocratización" de la revolución. Y lo mismo ocurre en una empresa
cooperativa, si su base productiva es maquinista.
En este contexto, el movimiento de los
luditas
en contra de la maquinaria no estaba desenfocado en cuanto a focalizar
en ella la raíz objetiva de la degradación de su trabajo. Aunque sí lo
estaba en cuanto a sus posibilidades de éxito: no era posible revertir
el desarrollo de las fuerzas productivas, volviendo a meter el genio
dentro de la botella.
En cambio la
revolución científico-técnica,
con el paso del maquinismo a la automatización, generando instrumentos,
como los ordenadores, que posibilitan una multiplicidad de usos, hace
descansar la calidad de los productos en la programación de tales
instrumentos por el trabajo humano, requiriendo así un aumento de la
cualificación de la fuerza de trabajo y propiciando el paso del
fordismo al toyotismo como forma de organización técnica del trabajo.
Y, como explicara en su día Radovan Richta ("Progreso técnico y
democracia", ed.Comunicación, página 28), "
En el punto más alto del desarrollo tecnológico, el trabajo humano se convierte en una actividad creativa". Y no hay que olvidar que, cuando se habla de
I+D+i
como vía para un desarrrollo cualitativo sostenible, el único
compatible con la preservación ecológica del planeta, el significado de
dichas siglas es Investigación científica, Desarrollo tecnológico e
innovación en el trabajo, los cuales requieren trabajadores y
trabajadoras altamente cualificados con capacidad creativa.
Ahora bien, así como el maquinismo dificultaba la plena expresión de un
sistema de propiedad colectiva de los medios de producción empoderando
a la clase trabajadora, la propiedad privada capitalista de los medios
de producción, al atribuir la capacidad de decisión al propietario
capitalista, dificulta la plena realización de dicho empoderamiento
a partir de la automatización de las tareas pesadas y rutinarias.
Por otro lado, hay que tener en cuenta que la revolución
científico-técnica no se aplica de forma global y simultánea en todos
los países y sectores productivos. Por ello, en el marco del sistema
capitalista, su introducción parcial conduce a una
dualidad
entre los sectores de la producción que requieren trabajadores
altamente cualificados y aquellos en los que la descualificación sigue
su curso. Con el añadido perverso, además, de que en algunos casos el
mantenimiento de puestos de trabajo poco cualificados se hace a costa
de empeorar sus condiciones salariales y de trabajo para competir a la
baja con la alternativa de una posible automatización.
Además, el paper subalterno asignado a España en la división
internacional capitalista del trabajo hace que, en una mayoría de
casos, se impulse la degradación de las condiciones de trabajo
apoyándose en su precarización para desempoderar a la clase
trabajadora, y contemplando la cualificación como un fenómeno elitista.
Dicha perspectiva informa la política de reducción de los estudios
universitarios, reduciendo las becas e implantando tasas académicas
disuasorias.
En este contexto resulta sangrante la pretensión de "adaptar al
mercado" los estudios universitarios. Pues el problema radica en que el
deficiente mercado capitalista español no puede absorber la gran
cantidad de graduados altamente cualificados que salen de las
Universidades, y que se ven abocados a la emigración, al paro o a
puestos de trabajo precarios por debajo de sus cualificaciones.
Hay que recalcar que la cualificación de la fuerza de trabajo no forma
parte de la superestructura ideológica, sino que es un componente de
las fuerzas productivas, componente que adquiere cada vez mayor
importancia a medida que se desarrolla la revolución
científico-técnica, aunque en determinadas situaciones, como la actual
en España, esté notoriamente infrautilizada.
Pero el que la cualificación no sea una cuestión ideológica no
significa que no haya un discurso ideológico capitalista sobre la
cualificación. Dicho discurso, en particular, tiende a potenciar la
división dentro de la clase trabajadora enfrentando a los trabajadores
cualificados y no cualificados, y especialmente procurando que los
cualificados no adquieran conciencia de ser parte de la clase
trabajadora.
Hay que precisar, no obstante, que las diferencias salariales en
función de la cualificación tienen un fundamento económico dentro de
las relaciones de producción capitalistas. Según la teoría del valor
desarrollada por Marx. el valor de la fuerza de trabajo viene
determinado por el tiempo de trabajo necesario para su generación (o
reproducción), por lo que la fuerza de trabajo compleja, más
cualificada, que ha requerido más tiempo para su formación, tiene un
valor superior a la fuerza de trabajo simple, no cualificada. Aunque,
como señalara en los 70 la Agrupación del CSIC del PCE, hay que
distinguir entre la escala salarial técnica, que viene a ser
proporcional al tiempo requerido para la formación, y la escala
salarial de mando, que asigna retribuciones superiores no en función de
la cualificación sino por la asunción de tareas de mando: dicho
incremento de retribución no paga el valor de la fuerza de trabajo,
sino que supone una transferencia de plusvalía al asumir tareas
delegadas por el empresario capitalista.
Con todo, hay que subrayar que las diferencias salariales en función de
la cualificación son propias de las relaciones de producción
capitalistas. En éstas, la formación superior de un trabajador
cualificado corre a cargo de éste, que tiene que pagar por ella, como
una inversión para desarrollar su propia fuerza de trabajo y
posteriormente rentabilizarla en el mercado laboral.
Pero si, por el contrario, la educación, no sólo básica sino superior,
se asume como una responsabilidad social, la cosa cambia. Especialmente
en caso de que, como propugnamos, la educación superior no sólo sea
gratuita sino retribuida. En tal caso, la cualificación superior deberá
considerse como un bien social, y no justificará una retribución
individual superior.
El problema se plantea cuando la educación superior está socializada
pero en cambio el trabajo se realiza en el ámbito privado del mercado
laboral capitalista. En tal caso, el capitalista deberá continuar
pagando una retribución superior por una fuerza de trabajo cualificada,
de mayor valor. Pero la sociedad tendrá derecho a que se le compense
por la inversión realizada en la misma.
Ello puede hacerse de varias formas. Una de ellas es el sistema cubano
de requerir el pago a posteriori de los estudios cuando una persona
formada en Cuba pretende trabajar en un país capitalista. Otra es el
sistema de préstamos-renta, que sólo comienzan a devolverse cuando se
supera la renta media. Y otra forma es a través de impuestos que graven
fuertemente los salarios más elevados percibidos por los trabajadores
cuya cualificación ha sido sufragada socialmente, impuestos que en tal
caso no jugarían un papel redistributivo sino retributivo.
En cualquier caso, parece claro que la contradicción de clase entre los
capitalistas y los trabajadores altamente cualificados no se expresa
principalmente a través de la cuantía de sus salarios, suficientemente
elevados para subvenir a sus necesidades. Y ello los diferencia de los
trabajadores no cualificados, para los cuáles las reivindicaciones
salariales suelen ser prioritarias.
En el caso de los trabajadores altamente cualificados, la contradicción
principal radica en los obstáculos que el capitalismo impone para la
autogestión de su propio trabajo, para la cual están plenamente
capacitados. De hecho, una de las principales consecuencias de la
revolución científico-técnica es convertir a los capitalistas en
prescindibles, sin que su función gestora deba ser traspasada a
burócratas externos al proceso productivo.
Pero para prescindir efectivamente de los capitalistas, superando así
el capitalismo, es imprescindible la unión del conjunto de la clase
trabajadora, cualificada o no cualificada, a través de lo que el PCE ha
venido llamando Alianza de las Fuerzas del Trabajo y de la Cultura. Y
tal superación del capitalismo abrirá el camino para el pleno
desarrollo de la revolución científico-técnica, con el tránsito del
conjunto de la clase trabajadora a niveles superiores de cualificación,
permitiendo así su empoderamiento colectivo para hacer realidad, en el
siglo XXI, los ideales de la Revolución de Octubre de principios del
siglo XX.