El autor recupera de la historia ejemplos de persecuciones basadas en factores étnicos, políticos, religiosos... en una reflexión hecha al hilo de la "purga" lanzada contra las personas que aparecen en candidaturas de ideología "abertzale de izquierda". |
Estúpidas expresiones -o expresiones de estupidez- como ésta (listas contaminadas) que considera determinadas ideas como sintomáticas de una enfermedad infecciosa, tienen un antecedente en aquella famosa peste que asoló Milán y que dio lugar a la persecución y la tortura -hasta que declararon ser culpables de contaminación pública- de unas personas que fueron llamadas untatori, y a quienes se acusó de contaminar las murallas de la ciudad para propagar aquella peste.
Fue entonces cuando se elevó la famosa «columna infame» como conmemoración de la gran infamia. Alessandro Manzoni escribió felices páginas al respecto.
La operación de exterminio por los nazis de la población judía se hizo bajo premisas semejantes: entonces tener un apellido judío o un determinado tipo de nariz era ser reo de sospecha de una grave culpabilidad criminal, y era preciso esconderse (como ahora si se sospecha de alguien que, por ejemplo, formó parte de unas listas de Herri Batasuna en algún momento). La base histórica de aquellas ignominias del siglo XX estaba en los «pogroms» que operaron, a lo largo de la Historia en contra de la «contaminación» judía en las poblaciones cristianas europeas.
La Santa Inquisición es un elocuente recuerdo de aquella respuesta católica a tan peligrosa «contaminación». Cuánto terror hay en las frecuentes declaraciones, en la época, de ser «cristiano viejo». La historia de España tiene suficientes recuerdos vergonzosos en ese sentido. Entonces había sangres «limpias» y «sangres sucias», y los certificados de «limpieza de sangre» eran necesarios para caminar por aquellos andurriales llenos de graves amenazas, pues había «caballeros cristianos» y «gentuza» presuntamente «contaminada» -y contaminante- de judaísmo o islamismo. Las hogueras de martirio y de muerte acababan con aquella «contaminación». Había, pues, «sangres limpias» -las de ellos, los «cristianos viejos»- y sangres sucias o contaminadas, las de los judíos y las de los moriscos, o sospechosos de serlo o de haberlo sido.
El recuerdo del genial poeta que escribió «La Celestina» y de tantos otros ciudadanos que se vieron forzados a ocultar su alma en su «almario» (hoy diríamos «en su armario»), de donde era peligroso salir, nos acompaña en estas reflexiones.
A la caída del sistema soviético, en la última década del siglo pasado, pudimos leer cosas como que el «bolchevismo» había sido una enfermedad que había padecido la Gran Rusia. Cosas así se escuchan ahora mismo entre nosotros; pero nadie con dos dedos de frente y el corazón en su sitio puede caminar sin degradarse por esos caminos de ignorancia o de perversidad.
Me permito dirigirme desde aquí a los honestos militantes del PSOE y de Izquierda Unida: ¡Tiene que darles a ustedes vergüenza todo esto! ¡Díganlo en voz alta! ¡Dejen solo al PP y a sus cómplices en el planteamiento de esta represión tan vergonzosa!