Si, como alguien ha escrito, el siglo XX
comenzó en 1917 con la Revolución de Octubre que tuvo lugar en
noviembre, habrá que añadir que el siglo XX habría terminado en 1991
con la disolución de la URSS. Y ciertamente, podemos decir que la
Revolución de Octubre fue la revolución del siglo XX. Comprender su
naturaleza es esencial para entender no sólo la historia de la URSS,
sino la historia del siglo XX en toda la Tierra. Y es importante
también entender su naturaleza para analizar con rigor las causas de su
hundimiento al final del siglo XX, en vez de atribuirlo a la
perversidad de determinado dirigente, sea éste Gorbachov, Brezhnev,
Kruschev, Stalin o el mismo Lenin, según las inclinaciones de cada uno.
Y lo primero que habrá que decir es lo que no fue la Revolución de
Octubre: no fue una Revolución Comunista, aunque sí lo fueran sus
dirigentes. Su objetivo no fue instaurar una sociedad comunista, sin
clases y sin Estado, según definieron el comunismo tanto Marx como
Lenin.
Singularmente, sólo sus adversarios llamarían "comunista" al sistema
derivado de la Revolución de Octubre. Sus dirigentes le denominaron
Socialismo.
El problema es que el término "socialismo" ha tenido múltiples
acepciones. Ya en el siglo XIX Marx y Engels, en el Manifiesto
Comunista, hablaron de "socialismo reaccionario", "socialismo feudal",
"socialismo pequeño-burgués", "socialismo conservador" y "socialismo
utópico", además del "socialismo científico" que ellos propugnaban. Y
en el siglo XX no tenían el mismo significado lo que existía en el Este
de Europa, a veces llamado "socialismo real", que el "socialismo"
propugnado por la Segunda Internacional, y menos todavía el
"nacionalsocialismo". Ni tampoco, ya puestos, lo que el PCE llamó
"socialismo en libertad". O lo que posteriormente, sobre todo en
Latinoamérica, se ha llamado "socialismo del siglo XXI".
En la tradición marxista se ha llamado "socialismo" a una fase de
transición hacia el comunismo (aunque el mismo Marx, en la "Critica del
Programa de Gotha", hablaría en cambio de "primera fase del
comunismo"). Pero es muy dudoso que lo que existió en la Unión
Soviética durante 74 años pueda considerarse una "fase de transición".
Y no sólo porque, de serlo, sería más bien una fase de transición entre
el feudalismo zarista y el capitalismo actual existente en Rusia. Sino
porque fue un sistema social que se reproducía a sí mismo, tanto en la
esfera económica como en la superestructura política, que es
precisamente lo que Marx llamó un Modo de Producción.
Así, de hecho, el resultado de la Revolución de Octubre fue un Modo de
Producción caracterizado por hacer descansar sobre el Estado la gestión
de la economía. Por ello, la ponencia del XIV Congreso del PCE lo
denominamos "estatalismo", aunque el Congreso aprobó, por el contrario,
denominarlo "Socialismo Burocrático de Estado". Y en una tesis doctoral
que dirigí le llamaríamos "socialismo de Estado", en el marco de un
modelo matemático de evolución social dual entre Oriente y Occidente
que presenté en 2002 en un Congreso científico internacional sobre
Cibernética y Sistemas en Pittsburgh, en el cual, por cierto, obtuvo el
primer premio (puede encontrarse, con el título "
A Learning Model for the Dual Evolution of
Human Social Behaviors", en
http://www.uv.es/pla/models/pittsburgh
).
Naturalmente, para entender las peculiaridades de su desarrollo en
Rusia hay que situarlo en el contexto de su punto de partida, en un
marco de atraso económico, que hizo que Gramsci llamara a la Revolución
de Octubre una revolución contra "El Capital", en referencia a la obra
de Marx de la cual se deduciría que el protagonismo de la revolución
socialista correspondería al proletariado de los países capitalistas
más desarrollados. Y de hecho, el mismo Lenin, que propugnó romper en
Rusia lo que llamó el eslabón más débil de la cadena imperialista, no
se hacía ninguna ilusión sobre la posibilidad de su supervivencia si se
quedaba aislada. Por ello, podemos encontrar la raíz de su hundimiento
en la derrota de la Revolución Espartaquista en Alemania entre 1918 y
1919. Y en ese sentido, lo que requiere explicación no es que la URSS
se hundiera en 1991, sino que durara hasta entonces.
De hecho, la elección de la Asamblea Constituyente en Rusia a final de
1917 reveló que los bolcheviques estaban en minoría en el conjunto de
la población de Rusia, aunque fueran mayoritarios en los Soviets de
Obreros y Soldados (pero no así en los Soviets de Campesinos, donde
eran hegemónicos los Socialrevolucionarios de izquierdas). Ello era
lógico, dado que el proletariado industrial, que podían representar los
bolcheviques, era minoritario en el conjunto de la población.
Pero si se justificó la disolución de la Asamblea Constituyente por el
hecho de existir una estructura democrática más avanzada como eran los
Soviets, en 1921 el Ejército Rojo, por cierto dirigido por Trotsky,
aplastó la insurrección obrera anarquista de Kronstadt , que tenía como
reivindicación central la convocatoria de elecciones para los Soviets.
Lenin argumentó contra dichas elecciones el hecho de que los
destacamentos de vanguardia del proletariado habían pasado a formar
parte del Ejército Rojo para enfrentarse con los Ejércitos Blancos
contrarrevolucionarios apoyados por tropas de las potencias
capitalistas.
Puede resultar fútil, 95 años después, discutir si fue o no correcto
disolver la Asamblea Constituyente o incluso aplastar la insurrección
de Kronstadt, pero es probablemente cierto que estuviera en juego la
supervivencia del Estado soviético amenazada por la contrarrevolución
armada.
El argumento de que era prioritario ganar la guerra frente a la
contrarrevolución recuerda estrechamente el formulado en España durante
la guerra contra la sublevación franquista. Con la diferencia que en
España se perdió la guerra, y en Rusia se ganó aunque fuera
momentáneamente, cosa que permite cuestionar la legitimidad de los
comunistas españoles para discutir lo que hicieron en su día los
comunistas rusos. Es cierto que puede aducirse que los comunistas rusos
terminarían perdiendo 70 años después. Pero el de Rusia no es el único
caso de una ucronía retardada: la victoria del fascista Donald Trump en
las elecciones presidenciales norteamericanas puede también
considerarse
una revancha de Hitler 70 años después del final de la llamada Segunda
Guerra Mundial.
En todo caso, lo ocurrido entonces revela que los bolcheviques eran
minoritarios no sólo en el conjunto de la población rusa, sino también
dentro de la clase obrera que permanecía en los centros de trabajo, y
que su dominio descansaba principalmente sobre el control de los
aparatos del Estado. Lo cual creaba las condiciones para la
degeneración burocrática de la Revolución, que el mismo Trotsky que
dirigió el aplastamiento de Kronstadt describió como que la dictadura
del proletariado se sustituía por la dictadura del Partido, ésta por la
dictadura del Comité Central y ésta por la dictadura del secretario
general.
Pero había también otras razones objetivas, más allá de la coyuntura
política, para la burocratización en el Estado Soviético.
En los mismos grandes núcleos industrializados como Petrogrado y Moscú,
para poner en marcha la producción tras la Revolución hubo que recurrir
como gestores a antiguos empresarios, a miembros de la burguesía. Y
ello no derivaba de un atraso pre-industrial, sino de las
características del maquinismo industrial, en el que los obreros actúan
como apéndice de las máquinas. En estas condiciones, aunque la clase
obrera accediera a la propiedad de los medios de producción no podía
ejercer su control directo sobre ellos, y al expropiar a los
capitalistas éstos debían ser sustituidos por burócratas.
Hay que destacar que lo que se ha llamado "burocratización" no afectó
sólo a la atrasada Rusia, sino también, posteriormente, a un país como
la República Democrática Alemana que no podía considerarse
industrialmente atrasado: la "burocratización", el control por
burócratas, respondía a necesidades objetivas de la estructura de las
fuerzas productivas en el maquinismo basado en el trabajo en cadena.
Es singular que, bajo el maquinismo, el principal instrumento de lucha
obrera era la huelga, es decir la cesación del trabajo: sólo
abandonando la cadena de producción la clase obrera podía hacer valer
su protagonismo. En estas condiciones, cuando el impulso huelguista o
revolucionario se extinguía el control pasaba a manos de capitalistas o
burócratas: la Revolución Permanente que propugnaba Trotsky era utópica.
Ciertamente, los bolcheviques querían que la clase obrera accediera al
poder de modo no sólo nominal sino efectivo, y su objetivo último era
el comunismo, cuyas condiciones Lenin formularía como Soviets más
Electrificación, que en el marco actual podríamos formular como
Democracia Participativa más Robotización. Pero el problema era que la
viabilidad de que los Soviets fuera un instrumento estable para la
Democracia Participativa incluyendo la esfera de la producción estaba
vinculada a la consecución de una automatización que permitiera superar
la sumisión de los obreros a las cadenas de montaje.
Y singularmente, en el siglo XXI, y desde finales del siglo pasado, nos
encontramos con una paradoja: a medida que se desarrolla la
automatización de las tareas pesadas y rutinarias y el trabajo humano
se desplaza hacia actividades de control e innovación, el protagonismo
activo de los trabajadores y trabajadoras en la producción se convierte
en una necesidad económica objetiva. Pero ello, que ha intentado
implementarse en el llamado "Toyotismo", entra en contradicción con el
sistema capitalista que da el poder a los empresarios. Así que, si bajo
el maquinismo la eventual propiedad social de los medios de producción
entraba en contradicción con la necesidad de un control burocrático de
los mismos, con la automación la propiedad privada de los medios de
producción entra en contradicción con la necesidad de que sean
controlados por sus trabajadores.
En este contexto, hay que salir al paso de quienes proclaman la
desaparición de la clase obrera identificándola con el proletariado
industrial bajo el maquinismo: ésta no era la concepción sobre la clase
obrera de Marx, que en "El Capital" pone precisamente como ejemplo de
"obrero productivo" a un maestro que moldee su propio trabajo para
enriquecer a su patrón. Y cuando se entona la letanía sobre los
"emprendedores", hay que recalcar que el desarrollo tecnológico lo que
permite es recuperar el sentido original del término que identificaba
"emprendedor" con "trabajador", como explico en mi videoconferencia "
Innovation and growth in the Economics of
Information" presentada en el
10th
Hellenic Society for
Systemic Studies Conference, en Atenas en mayo de 2014, y que
puede encontrarse en
https://www.youtube.com/watch?v=3COId6eeTHE
. Aunque, por otra parte, la idoneidad de la autogestión obrera para
una producción automatizada ya la expuse en mi primera comunicación a
un Congreso científico en 1972, la VI Reunión Nacional de
Investigación Operativa en València, con el título "
Optimización,
para un Sistema de Producción determinado, de los Sistemas 'Control de
la Producción' y 'Distribución de los Productos'", que
lamentablemente no se encuentra en Internet dado que entonces no
existía.
De este modo, si bien podemos decir que la Revolución de Octubre fue en
su materialidad una Revolución del siglo XX que condujo finalmente al
poder de una
burocracia, en sus ideales era una Revolución del siglo XXI que
pretendía el empoderamiento de la clase trabajadora. Nuestra tarea es
hacerlo realidad.