Jaime García Neuman, estudiante
de Tercer Ciclo del Departamento de Filosofía del Derecho, Moral y Política de
la Universidad de Valencia.
El
año 2003 comienza en el plano internacional con una amenaza inminente de guerra
contra Irak, presumiblemente en forma unilateral por parte de las potencias
angloamericanas, con o sin la anuencia de las Naciones Unidas y al margen de las
normas jurídicas internacionales.
El objetivo de la guerra, repetido una y otra vez en los medios masivos de comunicación, sería la eliminación de posibles arsenales de armas de destrucción masiva, lo cual garantizaría una mayor seguridad para la población de las principales naciones occidentales, visiblemente amenazada por ataques terroristas como el que afectó a los Estados Unidos en septiembre de 2001. Sería, pues, una “guerra preventiva”, lo cual rompe con las normas y usos jurídicos logrados en la modernidad y sentaría un precedente funesto.
Algunos especialistas expresan que, aparte de la prevención de ataques terroristas con armas de destrucción masiva, existirían otros propósitos ocultos tras esta guerra, que pudiera extenderse a toda la región si se combina con la situación de guerra del estado de Israel contra los palestinos, y que podría llegar a la redefinición del actual mapa político de oriente próximo y al control de las principales reservas petroleras del mundo, en un momento de crisis estructural económica y financiera, que pareciera ya salirse de control en los centros de poder económico mundial.
Lo cierto es que este nuevo movimiento bélico se puede enmarcar dentro de un proceso de enfrentamiento, que se ha acelerado en los últimos años, no ya entre grupos de naciones opuestas política e ideológicamente (como en la etapa anterior de la guerra fría del mundo occidental contra el comunismo), sino contra vastos sectores de la población mundial que, por razones culturales y religiosas propias de la particular manera de ver y vivir en el mundo que llamamos civilización, constituyen un obstáculo al proceso mundial de globalización de los mercados y concentración de poder económico liderado por las grandes corporaciones y los principales gobiernos de Occidente. En otras palabras, esta guerra sería un hito en lo que voceros del “establishment” angloamericano como Samuel Huntington han denominado “choque de civilizaciones”.
Tres grandes
rupturas en la sociedad contemporánea
En una ponencia
presentada en el simposio: “Globalització i solidaritat 2. La inmigració,
desafiament cultural” organizada por Justicia y Paz en noviembre de 2001[i],
mencionábamos que los actos de “terrorismo global” que acababan de suceder,
ponían de manifiesto tres tipos de rupturas, que existían desde antes pero
permanecían casi ocultas dentro del proceso de globalización económica,
sociopolítica y cultural que ha vivido el mundo en las últimas décadas del
siglo XX. Es importante ampliar ahora dichos conceptos, ya que están en la base
del tema de globalización y choque civilizacional, y sus efectos en el campo de
los derechos humanos.
A partir de la
caída del sistema comunista en la Europa del este y el desmantelamiento de la
Unión Soviética en 1989, muchos pronosticaron el final de las ideologías y el
surgimiento de un sistema universal de organización política e institucional
basado en el sufragio universal, la democracia representativa y la separación
de poderes, tal como se ha desarrollado en Occidente. Se argumentaba que esta
formación política era coherente con el sistema liberal de mercado que era, a
su vez, la fórmula económica que debía implantarse en todo el mundo,
propagandizada como doctrina por el liberalismo económico y puesta en marcha de
manera implacable por el proceso globalizador de los mercados iniciado desde los
años 70. Ni económica, ni política o militarmente habían ya obstáculos o
barreras para impedir que el proceso de modernización de la sociedad llegara
finalmente a todos los rincones del planeta. Difusores como Francis Fukuyama
pronosticaban entonces “el fin de la historia”, en el sentido del
triunfo definitivo del libre mercado y la democracia liberal a nivel global,
como las formas superiores de organización de la sociedad humana, ya que a la
larga garantizaban presuntamente el progreso económico, la participación política
y la justicia social indefinidamente para todos.
Sin embargo el llamado “fin de la
historia”, al menos en el sentido de globalismo triunfante que se le quiso
dar, se reveló rápidamente como un espejismo, y más bien se han profundizado
graves procesos de tensiones y rupturas como los que han aflorado ante el
panorama internacional luego de la aparición del llamado “terrorismo
global”.
1.
Ruptura Norte-Sur.
La primera gran brecha en la sociedad mundial es la que existe entre
los países económicamente ricos y los del llamado Tercer Mundo.
Después de casi tres décadas de globalización económica y libre
comercio liderados por organismos como el Fondo Monetario Internacional, el
Banco Mundial y la Organización Mundial de Comercio, las cifras confirman cómo,
año tras año, se ha ensanchado el abismo entre una minoría de naciones, que
acumula el grueso de la producción, el comercio y el consumo mundiales, y una
mayoría de naciones que están cada vez más endeudadas y empobrecidas, en un
sistema de relaciones económicas totalmente asimétrico. La diferencia
creciente entre el Norte y el Sur provoca, entre otras consecuencias, la
emigración masiva legal e ilegal hacia los centros desarrollados por parte de
millones de inmigrantes y desplazados que buscan la supervivencia para ellos y
sus familias. En unos años, probablemente, se rememorará esta avalancha de los
desesperados del Sur que naufragan
en las costas y no logran salvar las murallas físicas, policiales y legales en
las fronteras de Europa o los Estados Unidos, como se rememora la trata de
esclavos o el holocausto nazi.
2. Incluidos- Excluidos. La segunda ruptura, menos evidente pero igualmente profunda, es la que existe entre los incluidos y los excluidos de la revolución tecnológica e informática de las últimas décadas. Es decir, entre los que participan y tienen acceso a los continuos avances científicos y tecnológicos de la sociedad industrial avanzada, al consumo cada vez más sofisticado de la sociedad post-industrial y a la revolución cibernética e informática que está transformando la civilización, y aquellos que permanecen al margen de estas profundas transformaciones. Políticamente se expresa, además, como la capacidad o incapacidad de participar en la organización cívica y comunitaria de la sociedad y en la asimilación y orientación de sus posibilidades técnicas y comunicacionales, poniendo a prueba la capacidad democrática misma de la organización social.
Esta forma de ruptura social
coincide en parte con la anterior (norte-sur), pero suma del lado de los
incluidos a las elites y sectores más culturizados de los países menos
desarrollados, mientras que considera como también excluidos, a sectores más o
menos importantes de la población de los países económicamente ricos, que se
encuentran marginados, desplazados o incapacitados económica y culturalmente
para acceder a lo que el Consejo de la Unión Europea llama la “sociedad de la
información y del conocimiento”, al ritmo de las grandes transformaciones técnicas
y culturales con las que se inicia el siglo XXI.
3.
Occidente-Oriente. Una tercera ruptura,
particularmente visible con los actos de terrorismo global y sus consecuencias bélicas
posteriores, es la que se refiere a las profundas diferencias culturales
entre Occidente y el Oriente, y más específicamente entre la tendencia
laica, ilustrada y pragmática que ha caracterizado la civilización occidental
moderna, frente a otras concepciones y prácticas diferentes, políticas, jurídicas,
culturales y religiosas, que predominan en el mundo no-occidental. Como veremos
más adelante, la ruptura más conflictiva se vislumbra actualmente entre
Occidente y el Islam, aunque también existiría con otras culturas como las de
China, la India, el Africa negra, etc.
Aunque
esta ruptura tiene relación con las anteriores, tiene un carácter marcadamente
cultural, y es la que caracteriza lo que se ha denominado como “choque
de civilizaciones”[ii], que tiende a enfrentar
entre sí, en una especie de guerra irregular y prolongada, a grandes sectores
de la población mundial. Como veremos más adelante, este “choque de
civilizaciones” no es sólo un
fenómeno sociológico sino que desde hace algunos años ha sido adoptado como
doctrina política y militar por algunos sectores de poder dentro y fuera de los
Estados Unidos.
“Ninguno de estos conflictos –señalábamos en la
ponencia citada-, que parecen
caracterizar el comienzo del milenio, es enteramente nuevo.
Han estado incubándose durante décadas y han sido muchas las voces de
alerta que se han dejado escuchar sobre el desequilibrado ordenamiento económico
internacional, la brecha tecnológica y el progreso de los pueblos, la relación
entre el desarrollo y la paz, los daños ecológicos del consumismo irracional,
las reticencias a la transferencia de tecnología y la sociedad
post-industrial, la defensa de la vida frente a la cultura de la muerte,
los efectos perversos de la globalización y el liberalismo salvaje, el papel
disolvente y manipulador de los medios de comunicación social en la sociedad
post-moderna y, además, la creciente indiferencia y el engreimiento de amplios
sectores del mundo desarrollado ante el saqueo sistemático y la miseria
creciente del resto del planeta, así como también, ante los marginados,
parados y excluidos, de sus propias sociedades”[iii].
Los tres enfrentamientos o rupturas que hemos señalado se relacionan, además, con tres aspectos del denominado proceso globalizador:
a)
El empobrecimiento creciente de gran parte de la población mundial
mientras que se concentra la riqueza en un sector delimitado (ruptura norte-sur),
desmiente las promesas de prosperidad económica producido por el libre mercado,
propio de la doctrina neoliberal con que se lanzó la globalización económica
desde finales de los años 70.
b)
La separación de incluidos y excluidos en relación con los
cambios sociales provocados por la proliferación y aceleración tecnológica y,
particularmente, la revolución
informática y cibernética, ponen en cuestionamiento la capacidad del sistema
democrático para mantener la participación de todos los ciudadanos a través
de los cambios estructurales y coyunturales que se suceden en la sociedad. En
este sentido, esta ruptura se contrapone a la mundialización del sistema
socio-político de la democracia liberal, abierto a la participación política
de todos los ciudadanos, presentado como máxima y definitiva realización de la
organización política de la sociedad.
c)
Finalmente, los ‘choques de civilizaciones’ que parecen
aflorar en el panorama internacional actualmente, contradicen la mundialización
de la cultura, de los valores y de las ideas transmitidos a nivel global por
los medios masivos de comunicación y que muchos consideraban ya como el triunfo
del “pensamiento único” y “el final de las ideologías” a nivel
mundial, como proceso paralelo a la globalización de los mercados.
¿Qué relación orgánica existe entre fenómenos como la globalización
económica, las rupturas sociales que hemos descrito, el terrorismo global y el
choque de civilizaciones, dramáticamente expresado en este momento en los
preparativos de guerra contra países árabes?
Uno de los primeros problemas que hallamos para abordar el tema, es el de definir aunque sea sumariamente lo que es la globalización. El término ‘globalización’ se utiliza con connotaciones y sentidos muy distintos, tanto por quienes la presentan como la solución a los problemas de la economía y política internacionales, como por aquellos que la adversan, a veces violentamente. Incluso los académicos, sociólogos, economistas y politólogos suelen dar por un hecho la noción cotidiana del término, y cuando lo definen, lo hacen de manera muy diversa.
Las
principales diferencias radican entre quienes definen la globalización como un
hecho histórico, necesario en la evolución de las sociedades como fase
superior del progreso logrado en la modernidad y al cual hay que adaptarse de
una u otra forma puesto que es inevitable, y quienes lo consideran como un
proyecto relativamente reciente, resultado
de políticas específicas por parte de factores económicos y políticos
internacionales y, por lo tanto, susceptible de transformaciones y cambios.
Vinculado
a veces con lo anterior, también hay quienes entienden la globalización como
un hecho más que todo económico o técnico-económico, y quienes lo conciben
primordialmente como un fenómeno tecno-cultural o mediático y comunicacional,
con efectos socioeconómicos, políticos y culturales, que suponen el inicio de
una nueva era en la historia humana.
Para
sociólogos como Anthony Giddens, actual director de la London School of
Economics, la globalización es un hecho histórico e inevitable de interconexión
general de las sociedades que, como toda nueva situación, entraña riesgos pero
también grandes posibilidades. La sitúa, también, como una nueva fase de la
modernidad a la que denomina “modernidad tardía” o “alta modernidad”:
“la
globalización no entraña ni el
final de los valores de la Ilustración, como lo demuestra la expansión de las
democracias, ni la desaparición o desmembración de los estados nacionales, que
siguen siendo mucho más importantes que las grandes corporaciones, pero eso ni
impide que entrañe nuevos riesgos para ambos”[iv].
Otro autores distinguen entre la revolución tecnológica relacionada con la comunicación (mundialización), las políticas económicas neoliberales aplicadas a escala global (globalización) y la ideología propagandística que acompaña el proceso (globalismo). Por ejemplo, el profesor J. García Roca señala al respecto:
“La
mundialización, la globalización y el globalismo, con sus respectivos
dispositivos y providencias, son los tres jinetes que convirtieron el siglo XX en una
aldea global. La difícil coexistencia entre un ideal que postula un mundo único
(mundialización) y un sistema económico que tiene la desigualdad por motor de
sus desarrollo (globalización) genera interpretaciones ideológicas que
mistifican y ocultan la realidad (globalismo)”[v].
Finalmente,
Carlos Vaquero encuentra una interesante solución: distingue entre “la globalización como consecuencia de
la modernidad” y “la globalización realmente existente”. La
primera es entendida como tercera
fase de un proceso de expansión que se inició con los descubrimientos geográficos
del siglo XV y continuó con la expansión del comercio y los inventos técnicos
del siglo XIX; este proceso “conduce a un mundo único, con sociedades cada
vez más interdependientes y convergentes en todos los aspectos de la
vida, la política, la economía, la cultura y el medio ambiente”[vi].
Por
el contrario, la segunda forma de entender la globalización, “la realmente
existente”, (que Vaquero escoge para su estudio) es la que comienza a
manifestarse a finales de los años 70 del siglo XX y “puede definirse como
el intento de configurar una forma de interconexión mundial basada en las políticas
económicas neoliberales”[vii].
Para Vaquero, este proceso se conforma con tres acontecimientos que ‘cierran
el siglo XX’:
“Hago
referencia al período de 10 años que comienza con la victoria de las
corrientes neoliberales representadas políticamente por Margaret Thatcher y
Ronald Reagan, en 1979; que continúa con la crisis de la deuda externa en los
países del Tercer Mundo, en 1982, que marca la extensión internacional del
neoliberalismo; y que culmina simbólicamente con la caída del Muro de Berlín
en 1989”[viii].
“¡Ah,
sí, la globalización! Es una maravillosa excusa para muchas cosas”
: Robert M. Solow, Nobel de Economía.
En la medida en que se estudian más, con cifras en la mano, los resultados de las políticas neoliberales aplicadas en los últimos 25 años dentro del movimiento globalizador de las economías, resulta más evidente la intencionalidad del proceso. C. Vaquero define así esta “globalización realmente existente”:
“Estoy haciendo referencia a un proyecto político de ingeniería
social y económica, que se basa en la fuerza política real de las agencias que
lo impulsan. Por lo tanto, no es mi intención discutir sobre la revolución
tecnológica (...) o si el mundo
está más o menos interconectado (...) ni si existen procesos globales que
afecta a toda la humanidad. Escribo sobre un proyecto que se nutre de ellos, que
los potencia, pero que fundamental-mente los construye , reordenándolos y dándoles
un sentido” [ix]
C.
Vaquero[x]
remonta estos proyectos estratégicos a lo que se ha denominado el “Consenso
de Washington”, es decir, la ortodoxia neoliberal triunfante en Inglaterra
y Estados Unidos a finales de los años 70, que construyó el “paradigma de la
globalización” para imponerse en los principales ámbitos académicos,
empresariales y administrativos del mundo. Se trata de lo “económicamente
correcto” sobre un conjunto de medidas neoliberales desreguladoras y
aperturistas, convertidas en dogmas a ser aplicados en todas las economías y
transmitidos por instituciones y redes de académicos, ministros de finanzas y
altos ejecutivos públicos y privados, liderados por instituciones como el Fondo
Monetario Internacional, el Banco Mundial, la Reserva Federal de EEUU, los
grandes bancos de inversiones, las compañías calificadoras internacionales y
los centros académicos más acreditados.
Según
Vaquero, el Consenso de Washington se potenció con la crisis de la deuda
externa de los países del Tercer Mundo (1982) y la posterior oleada de
renegociaciones caso por caso y en desventaja, así como también por el triunfo
político asumido por el capitalismo neoliberal con la disolución del
socialismo en la Unión Soviética
y Europa del este.
“Mi
tesis -concluye Vaquero- es que la crisis de la deuda, la actitud de los países
del Tercer Mundo ante la ‘suspensión de pagos’ y las políticas económicas
que se pusieron en marcha (las del Consenso de Washington) fueron los elementos
decisivos para el éxito de las políticas económicas neoliberales, o si se
prefiere para el intento de construir el mundo a imagen y semejanza de esas políticas,
que es, como ya indiqué anteriormente, la mejor definición de la
‘globalización realmente existente’”.
[xi]
Por
nuestra parte, creemos que es importante resaltar dos aspectos que consideramos
cruciales en este proceso globalizador, que explican en gran medida la
“ruptura norte-sur” o “ricos-pobres” de que hablamos al principio
y que no siempre aparecen en los análisis académicos con la importancia
que realmente tienen:
a)
El auge sin precedentes de la especulación
financiera como eje de la acumulación y la ganancia, que ha generado una
colosal burbuja financiera de obligaciones y valores sin ninguna base en la
economía real y prácticamente fuera de control.
b)
El proceso recurrente de ajustes
económicos, devaluaciones y endeudamiento
de los países en desarrollo, en el que han jugado un papel crucial
instituciones multilaterales como el FMI, como instrumentos para hacer pasar a
todas las economías nacionales por el aro del libre mercado, con el incentivo
de que, tras las amarguras del ajuste podrían entrar al club de la
sobrevivencia y la prosperidad .
Sobre
el primer aspecto podemos resaltar el papel de las instituciones bursátiles en
la creación de valor, potenciado por la revolución informática que hace que
las bolsas de valores de todo el mundo estén interconectadas las 24 horas del día
. Todo ello ha provocado un crecimiento especulativo vertiginoso que poco o nada
tiene que ver ya con la producción
económica o los resultados empresariales, sino más bien con expectativas y
apuestas de futuro, lo que ha convertido el sistema económico global en lo que
algunos economistas denominan “el casino mundial”, de manera que, según se
estima, por cada dólar que se
mueve en el negocio de mercancías físicas, se mueven en el mismo momento diez
millones de dólares en transacciones financieras.
Otro
efecto de la desregularización financiera
y la libre flotación de divisas ha sido que las monedas nacionales, que
en principio representan la capacidad productiva de recursos y trabajo de una
nación, se han convertido en una mercancía más, sujeta no sólo a la libre
oferta y demanda sino a la libre especulación de los que tienen el poder
financiero para hacerlo. De esta manera los “desreguladores” y enemigos de
la intervención del Estado en el mercado de divisas se suelen convertir en los
nuevos reguladores o manipuladores de los mercados, esta vez en provecho propio
contra naciones enteras, como lo ejemplifica de manera directa la irrupción pública
de especuladores como George Soros, quien reconoce incluso la irracionalidad y
lo peligros del sistema[xii].
Sobre
el segundo aspecto, baste señalar que los resultados netos de la apertura
globalizadora demuestran una clara involución del desarrollo económico en la
mayoría de países del llamado tercer mundo durante las últimas tres décadas,
como consecuencia de un proceso espiral negativo producido por la aplicación
forzosa de las políticas del Consenso de Washington, que implican la eliminación
de toda protección del estado a sus productores nacionales, apertura económica
en condiciones desventajosas, privatizaciones para pagar la deuda, devaluaciones
de la propia moneda, drásticos recortes en proyectos sociales y finalmente,
nuevos endeudamientos en peores condiciones que los anteriores. El resultado
neto de la balanza comercial, económica y financiera es un flujo constante de
riqueza de las economías menos desarrolladas hacia los centros de poder económico
y financiero mundial, necesitados (como el Imperio Romano) de nuevos territorios
de saqueo para hacer frente al enorme vacío de riqueza real producida por el
crecimiento vertiginoso de su burbuja financiera.
Hasta
el presente, la respuesta de organismos internacionales como el FMI y el BM es
que los problemas derivados de la globalización sólo se resuelven con más
globalización. Uno de los organismos internacionales que ha advertido de los
desastres acarreados es el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo,
PNUD. En su Informe sobre el Desarrollo Humano 1999 (p.2), afirma:
“(Cuando) el mercado va demasiado lejos en el control de los efectos
sociales y políticos, las oportunidades y las recompensas de la mundialización
se difunden de manera desigual e inicua, concentrando el poder y la riqueza en
un grupo selecto de personas, países y empresas, dejando al margen a las demás.
Cuando el mercado se descontrola, las inestabilidades saltan a la vista en las
economías de auge y depresión (...) Cuando el afán de lucro de los
participantes en el mercado se descontrola, desafía la ética de los pueblos, y
sacrifican el respeto por la justicia y los derechos humanos”.
En una conferencia realizada en Valencia, en noviembre de 2001, el destacado sociólogo y director de la London School of Economics, Anthony Giddens se refería a los aspectos positivos y los efectos nocivos del proceso globalizador, manifestando que “el mayor obstáculo” a la unificación del planeta en base a los principios de libertad de mercado y democracia, proviene actualmente de la cultura y de la religión, y específicamente, del fundamentalismo islámico. Coincidía así con lo que denominamos al principio de este informe como la tercera “ruptura” de la sociedad mundial. “La batalla del siglo XXI –afirmaba Giddens- será entre el fundamentalismo y la sociedad mundial cosmopolita. No entre el Islam y Occidente, sino con el fundamentalismo religioso, étnico e incluso, familiar ” [xiii]
En
la misma dirección, pero mucho más radical va el planteamiento de quienes
propugnan un “choque de civilizaciones”, basando sus propuestas en las tesis
del ex asesor del Consejo de Seguridad Nacional de los Estados Unidos, Samuel
Huntington, expresadas primero en un artículo suyo de 1993 que despertó mucha
polémica, y luego en un libro de 1996 con el mismo título, que se ha
convertido en ‘best seller’ luego de los atentados terroristas del 11 de
septiembre de 2001[xiv].
Nos detendremos en sus planteamientos ya que, sin ninguna duda, se han
convertido o tienden a convertirse cada vez más en la política actual del
gobierno de los EE.UU y de Occidente, en general.
El
planteamiento de Huntington parte formalmente de lo que considera una constatación
básica:
“Por
primera vez en la historia, la política
global es a la vez multipolar y multicivilizacional; la modernización económica
y social no está produciendo ni una civilización universal en sentido
significativo, ni la occidentalización de las sociedades no occidentales”[xv].
La
constatación de Huntington es una respuesta que en algún momento se hace explícita,
a la conocida formulación de F. Fukuyama de 1989 sobre “el fin de la
historia”[xvi].
Para éste, la caída del comunismo significaba el fin de las ideologías y el
cumplimiento del ideal de la modernidad: más allá de la democracia y el
liberalismo de mercado la humanidad no tenía nada mejor hacia lo cual avanzar;
por lo que se había llegado en ese sentido al final de la historia.
Según
Huntington, esta euforia con un mundo próximo a estar unificado y armónico a
la medida de Occidente, es totalmente injustificada. Luego del final de la
guerra fría el ordenamiento internacional está más bien cerca del caos, por
el debilitamiento de muchos estados y el surgimiento de “estados históricamente
frustrados”, como plantea Z. Brzezinski, el ex Consejero Nacional de Seguridad
de EU con quien Huntington ha estado asociado[xvii].
Esta situación caótica puede ser comprendida mejor, afirma el autor, desde la
perspectiva de 7 u 8 civilizaciones que existen actualmente en el mundo y que
están interrelacionadas aunque, a menudo, con tensiones y conflictos entre sí,
en un equilibrio cambiante, cada vez más anti-occidental .
“El
equilibrio de poder entre civilizaciones está cambiando –dice Huntington-:
Occidente va perdiendo influencia relativa, las civilizaciones asiáticas están
aumentando su fuerza económica,
militar y política, el islam experimenta una explosión demográfica de
consecuencias desestabilizadoras para los países musulmanes y sus vecinos, y
las civilizaciones no occidentales reafirman por lo general el valor de sus
propias culturas”[xviii].
Los
grandes peligros que advierte Huntington una y otra vez desde distintas
perspectivas a lo largo de su obra, son China (la ‘civilización sínica o
confuciana’) y, de manera más aguda e inmediata, ‘el islam’, es decir,
“un mundo musulmán de más de mil millones de personas que se extiende
desde Marruecos a Indonesia y desde Nigeria a Kazajstán”[xix].
Huntington
abunda también en referencias históricas para plantear el choque
civilizacional:
“Algunos
occidentales, entre ellos el presidente Bill Clinton, han afirmado que Occidente
no tiene problemas con el islam, sino sólo con los extremistas islamistas
violentos. Mil cuatrocientos años de historia demuestran lo contrario (...) Ha
veces la coexistencia pacífica ha prevalecido; más a menudo, sin embargo, la
relación ha sido de ‘guerra fría’ y de diversos grados de guerra
caliente”[xx].
Y más adelante:
“En
los años ochenta y noventa, la tendencia general en el islam
ha seguido una dirección antioccidental. En parte, ésta es la
consecuencia natural del Resurgimiento islámico y la reacción
contra lo que se considera ‘gharbzadegi’ u ‘occidentoxicación’
de las sociedades musulmanas (...) Consideran la cultura occidental materia-
lista, corrupta, decadente e inmoral. También la juzgan seductora, y por ello
insisten aún más en la necesidad de resistir a su fuerza de sugestión sobre
la forma de vida musulmana (...) A los ojos musulmanes, el laicismo, la
irreligiosidad y, por tanto, la inmoralidad occidentales son males peores que el
cristianismo occidental que los
produjo”[xxi].
Huntington
concluye con la siguiente afirmación:
“El
problema subyacente para Occidente no es el fundamentalismo islámico. Es el
islam, una civilización diferente cuya gente está convencida de la
superioridad de su cultura y está obsesionada con la inferioridad de su poder.
El prolema para el islam no es la CIA o el Ministerio de Defensa de EE.UU. Es
Occidente, una civilización diferente cuya gente está convencida e la
universalidad de su cultura y cree que su poder superior, aunque en decadencia,
les impone la obligación de extender esta cultura por todo el mundo. Éstos son
los ingredientes básicos que alimentan el conflicto entre el islam y Occidente”[xxii]
Conclusiones
Para concluir, queremos formular unas preguntas claves que se derivan de la presentación anterior sobre lo que ha producido de hecho la globalización, sus principales efectos económicos, de ruptura social y de ‘choque de civilizaciones’. Concluimos con formulaciones en forma de preguntas, más que de respuestas, ya que éstas, naturalmente, exceden los límites de este artículo.
Primero:
¿existe una relación orgánica entre el proceso de globalización de la economía
y la actual trayectoria hacia un choque de civilizaciones con el pretexto de la
‘guerra al terrorismo’?
Segundo:
¿Se trata en ambos casos de procesos inevitables? ¿O por el contrario,
sectores, grupos e instituciones de la comunidad internacional
pueden buscar pautas y fórmulas jurídicas y políticas para regular,
reorientar o modificar estos procesos?
Tercero:
¿Cuál sería la alternativa, desde el punto de vista de la justicia
internacional y los derechos humanos, a un orden mundial globalizado, entendido
como dominación económica, cultural, militar y política?
Las
líneas de respuesta bien podrían estar en la misma dirección de algunos
elementos esbozados aquí. C. Vaquero, por ejemplo, al vincular la globalización
con el proyecto de modernización y la idea ilustrada de progreso impulsados por
Occidente, afirma:
“La
‘globalización realmente existente’, definida como el intento de construir
el mundo a imagen y semejanza de las políticas económicas neoliberales
-fundamentalismo de mercado- pretende reestructurar y reordenar dentro de su lógica
tradiciones políticas, sociales y culturales diversas, Estados e incluso áreas
geográficas enteras, que lejos de ser reducibles a semejante proyecto de
ingeniería, pueden divergir de él en aspectos significativos. Este es el
segundo límite que lo vuelve inestable. Estamos ante un programa utópico, de
reconstrucción prometéica, heredero
de la ilustración en su concepción
de civilización única universal y que nos permite definirlo como la
reencarnación del progreso en el comienzo del nuevo milenio”[xxiii].
Una
observación que hacen Vaquero y otros analistas (y que asumimos plenamente), es
que la primera amenaza que tiene el proyecto globalizador, en el sentido específico
en que lo hemos entendido, no proviene de fuera sino de dentro de él mismo. El
vasto desorden económico, el gran desequilibrio en la acumulación y distribución
de capitales y, de manera particular, la enorme burbuja de capital ficticio
constituida por la especulación de valores bursátiles y derivados financieros
no pueden prolongarse indefinidamente. Un proyecto tal no es auto-reproductivo y
entraña necesariamente su propio final. Puede ser prolongado durante un tiempo,
como imposición política, para defender la estructura de poder económico
trasnacional, como sucede con la deuda externa de las naciones en subdesarrollo.
Pero ello también tiene su límite, como puede verse en la gran inestabilidad
financiera actual y en la reciente crisis de las grandes corporaciones
estadounidenses que, para algunos, significa el comienzo del fin del proyecto
globalizador.
Como
puede verse históricamente, una forma de reacción por parte del poder ante la
inminencia de su descomposición interna es buscar siempre un enemigo externo
hacia el cual volcarse. No debe olvidarse la relación entre crisis económicas
y las dos guerras mundiales, con el agravante de que la burbuja especulativa
actual supera las reiteradas crisis del siglo XIX y la de los años 30, por
varios órdenes de magnitud. Y ante la ausencia de un enemigo como lo fue el
fascismo y lo ha sido durante décadas “el comunismo internacional”, el
nuevo enemigo inflado en forma mediática es “el eje del mal”: del
terrorismo y fundamentalismo a la cultura y civilización islámicas. En este
sentido, no es una hipótesis nada despreciable la vinculación entre crisis
estructural del sistema financiero globalizado y una guerra de ‘choque de
civilizaciones’.
Por
otra parte, desde el punto de vista del sector no occidental del mundo,
existe una resistencia cada vez mayor por parte de las poblaciones a
aceptar la desregularización económica neoliberal, es decir, la ley de la
selva económica en la que la parte del león la tienen los otros. Para muchas
regiones, está en juego su propia supervivencia física. Este es el “segundo
límite” de que habla Vaquero en la cita anterior. Más directamente, en
nuestras palabras, para muchos sectores desplazados, excluidos y empobrecidos
por el proceso globalizador de los últimos 20 años, no sería nada extraño
una reacción cada vez más violenta anti-capitalista, anti-occidental y
anti-globalización y, sin duda, las poblaciones islámicas tendrían
suficientes motivos para una reacción semejante, si son provocadas. El proceso
globalizador, en este sentido, genera por sí mismo las condiciones, también
desde el lado de las víctimas, para que las ‘rupturas’ de la sociedad
mundial que hemos señalado al comienzo de este trabajo, se conviertan en
verdaderos enfrentamientos de guerra irregular y permanente.
Finalmente,
el texto que hemos citado hace
también referencia al carácter
“utópico” del proceso globalizador. Se trata de una suerte de
reconstrucción del orden mundial para el nuevo milenio, según el modelo
ilustrado de modernización neoliberal, al que Vaquero denomina
“fundamentalismo de mercado”, tan fanático o más que los otros
fundamentalismos, puesto que además tiene a su servicio el control tecnológico
del mundo. Precisamente, por razones semejantes, a la facción ideológica y política
que apoya en EEUU las tesis de ‘choque de civilizaciones’ de Huntington, se
les denomina en ámbitos académicos y mediáticos “los utópicos”. El
problema se presenta cuando tales propuestas utópicas encuentran un cauce de
poder para hacerse realidad.
Debemos
decir también, que son muchas las
propuestas alternativas, tanto económicas como políticas y jurídicas, a los
efectos negativos que hemos señalado sobre la globalización económica y a la
tendencia actual hacia un ‘choque de civilizaciones’. Pero en general, para
decirlo muy someramente en los límites de este trabajo, tendrían que ver con
un nuevo ordenamiento económico internacional basado en la justicia, con nuevos
acuerdos de regulación monetaria y
financiera como los llevados a cabo al finalizar la segunda guerra mundial, y
con programas de cooperación y reconstrucción de los sectores más devastados
del planeta (comenzando por el África subahariana) de manera semejante a los
planes Marshall de la postguerra europea. Tales propuestas son técnicamente
factibles y su viabilidad es ante todo política.
Existen
por otra parte y de manera inseparable con las económicas, las propuestas de
“diálogo de civilizaciones” y construcción de una sociedad pluralista y
multicultural, con un basamento común fundamentado en los derechos humanos, la
discusión y elaboración de un derecho cosmopolita, y el establecimiento de
medios jurídicos institucionales capaces de impulsarlos y generalizarlos a
nivel global. A diferencia de la situación durante la segunda guerra mundial,
un proyecto de “globalización positiva” como alternativa a la trayectoria
actual parece indispensable antes y no después de que ocurra un mayor deterioro
económico y político global, dado el enorme poder destructivo acumulado en el
planeta. La crisis financiera estructural y la inestabilidad internacional, como
límites del proceso globalizador, son también una oportunidad para impulsar
con urgencia un nuevo orden internacional.
[i] J. García Neumann y A. Piñero Guilamany (2001): Una nueva sociedad emergente: repercusiones económicas, jurídicas, culturales y religiosas. Simposio Globalización y Solidaridad 2. Valencia, 16 y 17 noviembre de 2001.
[ii] Samuel P. Huntington (1997): “El Choque de Civilizaciones y la Reconfiguración del Orden Mundial”. Barcelona. Paidos.
[iii] J. García Neumann-A. Piñero Guilamany (2001): pag.15.
[iv] Citado por M. Ebstein Katz (2001): “Luces y sombras de la Globalización”. Simposio Globalización y Solidaridad. Valencia, 10 y 11 de Noviembre de 2000, p. 38.
[v] Ibid, p.27.
[vi] Carlos Vaquero (2000): “Globalización, empleo y desigualdad salarial”. En: Trabajo, Derechos sociales y Globalización, Antonio Antón (Coordinador). Madrid, Talasa. p. 33.
[vii] Ibid, p. 36.
[viii] Ibid, p. 35.
[ix] C. Vaquero (2000), p. 36.
[x] C. Vaquero (2000): p. 47 - 51.
[xi] C. Vaquero (2000): p. 50.
[xii] Véase, G. Soros (1999): La crisis del capitalismo global. La sociedad abierta en peligro. Madrid, Debate.
[xiii] Notas de la conferencia de A. Giddens, “The Great Globalisation Debate”, organizada por la Fundación Cañada Blanch. Valencia, 29 de noviembre de 2001.
[xiv] Huntington, Samuel P. (1997): El Choque de Civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial. Barcelona, Paidos.
[xv] Ibid., p. 20.
[xvi]
Francis Fukuyama (1989): “The End of History”, The National Interest
Nº16.
[xvii]
Zbigniew Brzezinski (1993): Out of Control: Global Turmoil on the Eve of the
Twenty-first Century. N.Y., Scribner.
[xviii] Huntington (1997): 20.
[xix] Ibid., p. 132.
[xx] Ibid., p. 249.
[xxi] Ibid., p. 254-255.
[xxii] Ibid., p. 259-260.
[xxiii] C. Vaquero (2000): 78.
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