EL REGRESO DE TONI ROMANO
Escribir es una pasión. O no es nada. Al otro lado de toda escritura hay un abismo. Aventurarse en el peligro es el mayor disfrute para un escritor grande, su imagen de marca. El placer de la escritura es inigualable. Inventar historias, doblegar el tiempo, crear personajes: no hay gustazo que se le pueda comparar. Creo que así escribe Juan Madrid. A borbotones. Volcando su vocación de escritor necesario en una escritura igual de necesaria. Lo decía Onetti: escribir es una necesidad. Tenía unas ganas tremendas de leer su última novela: Adiós, princesa (Ediciones B). El juego equívoco con una realidad bien conocida: la novia del Príncipe de España era periodista. En la irresistible historia que se cuenta en esta novela esa novia muere violentamente. La policía investiga esa muerte. Mucha más gente también se suma a la investigación. El patio de vecindad -tan propio de las viejas narraciones policiales clásicas- surge con fuerza impresionante en el diseño de situaciones y personajes. Y sobre todo: vuelve Toni Romano a protagonizar una narración de Juan Madrid. Desde que hace la tira de años descubrí ese personaje (qué lejos y qué cerca siempre aquella maravilla que sigue siendo Un beso de amigo) no he dejado de esperar gozosamente las aventuras de ese exboxeador, expolicía y excasitodo que actúa como los viejos investigadores de las mejores novelas del género. La mirada melancólica sobre lo que pasa, sobre los paisajes urbanos ennegrecidos por el alcohol y el tabaco, sobre la amistad imborrable (aquí me recuerda a Jean-Claude Izzo, aunque Juan Madrid llegara antes), sobre la necesidad de encontrar una miaja de redención entre el estiércol que ennegrece el mundo. “No dejes divagar tu fulgor/donde las llamas pueden reventar tus ojos en pedazos”, escribe Marx en un poema. Eso hace Juan Madrid. Escribir como dispara una metralleta, sin añadir nada que pueda obstaculizar la narración, primero, y luego la lectura. Siempre hay un abismo al pie de la buena escritura, al final de una historia extraordinaria. A la novia del Príncipe no la ha matado nadie. Se casaron y parece que son felices (a mí, la verdad, me da igual, ya se apañarán). Me gusta más la historia que cuenta “Adiós, princesa”. Y no sean mal pensados: no porque muera la novia violentamente sino porque las buenas novelas me gustan, desde hace mucho tiempo, bastante más que la realidad.