La pintura de finales del XIX como base para una nueva concepción artística

A partir de la Revolución Francesa (1789-1794) se produjeron cambios sociales que influyeron de manera decisiva en la creación plástica. Si a ello se unen los avances científicos y técnicos que se dieron durante el siglo XIX y la existencia de grupos y pintores como los componentes de la Escuela Barbizón, Corot y Manet, un profunda trasformación estilística estaba preparándose para consolidarse, poco después, en el Impresionismo.

Hasta el momento en que aparece el Impresionismo los pintores, sin salir de su estudio, habían interpretado artificialmente las formas resaltando los volúmenes mediante falsas fuentes luminosas, la nueva tendencia sustituyó el taller por la pintura al aire libre, “plain air”, lo que supuso que la forma se olvidase en favor de la mancha. El valor otorgado a la atmósfera y la distancia hizo que la perspectiva, hasta el momento lineal, pasase a ser aérea, dando más importancia a la perdida de nitidez de los objetos en la lejanía que a las líneas de fuga.

Los impresionistas, entre ellos Monet, su máximo representante, fusionaron, en sus obras, la visión del Realismo y los aspectos sentimentales y emotivos del Romanticismo, asumiendo, a su vez, los descubrimientos físicos relacionados con la materia y la densidad y las leyes ópticas sobre la descomposición de la luz y las cualidades cromáticas proclamadas por los científicos Newton y Chevreul. Los nuevos pintores agruparon los colores en primarios y secundarios y tuvieron en cuenta el contraste producido por el enfrentamiento de los complementarios.

Todas estas trasformaciones hicieron posible la aparición a finales del XIX de 4 pintores, Cézanne, Gauguin, Van Gogh y Toulouse Lautrec cuya peculiar forma de expresarse pictóricamente será la base principal de los movimientos artísticos más importantes del siglo XX.

   

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