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Alan Deyermond: tradición y renovación en los estudios medievales hispánicos1


Rafael Beltrán

Universitat de València


Alan David Deyermond cumple en estos momentos [año 2000] —si contamos a partir de su entrada en la Universidad y a partir de la publicación de su primer trabajo— cuarenta y cinco años como profesional de las letras, de la investigación y de la educación; cuarenta y cinco años de constante quehacer intelectual, rindiendo servicio al medievalismo, al hispanismo y a las humanidades. Hace tres años celebró su jubilación oficial, pero su tarea ha continuado incesante desde entonces, sin que apreciemos un cambio sustancial en su trayectoria.2 Desde 1997 ha continuado realizando visitas como profesor invitado a Universidades de Estados Unidos, Europa y España, tal vez, eso sí, ya sin tantas premuras a su regreso —me refiero a las relacionadas con los gozos y las sombras de la docencia— como anteriormente. Pero su buzón le habrá estado esperando tras cada viaje igual de rebosante; le habrán acompañado del mismo modo, en las esperas de los aeropuertos, sin dejar apenas tiempo al descanso del rápido té, la corrección de pruebas de artículos y capítulos de libros, algunos suyos, muchos de sus alumnos y colegas; y le habrán hecho insuficientes las horas del día y menguado las de las noches en inhóspitos hoteles, los mil proyectos que iniciar, avanzar, corregir... Esta imagen volandera que me hago de los últimos años de trabajo académico de Alan Deyermond no la considero falta de realismo. Representaría, en todo caso, en escala de uno a diez, lo que han sido los más de cinco lustros —se sumarían ahora los años estudiantiles— entregados al estudio de un pedazo pequeño, pero complejo y fascinante de nuestro mundo antiguo: las literaturas hispánicas medievales.

Me consideré un privilegiado al disfrutar de la oportunidad que el profesor Josep Lluís Sirera, director del Seminario de teatro, organizado dentro del VI Festival de Teatre i Música Medievals (Elx, 2000), me brindó, y poder preparar y leer, en una ciudad en la que, gracias al Misteri, revive cíclicamente la Edad Media, unas líneas de presentación —que son las que ahora reproduce la imprenta—, por la vía de la semblanza académica, como homenaje tributado a un académico que ha sobresalido en muchos campos de las ciencias humanas y batallado en muchas lides de la arena universitaria, que concita como pocos admiración y respeto unánimes, y que, como sólo los grandes maestros pueden hacer, ha expandido por doquier, con generosidad inagotable, su caudal de saberes y experiencias.


Alan Deyermond nació en El Cairo en 1932, pero su educación primaria tuvo lugar en el Quarry Bank High School de Liverpool, y más tarde, cuando su familia se trasladó a las Channel Islands, en el Victoria College de Jersey. Su afición por la literatura española nace cuando realiza estudios universitarios en el Pembroke College de Oxford. Aunque sus lecturas fundamentales fueran de literatura francesa, el obligado acercamiento introductorio, ya en el último año de carrera (1952-1953), a textos canónicos hispánicos como el Poema de Mio Cid, el Libro de buen amor o la Celestina, produjo en él tal fascinación y despertaba tantos interrogantes sin resolver por la crítica de entonces, que decidió dedicar sus trabajos de postgraduado (nuestro tercer ciclo o doctorado) a la literatura española medieval, bajo la dirección de Peter Russell.

Muy pronto, hacia los 24 años, comenzó a dar clases de historia de la lengua, poesía de los siglos de oro, literatura medieval, así como de lengua española, como Ayudante (Assistant Lecturer) en el Westfield College de Londres, cuando era director del Departamento de Hispanic Studies el querido y recordado profesor John Varey. Alan Deyermond fue ganando a pulso un merecido reconocimiento como docente e investigador, a partir de la publicación de su primer artículo,3 como se aprecia retrospectivamente al examinar los distintos puestos que fue obteniendo, dentro del escalafón británico, en la Universidad de Londres (sin equivalencia exacta en el nuestro): los grados de Lecturer en 1958, Reader en 1966, y el Personal Chair o grado de Professor (el equivalente a nuestro Catedrático), en 1969.

Alan Deyermond es ciudadano del mundo, impenitente viajero, homo plus quam viator. Ha impartido conferencias y seminarios en más de ciento treinta universidades de Europa y América, con contratos de profesor visitante en algunas de ellas. Sus labores docentes, sin embargo, han estado siempre enraizadas en Londres y ligadas al centenario Westfield College, primero en su emplazamiento de Hampstead, y a partir de 1992, fundido con Queen Mary College, en Mile End Road. Allí ha sido Director de Departamento, Decano de la Facultad de Artes, Director de Estudios de Doctorado, y ha desempeñado otros cargos relacionados con la administración y gestión universitaria.

Entre otros méritos en su haber, Alan Deyermond cuenta con los de Doctor honorario de Literatura en la Universidad de Oxford, Doctor honorario de "Humane Letters" en la Universidad de Georgetown y Miembro de la British Academy. Ha sido Presidente de la International Courtly Literature Society (1983), de la Asociación Internacional de Hispanistas (1992-1995). Miembro de la Society of Antiquaries (1987), Socio de honor de la Asociación Hispánica de Literatura Medieval (desde 1985), Miembro de la Hispanic Society of America (1985), Miembro Correspondiente de la Medieval Academy of America (1979), Miembro Correspondiente de la Real Academia de Buenas Letras de Barcelona, Miembro de la London Medieval Society (1970-1974) y Miembro de la International Courtly Literature Society (1983-1989). Pertenece al comité científico de una docena larga de revistas internacionales del prestigio del Bulletin of Hispanic Sudies, Bulletin Hispanique, Medievalia, Romance Philology, Revista de Filología Española, etc. Dirige la prestigiosa colección de Papers of the Medieval Hispanic Research Seminar.4

Alan Deyermond ha publicado hasta el momento veinticuatro libros —doce como autor y doce como editor— y más de ciento cincuenta artículos científicos.5 El catálogo cuantificado de una obra académica tan magna es sólo un principio de ordenación para un trabajo en progreso. Resulta casi imposible resumir, más allá de esa cuantificación, el contenido de las aportaciones principales. Aunque no lo intentaré, quisiera cuanto menos apuntar algunas de las líneas principales de su investigación, para tratar de destacar y justificar de qué modo, en un balance final, alcanza ésta, a mi juicio, el difícil equilibrio entre la tradición y la innovación.

El primer libro de Alan Deyermond fue un estudio sobre las fuentes petrasquescas de la Celestina: The Petrarchan Sources of "La Celestina" (Londres, Oxford University Press, 1961, xii + 164 pp.; reed. revisada, 1975). Petrarca es el autor más citado por Fernando de Rojas: en alrededor de cien ocasiones (unas setenta y cinco en la Comedia, otras veinticinco en los nuevos actos e interpolaciones). Quien primero localizó alguna de esas fuentes en la obra de Fernando de Rojas fue un anómino jurista, que preparó en el siglo XVI una impresionante glosa de la obra, que se conserva manuscrita en la Biblioteca Nacional de Madrid. Pero los conocimientos y procedimientos filológicos han cambiado bastante desde aquel siglo de doradas luces. Como ya hemos comentado, antes de doctorarse, en 1954, Alan Deyermond había publicado, su primer artículo, en el número 31 del Bulletin of Hispanic Studies. En él demostraba que el índice temático de las obras latinas de Petrarca, al final de la primera edición incunable, salida en Basilea, en 1496, había sido la principal fuente petrarquesca de Rojas. En The Petrarchan Sources of "La Celestina" desarrolla por extenso las primeras aportaciones de la precoz contribución. El Índice de las Opera de Petrarca había servido de florilegio, y Fernando de Rojas no se tomaba la molestia de averiguar si las sentencias anotadas coincidían con el texto. Lo que no quiere decir que a veces Rojas no consultara directamente determinadas obras del italiano, y desde luego el De remediis utrisque fortunae.

Por supuesto, la Celestina ha continuado interesando al prof. Deyermond. De la pluralidad de enfoques y del interés de los trabajos dará idea la simple mención de algunos títulos: "Hilado-Cordón-Cadena: Symbolic Equivalence in La Celestina" (Celestinesca, 1-ii, 1977, pp. 6-12), "<<¡Muerto soy! ¡Confesión!>>: Celestina y el arrepentimiento a última hora" (en De los romances-villancico a la poesía de Claudio Rodríguez: 22 ensayos sobre las literaturas española e hispanoamericana en homenaje a Gustav Siebenmann, ed. José Manuel López de Abiada y Augusta López Bernasocchi, Madrid, José Esteban, 1984, 129-40), "Divisiones socio-económicas, nexos sexuales: la sociedad de Celestina" (Celestinesca, 8-ii [In Honor of Stephen Gilman, ed. Dorothy Sherman Severin], 1984, pp. 3-10), "<<El que quiere comer el ave>>: Melibea como artículo de consumo" (en Estudios románicos dedicados al profesor Andrés Soria Ortega en el XXV aniversario de la Cátedra de Literaturas Románicas, ed. Jesús Montoya Martínez y Juan Paredes Núñez, I, Granada, Universidad, 1985, pp. 291-300), "Pleberio's Lost Investment: The Wordly Perspective of Celestina, Act 21" (Modern Language Notes, 105, 1990, pp. 169-79), "Female Societies in Celestina" (en Fernando de Rojas and "Celestina": Approaching the Fifth Centenary [Proceedings of an International Conference in Commemoration of the 450th Anniversary of the Death of Fernando de Rojas, Purdue University, West Lafayette, Indiana, 21-24 November 1991], ed. Ivy A. Corfis y Jopeph Snow, Madison, HSMS, 1993, pp. 1-31), "Hacia una lectura feminista de la Celestina" (en "La Célestine": "Comedia o Tragicomedia de Calisto y Melibea" [Actes du Colloque International du 29-30 janvier 1993], ed. Françoise Maurizi, Caen, Universidad, 1995, pp. 59-86), "La Celestina como cancionero" (en Cinco Siglos de "Celestina": aportaciones interpretativas, ed. Rafael Beltrán y José Luis Canet, Valencia, Universidad, 1997, pp. 91-105), "How Many Sisters Had Celestina? The Functions of the Invisible Characters" (Celestinesca, 21, i-ii [Studies in Honour of Louise Fothergill-Payne], 1997, pp. 15-29), entre otras.

Pero retrocedamos un par de siglos o tres en el tiempo de emisión literaria y saltemos al mundo de la épica con el segundo libro publicado por Alan Deyermond. En 1969 aparece Epic Poetry and the Clergy: Studies on the "Mocedades de Rodrigo" (Londres, Tamesis, 1969, xv + 313 pp.). Alan Deyermond continúa siendo el estudioso que más luz ha arrojado sobre el segundo poema épico español —en cronología, en extensión, en importancia—, del que se conservan más de mil versos (1170) distribuidos en unas treinta tiradas. El profesor británico sitúa la redacción original del texto conservado entre 1350 y 1360, y caracteriza la obra como producción de un autor culto, posiblemente clérigo, que reelaboraría un cantar de gesta anterior, perdido, de manera similar a la reelaboración que hiciera el anónimo autor del Poema de Fernán González.

La reciente edición de estudios críticos, con facsímil y nueva transcripción de la obra, llevada a cabo por Matthew Bailey, y publicada en los King's College London Medieval Studies, ha proporcionado a Alan Deyermond el lugar idóneo y la oportunidad para modificar ligeramente sus opiniones de hace treinta años.6 No, desde luego, la principal, referida a que el autor fuera culto, y no juglar. Pero sí ha podido matizar la vinculación del autor con Palencia, la fecha de redacción (que pudo ser —propone, a tenor de las conclusiones de trabajos publicados en el ínterin— anterior, de hacia 1330) y la cuestión de la difusión por escrito de la obra.

Para no abandonar el campo de la épica, encontramos que, a medio camino entre los dos estudios sobre Mocedades de Rodrigo que acabamos de mencionar (el suyo y el conjunto coordinado por Matthew Bailey), Alan Deyermond publica un fundamental libro, tan condensado en su contenido y extensión como clarificador respecto al estado de conocimientos sobre la épica española hasta esa fecha. Lleva por título El "Cantar de Mio Cid" y la épica medieval española (Barcelona, Sirmio, 1987, 124 pp.), y resume con iluminadora labor de síntesis —empeño nada fácil en este caso— las principales teorías formuladas hasta el momento sobre la épica, centradas en el Cantar —como prefiere llamarlo él— o Poema de Mio Cid. Sus conclusiones sobre la cronología de la epopeya española darán perfecta idea de la posición que adopta Alan Deyermond entre las teorías individualista y neotradicionalista. Sabemos que mientras para Colin Smith la épica española nace en 1207 con el Cantar de Mio Cid, escrito por Per Abbat a imitación de la épica francesa (y los pocos poemas épicos compuestos a continuación habrían seguido el modelo de este Cantar fundador), para Ramón Menéndez Pidal, en cambio, la épica española habría empezado como muy tarde en el siglo VIII, con un poema sobre el rey Rodrigo y la conquista árabe de España (pero probablemente incluso antes, con poemas visigóticos continuadores de la tradición de épica germánica). Alan Deyermond propone —como opinión personal, sin ánimo de que sea la solución definitiva— una cronología "a medio camino entre estos dos extremos" (p. 99). Tras señalar la inexistencia de pruebas de ningún poema épico español anterior al año 1000, sugiere que la épica española comenzaría con Los siete infantes de Lara, el Romanz del infant García, poco posterior, y ya para la segunda mitad del siglo XI o primera del XII, el Cantar de Fernán González y La condesa traidora, así como el primer Cantar de Sancho II. No descarta la composición en esa primera fase de un Cantar de Rodlán, basado en un antecesor de la Chanson de Roland que conocemos. La propuesta de fecha para el Cantar de Mio Cid no admite medias tintas y Deyermond se identifica con la posición individualista de Colin Smith (y de otros muchos, que reciben de los neotradicionalistas esa etiqueta, que agruparía a quienes no son como ellos): el poema se compuso hacia 1207, la fecha que lleva el explicit en el códice de Vivar. Vendrían tras este año la segunda versión del Cantar de Sancho II y un Bernardo del Carpio. Ya en la segunda mitad del XIII el Poema de Fernán González, probablemente la perdida Gesta de las mocedades de Rodrigo y el Roncesvalles, del que sólo conservamos dos folios conteniendo 100 versos. Finalmente, de hacia mitad del siglo XIV serían ya el Poema de Alfonso XI, que representa una nueva épica octosilábica, y las Mocedades de Rodrigo. Deyermond respalda, para concluir, la hipótesis de una tradición de refundiciones todavía viva en el siglo XV.

De manera que Alan Deyermond mantiene, en sus ideas sobre la épica española, un perfecto equilibrio entre la tradición y la renovación. Asume plenamente las conclusiones pidalianas, por ejemplo —y es sólo un ejemplo— en la cuestión de la "pervivencia genérica [de la épica española]", que reconoce "magistralmente reseñada por Menéndez Pidal" (p. 102). Pero, en otro sentido, es más dudoso que nuestro admirado Ramón Menéndez Pidal hubiese visto con buenos ojos (¿tal vez con mirada condescendiente?) las interesantísimas conclusiones de Alan Deyermond en torno a la importancia de la sexualidad en la epopeya española. Lo cierto es que en varios trabajos —divulgados algunos, además, a través de sabrosas y polémicas conferencias— Alan Deyermond ha demostrado con justeza lo infundado de la identificación de épica con canto exclusivamente masculino y bélico; ha destacado, al contrario, el papel dominante de las mujeres —mujeres que utilizan su poderosa sexualidad para obtener poder o venganza— en el ciclo de los condes castellanos, y el protagonismo más que relevante en otros poemas, como el mismo Cantar de Mio Cid. Igualmente, ha rebatido y desacreditado con contundencia otra premisa errónea del neotradicionalismo: la repetida hipótesis, tan cara a don Ramón, de una épica juglaresca y laica, despreocupada de lo eclesiástico (de donde vendrían errores flagrantes). El autor del Cantar demuestra tener saberes jurídicos y conocía bien la Biblia, como ha enseñado con ejemplos de meridiana claridad el académico británico.

El panorama narrativo en verso de los siglos XIII y XIV está dominado por el mester de clerecía. Son los siglos de la cuadernavía. Alan Deyermond edita en un volumen dos versiones castellanas, ambas del siglo XV, de la historia de Apolonio de Tiro, en cuya tradición se inscribe uno de los primeros y principales —también uno de los más bellos— poemas de clerecía españoles, el Libro de Apolonio: el volumen lleva por título Apollonius of Tyre: Two Fifteenth-Century Spanish Prose Romances (Exeter, University, 1973, xxii + 116 pp.). La primera de las versiones es la que trae el incunable español de Pablo Hurus (1488), procedente de la Gesta Romanorum, y la segunda se trata de la versión de Juan de Cuenca, que deriva de la que presenta el Pantheon de Viterbo. Sobre el mismo Libro de Apolonio Alan Deyermond ha escrito, además, esenciales artículos (yo destacaría —porque representó una llamada de atención sobre el estudio de los motivos no sólo en esta obra, sino en otros géneros literarios— su trabajo sobre "Motivos folklóricos y técnica estructural en el Libro de Apolonio", Filología, 13, 1968-1969 [1970: Homenaje a Ramón Menéndez Pidal], pp. 121-49). Con igual profundidad y agudeza se ha adentrado, abordándolos desde perspectivas críticas que han servido de modelo para otras subsiguientes, en otros poemas de cuadernavía, desde el Libro de Alexandre ("The Use of Figura in the Libro de Alexandre", en colaboración con Peter A. Bly, Journal of Medieval and Renaissance Studies, 2, 1972, pp. 151-81), hasta las obras de Gonzalo de Berceo (por ejemplo, con su estudio de "La estructura tipológica del Sacrificio de la Misa", Berceo, 94-95 [Actas de las II Jornadas de Estudios Berceanos], 1978, pp. 97-104). Por no hablar de su dedicación de siempre, reposada, cautelosa, pero incesante y sagaz, al mayor libro de la cuadernavía en el siglo XIV y una de las cumbres de la literatura europea medieval: el Libro de buen amor. Baste mencionar su fundamental artículo sobre los usos de la parodia en el Libro de buen amor ("Some Aspects of Parody in the Libro de Buen Amor", en "Libro de Buen Amor" Studies, ed. G.B. Monypenny, Londres, Tamesis, 1970, pp. 53-78) y su ponderada síntesis de la actitud o actitudes de Juan Ruiz frente a su propia escritura ("Juan Ruiz's Attitude to Literature", en Medieval Renaissance and Folklore Studies in Honor of John Esten Keller, ed. Joseph R. Jones, Newark, Delaware, Juan de la Cuesta, 1980, pp. 113-25).

Hacia la novela sentimental o, mejor, como él ha rebautizado con argumentos convincentes, la ficción sentimental, ha dirigido su ojo crítico con atentos y renovadores acechos. Ha contribuido, así, como pocos, a que un género que constituía hasta los años setenta del siglo XX un episodio obligado pero casi críptico, por impenetrable, de nuestra historia literaria, haya pasado en un lapso relativamente breve de tiempo a convertirse en capítulo abierto y rico, por su entronque con la más alta retórica amorosa europea —Boccaccio—, y fascinante por sus innovaciones que, sin miedo a caer en anacronismos, verdaderamente se pueden llamar experimentales. En Tradiciones y puntos de vista en la ficción sentimental (México, UNAM, 1993, 190 pp.) se reúnen, revisados, cinco de los principales artículos que anteriormente había publicado sobre este género de raíces clásicas, ovidianas (el Ovidio de las Heroidas), que tuvo su precursor principal medieval en la Fiammetta de Giovanni Boccaccio y que contó con varios testimonios europeos (quizás el más conocido la Historia de duobus amantibus de Enea Silvio Piccolomini), pero que como tal género se ha de identificar en exclusiva, como insiste en destacar Alan Deyermond, con la literatura en castellano de los siglos XV y XVI (p. 9). Los artículos, convertidos en capítulos de un libro que tiene perfecta homogeneidad temática y metodológica, versan tres de ellos sobre las tradiciones folklórica, literaria y bíbilica subyacentes al género, y los otros dos sobre el punto de vista narrativo. Otros críticos habían venido subrayando —cierto que desde hacía muy poco— las innovaciones técnicas del género, pero nadie ha insistido tanto en la radicalidad de éstas, parangonable en ocasiones a la de la novela europea del siglo XX. Repetiré la impresión: nada tiene que ver la lectura que hoy podemos hacer de la ficción sentimental con la que se soportaba (y perdónese el desprecio) hace tan sólo veinte años, cuando muchos, que la habíamos estudiado mal, o sencillamente la habíamos ignorado (faltaban también las ediciones), desdeñábamos las supuestas bondades de un género, porque nadie nos había sabido explicar su complejidad inventiva, dispositiva y elocutiva, es decir, su densidad y osadías temáticas y retóricas.

En 1994 la Universidad de Salamanca concedía a Alan Deyermond el prestigioso Premio Internacional Elio Antonio de Nebrija, por su contribución al mejor conocimiento del mundo y culturas hispanas en todo el mundo. La concesión del galardón trajo consigo la propuesta de publicación de una obra para el siguiente año. Alan Deyermond llevaba muchos dedicado al rastreo de la literatura medieval perdida de la Península Ibérica, y había ido publicando suplementos (cuatro en 1977; un quinto, que conozca, en 1979) a su primera versión dactilografiada —separata solicitadísima— de The Lost Literature of Medieval Spain: notes for a tentative catalogue. Además, había publicado también artículos sobre textos perdidos de cancionero castellano y portugués, sobre historiografía perdida de la época de los reyes trastámara, sobre textos hagiográficos o textos portugueses igualmente perdidos, etc. No extrañó, por tanto, sino alegró sobremanera a quienes seguíamos esa línea suya de trabajo, que se decidiera a publicar La literatura perdida de la Edad Media castellana: catálogo y estudio, I: Épica y romances (Salamanca, Universidad, 1995, 256 pp.). La obra comienza con la casuística de pérdida de esas obras: incendios, guerras, censura, deterioro material, desinterés cultural, negligencias varias, ocultación obligada o clandestinismo... Habla de las fuentes de información que permiten deducir la existencia efectiva de esas obras, algunas reaparecidas sólo muy recientemente, como el debate de Elena y María, las jarchas, la Fazienda de Ultramar o el fragmento de Roncesvalles. El catálogo de obras perdidas de épica tradicional es especialmente difícil, por el desacuerdo de los críticos en torno a la existencia o no de poemas épicos perdidos y del número de versiones de cada uno (p. 139). No sólo se realiza, por tanto el catálogo de veintinueve obras de épica tradicional, sino un esmeradísimo estado de la cuestión, que supone la revisión más completa y actualizada sobre el tema con la que contamos hoy los medievalistas. En cuanto a la sección de romances, Deyermond aduce los casos —presentados todos ellos de manera sólida y rigurosa— de nada menos que treinta y ocho romances que debieron existir y que hoy no conservamos.

La nobleza del científico agradecido —pero también una insobornable sinceridad— le lleva a dedicar el libro "a Samuel G. Armistead". Y, después, en el Prefacio, a justificar esa dedicatoria:


Este tomo va dedicado a Samuel G. Armistead, conocedor como nadie de la épica y el romancero hispánicos. Es el Menéndez Pidal de nuestros días. No siempre estoy de acuerdo con él, pero me apoyo siempre en sus investigaciones y aprecio siempre la generosa ayuda que proporciona a otros investigadores (p. 15).


Siguiendo el sendero y los campos del romancero, hay que mencionar su obra Point of View in the Ballad: "The Prisoner", "The Lady and the Shepherd" and Others (Londres, Depart. of Hispanic Studies, Queen Mary and Westfield College, 1996, 98 pp.). Apareció como número 7 de la colección The Kate Elder Lecture, que edita el Departamento londinense. Al inicio del prefacio, el autor plantea, con saludable humor, un problema serio y crucial del estudio del Romancero. Intento traducir lo más literalmente posible, manteniendo el registro de humor inglés:


Las baladas tradicionales son textos sólo secundariamente. Puesto que mi oficio es el de profesor, y no el de cantante de baladas, y puesto que di una conferencia, y no un recital, esta Conferencia Kate Elder, ofrecida el 21 de noviembre de 1995, quedó inevitablemente desplazada del vivo y siempre cambiante mundo de los cantantes de baladas tradicionales y de sus audiencias. Para tender un puente con ese mundo más vasto, acompañé la conferencia con la audición de romances grabados en el siglo XX, y con diapositivas. De manera que sólo ha de ser considerada parcialmente como broma la propuesta de un colega de que la conferencia había de ser publicada en disco compacto, en CD (mejor que en libro).


Fruto de una conferencia, por tanto, pero envuelta ésta en formato de monografía, como la define el autor, el libro parte de dos romances, El prisionero y La dama y el pastor, pero estudia en al menos otros ocho el problema del punto de vista —en el sentido de Wayne Booth: la carga de ironía y la ambigüedad—, relacionándolo con un tema que nos retrotrae al ya mencionado de la sexualidad en la épica: el de la mujer fatal (el romance de La bastarda y el segador, citado en las pp. 59-60, es absolutamente explícito en ese sentido).

Toda presentación es dependiente de las circunstancias en las que se desarrolla. Aunque me había comprometido a que el límite del comentario de la obra crítica de Alan Deyermond incluiría exclusivamente las áreas del trabajo que ha desarrollado en torno a determinados libros,7 querría dar testimonio también, como si de libro se tratara, de sus principales estudios sobre teatro medieval.

El más temprano artículo de Alan Deyermond sobre teatro medieval versa sobre "El ambiente social e intelectual de la Danza de la muerte" (en Actas del III Congreso Internacional de Hispanistas, ed. Carlos H. Magis, México, Colegio de México, 1970, pp. 267-76). Seguirían "Enrique de Villena, como poeta y dramaturgo: bosquejo de una polémica frustada" (en colaboración con John Walsh, Nueva Revista de Filología Hispánica, 28, 1979,.pp. 57-85), "La matanza de los Inocentes en el Libre dels tres reys d'Orient" (en colaboración con Jane E. Connolly, Anuario de Filología Española, 1, 1984, pp. 733-38), "El problema de la terminación del Auto de los reyes magos" (en colaboración con David Hook, Anuario de Estudios Medievales, 13, 1983 [1985], pp. 269-78), "El Auto de los reyes magos y el renacimiento del siglo XII" (Actas del IX Congreso de la Asociación Internacional de Hispanistas, ed. Sebastián Neumeister, Franckfurt, 1989, vol. I, pp. 187-94), "Historia sagrada y técnica dramática en la Representación del Nacimiento de Nuestro Señor de Gómez Manrique" (en Historias y ficciones: Coloquio sobre la Literatura del Siglo XV, ed. Rafael Beltrán, José Luis Canet y Josep Lluís Sirera, Valencia, Universidad, 1990, pp. 291-305), "Teatro, dramatismo, literatura: criterios y casos discutibles" (en Cultura y representación en la Edad Media: Actas del seminario celebrado con motivo del II Festival de Teatre i Música Medieval d'Elx, octubre-noviembre de 1992, ed. Evangelina Rodríguez Cuadros, Valencia, Generalitat Valenciana-Ayuntamiento de Elx-Instituto de Cultura "Juan Gil-Albert", 1994, pp. 39-56).

Es obligado destacar, especialmente en el contexto de Elx y el Misteri, la dedicación de Alan Deyermond a la poesía catalana medieval, y en concreto a los tres mejores poetas valencianos medievales: Ausiàs March, Joan Roís de Corella y Jordi de Sant Jordi. Es detallado y profundo su análisis del poema 2, "Pren-m' enaixí com al patró qu' en platga", del Cancionero de Ausiàs March: "From "gran nau" to "aspra costa": Imagery, Semantics and Argument in Ausias March's Poem 2" (en Homenaje a Hans Flasche: Festschrift zum 80. Geburstag am 25. November 1991, Stuttgart, Franz Steiner, 1991, pp. 485-98). Y notables sus estudios sobre la religión como retórica amatoria en la Dança e scondit de Jordi de Sant Jordi, y sobre "Las imágenes del bestiario en la poesía de Joan Roís de Corella" (en Ex libris: homenaje al Profesor José Fradejas Lebrero, Madrid, UNED, 1993, vol. I, pp. 95-106).

Alan Deyermond, como otros grandes filólogos europeos (pienso en Peter Dronke) ha sido pionero en su interés por las autoras medievales. Antes de que él incluyera una elocuente mención de apenas unas cuantas líneas en su Historia de la literatura. Edad Media, en 1971, prácticamente nadie había oído hablar de las Memorias de doña Leonor López de Córdoba. Hoy, ese primer testimonio femenino autobiográfico de la literatura española escrita en castellano ya ha sido objeto de tesis y artículos, y hasta forma parte del canon de la literatura española medieval por méritos propios. Sus trabajos sobre religiosas como Teresa de Cartagena ("<<El convento de dolençias>>: The Works of Teresa de Cartagena", Journal of Hispanic Philology, 1, 1976-77, pp. 19-29), o sobre voces femeninas en el cancionero ("Sexual Initiation in the Woman's-Voice Court Lyric", en Courtly Literature: Culture and Context. Proceedings of the 5th Triennial Congress of the International Courtly Literature Society, ed. Keith Busby y Erik Kooper, Amsterdam, John Benjamins, 1900, pp. 125-58), singularmente la de Florencia Pinar ("The Worm and the Partridge: Reflections on the Poetry of Florencia Pinar", Mester, 7, 1978, pp. 3-8), o en la novela sentimental ("The Female Narrator in Sentimental Fiction: Menina e moça and Clareo y Florisea", Portuguese Studies, 1, 1985, pp. 47-57) son iluminadores. E imprescindibles los panoramas sobre el tema, como el de "Las autoras medievales castellanas a la luz de las investigaciones recientes" (Medievo y Literatura. Actas del V Congreso de la Asociación Hispánica de Literatura Medieval, ed. Juan Paredes, Granada, Universidad, 1995, vol. I, pp. 31-47).

Dejo, por falta de tiempo, otros bloques temáticos que ha perseguido Alan Deyermond a través de varias publicaciones: la historiografía ("La historiografía trastámara: ¿una cuarentena de obras perdidas?", en Estudios en homenaje a Don Claudio Sánchez Albornoz en sus 90 años, vol. 4, Buenos Aires, Instituto de Historia de España, 1986, pp. 161-93), el bilingüismo y la diglosia literaria ("Notas sobre diglosia literaria y autotraducción en el siglo XV hispánico", en Miscellanea antverpiensia: homenaje al vigésimo aniversario del Instituto de Estudios Hispánicos de la Universidad de Amberes, ed. Nelson Cartagena y Christian Schmitt, Tubinga, Max Niemeyer, 1992, pp. 21-28) o la literatura comparada, entre otros. Y no detallo ni siquiera publicaciones básicas relacionadas con problemas de género, autoría, titulación, literatura de minorías (de judíos y conversos), oralidad, estructura, temas (desde el hombre salvaje a la iniciación sexual), imágenes literarias (las imágenes literarias de animales, por ejemplo), alegorías, motivos (motivos folklóricos), puntos de vista, innovaciones narrativas, retórica, problemas de edición, etc., etc. Y me detengo sólo —y apenas— en un campo imprescindible, en el que sus aproximaciones parecen orientadas hacia el cuerpo de un libro: los usos de la Biblia. Sus trabajos sobre usos concretos de la Biblia en la épica ("Uses of the Bible in the Poema de Fernán González", en Cultures in Contact in Medieval Spain Historical and Literary Essays Presented to L. P. Harvey, Londres, King's College, 1990, pp. 47-70), en las cantigas de amigo ("Old Testament Elements in Two Cantigas de amigo", en Studies in Portuguese Literature and History in Honour of Luís de Sousa Rebelo, Londres, Tamesis, 1992, pp. 21-28), en poetas concretos ("La Biblia en la poesía de Juan del Encina", en Humanismo y literatura en tiempos de Juan del Encina, ed. Javier Guijarro Ceballos, Salamanca, Universidad, 1998, pp. 55-68) y otros de corte más general, relacionados con la Biblia como elemento unificador y cohesionador, hablan perfectamente de un interés con vector que apunta hacia la todavía escasamente estudiada influencia del llamado —por Northrop Frye— Gran Código en la literatura medieval hispánica.

Las áreas tan sumariamente descritas para nada agotan los ámbitos de alcance de la producción científica de Alan Deyermond. Espero, con todo, que puedan servir al menos de brújula rudimentaria para la orientación en el abigarrado mapa que dibuja ésta. A través de este sumario, uno podrá intuir, pienso, la ambición y profundidad de sus investigaciones, y certificar que abarcan los principales aspectos de la cultura y la escritura medieval hispánica.

Las ediciones de volúmenes, misceláneos, monográficos u homenajes, suponen costosos esfuerzos previos de preparación, selección y discriminación, así como posteriores de corrección y regularización; exigen, en fin, grandes dosis de iniciativa y mayores todavía de perseverancia. Son de obligada referencia las ediciones que ha llevado a cabo Alan Deyermond de volúmenes dedicados al Cantar de Mio Cid ("Mio Cid" Studies, Londres, Tamesis, 1997), los homenajes a Rita Hamilton (Medieval Hispanic Studies Presented to Rita Hamilton, Londres, Tamesis, 1976), a Keith Whinnom (en colaboración con Ian Macpherson, The Age of the Catholic Monarchs 1474-1516: Literary Studies in Memory of Keith Whinnom, Liverpool, University Press, 1989), a John Walsh (en colaboración con Jane E. Connolly y Brian Dutton, Saints and their Authors: Studies in Medieval Hispanic Hagiography in Honor of John K. Walsh, Madison, HSMS, 1990), a John Varey (en colaboración con Charles Davies, Golden Age Spanish Literature: Studies in Honour of John Varey by his Colleagues and Pupils, Londres, Westfield College, 1991), a Peter Russell (en colaboración con Jeremy Lawrance, Letters and Society in Fifteenth-Century Spain: Studies presented to P.E. Russell on his Eightieth Birthday, Llangrannog, Dolphin, 1993), a Charles Fraker (en colaboración con Mercedes Vaquero, Hispanic Medieval Studies in Honor of Charles F. Fraker, Madison, HSMS, 1995), a Ian Macpherson ("Cancionero" Studies in Honour of Ian Macpherson, PMHRS, 11, Londres, Queen Mary & Wesfield College, 1998) y a Stephen Reckert (One Man's Canon: Five Essays on Medieval Poetry for Stephen Reckert, PMHRS, 16, Londres, Queen Mary & Wesfield College, 1998). Sé que me dejo sobre el tapete otras ediciones, como la de las investigaciones de Félix Lecoy sobre el Libro de buen amor (que Alan Deyermond reedita con introducción, bibliografía e índice, en Farnborough, Gregg, 1974), o la selección, a título póstumo, de trabajos de Keith Whinnom (en colaboración con W.F. Hunter y Joseph Snow, Medieval and Renaissance Spanish Literature: Selected Essays, Exeter, University Press y Journal of Hispanic Philology, 1994), pero lo hago para dar tiempo de siquiera mencionar con brevedad dos empresas suyas esenciales.

Un sólo libro habría ilustrado perfectamente, aun sin mencionar los anteriores, no sólo las cualidades de Alan Deyermond como generalista, sino —y es algo que está en manos de muy pocos armonizar con rigor y especialización— su capacidad didáctica para trasladar, con claridad expositiva, los logros científicos a la formación del estudiante, a través de un panorama literario o manual. El original inglés de A Literary History of Spain: The Middle Ages, publicado originalmente en inglés, en 1971 (Londres, Ernest Benn; Nueva York, Barnes & Noble, 1971, xix + 244 pp.), refundido y traducido dos años más tarde, fue publicado como primer volumen de una Historia de la literatura española que ha marcado su sello —y continúa haciéndolo— en las aulas universitarias de los años setenta, ochenta y noventa del pasado siglo (Barcelona, Ariel, 1973, 419 pp.). Irá ya por su décimo cuarta impresión (la última que manejo es de 1997) este manual, "el Deyermond", como lo llamábamos cariñosamente quienes lo manejábamos hace veinte años (entonces todavía sostenía su pulso con el primer volumen de la enciclopédica y maciza Historia de la literatura española de Juan Luis Alborg), y como lo siguen llamando los estudiantes hoy.

El manual ganó por méritos propios la prioridad en unas aulas universitarias, las de los años 70, masificadas en España, y entre unos alumnos que exigíamos que los cambios sociales y políticos que se estaban experimentando con el final de la dictadura se vieran reflejados también en cambios de enfoque radicales (habría tiempo, después de las necesarias rupturas, para el respeto a la tradición...). Miles de estudiantes hemos aprendido y miles siguen orientándose entre los claroscuros de la literatura medieval gracias a este manual. De nuevo Alan Deyermond acepta con resignada flema esa responsabilidad. Cito sus palabras en un artículo de la revista diablotexto:


Mi historia de la literatura medieval castellana, publicada en inglés en 1971 y refundida en castellano en 1973, pretendió renovar el mapa de la literatura. Creo que lo logré hasta cierto punto (al menos, parece indicarlo la indignación manifestada en un par de reseñas). Pero [...] han pasado muchos años desde 1973, y [...] las investigaciones llevadas a cabo en estos años han efectuado cambios radicales en el mapa que yo había trazado. [...] Tengo que empezar de nuevo a escribir la historia de la literatura medieval castellana.8


Esa revisión necesaria de la historia no es, sin embargo, tarea tan titánica ("empezar de nuevo"), porque Alan Deyermond no ha dejado realmente nunca de reescribir esa historia, como demuestra su responsabilidad en los volúmenes de Historia y crítica de la literatura española, publicados por la editorial Crítica: Edad Media (Barcelona, Crítica, 1980, xxii + 570 pp.) y Edad Media, Suplemento 1 (Barcelona, Crítica, 1991, xvi + 451 pp.). Francisco Rico proponía desde un primer momento la idea de una nueva historia "no compuesta de resúmenes, catálogos y ristras de datos, sino formada por las mejores páginas que la investigación y crítica más sagaces, desde las perspectivas más originales e innovadoras, han dedicado a los aspectos más fundamentales de cerca de mil años de expresión artística en castellano" (1980: p. xvii). El propósito se logró sobradamente, y todos sabemos que los volúmenes primeros han tenido una gran influencia en las aulas y mayor si cabe entre los estudiosos.

Antes nos hemos referido a que Alan Deyermond es mensajero y viajero portavoz del hispano-medievalismo por todo el mundo. Pero en Londres se ubica —permítaseme la expresión, en el sentido táctico más que bélico— su centro de operaciones estratégicas. Me refiero al Medieval Hispanic Research Seminar, que empezó a funcionar en 1968 en Westfield College, que continúa hoy en pleno rendimiento y por el que han pasado desde los más prestigiosos especialistas de todo el mundo hasta jóvenes investigadores. Unos y otros, aprovechando cualquier visita —de consulta en la British Library o en alguna otra biblioteca londinense o británica, por ejemplo— han sido invitados a asistir o a participar, presentando sus aportaciones.

El Seminario ha seguido un calendario y horario escrupulosos, clave de su éxito: viernes, a las 3 p.m., presentación de la profesora o profesor invitado, una comunicación (o dos), seguida del té (hacia las 5 p.m.), más discusión, más cena, hacia las 7 p.m., con el profesor invitado. Incluso el Restaurante, que solía ser hindú, fue medievalizado a lo largo de esa tradición. El nombre del restaurante tandoori en el barrio de Hampstead era SIMA, que para Alan Deyermond era clarísimo acrónimo de "Seminario de Investigaciones Medievales Avanzadas" (también seguramente por lo "avanzado" de la hora —hacia las 10 p.m.— en que terminaban los ágapes). Se cerraba así lo que algún colega llamaba "the Friday experience".9

Bromas aparte, la fama del Seminario y de su director ha atraído desde su fundación a más de cien investigadores de al menos veinte países. Los que hemos podido participar en él recordaremos siempre el impresionante ambiente, mezcla de rigor académico, apertura de ideas y respeto por todas las opiniones, incluso las más ingenuas. En ningún otro lugar mejor que en el Seminario se ha concentrado la idea de Alan Deyermond de que el conocimiento ha de ser compartido de manera gratuita, en una cesión generosa del erudito maduro al joven inquieto o sensible, en un proceso de transmisión que no debe esperar respuesta inmediata, ni siquiera a medio plazo.

Complementariamente, de ninguna manera ha expandido mejor Alan Deyermond ese tipo de comunicación, que predica con el ejemplo, que a través de la asenderada práctica de la relación epistolar —recientemente, por mensajería electrónica—, a la que habrá dedicado innumerables horas de su precisosísimo tiempo, restando energía que podía perfectamente haber canalizado en nuevas lecturas y trabajos propios. Me refiero a cartas, por supuesto, para atender al colega especialista, al profesor interesado en materias nuevas, pero sobre todo para atender todo tipo de consultas, vacilaciones, ofrecer datos o corregir originales y bibliografías de jóvenes investigadores. Ser consecuente con el credo de la cesión gratuita del conocimiento le habrá conducido a más de un disgusto, y probablemente a bastantes desilusiones, pero no creo que le quepa duda de que muchos de sus latosos interlocutores hemos reconocido y vamos a reconocer siempre —tácita o públicamente— que hemos encontrado en sus consejos, en sus sugerencias, en la contundencia de sus tachados en rojo (los menos vergonzantes en verde), un estímulo que nos ha animado a emprender un camino difícil o nos ha dado energías para continuar en él. Y en la persona consejera, en sus "castigos y documentos", un modelo humano y académico difícilmente repetible.

Del Seminario surgió en 1988 el Fifteenth-Century Colloquium, jornadas anualmente celebradas en el College londinense, hacia finales de junio, que atraen a los mismos investigadores británicos que acuden al Seminario, y a muchos profesores, ayudantes o becarios de fuera de Gran Bretaña, especialmente españoles. Y fruto y consecuencia de Seminario y Coloquio ha sido la empresa de edición más ambiciosa que ha llevado a cabo Alan Deyermond en los últimos años. Los Papers of the Hispanic Medieval Research Seminar nacieron en 1995, como monografías de menos de cien páginas, que presentan estudios caracterizados por alguna —o todas, si es posible— de las virtudes que principalmente alaba, sustenta y exige su editor general: la aproximación literaria rigurosa y documentada, la presentación clara de objetivos y resultados, la edición del texto, cuando se da, escrupulosa, la libertad de perspectiva crítica, y —santo y seña de la colección— la esmerada bibliografía y el índice temático. Los Papers, aunque tienen colaboraciones de prestigiosos especialistas, pretenden recoger mayoritariamente trabajos de jóvenes investigadores, incluso anteriores a sus tesis doctorales. (Sé que cada libro se somete a una triple revisión —la de dos supervisores y la del director—, donde con total libertad se proponen cambios, a veces sustanciales.) Los PMHRS llevan publicados en este momento 32 títulos,10 es decir una media de seis por año desde el inicio de la colección. Veteranos especialistas, como Stephen Reckert, Dorothy Severin, Arthur Terry, Louise O. Vasvári han publicado sus monografías al lado de estudiosos consolidados, como José Manuel Fradejas, Leonardo Funes, Juan Paredes, Roger Wright, y junto a jóvenes investigadores, como César Domínguez, Louise Haywood, Isabel Hernández, por mencionar sólo algunos. Los PMHRS han publicado, además de los monográficos sobre historiografía, ficción sentimental, la Celestina, romancero, lírica tradicional, poesía de cancionero, etc., dos de los homenajes —a Ian Macpherson y Stephen Reckert— antes mencionados, así como los Proceedings a los Coloquios VIII, IX y X del Hispanic Medieval Research Seminar.

El hispano-medievalismo británico ha dado, desde los años 50, críticos de la talla de Peter Russell, Brian Tate, Ian Macpherson, Keith Whinnom, Colin Smith, Arthur Terry, Stephen Reckert, G. M. Gybbon-Monypenny, Ian Michael, Dorothy Severin, David Hook..., entre otros. En ese grupo que dieron las universidades británicas de los años 40 a los 60, claramente definido frente al historicismo de la filología francesa, o frente a la preferencia por la ecdótica de la italiana, se integra Alan Deyermond. Hay mucho de común, y mucho de admirable en todos ellos. Baste recordar las grandes ediciones de las mejores obras medievales que les debemos: Poema de Mio Cid, Mocedades de Rodrigo, Libro de buen amor, obras de don Juan Manuel, la Celestina, ficción sentimental... Durante muchos años fueron éstas las únicas a través de las que se leyeron algunos clásicos con plenas garantías filológicas, y las únicas que, supliendo las carencias notorias desde la diáspora o el forzoso silencio cultural tras la guerra civil, permitieron un acceso mucho más digno de los jóvenes estudiantes a la mejor literatura española. Nunca podremos agradecer bastante a la escuela británica —también a la hispanoamericana, a la francesa, a la italiana, a la alemana y a la norteamericana— que cubriera esas deficiencias culturales y que contribuyera a da base, solidez y bríos al conjunto de filólogos que renovaron las Universidades españolas desde los años 70.

Buscando antecedentes críticos señeros, maestros que pudieran haber influido en Alan Deyermond de manera singular dentro de esa escuela, encontramos algunas claves en la larga pero justísima dedicatoria que aparece en el mencionado volumen de Historia y crítica (1980):


El presente volumen se publica en memoria de Marcel Bataillon, Américo Castro, Ernst Robert Curtius, H. J. Chaytor, Étienne Gilson, Otis H. Green, María Rosa Lida de Malkiel, Ramón Menéndez Pidal, Tomás Navarro Tomás, Pedro Salinas, Leo Spitzer y Samuel M. Stern.


Lista plural de maestros franceses, alemanes, ingleses, argentinos, españoles. Y no sólo crítica literaria: están la lingüística, la historia, la filosofía... El mismo Alan Deyermond ha insistido en una fecha clave para los estudios medievales hispánicos: 1946. Sobre la negritud del aislamiento, el inmovilismo y el retraso económico y cultural, aparecen los trabajos de Américo Castro, reinterpretando la historia y la cultura de España, de Ernst Curtius sobre el fondo latino común a las literaturas en lengua vulgar, de Leo Spitzer plantando cara a las teorías pidalianas sobre la historicidad de la épica, y de Samuel Stern descubriendo, con las jarchas, la antigüedad y riqueza de la lírica peninsular. Pero esos trabajos, pese a ser de los años 40, no se asimilan en España hasta finales de los años 60. El yermo intelectual es en buena parte compensado —insisto en esa idea, porque pienso que nunca se agradecerá bastante la presencia de estos "brigadistas" intelectuales— desde el extranjero, en intercambio, eso sí, muchas veces, con el exilio español.

Esos trabajos serán asumidos por una tradición anglosajona, que permitirá que la más rica herencia oxoniana de los estudios de filología clásica se vea renovada, para las filologías vernáculas, por, primero, lo mejor de la crítica estilística (Vossler, y el mismo Spitzer; Dámaso Alonso en España), comprometida con las implicaciones de las corrientes sociológicas —en ocasiones ligadas al marximo, pero mucho más a la escuela de Frankfurt (Adorno, Benjamin)— y, sobre todo, fortalecida por el vigor y coherencia de los formalismos y postformalismos, soviético y francés (desde Propp y Bajtin), a cuyos excesos y radicalismos posteriores impondrá un severo freno.

Dice Northrop Frye —uno de los autores más influyentes para la crítica literaria del siglo XX, y no sólo para la escuela anglosajona— que la obra de arte es una obra "muda", porque el mismo escritor no es capaz de decir todo aquello que pone en juego en su creación. La obra requiere un discurso crítico que se ocupe de ella, un "camino crítico" que la pueda situar y entender en el espacio referencial en que se inscribe. El crítico llena ese vacío, ese silencio, abriendo el mundo de significados de que esa creación es portadora. Pienso que ese "camino crítico", de subordinación al sentido de la palabra antigua, de apreciación abierta de los significados de ésta, es el que ha mantenido y mantiene Alan Deyermond de una manera personal, a partir de una serie de premisas o axiomas metodológicos, que obligan, por este orden, a la descripción morfológica del cuerpo textual, al análisis de sus funciones, y a la deducción de los fenómenos más relevantes de la experiencia literaria, la del pasado y la actual (como quiere también la teoría de la recepción). Crítica positivista que expande —y no encierra en palabrería autosuficiente e ininteligible— el significado del discurso literario, poniendo de relieve su influencia en la red de signos que constituye una cultura. A ese "camino crítico", Alan Deyermond le incorpora, como itinerario personal, su concepción humanística de lo que ha de ser un "legado crítico": una correa de transmisión incesante, en la que la labor educativa discreta y constante resulta absolutamente vital, porque hace que el conocimiento se potencie en el intercambio enseñanza-aprendizaje, y cobre, a lo largo de ese proceso de enriquecimiento recíproco, su más pleno sentido.


Permítaseme, para finalizar, que trate de compensar la injusticia de esta presentación —injusticia por ser notoriamente insuficiente e incompleta, aunque era un riesgo que creo que asumíamos el director del Seminario al proponerla, y yo mismo al aceptarla—, o que trate de mitigarla al menos con la expresión de un sincero deseo, que estoy convencido de que muchos compartirán conmigo. Parafraseando al buen Arcipreste de Hita, tan querido a Alan Deyemond, para los próximos años, yo le pediría a él lo mismo que nos ofrece Juan Ruiz al principio de su libro, es decir, algo muy sencillo: "Intellectum nos dabas". Que nos siga(s) dando conocimiento. Aunque, a cambio, nosotros, como el clérigo estúpido pero devotísimo del milagro de Berceo, sólo sepamos replicar con la oración de siempre, regresando una y otra vez a la cantinela más simple —no esperes otra cosa de estos humildes frailecillos que no alcanzan otra cosa—. Pero la diremos, se lo podemos asegurar, de todo corazón y le desearemos, con la misma alegría que el vivaz Arcipreste: "buen amor", "buen amor".


1 El siguiente trabajo fue publicado en el volumen La Mort com a personatge, l’assumpció com a tema (Actes del Seminari celebrat del 29 al 31 d’octubre de 2000 amb motiu del VI Festival de Teatre i Música Medieval d’Elx), ed. J. Ll. Sirera, Elx, Ajuntament d’Elx, 2002, pp. 33-49. En el Festival se homenajeó a Alan Deyermond como figura relevante en los estudios de historia del teatro medieval hispánico.


2Un libro rindió el merecido homenaje de colegas y amigos cuando alcanzó ese momento culminante en su carrera: The Medieval Mind. Hispanic Studies in Honour of Alan Deyermond, ed. Ian Macpherson y Ralph Penny, Londres, Tamesis, 1997. El libro cuenta con treinta y cinco trabajos sobre literatura medieval y literatura en la Península Ibérica; además, con una semblanza biográfica de los editores (que seguiremos en algunos momentos para completar datos en la nuestra, que será mucho más breve y sencilla), así como con una completa Bibliografía de su obra hasta la fecha de edición. Alan Deyermond ya había recibido previamente un homenaje norteamericano: Hispanic Studies in Honor of Alan D. Deyermond: A North American Tribute, ed. John S. Miletich, Madison, HSMS, 1986. Y un entrañable homenaje de jóvenes investigadores: "Quien hubiese tal ventura": Medieval Hispanic Studies in Honour of Alan Deyermond, ed. Andrew M. Beresford, Londres, Depart. of Hispanic Studies, Queen Mary and Westfield College, 1997, que incluye nada menos que treinta y siete densos artículos, precedidos por un Prefacio y un curioso documento que permanecía "inédito": las "Coplas a don Alan e un su perru, Tomás de Santalbán".

3"The Index to Petrarch's Latin Works as a Source of La Celestina", Bulletin of Hispanic Studies, 31, 1954, pp. 141-49.

4Más adelante habrá ocasión de hablar de la gestación, objetivos y resultados de la colección de PMHRS.

5Para su bibliografía detallada hasta 1997, véase el mencionado volumen de homenaje The Medieval Mind, pp. xiii-xxii.

6"La autoría de las Mocedades de Rodrigo: un replanteamiento", en Las "Mocedades de Rodrigo": estudios críticos, manuscrito y edición, ed. Matthew Bailey, Londres, King's College London Centre for Late Antique & Medieval Studies, 1999, pp. 1-15.

7Aun así, no había mencionado su bibliografía crítica de Lazarillo de Tormes: "Lazarillo de Tormes": A Critical Guide, Londres, Grant & Cutler, 1975, 102 pp. Ni tampoco su edición, en colaboración con Reinaldo Ayerbe-Chaux, de Don Juan Manuel, El conde Lucanor, Madrid, Alhambra, 1984, 227 pp.

8En "Ejemplaridad e historia: unas palabras finales", diablotexto, 3, 1996, pp. 245-58 (p. 255). El artículo es un balance-conclusión del monográfico sobre El saber y el tiempo: historia y ejemplaridad en la literatura medieval, que preparamos Marta Haro y yo mismo para esta revista de crítica literaria del Departamento de Filología Española de la Universitat de València, que dirige el profesor Joan Oleza.

9Tomo de nuevo los datos —que no desmintió Alan Deyermond después de la lectura de este texto— de la presentación de Ian Macpherson y Ralph Penny al volumen The Medieval Mind, pp. vii-viii. Pero los corrobora casi todos mi experiencia personal, con el recuerdo imborrable de mis primeras visitas y participaciones en el Seminario, en 1966 y 1987 (a las que seguirían otras, pero ya al Coloquio anual, del que hablaré más adelante).

10Retoco esta última revisión del texto en diciembre de 2001, cuando acabo de ver el número 32 de los PMHRS: Álvaro Alonso, Poesía amorosa y realidad cotidiana: del "Cancionero General" a la lírica italianista.