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Es un día cualquiera de agosto
en Oslo, y los niños juegan en el parque. De repente,
una mancha amarilla y roja hiere en el aire, y al cabo de unos
segundos un bulto descansa en el suelo. Ante la mirada incrédula
de los testigos aparece el cuerpo inerte de Stella, una mujer
de treinta y cinco años que ha caído desde un tejado
próximo, como una libélula cansada que hubiera
elegido la última tarde de verano para saldar sus cuentas
con el destino. Pero ¿se trata de un acto voluntario o
de un trágico accidente? Y, puestos a preguntar, ¿qué
hacía su marido Martin allá arriba con ella?. Nadie,
ni siquiera la inspectora Corinne, sabe dar una interpretación
cierta del hecho, y sin embargo, todos tienen algo que decir;
así oímos la opinión de Martin, pero también
las quejas de su hija Amanda, los recuerdos del viejo amigo Axel
e incluso la voz apagada de Stella. Poco a poco, el silencio
se va llenando de palabras que entran de puntillas en la vida
de esta mujer, rasgando con mimo el forro gris que la envuelve
para descubrir los ritmos acompasados de una locura que se codea
a gusto con el trajín cotidiano. Stella ha muerto, y nadie
sabe cómo, pero poco importa; nos queda de ella un retrato
único, hecho de retales extraños, de texturas insólitas,
extravagantes a veces, que Linn Ullmann ha unido con el gusto
y el talento propio de los grandes narradores. |