EL SÉPTIMO SELLO (1956)

de Ingmar Bergman


Un caballero regresa de las cruzadas con su escudero. En el camino encuentran la peste que está asolando el territorio. De repente la Muerte se le presenta al caballero, quien desea un plazo, no porque tema morir sino porque quiere un poco de conocimiento. La Muerte le permite jugar con ella al ajedrez, pero no está en capacidad de darle respuestas. Una familia de juglares, un clérigo desalmado, una muchacha acusada de brujería y otros personajes son los últimas encuentros del caballero antes de llegar a su castillo.

Bergman escribió acerca de esta película: La idea de El Séptimo Sello me vino contemplando los motivos de pinturas medievales: los juglares, la peste, los flagelantes, la muerte que juega ajedrez, las hogueras para quemar a las brujas y las Cruzadas. Esta película no pretende ser una imagen realista de Suecia en la Edad Media. Es un intento de poesía moderna, que traduce las experiencias vitales de un hombre moderno en una forma que trata muy libremente los hechos medievales. En mi película el caballero regresa de las Cruzadas, como hoy un soldado regresa de la guerra. En el Medievo los hombres vivían en el temor de la peste. Hoy viven en el temor de la bomba atómica. El Séptimo Sello es una alegoría con un tema muy sencillo: el hombre, su eterna búsqueda de Dios y la muerte como única seguridad. Cuando era niño acompañaba muchas veces a mi padre cuando tenía que ir a presidir el servicio religioso en las pequeñas iglesias aldeanas de los alrededores de Estocolmo. Para mí eran fiestas. En bicicleta viajábamos por los campos primaverales. Mi padre me enseñaba los nombres de las flores, de los árboles y de los pájaros. Pasábamos el día juntos, sin ser molestados por la vida ruidosa. El pequeño niño que yo era entonces, pensaba que la predicación era asunto de los adultos. Mientras que mi padre predicaba desde el púlpito y la congregación de los fieles rezaba, cantaba o ponía atención, yo concentraba toda mi atención en el misterioso mundo de la iglesia: sobre las bajas bóvedas, los gruesos muros, el aroma de la eternidad, la luz solar vibrante y de vivos colores sobre la extraña vegetación de las pinturas medievales y de las esculturas sobre los techos y paredes. Había todo lo que la fantasía podía desear: ángeles, santos, dragones, profetas, demonios, niños. Había animales aterradores como la serpiente del paraíso, la burra de Balaam, la ballena de Jonás, el águila del Apocalipsis. Todo rodeado de un paisaje, celestial, terreno y submarino, hundido en una extraña belleza que, sin embargo, era bien conocida. En un bosque estaba la muerte sentada y jugaba ajedrez con el caballero. Un personaje desnudo con los ojos muy abiertos se agarraba a las ramas de un árbol, mientras que abajo la muerte serraba el tronco con dedicación. En el horizonte de las colinas suavemente curvadas la muerte conducía la última danza hacia el valle de las tinieblas. En otra representación la Virgen María llevaba al Niño Jesús de la mano por un jardín de rosas. Sus manos eran como las de una campesina, su rostro serio sobre su cabeza batían las alas de los pájaros. Los pintores del Medioevo reprodujeron todo eso con gran sensibilidad y con gran comprensión artística y con una gran alegría. Todo ello me impresionaba de un modo muy directo y efectivo y este mundo se me hizo tan normal como mi ambiente cotidiano con padre, madre y hermanos. Por el contrario, me defendía contra el drama siniestro que sospechaba cuando contemplaba la imagen de la crucifixión en el coro. Me dominaba la horrible crueldad y el sufrimiento sin medida. Sólo mucho más tarde la fe y la duda se conviertieron en mis fieles compañeros de camino. Con mi película quería pintar como un pintor medieval, con el mismo compromiso objetivo, la misma sensibilidad y la misma alegría. Mis personajes rien, lloran, gritan, tienen miedo, hablan, responden, juegan, sufren, buscan. Su horror es la peste, el Juicio Final. Nuestro horror es diferente, pero las palabras son las mismas. Nuestra preguna continúa. La admirable calidad visual es, obviamente, la fuerza peculiar de El Séptimo Sello. Las imágenes alcanzan con frecuencia una gran fuerza emocional.

© Luis Alberto Álvarez

 

 

 

 El séptimo sello (1956)

Det sjunde inseglet

Dirección y Guión: Ingmar Bergman

Fotografía: Gunnar Fischer

Música: Erik Nordgren

Montaje: Lennart Wallen

Dirección artística: P.A. Lundgren

Productor: Allan Ekelund

Producción: Svensk Filmindustri

Interpretes:

Max von Sydow (el Caballero), Gunnar Björnstrand (Jöns, su escudero)

Bibi Andersson (Mia), Nils Poppe (Jof),

Bengt Ekerot (la Muerte), Ake Fridell (el Herrero)

Inga Gill (Lisa), Erik Strandmark (Skat)

Bertil Anderberg (Raval), Gunnel Lindblom (la Muchacha)

Inga Landgré (Karin), Maud Hansson (Tyan)

Gunnar Olsson (el Pintor), Benkt Ake Benktsson (el Comerciante)

Gudrun Brost (la Mujer)