Gertrud (1964)

de Carl Theodor Dreyer


Gertrud fue la última película de Carl Theodor Dreyer y se considera la obra que resume todo su cine. La película narra el trayecto de una mujer que vive obsesionada por el amor absoluto. Estéticamente, Gertrud es una muestra de que Dreyer supo cómo dotar de dimensión y cuerpo a conceptos, como el espíritu, que no se pueden visualizar. Dreyer nos presenta a Gertrud (interpretada por Nina Pens Rode) la esposa de un político, con una carrera de cantante abandonada a sus espaldas. Una mujer, por tanto, sensible y con inclinaciones artísticas. Frustrada por la frialdad de su matrimonio y azuzada por los impulsos pasionales de su amante, un conocido pianista, Gertrud se enfrenta resignada a su separación. En ese momento aparece un poeta, antiguo novio de Gertrud, que le trae recuerdos del pasado y le propone retomar su antigua relación. Entre esos tres hombres de su vida oscila Gertrud, pero acaba con el convencimiento de que ninguno puede amarla como ella está dispuesta a hacerlo, de un modo absoluto y sin concesiones, ya que los tres anteponen al amor otras necesidades. El film acontece en un ambiente burgués, donde predominan las relaciones frías y el rigor institucional. No hay espacio para la calidez de los sentimientos, o así nos lo presenta Dreyer, mediante una puesta en escena que impone un severo distanciamiento entre los personajes, y entre éstos y el espectador. La emotiva Gertrud destaca de forma casi obscena en este ambiente. Sus ansias de amor y verdad (para ella ambas cosas son equivalentes) representan un grito rebelde de mujer en un mundo regido por la frialdad de lo masculino. Es inevitable que encontremos en Gertrud una reminiscencia a la Nora de Henrik Ibsen, la beligerante protagonista de Casa de muñecas.

La película se inspira en una obra teatral de 1906 escrita por el dramaturgo sueco Hjalmar Söderberg. Los cuadros que compone Dreyer en Gertrud son, indudablemente, de inspiración teatral. Los diálogos son sobrios y contenidos, con profusión de sentencias lapidarias que los personajes dejan escapar de vez en cuando, desde sus posiciones hieráticas. Dreyer no tiene reparos en utilizar el silencio a su favor. No hay que olvidar que es un cineasta cuya andadura empezó en la época del cine mudo. De alguna manera, Gertrud ilustra que para poder decir cosas importantes no basta con el lenguaje convencional de la palabra. Hay otras formas de expresión cuyo dominio es sólo de los maestros como Dreyer que además del cine, lo son de la construcción escénica y también, por qué no, pictórica. Dreyer se sirve de la mirada de los personajes, del espacio representado y también del no representado sino sugerido: el fuera de campo. Y todo ello para expresar algo que está en permanente abstracción, que está en el ambiente y lo rige, pero como hemos dicho antes, no se visualiza. Dreyer pretendía realizar esta película en color, pero acabó haciéndola en un contundente blanco y negro que ayuda a la sordidez del ambiente y al rigor de los espacios; vacíos y desapacibles, a pesar de su lujo. La iluminación en los interiores es selectiva y cuidada. Gertrud es una película ascética propia quizá del artista que ve cerca el final de su vida. A pesar de la contención de la dramaturgia, la protagonista lleva al límite sus aspiraciones, ahogadas a lo largo del filme. Al final, lo da todo por perdido y acaba por tomar una decisión tan radical como la misma puesta en escena de Gertrud. En virtud de que en el mundo solo existen dos cosas, el amor y la muerte a la desafortunada heroína sólo le queda recluirse para morir.

© Elena Díaz (texto)

 

 Gertrud (1964)

Dirección y Guión: Carl Theodor Dreyer

Fotografía: Henning Bendtsen

Música: Jorgen Jersield

Intérpretes:

Nina Pens Rode, Bendt Rothe,

Ebbe Rode, Baard Owe, Axel Strobye