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Sin la presencia en el escenario
europeo de los vikingos hace mil años, como han puesto
de manifiesto numerosos historiadores, la Europa que ahora conocemos
no sería la misma; ni quizá tampoco España.
La imagen tradicional que conservamos de los vikingos es la de
una horda de guerreros sanguinarios, bandas de piratas feroces
que aparecían a bordo de sus rápidos navíos
para atacar monasterios indefensos y ricas ciudades, que robaban
cuanto hallaban de valor y dejaban a su paso una secuela de incendios,
asesinatos y destrucción. Sin embargo, aun siendo cierta,
tal imagen no constituye toda la verdad, y responde en gran medida
a que durante mucho tiempo las investigaciones sobre los vikingos
se han centrado en estos aspectos negativos de sus actividades,
dejando de lado sus cualidades positivas. Los vikingos fueron
también grandes marineros que abrieron a la navegación
nuevas rutas, reactivaron el comercio de la época, colonizaron
nuevas tierras y descubrieron nuevos mundos. Allí donde
llegaban -Francia, las Islas Británicas, Irlanda-, los
vikingos parecían invencibles, pero en la España
medieval, tanto la cristiana como la musulmana, chocaron con
la oposición resoluta y tenaz de los pueblos peninsulares,
que no cejaron en su empeño hasta lograr la derrota o
expulsión de los piratas nórdicos. Aunque la presencia
de los vikingos en la Península Ibérica no sea
un episodio desconocido en la historiografía española,
lo cierto es que todos los trabajos publicados en los últimos
años sobre este tema se han ceñido a un ámbito
local o regional. La obra de Eduardo Morales, que comenta
y analiza en su conjunto las campañas de los vikingos
contra la Península Ibérica durante los siglos
IX, X y XI, viene ahora a rellenar un vacío en nuestra
memoria histórica. |