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La reina Cristina
de Suecia se convirtió hace 350 años en uno
de los pocos monarcas que abdicaron para entregarse a su verdadera
pasión, el arte, y a la religión que le dictaba
su conciencia, el catolicismo. Celosa de su independencia y con
una fuerte espiritualidad, su figura brilla con luz propia. Hija
de Gustavo Adolfo II, fue una de las personalidades más
sobresalientes de su época. Un personaje rebelde, original
y, en muchos aspectos, misterioso. No sólo ocupó
el trono de un poderoso país, sino que llamó la
atención en todo cuanto hizo en la vida. La denominaron
la Minerva del Norte por su amor a la cultura, las ciencias
y las artes y convirtió su Corte en uno de los focos intelectuales
más sobresalientes de mediados del siglo XVII. No menos
llamativa fue su conversión al catolicismo y, sobre todo,
su abdicación, cuando sólo contaba veintiocho años
de edad. Su corte en Roma, donde vivió hasta su muerte,
en 1689, fue emporio de las Bellas Artes. Su fantástica
colección de esculturas reunió más de un
centenar de piezas, parte de las cuales fueron compradas por
Felipe V e Isabel de Farnesio. |