Aquel invierno
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Las bailarinas llegaban al pueblo en un autobús destartalado, con la baca llena de baúles y alambres forrados con plumas de colores. Delante del autobús también llegaban en un Studebaker negro el gerente y la primera vedette de la compañía. En Los Yesares nunca se había visto más coche turismo que el Studebaker de Romero, el gerente de Espectáculos Romero Variedades Arrevistadas. Y tampoco nadie había conocido nunca una mujer más hermosa que Verónica Turner, la primera vedette del espectáculo. Desde hacía varios años Verónica acudía al pueblo como cabeza de cartel y en el pequeño escenario que se montaba en las cocheras del autobús de línea, un viejo edificio con techos de uralita y suelo de tierra, cantaba y bailaba mejor que las estrellas de la radio y los teatros de la capital. El público llevaba sus sillas de enea y latas de conserva llenas de brasas para calentarse y aplaudía con entusiasmo los números musicales y cómicos que llenaban el programa, sobre todo aplaudían a Verónica Turner y a un cómico joven que era muy flaco y se llamaba Luís Cuenca. En la parte de atrás de las cocheras, los más jóvenes habían abierto unos agujeros casi imperceptibles por los que espiaban los vestuarios y luego contaban en La Agrícola cómo eran desnudos los cuerpos de las cupletistas. En la primera fila del patio de sillas medio rotas se sentaban el alcalde Mariano del Toro y el jefe de Falange Delmiro Perales. Y en el fondo de la sala, medio se escondía Damián, que tenía treinta años y estaba locamente enamorado de Verónica Turner desde la primera vez que ella llegó a Los Yesares con la compañía de variedades. Un año le dedicó una canción mirando primero al público y luego buscó a Damián en la oscuridad de las cocheras y le guiñó un ojo cuando empezó a cantar “Ojos verdes”. Para que toda su vida se acuerde de esta noche, dijo. Y a Damián se le puso la cara roja de vergüenza mientras todos aplaudían la dedicatoria. Aquella fue la última vez que Verónica Turner actuó en el pueblo. Al cabo de unas semanas, Damián se fue de casa y no regresó hasta muchos años después, cuando ya Verónica Turner era un recuerdo vago en Los Yesares y el coche de Romero un Mercedes último modelo en vez del viejo Studebaker negro. El cómico Luís Cuenca triunfaba en el teatro Alkázar de Valencia y se decía en La Agrícola que Damián y la cupletista habían vivido juntos en una casa de la plaza de la Reina , hasta que ella lo abandonó por un galán joven que cantaba en el teatro Apolo con la misma voz que Luís Mariano. Un día Damián se suicidó tragándose un vaso de insecticida agrícola y salfumán y todos contaban que era porque no había podido olvidar a Verónica Turner. Nunca pudo saber que, pocos meses más tarde, la mujer que cosía los vestidos de la artista la descubriría muerta a cuchilladas en un piso antiguo del centro de Valencia. Ya por entonces, ninguna compañía de variedades llegaba a Los Yesares y en La Agrícola habían puesto un televisor donde salían en blanco y negro bailarinas como las de Espectáculos Romero Variedades Arrevistadas y Reina por un día , un programa que hacía llorar a la gente como lloraba Damián cuando el Studebaker se llevaba carretera arriba los ecos de “Ojos verdes”, la canción que Verónica Turner cantó para él la noche más inolvidable de su vida.