ESOS LÍOS ANTIGUOS DEL RECUERDO

 

Olvidar la voluntad de olvidar

Luis Eduardo Aute

A ratos creo que recordar, por encima o aparte de su categoría histórica, es un oficio. Lo pienso, sobre todo, cuando escucho las canciones de Luis Eduardo Aute. Los veo -a él, a sus canciones- como un proceso único de memoria puesto en solfa sobre las maderas del escenario. No hablo de que nos devuelve los años del blanco y negro cuando se pone a cantar a colorines bajo los focos entusiastas del verano. No hablo de eso, hablo de que si hay un cantante en este país que vaya del pasado al presente como Pedro por su casa ése es sin duda Luis Eduardo Aute. Y no se contenta con eso sino que de paso también nos proyecta, como si fuéramos el hombre-bala de un circo, hacia lo que anda por venir. A ver qué pasa con eso, con lo que anda por venir. Porque no hay más que escuchar atentamente sus canciones, la libertad desde la que elige hacer lo que hace y no otra cosa. Películas a contracorriente. Pinturas a contracorriente. Discos a contracorriente. La libertad, que es algo que siempre sobrevive a contracorriente.

Andaba en algún sitio y lo dejé para estar por la noche en los Viveros. Explanada ancha junto al río. Entrepanes de jamón, de cualquier cosa. Sillas blancas que alguna otra noche albergarían culos menos inquietos para escuchar a Raphael o Isabel Pantoja. Nada que ver una noche con las otras. Nada que ver. El mercado tiene eso: mezcla churras con merinas, hace un lazo con los nombres y lo desata luego para ver de qué lado caen los gustos de la gente. Yo me quedo con Aute, con la luna que esa noche, a lo mejor, soñaba con más pereza, igual que cantaba Baudelaire en versos de mujeres hermosas y poetas más o menos tristes. Empezó con "Rojo sobre negro", una canción de 1968, y luego siguió así hasta más de dos horas largas de concierto. Antes había puesto en guardia al respetable: nada de sus canciones más conocidas. Ahora anda con el disco Auterretratos 2 : temas que ha cantado menos, algunos casi nunca. Eso dijo y la gente se asentó igual de a gusto en las sillas blancas, a esperar lo que nos echara Aute desde el escenario. Y así dos horas y casi media, clavados en la pista a la lumbre de una luna menos perezosa a cada canción que nos llegaba. Unas más, otras menos conocidas: pero todas cargadas en la espalda que cuando hablamos de las canciones de Aute es un lugar que se parece a la conciencia. Cuando sacó el recuerdo de Serge Gainsbourg a cantar con él "L'amour avec toi" y nombró a Jane Birkin ya no hubo remedio, si es que alguna vez lo hubo desde que empezara la ceremonia: se hundía todo en el estribillo medio susurrado: Y me enseñaste a vivir/ y me enseñaste a decir/ J'aime, j'aime, j'aime/ faire l'amour avec toi...

La libertad que les contaba. El tiempo de la memoria que en las canciones de Luis Eduardo Aute es casi lo mismo que la historia. Una y otra tienen un punto de temblor que las convierte en apasionantes. En la foto del Flaco que ilustra esta crónica está con Luis Pastor y José Antonio Labordeta. Lo que hay detrás es una bandera republicana. Los tres estuvieron en Benetússer el pasado 16 de abril, volando de la memoria a la historia y al revés. Nunca olvidaré el gesto del amigo, nunca. Perdió ese día el tren en Madrid. Volvió a su casa de Jorge Juan, agarró su coche, llegó, me pidió una guitarra y antes de ir a buscarla dijo: "nada, sin guitarra". Se subió al escenario sin respirar siquiera y cantó una de las versiones más impresionantes de "Al alba" que nadie haya escuchado en su vida. Ese tipo es Luis Eduardo Aute. La hostia de plantarse delante de la vida y sacar, a la vez, el acero del afecto y del compromiso cuando se le llama para las causas dignas. Hablaba la noche de Viveros desde ahí: un lado de fuerza al exigir atención para sus temas menos conocidos. Del otro lado, ese arrastrar las palabras como si hablara desde esa duda permanente que le acompaña, como cuenta Pepe Caballero Bonald en la presentación de Volver al agua , la poesía completa del autor de "Mira que eres canalla" y "Las cuatro y diez". Después, cuando ya había cantado todo lo anunciado, se quedó solo en el escenario y con su guitarra a secas nos cantó las canciones que tantas veces habíamos escuchado antes. A esas alturas de la noche, la luna ya se desperazaba a lomos del río invisible que pasa junto al jardín. Y nos fuimos a casa, claro. O a saber dónde, claro. Las dudas de Aute. Las nuestras. Eso de los líos antiguos del recuerdo. A saber.