Roberto Bolaño

 

EL OFICIO DE VIVIR

 

No sé si el de Roberto Bolaño es un caso único en la literatura contemporánea. A lo mejor, sí. O no, qué importa. Decía único porque llevaba una pila de años viviendo en Catalunya, después de nacer en Chile en 1953 ("el año en que murieron Stalin y Dylan Thomas") y de haber vivido en un montón de sitios, y sólo desde hace cinco o seis (tal vez menos) se ha dado a conocer, primero como escritor a secas, y luego, enseguida, como uno de los autores más interesantes de los últimos tiempos. Según algunas opiniones no hacía falta publicar todos sus libros, pero eso no importa: ahí están todos, para que la gente decida cuáles son mejores que otros: porque en Bolaño no hay una sola línea inútil, en todas cabe la posibilidad de encontrar algo de ese misterio atroz que a ratos, y sobre todo en trayectorias como la suya, es la literatura. Antes de escribir, o al mismo tiempo, era Bolaño un lector vicioso, colérico según crecían sus hambres insaciables y sus gustos, uno de esos lectores que se vuelca sobre los libros para que le produzcan pesadillas: él mismo lo decía alguna vez y qué es eso sino lo que encontramos en buena parte de los autores y la vida que le interesan: desde Borges a Kafka, desde la lealtad a los amigos hasta la seguridad de que esa vida, precisamente y como también dijo otras veces, "es bella, sí, pero también terrible, y terriblemente breve". Si lo sabría él, que casi al mismo tiempo que empezaba a ser un escritor monumental y conocido se murió hace casi nada a los cincuenta años. Con las novelas y relatos de Bolaño pasa lo que sólo pasa con las obras descomunales: es como si nunca llegaran a un final definitivo, cerrado, como si todas las palabras, todas las frases, todo el humor emboscado en la negrura de sus textos, se acabaran en un continuará, en un larguísimo túnel dentro del cual a duras penas intuiremos la deriva de su desembocadura. Y uno de sus mejores ejemplos es su última novela, sus últimas cinco novelas reunidas en el volumen 2666 , editado por Anagrama hace unas semanas. Nadie sabe por qué este título. Y no importa. Como tampoco que tenga esta feliz aparición el carácter de obra abierta, inacabada, grande como han sido grandes -por más que breve en el tiempo- la vida y la obra de este escritor tan recomendable. Las mejores lágrimas son las que nos hacen crecer, escribió una vez para ilustrar su admiración por Helen Hanff y su "84, Charing Cross Road". La desaparición de Roberto Bolaño sucedió para dejar la literatura una miaja más desamparada. Y la mejor manera de llorarla es leer todo lo que nos fue dejando mientras cultivó como nadie el oficio de vivir: o sea, ése que suele dejarnos -como dijeron Pavese y tantos otros- la escritura más imprescindible.