LA GRANDEZA DE LAS PEQUEÑAS COSAS

 

Ella viene de Andalucía y ha llegado a los montes de Cantabria para hacerse cargo de una escuela que nadie ha pedido nunca. Llueve a todas horas y de vez en cuando Juana se cruza con alguna mujer de luto, chapotea con los zuecos de madera en el barro de la calle, se agarra a la carpeta oscura como a la última hora de su vida. Y mira, siempre mira, como si buscara algo por entre la cortina de agua, algo invisible a unos ojos distintos, algo a lo que abrazarse como a la carpeta oscura con los papeles de la escuela. El barro de las calles, el silencio, las mujeres de negro, los retratos obscenos en la pared frontal del aula, los pupitres desvencijados, el frío dentro y fuera, la ventana a través de la cual Juana escrutará cualquier movimiento que rompa la tranquilidad del paisaje. No se lo dice a nadie pero lo vamos sabiendo poco a poco: la maestra andaluza busca a su novio Antonio que anda luchando con el maquis en las montañas. Sólo se lo dice al niño Ángel, que es tímido, habla como para adentro, mira como ella a todas y a ninguna parte. El niño Ángel es enlace de la guerrilla, a su padre lo mataron los fascistas, y un día le dice a Juana que esa noche Antonio bajará al pueblo con los otros. Y se encuentran, y él le dice que está loca, y ella le dice que se vuelvan juntos a su pueblo del sur. Ahí empieza una de las historias más hermosas que he visto nunca en el cine. La película es de 1977, la dirigió Mario Camus y en ella Marisol hace de Juana y Antonio Gades de Antonio. A ella le dieron el premio a la mejor actriz en el festival de Karlovy Vary: está impresionante. La película se titula "Los días del pasado" y la traigo aquí porque no hace mucho la recuperamos en la Universitat d'Estiu de Gandia y los más de setenta chicos y chicas que había en el curso se quedaron clavados en las sillas cuando llegó el final. Y también la saco aquí porque hace unos días estuve hablando con Mario Camus de esa historia y de muchas otras.

Me llamó Majós: que Mario ya está mejor y andaremos por Dénia. Es que Mario no pudo venir a Gandía porque un jodido aneurisma lo dejó tirado cuando empezaba el verano. La raja en la tripa es de campeonato. Pero está bien, animado, con ganas de regresar al tajo de las historias que tanto me gustan. Siempre hay algo muy humano debajo de esas historias. Me lo decían esa misma tarde Álvaro de Luna y Carmen en su casa, y Álvaro leía unas páginas que a lo mejor son la próxima película de Mario Camus. Le digo al director que "Los días del pasado" es la mejor película de maquis que se ha hecho nunca, que lo de Gutiérrez Aragón es otra cosa, más Conrad, incluso Lovecraft, más inmersión en los laberintos enloquecidos del infierno. Y Mario me cuenta cosas de dentro de la película, de dónde salió el niño Ángel, del alma que respiran los montes de Cantabria en la búsqueda de Juana, de las canciones que cantan los niños en la escuela, de la pasión que siempre encontramos en las historias pequeñas. Porque "Los días del pasado" es una historia sencilla, narrada con una honestidad y una modestia increíbles. Entonces, en aquel 1977 de la transición política, no se le hizo demasiado caso: funcionó bien pero los tiempos no estaban para los bollos de la reclamación histórica por parte de la izquierda. Los restos del franquismo afilaban sus sables, soltaban los seguros de las pistolas, disparaban al primer grito de libertad que se les pusiera por delante: como con Franco pero sin Franco. Luego, la película creció y muchos de quienes le habían negado el pan y la sal la reconocieron en su magnitud de obra impresionante: eso que les decía antes de la grandeza de las pequeñas cosas.

Todos los veranos recuperamos algo, un libro eternamente aplazado en sus primeras páginas, algún sitio que conocíamos de sobra en los mapas pero al que nunca habíamos viajado, aquel amor que siempre anduvo que si sí que si no por los alrededores de la indecisión, el miedo o la pereza. En el verano que ahora suelta sus últimos suspiros me agarré con ganas a "Los días del pasado", una película difícil de encontrar en ningún sitio. Búsquenla donde sea, atraquen al amigo que la guarda como oro en paño, recojan firmas para que alguien la edite aunque sea en esas entregas semanales de quiosco con el periódico de siempre. Y a Mario Camus y a Majós, pues que gracias por la mañana hermosa, como su película, la mejor historia de maquis que nunca se haya hecho en este país y parte del extranjero.

 

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