SIN PIEDAD A LAS PUERTAS DEL HORROR
A partir de Babel, película de Alejandro González Iñárritu
“Soy partidario de una escritura que acerca, que no separa; que sirve para comprender, no para fomentar antagonismos. Intento -con plena conciencia- que mis libros sean una especie de traducción: de una cultura a otra, de una razón a otra, de una manera de pensar a otra”. Lo dice Ryszard Kapuscinski. Y seguramente también es eso lo que pensaban Guillermo Arriaga y Alejandro González Iñárritu cuando la emprendieron con Babel, la excelente película que anda estos días por las carteleras de todo el mundo. El reclamo de los anuncios son Brad Pitt y Kate Blanchett. Y la gente puede acudir a las salas seducida por estas estrellas de Hollywood. Me cuentan que algunas tardes hay espectadores que abandonan las butacas porque esperaban otra cosa. Es muy posible que suceda eso porque desde el primer fotograma hasta el último lo que sucede en la pantalla es la desgarradura.
Como en las anteriores películas del director mexicano, la escritura es discontinua, la narración se construye con tiempos ordenados aparentemente de manera arbitraria, los personajes deambulan por los territorios de la incomunicación y de la culpa, como si a ratos estuviésemos ante una historia de Clint Eastwood, el paisaje es más moral que nunca porque lo habita un vecindario que se erige en el dibujo único de las desigualdades sociales, económicas y culturales que, como decía Kapuscinski, se cosen en el relato magnífico de Iñárritu y Arriaga con unos puntos de sutura que rayan la perfección.
Cuatro historias. Cuatro espacios: los montes de Marruecos, el México fronterizo con los EEUU, los EEUU de George Bush y Japón. Un instrumento que hace, como en Winchester 73, de detonante de la narración: es decir, un rifle. Cuatro maneras de vivir la vida sus protagonistas: la pareja americana que vive en la soledad interior desde la muerte de uno de sus hijos nada más nacer. La mujer mexicana que, aun en su condición de “ilegal” (¿quién no lo es si es extranjero pobre en cualquier parte?), lleva años cuidando a los dos niños de la pareja. La familia marroquí que ve cómo su vida se descalabra porque según en qué sitios es difícil advertir diferencias entre los juegos infantiles y la madurez violenta a que obliga la supervivencia. La adolescente japonesa que presumiblemente ha visto morir a su madre y eligió la sordera y el mutismo para comunicarse con el mundo. Al cabo de todo eso, sólo un resultado: el horror, la mordedura obscena de un sistema que desiguala el dibujo contemporáneo de la solidaridad, que confunde aposta un simple disparo de rifle con la presencia del terrorismo en el mínimo accidente provocado inocentemente por dos niños que desde demasiado pronto han de desempeñar el papel de los adultos. Culturas tan dispares y las lenguas que utilizan se arman hasta los dientes con los argumentos de una tragedia que ocupa desde el principio al final los laberintos del relato. El horror arruina cualquier arquitectura física y humana y, al contrario de lo que escribía William Blake, ninguna piedad habrá apostada a su puerta para que cunda la esperanza. No la hay, a pesar de que los ricos americanos y japoneses atisben un final más complaciente: así es, al fin y al cabo, en el reparto clasista que ordena la jerarquía social y económica de un capitalismo que llámese como se le quiera llamar sigue haciendo de las suyas y cada vez con más crueldad, cinismo y desvergüenza. Sólo una concesión a la sonrisa: la mujer americana, en medio de los gritos de dolor y la sangre que mana de su herida, dice que tiene ganas de mear. Sólo esa leve concesión a toda una bandada de sufrimientos a destajo.
Cuatro películas en una. Las cuatro extraordinarias. Alguna más que otra, evidentemente. Pero ahí están todas, como un ejercicio de cine bien hecho, un cine que tanta falta hace en un panorama ocupado por el desatino argumental y las chorradas de corte sentimental que llenan las pantallas actuales. Si van a ver Babel, sepan que Brad Pitt y Kate Blanchett son sólo la punta de un iceberg donde destacan absolutamente todos sus compañeros de reparto y, absolutamente también, todas las historias que protagonizan.