OJO, MUCHO OJO CON EL FACEBOOK
A propósito de El secreto de sus ojos, de Juan José Campanella

 

 

Empiezo por la mayor: dejen lo que tenían previsto para ya mismo y métanse en un cine a ver El secreto de sus ojos, la última película del director argentino Juan José Campanella. Si me hacen caso, encontrarán ahí la más curtida de las tragicomedias, un romanticismo sin ataduras, algo que emparenta directamente con las historias negras ambientadas en los despachos judiciales. Por la pinta podemos pensar que se trata de una película policial. Hay un crimen, una investigación, los personajes propios de ese tipo de historias. Y esta película perfecta es todo eso. Pero sobre todo es una historia de amor, varias historias de amor que se cruzan y acaban dominando el color y el calor de lo que se cuenta. Un crimen, sí. Pero no sólo se trata de averiguar quién es el asesino, sino de ahondar en una hermosa posibilidad: el pasado no es nada, absolutamente nada, si no lo estrujamos en el presente para saber lo que somos después de entonces, en qué nos hemos convertido, qué parte de nosotros y de quienes formaron parte con nosotros de aquel tiempo podemos recuperar entre las ruinas.
Entre esas ruinas hay -ya lo he dicho- un asesinato nada más empezar la película. Una pareja feliz, recién casada. A ella la mata alguien en una orgía de violencia insoportable. El marido se queda hecho polvo, casi autista, empeñado en encontrar al asesino de su joven esposa. En un juzgado coinciden los otros protagonistas. El hombre. La mujer. El amigo del hombre. Hay un parecido con Río Bravo, de Howard Hawks: esa semejanza entre los personajes que interpretan Dean Martin y Guillermo Francella. Los papeles que llegan al juzgado mueven a la investigación del crimen. Eso sucede en 1974, cuando se estaba gestando sin que mucha gente lo supiera la dictadura militar en Argentina. En la película vamos hacia atrás. Empieza cuando han pasado veinticinco años desde aquel crimen. El enigma se resolvió a medias. O menos que a medias. Los personajes no se resolvieron nunca: se quedaron incompletos, medio mudos, con los ojos mirando a ninguna parte para que no mostraran lo que bullía en su interior. El hombre ya se ha jubilado de su trabajo en los juzgados y empieza el regreso hacia su propio pasado, hacia el pasado de los demás, hacia el pasado de su país: y lo hace escribiendo una novela. Una novela, no un libro de memorias que recuerde el tiempo en que sucedieron los hechos. Una novela. La demostración de que la memoria es una mezcla de realidad y de ficción. Esa novela la lee la mujer compañera de trabajo cuando el crimen de 1974, y empieza también el viaje, su propia vuelta atrás en el tiempo. La escritura cobra vida y la concede a sus protagonistas. A partir de ahí, de ese juego a muerte entre el pasado y el presente, lo que vemos es cine magistral, las trazas de un guión sin fisuras, el alma retorcida de unos personajes que están hechos de gritos y silencios, de violencia y de ternura, de abrazos y renuncias. Y tú, mientras tanto, clavado en la butaca, lleno de espanto y de risa, seguro de que pocas veces has visto una película tan grande sobre el amor, el tiempo y la amistad. Me acordaba de un relato breve de Roberto Bolaño. El protagonista tenía que abrir los ojos a la desesperada para salir del sueño que lo atormentaba. Así el personaje que interpreta Ricardo Darín, sus ojos, los ojos de los demás: de frente a veces miran esos personajes, con miedo lateral en otras ocasiones. Y delante de esos ojos, siempre la inseguridad de que lo que ven sea cierto y no una pesadilla.
Un crimen, sí. Una investigación que, como decía Ricardo Piglia en una de sus novelas, utiliza entre los posibles sólo un dato, un dato que aquí es la pasión del asesino por lo que le gusta, bien sea el fútbol o la que le mueve a mirar de reojo a una chica en una vieja fotografía de la escuela. Cómo la encontró después de tanto tiempo no lo sabemos. Hoy resultaría fácil con Internet. El caso es que ella le abrió la puerta de su casa sin saber que a veces lo que regresa del pasado es un monstruo y no el frágil enamorado de los quince años. Lo dicho al principio: dejen lo que estén haciendo y métanse en un cine a ver El secreto de sus ojos. Pero ya mismo, ya. Y ojo, mucho ojo con el Facebook.