TODO DEPENDE DE LAS TIENDAS DONDE COMPRAS LA ROPA

(Mientras veía “Match point”, de Woody Allen)

 

A modo de advertencia .- Una vez vi “El compromiso”, una película de Elia Kazan. Mucho tiempo después la grabé en vídeo. Desde entonces, siempre que la vuelvo a poner, la imagen que aparece en primer lugar es siempre la misma: unos ejecutivos de publicidad están reunidos y al fondo del plano se ve a Faye Dunaway mirándolo todo como si la cosa no fuera con ella. El plano siguiente la muestra con sus gafas azules y allí arde Troya. Lo mismo me pasó con Match point , la última película de Woody Allen: a los diez minutos de película entra Jonathan Rhys-Meyers en una sala de ping pong, enseguida aparece Scarlett Johansson con la raqueta en una mano y el mundo se va a la mierda. Y con el mundo, pensé, también la película. Me quedo aquí, me bajo, que le den por el saco a Woody Allen.

A modo de nudo .- Pero no me fui. Me quedé en la butaca, clavado por la mirada de la chica y porque hay veces en que el destino se convierte en un juguete cuando el azar aprieta. El azar -eso que en la película se llama suerte- es lo único capaz de vencer a la muerte, que como se sabe es la metáfora última de cualquier destino. Por eso, a lo mejor, ese azar conseguía que la historia fuera algo más que una mirada asesina con blusa y pelo rubio. Viene al caso Dostoievski: “hay encuentros, hasta con personas desconocidas, que nos interesan desde la primera mirada”. El joven leía al autor ruso. Poco a poco sabremos por qué. El mundo del joven salta a la vista: ascendencia pobre, irlandés, exjugador profesional de tenis, metido ahora a entrenador de los hijos de los ricos. El mundo que se le avecina también salta a la vista: la clase acomodada, los tiburones de las finanzas, la simpleza en los comportamientos y los gustos de los miembros de esa clase (como las figuritas de Lladró en algunas vitrinas de los millonarios valencianos, pongamos por caso). Quédate a tomar una cerveza. Vente el fin de semana a la cacería. A mi hermana le caes bien. Los ricos acechan la tímida actitud del irlandés introvertido. El irlandés introvertido no sabe que Woody Allen ha puesto para acompañar su historia un decorado de ópera. No sabe, por tanto, que la cosa adquirirá al rato tintes de tragedia. El espectador tampoco lo sabe. El espectador va de un sitio a otro dirigido magistralmente por el jefe de “Annie Hall”. Primero Dostoievski, luego un sorbo inocente de Eric Rohmer, aquí bastantes autocitas, allá el clímax que va subiendo de tono cuando la suerte acompaña al joven irlandés y su ascenso social se va puntuando sutilmente con la categoría ascendente de las tiendas en las que compra su ropa. El clímax: como si fuera uno de esos melodramas misteriosos y salvajes que fluctúan entre Bergman y Douglas Sirk, con Alfred Hitchcock de testigo discretísimo. Se masca la tragedia: la sonrisa que aleteaba en unos labios temblorosos se convierte en mueca. La pelota de tenis golpea azarosamente en la red y regresa al campo del jugador que la impulsaba. La jugada está perdida. ¿La jugada está perdida? El destino tiene a ratos la forma simpática de Frank Capra: sólo que esa forma adquiere a su vez el cinismo que Patricia Highsmith diseñó para Tom Ripley. El crimen de Raskolnikov, con su carga de soledad, de extrañamiento, visto a través de la mirada de Jonathan Rhys-Meyers y Alain Delon cuando Scarlett Johansson es un fantasma que al criminal se le aparece por las noches. Pero ya es tarde para casi todo, demasiado tarde sobre todo para la culpa. Ni culpa ni leches. Los ricos no admiten salida a quien empezó entrenando a sus cachorros para convertirse en uno más de la camada. La bola salta al otro lado de la red, como impulsada por la mano de un recogepelotas invisible. El orden está a salvo. El muerto al hoyo y el vivo al bollo. Lo de toda la vida. Eso.

A modo de epílogo .- No sé si conozco una historia más sencilla con más cosas dentro. Sigo con la mirada de Scarlett Johansson en la cabeza. Pero hay mucho cine en Match point . El mejor cine. La mejor película de Woody Allen con diferencia. Sería un crimen si se la perdieran. Y no me pregunten qué clase de crimen, si el de Dostoievski o el de Patricia Highsmith. No malgasten el tiempo con preguntas tontas y corran a ver esta película para disfrutar como pocas veces han disfrutado en su vida.