LO QUE HACE A SILENCIO ES LA MUDEZ

(Después de ver “Agua con sal”, una película de Pedro Rosado)

 

A ratos, como si no fuera con nosotros, apartamos la mirada de lo que pasa en la pantalla. Para que los personajes no nos impliquen en sus problemas, en las duras estrategias que urden para sobrevivir, en las palabras que son como trallazos inmisericordes para esa conciencia carnicera que nos convierte en seres aparentemente objetivos, en mirones a sueldo, lo queramos o no, de las multinacionales del asco. La historia es sencilla: una chica cubana llega a Valencia para buscarse la vida y ayudar a su gente de allá. Una historia como las hay a cientos cuatro pasos más acá de donde vivimos, en la ciudad o en cualquier pueblo, en el centro de una gran urbe o en alguno de sus rincones más oscuros. Apartamos la mirada de lo que pasa en Agua con sal , la última y excelente película de Pedro Rosado, pero al final, si no somos unos canallas (que a lo mejor sí), la mirada se quedará pegada a las imágenes implacables que se han sacado de la manga el propio realizador y la guionista Lilian Rosado González.

Nos tenía acostumbrados este cineasta a contar desde el formato documental lo que sucedía lejos de aquí, en Nicaragua, en la convulsa realidad del pueblo saharaui, en Chiapas (qué gozo colaborar con él, aunque fuera levemente, en aquel acercamiento a los desgarros de la rebelión zapatista cinco años después de su explosión en San Cristóbal de las Casas). Ahora ha dejado aquellas orillas del desastre y ha situado las cámaras aquí mismo, a la puerta de nuestras casa, en el asiento de los autobuses que compartimos cada mañana con los currantes a destajo en los infiernos cotidianos del contrato basura, en la sórdida realidad de las cárceles donde el tiempo se para como se para ese mismo tiempo en las varillas de un reloj escacharrado, en aquella otra realidad, igual de sórdida o peor, de las fábricas que son el espacio común para el desgarramiento y una clara demostración de la amistad cuando la mierda junta a quien sufre su olor insoportable. Y esa amistad se va cumpliendo con todo lujo de detalles entre dos mujeres que poco a poco irán decidiendo su destino contra todos los escollos tendidos a su paso. Deciden ellas poco a poco, como poco a poco se va alisando esa superficie de acantilado, y nos dirán que son verdad los versos irrepetibles de la escritora chiapaneca Rosario Castellanos: La sordera no es lo que hace al silencio./ Lo que hace al silencio es la mudez .

Nos están acostumbrando en este país a que el cine social es el que nos acerca a los conflictos desde los colorines de la desgracia. Y la desgracia no tiene colorines que valga sino la tonalidad amarga de la desesperación. El cine de Pedro Rosado, como por poner un ejemplo próximo el que hace como puede Javier Maqua, tiene dificultades para llegar a las salas comerciales: el discurso crítico tiene un límite y algo ha de hacer la oficialidad para evitar que los rostros de Agua con sal se claven como una aguja en la conciencia igual que se clava en las tripas el jodido tubo que busca como una culebra curiosa las úlceras en las profundidades del estómago. Y entre esos rostros y el nuestro, siempre también ese tren que nunca se sabe si va o viene, si se lleva algo o nos lo acerca, si su traqueteo constante puntúa la algarabía de la llegada o la pesada carga de una despedida. O quizá no tan pesada. Al fin y al cabo, el viaje siempre será, para bien o para mal, un descubrimiento. Y a veces pasa: uno se va y sabe que ya no será lo mismo vaya donde vaya, que en todas partes nos vamos dejando pedazos de lo que somos, que es ésa casi la única manera de construirnos sin engaños. Por eso, el final abierto, yo creo que feliz (¿y por qué no finales felices a pesar de la que está cayendo?) de esta película que ustedes han de ver casi por necesidad: Yoima Valdés y Leire Berrokal se van al lugar que la dignidad ha reservado a su obstinada voluntad de salir a flote. Cada una por su lado, desde la interpretación magistral de sus personajes (como el resto del elenco, como la fotografía extraordinaria de Miguel Llorens, como tantas cosas hermosas de esta película rigurosamente hermosa), saldrá a cielo abierto para gritarle al mundo que a ellas no las jode nadie. Que se sepa. Que lo sepamos nosotros. Y que al tiempo que lo sabemos, disfrutemos la hostia con esta película que les acabo de contar.