¿VOS TE ACORDÁS DE LOS SUEÑOS QUE TUVIMOS?

Un regreso personal al club social "Luna de Avellaneda"

 

 

Prólogo con aviso y una sugerencia .- Si no han visto todavía Luna de Avellaneda , dejen este texto a un lado, cierren la Turia y vayan rápido a ver esa película.

Capítulo único .- Los últimos años venimos asistiendo en este país a la defensa encarnizada del cine de "sentimientos". Estamos tan hartos de ver en la pantalla sólo máquinas diabólicas, tiros y efectos especiales que en cuanto nos dan hora y media para poder llorar no tenemos bastante con todos los pañuelos que encontramos en el baúl antiguo de la abuela. En general suelen ser películas de lágrima fácil, películas cuyos guionistas y directores (a veces son lo mismo) ignoran lo principal: que las emociones nunca pueden ser una trampa, que tú no puedes encoger el ánimo del público a base de hacerle explotar el corazón sacando de repente una secuencia, una escena, un plano, en que todas las vísceras del cuerpo se ponen en marcha y un dolor agudo tapona, como esas presas millonarias que querían construir los del PP con su PHN, la garganta. Esos guionistas piensan que la emoción y el susto son lo mismo. Y por eso, a lo mejor, algunos guionistas y directores alternan en su producción las películas de emociones y las películas de sustos. Como si fueran una misma cosa. Pues miren ustedes: no. Una historia ha de emocionarte dándote un respiro, dejar que vayas a tu aire en la butaca, que respires para ganar fuerzas y plantar cara, con la fuerza de la razón, a esa embestida siempre moral que se revuelve en los rincones de nuestra conciencia. No voy a nombrar aquí películas famosas de afamados directores pero los títulos y los nombres pueden ponerlos ustedes: seguro que aciertan. Además, lo que he de hacer es escribir que Luna de Avellaneda es una de las mejores películas que he visto en mi vida. Y que es una película que habla de las emociones porque una película que habla de los sueños rotos y de la feroz dialéctica que preside y organiza las posibilidades de recomponerlos ha de ser, necesariamente, una historia que quiere emocionar a quien la vea. Y lo consigue. Sin trampas de ninguna clase. Y ahí reside una de las grandezas de este filme: a punto está, más de una vez, de cagarla. Porque tensa sin medida el código de la emoción, porque juega a muerte con la posibilidad de despeñarse en los abismos del pañuelo. Pero siempre sale a flote: unas veces el humor y tantas otras la apuesta difícil de convertir el escenario sentimental en político y el arrebato nostálgico en cuchilladas de memoria, consiguen que la película sea un homenaje al mejor cine de sentimientos que uno ha disfrutado en su vida. Un club social es el universo simbólico de la Argentina del corralito : pero también puede serlo de cualquier país sujeto, como casi todos, a los designios diabólicos de la globalización del asco. La vida de los protagonistas, nacida en los esplendorosos tiempos del club Luna de Avellaneda, se desencanta desde las martingalas del populismo peronista y sufre la devastación definitiva con la dictadura militar y el posterior destrozo que supone la crisis económica, moral y social de los últimos años. Los hombres y mujeres de esta película imprescindible andan perdidos en el galimatías moderno de sus vidas: de aquel amor que los juntó sólo les ha quedado una pálida manera de mirarse desde lejos; la amistad es algo que puede ser traicionado porque se vive en un mundo desleal y marrullero; los viejos ideales ya no sirven porque han sido suplantados por el posibilismo político y las argucias del dinero. "Vamos a encontrar cosas en nosotros, como antes", le dice una mujer al compañero de siempre. Y al cabo del rato, no sé si esa misma mujer o alguna otra, repite algo parecido: "¿Vos te acordás de los sueños que tuvimos?" Los sueños recuperados, la necesaria vinculación del pasado con el presente para que el futuro no sea un desastre, la apuesta por la dignidad en vez de por el oportunismo sin entrañas. El coste personal es inmenso, hasta el punto de que los personajes principales se sienten muchas veces ese "error furioso" de ellos mismos, como dice en un hermoso poema Juan Gelman. Pero salen a flote. Y tanto que salen. La dignidad no siempre ha de acabar derrotada. Faltaría más.

Epílogo .- Pues eso faltaría. ¡No te jode!