CANCIONES DE AMOR EN LAS TERRAZAS CHINAS

 

Pasará un tiempo bastante largo antes de que se resuelva la cuestión de quién vencerá a quién en la lucha ideológica entre el socialismo y el capitalismo en nuestro país.

Mao Tse-Tung

 

 

Como los antiguos bodegones que cuelgan en las paredes de las casas humildes. Una manzana, el vaso transparente, una botella, el cuchillo para cortar la soledad crepuscular que salta desde el cuadro y se tiende, en una quietud de muerte anticipada, a los ojos de quien mira. Poco a poco, y cuando esa mirada abandone la admiración, se irá la estancia cubriendo de polvo y lo mismo de poco a poco el paisaje se volverá rabiosamente gris como el olvido. La otra noche dejé la tranquilidad del verano en Gestalgar y me fui a Valencia. Al cine. A ver uno de esos bodegones que tanto abundan en mi tierra de la Serranía. Pero el bodegón cinematográfico tenía las trazas de una lejanía casi diríamos que exótica: la China que en 1993 inicia la construcción de la presa de las Tres Gargantas.

La ciudad de Valencia era esa noche un paisaje de maquinarias en agosto, quietas en su cansancio de tanto destrozar las calles para abrir agujeros por donde asoman su jeta la especulación y el barbarismo moral de que hacen gala sus gobernantes. Ya en el cine: la película Naturaleza muerta , del director casi desconocido Jia Zhang-ke y León de Oro en el festival de Venecia el año pasado. Dos personajes principales con encarnadura humana. Otro personaje más importante aún que los humanos: el trastorno fluvial que entierra las casas y dispersa a sus habitantes. Una búsqueda. O mejor dicho, dos. Da igual: se trata de la misma búsqueda. Cómo salir de las ruinas morales de un país que se debate entre lo de antes y lo que se avecina. La tradición que se ata a la carne desde la nostalgia o la reverberación de lo nuevo por las terrazas donde suenan canciones de amor que amenizan las verbenas. El Libro Rojo o las baladas sentimentales, el heroísmo de la revolución o el coleguismo de la pandilla a lo West side story , Mao o Chow Yun-Fat, el nuevo icono a lo Bruce Lee que hace furor en las películas chinas del momento. La pareja que se reúne en el paisaje devastado por las aguas del Yangt-sé y la especulación corrupta del partido comunista después de dieciséis años de separación o la que se separa definitivamente con el telón de fondo del mismo paisaje. De eso se trata, de buscar una salida al desconcierto de una política sumida en el marasmo de la economía de mercado mientras la gente, casi dos millones de personas, se busca acomodo lejos o cerca de sus casas anegadas por las aguas. ¿Qué les queda a esas gentes? Nada. Mirar lo que dejaron atrás, compartir pequeños placeres como unos caramelos, el alcohol cotidiano, un poco de té, el último cigarrillo antes de que los escombros sepulten al joven que encarnaba a su manera los signos de los nuevos tiempos, que no eran otros que los occidentales. Y nada más.

La lucha por encontrar un sitio al sol de la contemporaneidad se salda en China y en casi todas partes de la misma manera: los de arriba seguirán arriba y los de abajo (discúlpenme ustedes el lenguaje tan antiguo) seguirán más abajo cada día sea cual sea el resultado de aquella lucha. Incluso cuando la gente alcance pequeñas victorias será al precio enorme de cargar con una tristeza que será en adelante su más persistente compañía. Así el hombre que busca a su exmujer se quedará con ella y ella con él no se sabe bien para qué: ahí el “triunfo” de una tradición vestida, en la figura de la esposa, con el uniforme maoísta de los viejos tiempos. Y lo mismo, aunque en sentido inverso, la mujer que busca a su marido para romper la relación que los mantenía falsamente unidos significaría la novedad moderna en las relaciones marcadas a cal y canto por el esclavismo feudal de la vieja sociedad china. Y lo que decía antes de la tristeza: nadie queda contento y las miradas de los protagonistas se pierden en el horizonte como de polvo gris que cierra de arriba abajo la pantalla. Es el desconcierto ante lo que viene, ante lo que ya tenemos encima, ante lo que seguirá anegando esta mierda de globalización de la miseria que continuará jodiendo a los de siempre. La noche de cine fue estupenda, aunque la película, tan grande y tan hermosa, dejara en los asientos un cierto desasosiego: y no sólo por lo que acabábamos de ver en los Albatros, sino principalmente por lo que nos esperaba fuera. Sobre todo por lo que nos esperaba fuera. Por eso.