Clara Sánchez

CUANDO YO NO MIRO

 

Hace quince años por lo menos que cayó en mis manos una novela de Clara Sánchez. Había en ella alguna referencia a la ciudad de Valencia. La autora vivió aquí cuando era niña. En la calle Uruguay. Eso creo recordar, como detalle, de “El palacio varado”. Había muchas cosas más, claro está. Pero lo que hubo, sobre todo, es que desde aquella vez no he dejado de leer con admiración los libros de esta magnífica escritora. Desde entonces ha escrito muchas novelas, ha ganado premios con ellas, participó largo tiempo en un programa de televisión que hablaba de películas. Lo mejor de todo: que no ha parado de escribir novelas. La última es un tour de force (¿se dice así?) desde muchos puntos de vista: la estructura, los personajes, la doble vida de una literatura que hurga no tanto en la realidad sino en ese pozo oscuro que tantas veces es nuestra conciencia. Los sueños. La realidad y la ficción. Lo que pasa en un verano felizmente anunciado y las endiabladas roturas que dejarán ese verano y a sus protagonistas sumidos en la consternación. Lo que fuimos antes del sueño y lo que estamos siendo dentro del sueño. Y aún lo principal: lo que seremos después del sueño. Una pareja con niño. Como en un telefilm americano. Una playa del litoral valenciano. Una urbanización: el no lugar -como los geriátricos- donde se extravían el sentido de la orientación y más tarde esa visión del mundo -la familia, los amores de antes y los que asoman la cabeza de repente, la seguridad no tan segura en sus vidas y lo que las rodea- que se desinfla cuando algo parecido al horror la asalta por sorpresa. El salto al territorio de la imaginación, al otro lado de la línea que separa las luces de las sombras. Bucear en el lado oscuro: a ver si ahí habita lo que falta, como en los poemas imprescindibles. “Todo lo verdadero se realiza cuando yo no miro, o cuando me doy vuelta”, escribe Alejandra Pizarnik. O cuando nos adentramos en lo desconocido, que viene a ser más o menos lo mismo. Lo leí todo hasta ahora de Clara Sánchez. Y lo sigo haciendo porque es como una especie de cercanía necesaria. Además, en el caso de Presentimientos (Alfaguara), la extraordinaria novela que les cuento, hay ese esfuerzo por no convertir la escritura exitosa en costumbre. Los veranos son ese territorio donde la vida al desnudo no va más allá de los anuncios de cremas bronceadoras y la amenaza médica de melanomas a destajo. En el verano que protagoniza esta novela arriesgada no hay docilidad de ninguna clase. Y eso -la escritura compleja, el peligro que entraña- es lo que hace grandes una novela y a quien la escribe.