Encuentros de Escritores y Críticos de las Letras Españolas
Literatura sin fronteras. La recepción de las Letras Españolas Actuales en Europa

 

ELOGIO DEL AZAR Y OTRAS HISTORIAS DE FRONTERA
           
El tiempo de la duración. Y sus espacios: más o menos fronterizos

            Si el tiempo sabemos que no existe, aún existe menos para la literatura. No podemos diseñar las fronteras que acoten o alarguen el paisaje de la escritura y todavía menos su duración. Esa duración -como su propia puesta en práctica- siempre será un misterio: El hecho material de escribir, tomado en su forma más trivial si se quiere -una receta médica, un recado-, es uno de los fenómenos más enigmáticos y preciosos que puedan concebirse. Lo decía uno de los escritores que más admiro, Julio Ramón Ribeyro, un escritor casi clandestino que poco a poco -aunque no estoy tan seguro de ello- ha ido saliendo de esa pornografía de la clandestinidad que es la muerte. Escribes en la más absoluta soledad y lo que resulta está en manos del azar o la mercadotecnia. Nada importa, con tal de que el libro llegue a un destinatario. Al cabo, ese destinatario -el interlocutor del que hablaba mi querida Carmen Martín Gaite- puede ser un loco de la vida que cien años después de que ya todo sea en vano -porque a esas alturas no seremos de aquí ni de allá ni de ningún sitio- acerque la escalera de tijera a las estanterías polvorientas de una biblioteca y descubra entre las ruinas que pueblan los estantes un libro que, tras llevarlo a casa y tragarse sus páginas como el mejor de los brebajes, le cambiará la vida. Dos problemas -entre otros muchos más, supongo- asedian al escritor hoy día: la urgencia del reconocimiento (torpemente confundido ese reconocimiento con el éxito) y la necesidad de encontrar igual de urgentemente un lector que viva fuera de sus páginas. Qué error, qué inmenso error, como dijo aquel político detestable hace bastantes años y por otros motivos tan diferentes. Los lectores -ese sólo lector quizá que está al acecho de lo que escribimos- viven dentro del libro, son personajes que habitan a la intemperie de sus páginas, a cubierto de nada, como a cubierto de ningún abrigo ha de vivir la buena escritura o, al menos, aquella escritura que de entrada no se pretenda miserable.
            El espacio de la duración tampoco es de nuestra incumbencia. De quienes urden/urdimos el artefacto de una historia. El azar jugará ahí un papel más que seguro en cualquier posible ensanchamiento del territorio cubierto por un libro ya con las alas desplegadas: lo mismo para las distancias cortas que para aquella que se extiende más allá de nuestras fronteras (ya que hablamos en primera persona a la hora de nombrar escrituras y fronteras). La escritura vive felizmente al margen de cualquier destino prefijado. Grandes operaciones comerciales puestas al servicio de determinados títulos y autores se convierten en fracasos estrepitosos para ambas partes. Sin embargo, y sin que nadie haya movido un dedo en ningún sentido, un libro y quien lo ha escrito se ven de repente catapultados como el hombre bala de un circo al estrellato de ese otro, inmenso circo, que es la literatura: y digo esto en el sentido más digno que la literatura y el circo me merecen. Yo estoy aquí estos dos días por culpa o gracias al azar.
            Nunca me preocupé de saber qué pasaba con mis libros. Nunca. De vez en cuando abro los periódicos para ver qué dicen sobre lo que pasa en el mundillo de la literatura. Pero no más de lo que los abro para leer lo que cuentan sobre esa sangría imperturbable que llena las páginas de sucesos y cada vez más, en un elocuente y desvergonzado ejercicio de  periodismo gore, el minutaje de los telediarios. Me provoca vergüenza ajena que la gente acuda a las librerías con los suplementos literarios en la mano para preguntar si han salido estos o aquellos libros a los que la crítica ha sido especialmente favorable. Confieso que en una ocasión me vi en esa lista de favorecidos y en la situación que les cuento: estaba yo en la cola para pagar un libro del que me habían deslumbrado la cubierta y una modestia inusual en las referencias que al autor dedicaba la contraportada y vi cómo una docena de personas me antecedían o precedían con un ejemplar de Maquis (mi novela de entonces) en la mano. Hasta alguna de esas personas llevaba dos ejemplares y bastantes de ellas algunos de esos suplementos que antes les contaba: y digo algunos porque en el caso que refiero tuve la fortuna de que fueran varios los que hablaban -y bien- de esa novela.  Pero bueno, después de esta digresión que me ha servido para presumir, sin modestia de ninguna clase, de un episodio que me satisface personalmente -a qué negar lo que es una obviedad aunque nos duela reconocerlo: las reseñas complacientes nos llenan de contento y, a la contra, nos gustaría romperle la cara a quien ha osado poner a caldo (con mejor o peor estilo) esa obra nuestra que nadie mejor que nosotros reconocerá como una obra maestra- , después de esa digresión, les decía, sigo con lo que antes comentaba: me parece horroroso que la gente acuda a las librerías con los suplementos literarios en la mano para preguntar si han salido estos o aquellos libros a los que la crítica ha sido especialmente favorable. Se pierde así la enorme posibilidad de convertir esa búsqueda en una aventura deslumbrante. Las librerías habrían de ser callejones en sombras por cuyos tramos más peligrosos nos aventuramos para descubrir en el sitio más insospechado el libro que a lo mejor, sin tener que esperar cien años a que un loco de la vida se suba a la escalera de tijera y limpie el polvo a un viejo ejemplar absolutamente desconocido que duerme en los estantes de la vieja biblioteca, nos cambiará la vida. O si no tanto -que tampoco hace falta mear tan alto, como si esto fuera una de aquellas competiciones infantiles por los andurriales del pueblo-, al menos no nos hará peores de lo que somos o simplemente nos habrá hecho pasar un rato delicioso.
           
De la experiencia personal: sólo de ésa        
            Estoy aquí estos dos días -les comentaba hace unos instantes- por culpa o gracias al azar. Hace unos años -no muchos-, un profesor de la Universidad de Grenoble, Juan Vila, viene a Barcelona a visitar a sus padres. Como es de quienes aún consideran vital aquella aventura que les contaba de deambular por las librerías como náufragos desamparados, se encuentra en uno de los estantes una novela que se titula "Maquis", de un autor a quien no conoce de nada ni su obra. El profesor lo es del departamento de literatura española de su universidad y un gran estudioso de la novelística que podríamos llamar -lo confieso ya con un pronto de vergüenza dada la proliferación de ese “nuevo género” en las librerías- sobre la memoria. Sobre la memoria quiere decir sobre ese tiempo histórico que ocupan la República, la guerra del 36, la dictadura y, no demasiado desde el punto de vista de la creación literaria, la transición. Y sobre todo, Juan Vila es uno de mejores especialistas en la obra espléndida de Juan Marsé. Todo esto lo sé porque tuve oportunidad de conocerle más tarde.
            Las primeras noticias de su hallazgo en una librería barcelonesa me llega en la forma de un correo electrónico (¿o fue una carta por trámite ordinario?) de un estudiante francés que está preparando una tesis sobre mi novela. Y quien la va a coordinar es su profesor Juan Vila. Ahí empieza todo y lo que sigue ya no tiene nada que ver con el azar sino con la seriedad y el rigor que demuestran en sus trabajos los departamentos de literatura española en las universidades francesas. No digo que los de nuestras universidades carezcan de ese rigor y de la misma seriedad: no soy tan imbécil. Digo que conozco mejor aquellos departamentos (a estas alturas ya bastantes) y prácticamente nada los que aquí enseñan e investigan sobre la materia que me junta con la investigación en esa materia y con sus responsables. Los trabajos de Juan Vila y sus estudiantes se alargan hasta los que otros colegas suyos en su misma y otras universidades llevan a cabo sobre mis novelas ("Maquis" es la segunda de lo que entonces ya era una trilogía, completada ésta con "El color del crepúsculo", primer título del ciclo, y "La noche inmóvil", que lo cerraría, provisionalmente, en aquellos momentos). Universidades como las de Montpellier, Perpiñán, París X-Nanterre y otras se suman al estudio de esas novelas y será principalmente un compañero de Juan Vila en Grenoble quien se dedicará con unas fuerzas y una generosidad sorprendentes a trabajar esas novelas de entonces en adelante y hasta ahora mismo. Hablo de Georges Tyras, espléndido traductor y estudioso de la obra entera de Manuel Vázquez Montalbán y uno de los mejores especialistas en novela negra que conozco. Igualmente, se sumaron al estudio y difusión de mis trabajos (no resisto la grandilocuencia de lo que algunos enfáticamente autoreconocen como “obra”), algunos profesores universitarios como José María Izquierdo (Oslo), Philippe Merlo  y James Durnerin (Lyon), Jean Tena y Michel Bourret (Montpellier), Cinta Ramblado (Limerick), Marie-Claude Chaput (París X-Nanterre), Isabel Vázquez de Castro (IVFM Créteil), Ignacio Soldevila (Québec), Daniel Arroyo Rodríguez (Michigan), Felipe Aparicio Nevado (Haute Alsace), Antonio Gómez- López Quiñones (Colorado) y algún otro que seguramente se me olvida. No sé exactamente cuándo sucedió aquel encuentro virtual en una librería barcelonesa con Juan Vila. Sé que desde entonces ha llovido mucho: y no tanto en lo que se refiere al tiempo transcurrido sino en lo que ha llovido en Francia sobre una novela titulada "Maquis" y su autor.

La Agregation y otras historias
            Publico mis novelas en Montesinos, una editorial  barcelonesa que ya es como si fuera mi propia familia. Desde la primera novela, "De vampiros y otros asuntos amorosos", hace ya la friolera de veintitrés años, ha seguido la lealtad mutua entre esa editorial y quien les cuenta. Se han cumplido en el trayecto de esa lealtad bastantes libros, no sé si demasiados. Siempre salieron bien, desde esa clandestinidad a que se somete la presencia de los libros en las pilas desballestadas de las tiendas y en esa especie de selecta carnicería -y digo el símil con todo el respeto a su papel y a quienes lo realizan- que son los suplementos literarios. Pero nunca pasó nada extraordinario. Verdad es que "Maquis" funcionó muy bien en España y fueron rápidamente varias sus ediciones puestas en las estanterías de un mercado editorial poco amigo de las empresas que no tengan rango multinacional o que no devenguen una ancha y larga cartera publicitaria en los periódicos importantes. Así, paso a paso, esta novela se asentó con firmeza en las librerías. Hasta hubo un conocidísimo director de cine, amigo mío en aquellas fechas, que se atrevió con la novela para urdir una deleznable película donde todo era más falso que esos váteres limpios como una patena gracias al efecto de cualquier detergente anunciado en los spots de la televisión. La cosa acabó como el rosario de la aurora entre él y yo pero "Maquis" siguió su itinerario igual de contundente por las hileras a ratos tremendamente frías del mercado. Hasta que llegó el día en que esa novela fue seleccionada para las pruebas de la Agregation interna en la enseñanza secundaria francesa. Junto a "Doña Bárbara", de Rómulo Gallegos, la poesía de Valente y "El Lazarillo de Tormes" formaba parte del programa de aquella Agregation interna cuyas pruebas tendrían lugar a comienzos de este año 2007. Las oposiciones a cátedra de Enseñanza Secundaria, para quienes ya ostentan cinco años de titularidad en esa etapa académica, se convertían, pues, en el nuevo campo de expansión que graciosamente esa novela, surgida a las librerías cuando había pocas sobre la materia (seguramente la magnífica "Luna de lobos", de Julio Llamazares, y algunas pocas más que desconocía entonces), había ido ocupando desde su aparición nueve años antes, allá por la primavera de 1997. Y es aquí donde recala el tramo final de esta crónica.
            Creo que la literatura española funciona en Francia más bien poco. Digo de la traducida, claro. Escucho hablar, según los ámbitos en los que me mueva un día u otro diferente, de Pérez Reverte, de Vázquez Montalbán, de Vila Matas, de Juan Goytisolo, de Juan Marsé, de Francisco González Ledesma… Digo de la escritura traducida del castellano y he de añadir que la mía no ha tenido aún esa oportunidad. Intentos ha habido pero no han cuajado satisfactoriamente. Ahora hay una posibilidad con “Maquis” (hasta ahora los intentos fueron con otro título): a ver si la cosa acaba bien u otra vez más en los cajones de los despachos editoriales que recibieron la propuesta, primero con satisfacción creo que excesiva y finalmente con una alabanza que sonaba a excusa de lo más tonta: difícil la traducción de mis novelas y, aún más, historias que difícilmente serán entendidas en Francia. Cosa rara ésa, pues por encima de las historias más o menos genéricas que cuento en mis novelas, siempre pensé que escribía -como decía Monterroso de Juan Rulfo y salvando todas las distancias que ustedes quieran- sobre seres humanos. Pero insisto: creo que es escaso el espacio que ocupan las Letras Españolas en el país vecino. Y que, además, sus posibilidades de traducción están limitadas a las grandes editoriales o con la misma intensidad al papel que juegan algunos medios de comunicación españoles. Les cuento una de las últimas anécdotas que me contaron en París hace unos meses: una editorial canceló la traducción de una novela española escrita en castellano porque en el suplemento cultural de un diario importante que se edita en Madrid había aparecido la reseña negativa de esa novela. Increíble, pero seguramente cierto. He paseado las grandes librerías de París y comprobado el mínimo sitio que ocupamos en sus estanterías. Que no se moleste nadie (o sí, yo qué sé), pero es así. No resulta fácil traspasar las fronteras de ninguna clase: que me lo pregunten a mí, que me siguen reteniendo en las pocas por las que paso, por ejemplo en la de Perpiñán, donde me libré del férreo control a que me sometió un guardia civil -y al maletero del auto- cuando después de múltiples preguntas me lanzó la última: "¿Y a qué va a Perpiñán?". Me cargué de valor y le contesté que era escritor y que iba a dar una conferencia en la universidad. "Ah, pues ya ve, yo nunca he leído un libro". Sonrió y con la mayor amabilidad me dejó el paso libre. Tuve la certeza que me había librado de algún interrogatorio más profundo la consideración de oficio exótico que para alguna gente sigue siendo el de escritor. Y si eso sucede con las fronteras políticas, quizá aún menos fácil resulta para los libros conseguir un lugar digno en las preferencias del público extranjero -francés en el caso de mi relato- y de las librerías que se mueven, como en todas partes, bajo la regla perversa de la oferta y la demanda. Sin embargo y precisamente por eso, estoy tremendamente sorprendido por la recepción que mis novelas sobre la memoria (?), especialmente "Maquis", están teniendo en Francia, eso sí, supongo que fundamentalmente entre los sectores que se mueven en el mundo de la enseñanza. Profesorado (de literatura y de historia) y estudiantes se acercan a esas novelas y me acercan también no sólo su sabiduría y enseñanzas sobre mis propios textos sino, principalmente, una complicidad afectiva que a veces me ruboriza. De pronto es como si yo fuera más de allí que de acá. De pronto, las novelas que escribí pensando casi solamente en la gente que más quiero, que no es otra que la que me rodea y con la que vivo en los estrechos límites de mi quebrantada tierra de la Serranía valenciana, se han visto vueltas del revés por una cantidad de estudios que, sinceramente, considero inmerecidos. Pero ahí están. Y la cosa sigue, porque de nuevo este año han vuelto a seleccionar "Maquis" para la Agregation interna. Buena señal. No sé para ellos. Sí para mí y para esa pasión cumplida -sin ningún sufrimiento, como aseguran los tópicos masoquistas- por quien se considera más un tipo que escribe que un auténtico escritor, noble condición esta última que como decía Juan Carlos Onetti sólo creen haber alcanzado los imbéciles.
            Las fronteras existen. Y tanto que existen. En la ciudad de Valencia acaban de sacar de los puentes donde vivían a un montón de inmigrantes. A algunos el ayuntamiento les paga los billetes de autobús para que se vayan a otras ciudades. A otros los pone directamente en el autobús infame de la expulsión. A nuestras Letras Actuales no sé ahora mismo si las dejan habitar en el extranjero cuartos más presentables que los de los puentes. No lo sé. Pero sé que a veces el azar hace saltar las fronteras que ninguna ley escrita podrá conseguir salvar con sus reglamentaciones. La cosa es sencilla: una librería, alguien que ama la literatura se pasea por sus pasillos atestados de libros, un título, una portada que llama la atención del paseante, el riesgo de comprar ese libro en vez de otros que salen en todos los periódicos y radios y hasta en las televisiones en los segundos finales de sus telediarios. El paseante cruza la frontera, no la que aún resta en los mapas de antes y los de ahora, sino la que existía entre él mismo y las páginas que hasta ese mismo instante formaban parte de esa larguísima, inescrutable extrañeza que es toda escritura. Empieza entonces la aventura de leer. No sé si hay otra más hermosa. Seguramente no. Seguramente.