Levante, 17 de abril de 2005

Alfons Cervera regresa a la literatura con «Aquel invierno», una historia sobre el dolor y sobre el silencio que se incluye dentro de su ciclo novelístico sobre la memoria. Y es que, según Alfons Cervera, recuperar la memoria es hoy más necesario que nunca, porque, dice, sólo la memoria nos enseña a saber más del presente que vivimos.

Carmen Amoraga ■ VALENCIA

•  Usted ha dicho que lo que los escritores escriben apenas les pertenece. Si esto es cierto, ¿por qué escribe, Alfons Cervera?

• Escribo porque me gusta, porque me apasiona sentarme delante del ordenador y empezar a inventar historias, porque no sé si hay algo más hermoso que mirar lo que te rodea, lo que te encuentras por la calle, en un café o en el supermercado y convertir todo eso en una historia que incluso puede servirte para explicarte el mundo. Y aún más: escribir novelas es algo que no se acaba nunca, que encierra una especie de duración en que se mezclan personajes, tiempo, puntos de vista que no sólo enriquecen la novela sino a ti mismo. No sé si también a quien las lee, pero sí a ti mismo. Por eso, a lo mejor, digo lo que tú dices que digo: que una vez escritas las historias dejan de pertenecerte, porque a partir de que la novela está en la calle ya es de otros, de quien se acerque a ella y la haga suya desde su lectura.

•  ¿Y qué le queda, de todo esto?

•  Algo que es difícil de contar. No sé, uno tiene la sensación de que lo que se queda después de escribir una novela es el vacío, una especie de nube que te impide ver, sentir, seguir en una relación normal con lo que te rodea. Cuando le pongo la palabra fin a una historia esa como si después sólo hubiera un túnel, un túnel oscuro como ese pasadizo negro que en Gestalgar imaginábamos, junto al río, lleno de esqueletos encadenados. Después de acabar una novela hay eso, la sospecha de que ahí está todo, de que ya no hay nada más que contar, de que será difícil encontrar otros personajes capaces de seducirte, de obligar a sentarte delante del ordenador y continuar inventando historias.

•  Esta es su novela número catorce. ¿Qué ha cambiado de Alfons Cervera como escritor y como persona?

•  No lo sé. Me gusta pensar que como escritor algo he aprendido después de tantos libros, que la ilusión de los primeros libros se ha convertido en más sabiduría, en una manera de enfrentar el oficio de escribir con una madurez que en los primeros años no tenías. Ojalá fuera así, ya me gustaría. Y como persona, pues creo que siempre estuve del lado en que ahora estoy, que no me bajo fácilmente de ese sitio, que no me gusta el mundo en el que vivo y que seguiré haciendo lo imposible para cambiarlo. Con novelas o sin novelas, pero esta mierda de mundo no encontrará en mí un aliado fácil.

•  “Aquel invierno” forma parte de su ciclo novelístico sobre la memoria, del que ya forman parte “El color del crepúsculo”, “Máquis” y “La noche inmóvil”: ¿Cómo una trilogía pasa a formar un ciclo?

•  Nunca pensé que iba a escribir una trilogía. Sólo quería escribir una novela que hablara de mi infancia y de ahí salió “El color del crepúsculo”. Pero enseguida me di cuenta de que esa novela pedía otras dos, al menos otras dos. Las preguntas que se hacía aquella infancia no encontraban respuesta en los adultos porque los adultos estaban cagados de miedo, aquel miedo que la dictadura franquista incrustó con saña en la conciencia de la gente que había perdido la guerra. De ahí vinieron “Maquis” y “La noche inmóvil”. Entonces supe que la trilogía habría de convertirse en ciclo más tarde o más temprano. La memoria es inagotable, sobre todo cuando esa memoria ha sido machacada, hecha pedazos porque la derrota no tiene ningún derecho y mucho menos el del recuerdo.

•  ¿Qué es lo que nos cuenta, en “Aquel invierno”?

•  Son muchas historias que adquieren pleno sentido cuando se las junta. Un pueblo pequeño, Los Yesares, el mismo que aparece en las novelas anteriores. Unos personajes que relatan sus vidas a una chica francesa, hija de emigrantes, que ha llegado al pueblo para escribir su tesis universitaria sobre cómo la gente, desde la más mayor a la más joven, vivieron los años de la posguerra, unos desde su propia experiencia y otros según se los habían contado. Creo que es la novela en que el dolor se muestra más descarnado, y no se trata sólo del dolor físico sino de muchos otros: la ausencia, la obligada ruptura con la gente que quieres, el silencio, las noches en vela porque la puerta se abría todas las madrugadas a la amenaza de los guardias, esa radio clandestina, llena de interferencias, que era la única fuente que a uno le servía para vencer las mentiras del franquismo. Pero no sé, creo que hay, en algunas ocasiones, un breve respiradero fundado en el humor, no muchas veces pero a ratos creo que una leve sonrisa, al menos, sí que se te queda en la cara...

•  Hay quien ya opina que esta es su obra más redonda…

•  He escuchado algunas opiniones que lo aseguran. Ojalá fuera así. A mí me costó mucho encontrar el registro, todos los registros que las distintas voces de la novela exigían, mezclar el lenguaje coloquial con el otro, con ése que el escritor ha de mostrar para ser escritor y no un artista del encantamiento y la impostura. Si es así, sería como comprobar lo que te decía antes, que uno intenta aprender en cada libro, escuchar, leer a quien sabe más y poco a poco, libro a libro, ir asentando una manera propia de escribir. Ojalá esta novela fuera la mejor. Creo que la apuesta era difícil y sería un gozo haber conseguido escribir una buena historia.

•  Si hay una constante en su literatura es, precisamente, la recuperación de la memoria. ¿Por qué cree que somos tan desmemoriados?

•  No es que seamos desmemoriados. Es que la memoria va y viene y en este país nos la robaron en mitad de ese camino. En la dictadura no se podía contar la memoria de quienes defendieron la República y perdieron la guerra. Luego, cuando se murió la bestia, la transición tampoco cultivó demasiado, sino todo lo contrario, la posibilidad de encontrarnos con un pasado que era el nuestro, el de la dignidad, el que protagonizaron quienes durante tantos años habían sido considerados los malvados de la película.

•  Últimamente, se ha producido una gran proliferación de títulos que ambientados en la guerra y en la posguerra. En su opinión, ¿no cree que convertir esta época en una especie de moda literaria puede no beneficiar a quienes la sufrieron?

•  Convertir algo, lo que sea, en una moda es la mejor manera de borrarlo del mapa. Hoy es una moda y mañana nadie se acuerda de eso. Pero a pesar de esa posibilidad, está muy bien que ahora hayamos superado aquellos años de silencio. Hoy todo el mundo quiere saber, nadie se conforma con los silencios. Los nietos preguntan a sus padres por qué nunca le contaron qué pasó con ese abuelo o esa abuela de la que nunca supieron nada, por qué ahora no hacen más que sacar muertos de las fosas comunes. Ahora saben que esas fosas no están sólo en Chile o Argentina sino que en este país, como dicen en alguna parte, hay más muertos en las cunetas que en los cementerios. Es lo que tenemos que agradecer a la dictadura, a la crueldad del levantamiento fascista contra la República en 1936. Eso le tenemos que agradecer, la muerte, el desarraigo, los exilios, el miedo. Y aún hay quien aplaude aquella época, aún hay gente que la aplaude...

•  Y, en cualquier caso, ¿a qué se debe esta tendencia?

•  Pues yo creo que a eso que te cuento. La gente quiere saber, esta democracia no es que sea la leche de democracia pero permite al menos que se abran boquetes en algunas zonas que hasta hace poco se mantenían oscuras. Ya no estamos hablando de la batallita del abuelo sino de algo que tiene que ver con la cultura, con el debate histórico, con el poner encima de la mesa las ideas y discutir sobre ellas...

•  Entre los autores de este tipo de libros, hay una gran mayoría que sostiene que hay que zanjar el tema de las “dos Españas”…

•  Eso es el cuento chino que nos quieren endilgar desde el discurso del consenso. Escribir lo que yo escribo, dicen algunos, es reabrir las heridas de la guerra, incordiar la reconciliación entre los unos y los otros. Pues no, para nada. Yo no pretendo reabrir nada, entre otras cosas porque aquellas heridas nunca se cerraron. Los que ganaron la guerra piensan que ellos son los buenos y los otros los malos. No se bajan del burro: Franco sigue siendo su héroe y nosotros unos desalmados que quemábamos iglesias. Ellos montaron la guerra, urdieron una represión que no dejó títere con cabeza... Y ahora yo no puedo escribir novelas que cuenten la otra versión, que intenten acercarnos a otra realidad. Seguirá habiendo dos españas mientras los vencedores de la guerra sigan enganchados enfermizamente a las reglas terribles de la dictadura. Pero que no me echen a mí la culpa. Ni a mis novelas...

•  Hace dos años, cuando publicó “La sombra del cielo”, ya le hice esta pregunta. Ahora, visto lo visto, se la repito: ¿sigue siendo necesario reivindicar la recuperación de la memoria?

•  Tanto como entonces, seguramente más. La memoria nos enseña a saber más del presente, a montar mejor las estrategias de futuro. No me interesa esa memoria paralizante que es más nostalgia que otra cosa. Hablo siempre de la memoria que es dinámica, que nos empuja adelante, que nos enseña las claves para no seguir cayendo en los engaños del lenguaje: dejémonos de las grandes palabras, que si reconciliación, que si perdón, que si gaitas. Hablemos de justicia, de sentirnos libres para expresar lo que pensamos, de ser felices sin que nadie tenga que pedirnos cuentas por ello...

•  ¿Qué le llena más: la crítica de un lector, o poder dar voz a todos aquellos que no la tuvieron entonces?

•  Las dos cosas me satisfacen muchísimo. Me gusta que me digan si mis novelas les han gustado o no, uno aprende mucho de eso, mucho, y tú lo sabes como novelista que eres. Y claro que me llena de orgullo pensar que a través de mis personajes hay quien habla sin miedo, sin ataduras con el pasado infame, que cuenta su historia para que nos sirvan de algo, no sé muy bien para qué, pero seguro que para algo.

•  ¿No cree que también tendríamos que recordar aspectos más cercanos? Por ejemplo, que la gente siga votando al PP valenciano después de la que está cayendo...

•  Claro que sí. Pero yo eso lo hago con mis artículos en este periódico, por ejemplo. Cada género tiene sus circunstancias, exige unas habilidades. Y yo, para las historias vividas en las propias narices, echo mano de las columnas periodísticas. Y si no que se lo pregunten a Zaplana o a Rita Barberá, que se lo pregunten...

•  Escritor, poeta, articulista, defensor del medio ambiente, recuperador de la memoria, miembro destacado en algún tiempo de la Unió de Periodistes… ¿hay algún frente en el que no milite?

•  Es que me siento a gusto en todo eso. Otros prefieren la parafernalia social, la presencia pública en otros ambientes más encopetados. Al cabo, uno elige sus compañeros de viaje. Y ahí, en esas militancias encuentro siempre la más estimable de las compañías.

•  Y este compromiso personal, ¿hasta qué punto afecta su literatura?

•  Si en algo la afecta, espero que sea para bien. Yo sería incapaz de escribir algo que no tuviera que ver con el punto de vista ético que tengo de lo que pasa o no pasa aquí cerca o en el lugar más alejado del planeta. Y no creo que eso sea necesariamente malo, ni para la literatura ni para nada.

•  ¿Cree en la literatura de compromiso? Lo digo porque hay otros escritores que consideran un acierto que la ideología de un autor no se note en su obra…

•  Otro cuento chino. Lo que hay que hacer es escribir buenas novelas. Pero hay gente que se pasa la vida inventando tonterías, incluso dedican grandes tochazos a reflexionar sobre esas tonterías. En fin...

•  Usted se codea con algunos de los mejores escritores de la literatura actual, pero sigue afincado en Valencia, y sigue ambientando sus novelas en Los Serranos y en la Comunidad Valenciana. Es usted la prueba de que se puede escribir y vivir fuera de Madrid y Barcelona…

•  Es que yo nací ahí y nunca fui de otro sitio. Las ciudades me desbordan, me acojonan un poco. En Gestalgar está mi gente, los sitios que más quiero, los que me vieron crecer en aquella infancia miedosa de los años cincuenta. No me veo viviendo en Madrid, en Barcelona. Viajo a esas ciudades para ver a esos amigos que dices y a muchos otros, para disfrutar de ese rito sagrado de la amistad, lo mismo que cuando ellos vienen a Valencia. Pero nunca se me ha pasado por la cabeza largarme de mi pueblo. Y no es por miedo a dar el salto, como suele decirse en términos artísticos, qué va, a estas alturas sólo me da miedo viajar en avión, sólo eso. De verdad que sólo eso. Bueno, eso y a ratos los telediarios.