ALMA DE LECTOR
Hace ya mucho tiempo creo que hablaba en esta página de un libro extraordinario: Bar de anarquistas. Su autor era (todavía es, faltaría más) José María Conget. Se trataba (todavía se trata, faltaría más) de un libro de relatos. Conget es de Zaragoza, vivió en muchos sitios, ejerció de responsable cultural en algunos Cervantes. Yo le conocí en el de París, hará por lo menos seis o siete años. Ahora anda por Sevilla y sigue escribiendo novelas, relatos y textos raros. Los textos raros los saca de sus viajes, de su amistad insobornable con algunos colegas que valen la pena, de sus conferencias, de su amor obsesivo por la literatura, por el cine, por los tebeos: por la vida. Unos días antes de escribir este Fahrenheit han salido a las librerías dos libros suyos. El primero: Espectros, parpadeos y Shazam (Ed. Point de lunettes). Forma parte de las hermosas rarezas que les contaba. Hay de todo, como en las tiendas de todo a cien que ahora no sé cómo se llaman porque están escritas en chino. Pero el precio es distinto. El peso de las páginas no se mide en euros ni en yuanes sino en una incomparable dignidad de escritura. El problema de libros así es que se parecen demasiadas veces a un cajón de sastre, donde el autor ha ido colocando los retales de una producción multidisciplinar que no se aguanta. No es el caso éste que les cuento. Para nada. El alma de un lector apasionado vive en sus páginas. La ironía. La animada conversación con los fantasmas que le ayudaron a crecer como ser humano y escritor. Lo mismo que en el otro libro igual de imprescindible: La ciudad desplazada (Pre-Textos). De nuevo los relatos perfectos. Otra vez la vuelta a sus obsesiones más queridas, que siempre tienen que ver con su vocación de no perderse un libro ni un autor de los que nos señalan esas tal o cual manera de vivir que aceptamos como una feliz imposición. Los amores de juventud. La enfermedad como una radiografía del tiempo que fue más inútil que otra cosa. Hasta una evocación futbolística en que uno se rinde a la nostalgia de unos nombres que forman parte de nuestra educación sentimental. Y sobre todo encontramos en estos cuentos el amor increíble por la literatura. El niño que se extravía por la selva de las librerías desdice el miedo de Cioran a quedarse sin libros porque los ha leído todos. Siempre habrá uno que José María Conget leerá con la avidez del desorden y nos lo contará luego en alguno de sus libros necesarios.